lunes, 17 de septiembre de 2012

DIEGO ALFARO PALMA [7.864]



Diego Alfaro Palma 

(Limache, Chile 1984)

Diego Alfaro Palma, antiespecialista, ciclista y librero ha publicado los libros de poesía Paseantes (Ed. Del Temple, 2010), la plaquett Tordo (Limache250, 2013, Mención honrosa Premio Eduardo Anguita) y “Tordo” (Editorial Cuneta, 2015).

Sus poemas han aparecido recientemente en Entrada en Materia. Antología de la poesía chilena nueva (Altazor, 2014). Como editor ha estado a cargo de Homenaje a Ezra Pound desde Chile (Universitaria, 2011) y de Poesía reunida de Cecilia Casanova (Univ. De Valparaíso, 2014). Como traductor publicó el ensayo El pensamiento zorro de Ted Hughes (Limache250, 2013) y ha ensayado sobre la figura política de Enrique Lihn en El horroroso Chile (Alquimia, 2014). Actualmente reside en Buenos Aires y dirige el sello Limache250.


De “Paseantes” 


Partitura

de la lluvia nos ha quedado la música
nuestro silencio
un mensaje anotado por pequeños dedos en la ventana.



El globo

Sólo pedaleando desde ese mundo
conseguirías dar la vuelta
tomarlo del cordel
y sostenerlo calle abajo
Detenido en una esquina
tenderías las manos hacia un poste
para intentar atarlo
para que suspendido en el viento
nos señale el camino de regreso.



BIBLIOTECARIO

A Philip Larkin

Reconocerse en un poema de Philip Larkin
Puede parecer tan desolador
Como la fotografía de un carrusel bajo la lluvia.
Las soledades que vienen y van
Pueden ser tan cansadoramente inútiles como la literatura
Sin embargo
De una u otra forma volveremos a ellas
Como a aquel viejo paraguas que desdeñamos
Por sus extravagantes colores.
Pero más allá de estas vagas lamentaciones
El deseo de estar solo
Bajo una luz, en pie de poesía,
Desconociendo -desde altas ventanas-
La miserable estulticia
De las chicas bellas,
Arpías que dolorosamente
Anidaron en tu vergüenza.



Lights out

La vida, mis amigos, es aburrida.
Nos llenamos de libros
para llenar la vida
y en cada abandono, en toda despedida
trazamos la inevitable figura del absurdo.
Bufones, nos forzamos en contemplaciones
intentando asir un trozo de dios.
Yo he perdido todo esto
en las puertas de una iglesia.
No anhelemos no brillemos
es hora que apaguen la luz.



Astrolabio
(Fragmento)


IV

Me he puesto a lavar los platos pensando tal vez en escribirte. Relegado por años al oficio del poema olvidé probablemente la carta, un epistolario sin esperar respuesta, dejar correr líneas como agua cayendo de una llave para quién sabe llegar adonde. La soledad carcome, debilita, es una termita hambrienta a la que llegado cierto tiempo podemos hospedar a sabiendas que terminará destruyendo nuestros cimientos.

Ahora que hay nubes y no techos, ahora que la intemperie es bosque y no desierto, me pierdo en el crepitar de estas hojas trazando una senda incierta: palabras como hitos.

Lavar los platos como quien lava su alma tras la tormenta.





De Alejandrina 

Fragmento de “Ciénaga”


I

Sabido es que los suicidas no escriben poemas, dejan notas, confesiones, todo en orden, la ropa doblada en el armario o sobre la cama. La diferencia la hacen sus gestos: un abrazo apretado, una mirada cómplice, un comentario lanzado al azar, para que luego, del otro lado, alguien ensamble las piezas. Y no podemos interrumpir en sus vagabundeos sin destino, mucho menos cuando asomados al balcón los golpea la oscuridad de una decisión, la pureza de abrirse al viento, un ave perdida volviendo a Dios, o cuando, como él, dejó las llaves sobre el velador y salió camino hacia el riel, recostó la muerte de su padre en el metal frío de su silencio, repasó su última partitura, dejando que el tren del invierno borrara su rostro, la vibración de la última nota de su fuga, reencontrando en su sueño una ceguera.



