viernes, 2 de junio de 2017

MARÍA CALVIÑO [20.174]


María Calviño

María Calviño nació en Córdoba, Argentina en 1961. Sus libros de poesía son: Círculo de sombra (1993); Temporada de casa y otros poemas (1998); Lírica en trámite (2008), Fin de semana largo (2011), Intereses creados (inédito) y Superficies cultivables, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2017.. 

Ha traducido ensayos y poemas de autores de lengua inglesa de los siglos XIX y XX. Ha sido autora invitada de la University of Westminster (RU), e integrado tribunales en prestigiosos certámenes literarios de nuestro país. Es docente por concurso de la cátedra de literatura de habla inglesa de la UNC (FFyH), y de la cátedra de literatura europea del IFDC de Villa Mercedes (San Luis).


Obra en construcción

Te diría que parecen animales
prehistóricos; las palas mecánicas
y grúas enormes cavan un foso
a dentelladas, con un ritmo propio.
Atardece en verano y brillan,
estiran sus cuellos metálicos
sobre el charco gredoso que dejó
una lluvia reciente. ¿Ves?, los parques
de diversiones de los pueblos chicos
también son así, tienen algo
de circo y algo de plaza. Ahora
esos hombres de ahí que
trabajan con los animales
comen su asado a punto
cerca del borde del foso casi terminado;
y más atrás, haciendo equilibrio
en los andamios
apenas instalados contra el muro,
otras personas con baldes
en la mano lo van cubriendo
de su mezcla gris. ¿Lo ves?, dicen
que aquí están construyendo un laberinto,
un laberinto, sí; abrí las alas.




Tonos de alcoba

1

La lluvia en nuestras sierras
huele a hinojo y amapolas.

La luna llena de agua de marzo
colma el cuarto y mi mano llena

tu espalda suave,
tu espalda suave.


2

No es cierto que mi cabello
siga siendo tan joven…
no reconocería tus manos,
o la yema de tus dedos
en la nuca.


3

Bebían de tus ojos mis labios
hasta que un sorbo quieto
en la garganta, un lazo
de pulso firme
era como una sola sed,

era como una sola sed
y nos besábamos.


4

Apenas te siento en la cintura:
uno puede hundirse entero
en el barro secreto de la vida.


5

Nos estiramos en la cama
y tan cerca tuyo,
mi cabeza es un hueso mudo
que resbala por fin, te oye latir
y muy lejos, en patios ya sin luz,
labran el resto de la noche
las cigarras.




Lírica en trámite 

Igual que las escalas del Hannon
cuando suben y bajan
desde la misma nota siempre
olvidadas o aburridas, los chicos suelen jugar
a ir y volver corriendo de la sombra.
Los últimos minutos de la noche de año viejo
trajeron racimos recién lavados
para ir desgranándolos uva por uva o mes
por mes, pero algún ruido en la calle
y luces de bengala destellaban afuera,
así que un racimo apenas duró hasta abril
y quedaron en un plato
las cuentas de pulpa sueltas.

Así también la que yo era entonces
tenía la intención de hablarte; contar los días
después de los racimos.
Pero cada paso dado hasta vos
se agazapaba cerrándole
los labios; deshizo
tu abrazo sin darse cuenta
para salir a la vereda rota de la noche,
anduvo por ahí como quien pisa
un techo desclavado y oscuro.




Despedida / Tiempo después

Lolita go home
Jane Birkin

Y pasan los días, avanzan,
retroceden, avanzan,
se disuelven…
Médanos desolados
que vaciaron de arena
tantos relojes
son cantidad infinita de algo
indiferente.

¿Quién debiera escribir
su poema de amor
si no nos vemos,
y pierdo tu voz
como una siesta lejana,
puesta en duda?

Cambian los climas del mundo
pero recuerdo tus hábitos,
y me observás como a un animal
que repite costumbres
en una lengua perdida:
endulza el té, ordena los diarios,
y se abriga bastante más
que para el fresco de la tarde.

¿Irá a dar tu paciencia la luz
inerte de un sahumerio, o
se estrellará contra el asfalto
echando chispas?
Ojalá sean estos versos
los que se llevan
la desolación
de haberte querido.

La soledad ya no es digna de mérito,
y cuando el último eclipse
alcance a esta ciudad
cada rincón del espejo
tendrá su minuto gris.
Uno vuelve siempre
al primer poema de amor,
y es siempre ajeno.




Fin de invierno 

Una lengua de fuego todavía
Lame el hueco de piedra
en el hogar,

Ávida lame, abrasa, desintegra
Y clausura la noche de la casa.