II

El juego entre el marco oscuro de sus gafas y los bigotes canos daban la impresión de estar frente a un marinero retirado, sin embargo, sólo su dedo índice había recorrido los meridianos de un mapa amarillento y del que hacía repasar copias con lápices de cera a sus alumnos: para cada imperio, para cada océano una tonalidad distinta. Él les enseñó las fronteras, los nombres que la humanidad dio a lo que siempre creyó suyo. Colgaba en la pizarra un pliego arrugado y con sus palabras proyectaba una batalla entre griegos y persas, al caballo de Alejandro avanzando aguerrido sobre la arena del tiempo, las lanzas de los gladiadores entrando en el costado de una espera. Ese hombre era la historia en un par de ojos cansados, en una calva que cada mañana dirigía la orquesta de la pasión y muerte de la carne. El sufrimiento de Cristo tomaba en él sentido, la empresa imposible del amor, mientras en la misa el sacerdote quebrando la ostia, cumplía con graficarnos la dispersión de los hombres, la separación de los mares, lo invisible abriéndose paso a través de la materia. Él se difuminó en el vacío que dejan las cosas, el piano de sus hijos descansado, la sábana de su mujer estirada, sus notas resguardadas en un cajón sin cerradura.



Fragmento de Alejandrina


I,7

Porque finalmente todo lo que uno puede llegar a creer es espuma en la estela del viaje. Al contrario de los pescadores, arrojar la red para siempre, para que permanezca en el fondo del recuerdo. Porque todo se vuelve más lejos, más claro y transparente como una noche vestida con el manto de las estrellas. Todo cobra su verdadero peso ante la eternidad del paisaje. Como un niño que aprende a pintar debemos pasar y repasar nuestras líneas, traspasar la frontera de nuestra mortalidad de forma sincera, recogidos en la torpe sabiduría de la experiencia. Porque estamos aquí después, siempre después y porque sólo la palabra puede brindarnos la posibilidad del pasado. Porque ante todo somos el ahora de nuestra historia y de cada pequeña historia y porque ante el tiempo somos iguales, profundamente nuestros, inseguros.




Un ave imposible de cazar

Sobre “Tordo” de Diego Alfaro Palma (Editorial Cuneta, 2015)

Por Jaime Pinos

Todo rincón ha sido saqueado y quedan los semáforos que caen y marchitan ¿O será que esa oscuridad desplomada sea aun nuestro tordo tratando de tararear su trino? Este libro puede ser leído como una tentativa por responder esa pregunta. Como una exploración en busca del sonido de ese trino a través de un territorio saqueado, en medio de la oscuridad posterior al desplome. Imágenes, fotografías. Fragmentos de la vida cotidiana en los escenarios de guerra donde habitamos. Donde prevalece el lenguaje del dinero, la violencia y el olvido. Donde el tordo, para poder sobrevivir, ha tenido que dejar de cantar.

Como se nos recuerda al inicio, en los relatos mitológicos el tordo es quien resuelve las adivinanzas y responde con verdad. Este libro es el relato de cómo es posible encontrar, aún en la oscuridad de estos días, breves momentos de belleza. La belleza es el brillo de lo que es verdadero, dijo alguna vez Joseph Beuys. Aprender a ver ese brillo. A escuchar el trino de los pájaros en medio del estruendo de la guerra. Como el tordo, aprender a cantar con verdad. Porque la literatura, como escribió Enrique Lihn, no debe engañar.

Hasta acá el breve texto que, a solicitud de sus editores, escribí para la contratapa de este libro. La instancia de esta presentación me da la oportunidad de desarrollar someramente dos o tres aspectos, algunas de las coordenadas de vuelo de este Tordo. Voy a eso.