Ella es afuera estrellas
que se filtran
Por ramas donde demora el invierno
Las muertes invisibles, y también
Es la noche en las paredes de
un cuarto;

Avanza sólida, sube y cierra
Mis párpados como ceniza leve:

Yo solo sigo la estación secreta
De tu sueño, como quien acercara
Su mano desasida a los rescoldos
que el aire apaga,

O como quien detenido en el límite
De lo más dulce, pudiera sentir
Que se despierta del invierno.




Río abajo 

Hoy deshago otra vez este camino:
Paredes a medio levantar, techos de lata
Alejan del centro de la ciudad
El río, las ondas
De muros helados
Se pierden bajo el puente que cruzo
A medianoche. Vuelvo
De aquello que tu amor recobra;
La luz de los inviernos de la infancia,
La trama de un tapiz
Hecho de pájaros, el piano,
La genealogía de una ciudad del sur
Del mundo. Río abajo,
Quedan los pasos rápidos,
La torpeza de la lengua en la piel;
Como si la costumbre de volver
Pudiera retenerte ahora, mientras
El arco de la luna nueva roza
Las copas de los árboles que brotan.




Día de la primavera

Con cara de día
de partido importante,
a la gente por la calle
se la ve convencida de que gana
su equipo. Sirenas y helicópteros
aturden ovillando un viento pardo
al sol; ¿a alguien le importa?

Quisiera escribirte una carta
para que vos leás que puse
la fecha de hoy en algún lado
y me sirvo un vaso de algo
fuerte.

Por ahí quién sabe,
en un hotel incómodo
cerca de la terminal...
la intemperie del otro
te aleja del fantasma
de la muerte.




Desahorro

Ahora que las monedas de ayer valen
todavía menos ¿qué comprarías?

El trajinar del puerto en la ciudad
a mediodía; la hojarasca
feliz de la literatura:
café y jardines olvidados.

Ese tramo del camino
que nunca va a ser tuyo
si es que de veras dejaste
la nostalgia atrás,
con la impresión
de haber llegado, creo,
a la monotonía deshabitada
de la madurez.

Años de meses de semanas
con días parecidos,
que bastaría vivir una vez
pero persisten, alcanzan
a trazar los senderos de corteza
quemada, turba, ceniza
de tabaco y carbonilla,
mientras en la bruma ácida
de una estación que no trae ni agua,
se oculta una forma
como la de la cabeza grandota
y suave de Platero.




Un viento suave

1

Cuando con el vapor
de la siesta
las aristas del patio
parecen despedir
cierto sudor calcáreo,
trazos de tiza mortecina,
el único sonido es un arrullo
de palomas -la pausa
brotando indefinida
de un diálogo cualquiera
suele ocultar la misma
invitación al vuelo-.
Pero esa resonancia
de la estación grávida cesa:

vuelve al muro el silencio,
al árbol y a sus hojas
la nitidez casual de la costumbre.


2

Ahora sabés que todas
las palabras qieren decir
lo mismo; velo incierto de silencio
que aturde, arco de luz
que a medias te refleja
mirando el cielo,
buscando la forma
de nubes que en verano
parecían inmóviles...

Un viento suave -pulpa de aire
tibio- deshace
los nombres de las cosas
contra un azul desierto.
Queda sólo tu voz abierta
a lo vacío, el eco de una sed
que no se sacia.




Entreacto de Ofelia

Enhebro entre los dedos agujitas
de romero todo el tiempo,
pero sólo puedo recordar letras
de rondas, canciones para cantar
en días de fiesta y cuando la piel
tiene el perfume de estas flores
azules, sigo sin recordar nada.

¿Habría sido como cuando encuentra,
al fin, el río su cauce, dejando
atrás el puente y los sauzales,
o nada más que un golpe seco
contra el cuerpo tenso?

Nadie me pregunta,
no me habla nadie
porque mis palabras
no dicen nada.

Aunque si me acordara,
si alguna flor azul pudiera
recobrarte, quizás repetirían
que estás loco, y que nadie
encuentra su camino
mirándose en los ojos de alguien más.





[Página suelta del diario 
de Raquel]

“Y ya que te ibas, porque tenías deseo de
la casa de tu padre, ¿porqué 
me hurtaste mis dioses?”
Gén.31;30.


¿Acaso también mi hermana
creía en ellos (en los dioses
de mi padre), y ahora piensa
como él que en dos veces siete años
no hubo tiempo suficiente
para dudar de todo?

Si no se parecen a los hombres, 
ni tienen los ojos abiertos, 
y hasta podrían ser vaciados 
de bronce de poco valor.

Yo no soy torpe con las manos,
los envolví en lienzos limpios
y viajaron conmigo entre las piernas.
Andar por aquel desierto al paso 
no fue ninguna pesadilla, 
ni por las noches más heladas.

Y hubiera creído en ellos yo también 
si no nos hubieras seguido, padre;
empecinado en desconfiar
de lo invisible,
aunque por fin nos separase
el mundo entero.

de "Lírica en Trámite"





Salarium

Ni tu sombra te duplica,
resuena metálica
tu soledad. Aquí,
esperando en la caja
del supermercado, pagando
los impuestos, o en cualquier
otra parte.