Un aspecto son las filiaciones poéticas de este texto. La presencia persistente de Enrique Lihn, por ejemplo, citado y parafraseado a lo largo de las páginas de este libro tanto en algunos de sus versos como en poemas íntegros. Pienso en Destiempo o Cementerio de Punta Arenas que, desde cierto ángulo, podrían ser leídos como versiones o covers de los poemas homónimos de Lihn. En cualquier caso, Enrique Lihn es un interés y una influencia que Diego Alfaro ha ido desplegando no sólo en este registro sino también en el ámbito de la crítica, revisando las complejas formas del compromiso político en su obra.

Otras presencias, otras filiaciones: Ennio Moltedo y Rubén Jacob. Dos presencias que me parecen especialmente significativas. Dos poesías mayores, tanto en el plano de los textos como en el de cierta comprensión de la literatura como una ética de la honestidad. Una ética que debía traducirse, cotidianamente, en una conducta de vida. A pesar de las entregas recientes de material de Moltedo, coincidiremos en que se trata de autores cuya poesía no ha alcanzado aún la circulación y el reconocimiento que merecen. Me parece que la mejor forma de revertir esta situación es la que ejercita Alfaro en este libro. Darles a sus poesías un valor de uso. Integrarlas a la propia escritura como un insumo o una herramienta. Escribir a partir de Moltedo, de Rubén Jacob o de Enrique Lihn. Escribir a su manera para hacer más literatura.

Leo una entrevista realizada a Diego Alfaro donde se refiere a este libro: Empecé a pensar en este pajarito negro, y me pregunté ¿por qué no poner este pájaro en medio de la ciudad o en medio de los conflictos del mundo? En cierta forma Tordo fue para mí entrar en este aspecto de un pajarito común y corriente que tiene un significado perdido. ¿Qué puede hacer ese animal que significó para un pueblo el cuidado y la palabra, la verdad? Me parece que estas palabras son esclarecedoras respecto al sentido de este texto, a su forma de comprender y practicar la poesía. Un pájaro en medio de la ciudad, en medio de los conflictos del mundo. La poesía como ese pájaro. Asediado, volando entre antenas y cables, surcando cielos saturados de ruido y de humo. ¿Qué puede hacer ese animal, cuál sería un posible plan de vuelo? El mismo Alfaro ensaya una respuesta que me parece valedera: Chile se ha vuelto un país de oídos cerrados. Y los pájaros tienen un oído muy fino. La poesía como el trabajo de afinar el oído. En medio del espectáculo y la música del dinero que copan nuestro cielo, desde hace mucho ni puro ni azulado, aprender a escuchar. Abrir los oídos y hacer silencio para que la palabra con sentido, aún en medio de la saturación, pueda emerger.

La poesía es el estremecimiento de la palabra y ahí es donde ocurre la acción de llegar a otro, de invitarlo e incluso sacudirlo, dice Diego Alfaro. Estoy totalmente de acuerdo. El problema a resolver es cómo, desde qué lugar escribir para ser parte de esa sacudida. Dónde encontrar ese lugar donde la palabra sea un estremecimiento capaz de romper el orden que se nos pretende imponer cotidianamente. El orden de las cosas, los simulacros y las palabras vacías.

La poesía es o debería llegar a ser como ese pequeño pájaro negro, nos dice este libro. Un pájaro que aprende a volar en un cielo cerrado y sucio. Que aprende a pasar de un espacio a otro sin golpearse, como pensaba Georges Perec que podía definirse el arte de vivir. Para ello, el pequeño pájaro debe desarrollar la inteligencia y cierta habilidad para volar en un espacio aéreo difícil, intrincado. Mantenerse libre, sobre todo. No dejarse atrapar. El tordo no se caza nunca, dice Alfaro en la entrevista. Es cierto. La poesía, si es verdadera, es un ave imposible de cazar.




Extracto de Tordo



BALLENERO

La primera condición para la caza de ballenas: recibir el arpón al centro del centro de la desazón; asimilar tu soledad de calamar gigante. Toda profundidad es solo geografía inhóspita, porque nada hay sino el hierro en carne, recortando barbas, aquilatando grasas. La delicadeza se abandona en este escenario, coreografía de sangre, su tira y afloja: la cultura de arrancar robles de raíz, gritando al cielo ¡soy un hombre!
Y el terror: el terror va por derecho propio.