Mala combinación
de planos y puntos a mediodía,
sería un chasco también
la calle por la que vas
de no tener estas suaves acacias

Como si las agujas
de algún reloj se hubieran vuelto locas
y ya no se pudiera saber
si son las tres las seis las diez
desvarían las acacias

Mínimas órbitas de luz
“La sal seca lo verde”, eso
parecen decir.

de "Lírica en Trámite"




Final de Lluvia

La única cuerda rota de la lira
muda…el agua la estira
y canta, y la suelta
y canta…




Lírica en trámite 

Igual que las escalas del Hannon
cuando suben y bajan
desde la misma nota siempre
olvidadas o aburridas, los chicos suelen jugar
a ir y volver corriendo de la sombra.
Los últimos minutos de la noche de año viejo
trajeron racimos recién lavados
para ir desgranándolos uva por uva o mes
por mes, pero algún ruido en la calle
y luces de bengala destellaban afuera,
así que un racimo apenas duró hasta abril
y quedaron en un plato
las cuentas de pulpa sueltas.

Así también la que yo era entonces
tenía la intención de hablarte; contar los días
después de los racimos.
Pero cada paso dado hasta vos
se agazapaba cerrándole
los labios; deshizo
tu abrazo sin darse cuenta
para salir a la vereda rota de la noche,
anduvo por ahí como quien pisa
un techo desclavado y oscuro.




Cestos de sacha huasca

Aparecen de pronto entre los puestos
colgados de columnas de alumbrado
o en percheros viejos junto con boinas tejidas,
bufandas tejidas a mano y otros abrigos.
Paneras, canastas para frutas
legumbres o verduras,
cestos más grandes para leña o carbón
casi nunca colmados, de esa fibra
cenicienta y dura que también se llama
gusano del monte, no es flexible
como el junco ni suave como la vara
de cerezo y se llenaría de capullos
rojos en campos llanos
que ahora tienen soja. Cestos
de sacha huasca, tallos secos
acurrucados, no son de nadie pero
hay lugar para cosas tuyas ahí.



       
Juguetitos chinos

Le estabas contando a tu hija que cuando éramos chicas
en los cigarrales de Unquillo, venían luciérnagas
como madejas al anochecer,
envueltas en una fosforescencia alegre
y alilada, y hace pensar en eso ver
los juguetitos chinos que se venden
en el acceso al estadio o cerca de los semáforos
después del puente: ovillos vinílicos saltando
prendidos adentro como cascabeles
y caen y ruedan por el camino
de guiones de neón sin apagarse
nunca, sin dejar de hacer ese ruido de supermercado
que disuelve la calle. Esto no tiene nada que ver
con las luciérnagas, bueno, eso  pensará ella
quizás cuando se acuerde.
  
de "El corredor mediterráneo"





Superficies cultivables, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2017.


Fin de cita
                                     a Pablo

Los mensajes del teléfono
celular se escriben con diccionario.
El teléfono cree que sabe
si es Otón o es otoño,
si es tala o es de tilo,
si es romance o novela,
si es vida o es vidala.
Pero no sabe. Lo que hace bien
es marcar la noche con una pausa
de luz. ¿Hasta cuándo?
Hasta que algo escrito ahí
parezca nuestro.




Superficies cultivables

Ahora que pareciera ocultarse
toda quietud, toda menuda sospecha
de cuidado o de silencio, no sé
si era tan fácil recorrer vidas
parecidas buscando algún desvío,
un rastro, un pedazo de espejo roto
que explique el castigo:
mar sin cardúmenes
casa llena de gente
página en blanco
De nuevo la biblioteca esconde
lo que buscás, lo que buscabas
al repasar de memoria
el orden de los libros
en los estantes (las tapas desiguales,
los cantos invisibles y los títulos
ensartados en un teclado mudo,
extravagante); algo en la trama
hizo olvidar toda noción
de distancia al destino, o la voz
que encontraste te esperaba




Los viejos leen a Dostoievsky

Los viejos leen a Dostoievsky
cuando salen con un libro forrado en papel
madera y lo llevan de vacaciones,
o lo guardan siempre a mano cerca
de la mesita de luz: es Dostoievsky porque
cuando los viejos no leen se imaginan
a un escritor también viejo, piensan
que no está triste, sí preocupado
por la gente que habita sus libros.

Los viejos leen y releen a Dostoievsky
traducido, expurgado, prestado o propio
comprado en librerías de viejos,
en ediciones más o menos caras,
encuadernadas bien o mal, cosidas
o despegadas. Buscan casi siempre
una misma escena, en la misma página
que está una o dos antes
que el tomo se nos abra solo.











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