SALMÓN

En el trayecto que va
de la farmacia a la comida china
no temas olvidar
quién fuiste
aquella vez en un río del sur
la corriente helada entre las piernas
los restos de alerce varados
o esas tres toninas que te siguieron el paso
porque más terrible aún
sería volver a ese lugar
sin reconocer las señas
de quien has llegado a ser
cuántos mares bogaste
para desovar estas orillas.



PANORAMA

Antes de optar, antes de cualquier vía, la corriente arrastra el sonido de las piedras, luz, hojarasca. El viento, ni norte o sur, despeja la vida en un punto indefinido, cardos secos sobre greda. Crea una ciudad en su mente el hombre, le brinda su cansancio, el agua lluvia, la electricidad que serpea en los cables.
Tarde lo derrota la evidencia, se gradúa de olvido y queda la ruina donde avanza el trigo, silvestre. El ratón encuentra refugio bajo esas espigas, despierta, muerde, lo amenazan, se viste de tierra y la grama se estira como si quisiese ver el panorama y su inicio.

***

En las oficinas se crean extensos parajes vestidos de grama y maleza. Las líneas apuntan hacia una parte (distintas al dibujo de un niño) hasta que por fin forman una casa, un edificio o un departamento de ventas. La oficina copia esa realidad como un sueño que se repite en la mente del tordo, lo hace sudar frio, aletear innecesariamente, antes del despertador y la corbata que le atora el cuello. El despertador vuelve para dirigirlo a esos parajes; no canta, pero computa un presupuesto acotado al lenguaje de las oficinas.

***

¿Se puede albergar una esperanza en el tiempo? Todo rincón ha sido saqueado y quedan los semáforos que caen y marchitan ¿O será que esa oscuridad desplomada sea aun nuestro tordo tratando de tararear su trino? Trágica es la lengua ante esos altares vacíos. Queda la cantinela que recita

C’est le vent qui decide
Si les feuilles serant
A terre avant les nids
(Es es el viento quien decide
Si las hojas caerán
A tierra antes que los nidos).

***
El inquilino nunca dirá esto es hambre, me duelen las piernas, tengo las manos sucias. Tampoco este lugar no es para mí, esta no es mi guerra. Su milagro consta en rebanar una lámina de queso o multiplicar los días de pan. Té al desayuno, galletas a la cena. De cumpleaños una camisa ajustada a su delgadez. Camina, pide libros prestados, cerveza con limón y sal, zapatos pegados al pie, se codea con el hombre de la basura hasta volverse real. Amar es un costo extra y no mutuo.
El tordo anida en su mente, se observan: no hay mito, ni símbolo, solo calle. El nido está completo.


I

Pequeña Jeanne de Montreal
este comienzo nunca fue bueno
¿Qué hacer? ¿Cómo devolver la marcha de las cosas?
¿Cómo encontrarse en otra parte que no sea esta pobreza
nuestros dobles sueltos por el mundo? Lo que debí o no hacer
o lo que pudimos o debimos está en el vagón de un tren
deja pasar el paisaje tras la ventana
finge que se vive otra forma que no sea esta
la ficción de cada cual atravesando Buenos Aires
la llovizna sobre tu bicicleta pequeña Jeanne
lo que aquí dejaste te esperará intacto
en Uganda en Praga o en todos esos lugares
de los que me hablaste en el bar y en donde nunca he estado
tu cara al despedirme en la puerta
y lo hubiéramos dado todo y nada por una novela
¿has llegado a Montreal? ¿Quién te recibió?
Nunca seré un juguete que quepa en una maleta
nada merece ser guardado
y en fin qué punto somos dentro del diseño infinito de las cosas
qué objeto nos define al ser puestos en una sala en blanco
a baja luz como el museo donde trabajabas
la gente buscando fémures de dinosaurios
los perros de mi barrio fuera de la carnicería
ser actor sobre un escenario desértico
trabajar los domingos y perder la luz de los parques
el sonido de los vagones al entrar en la provincia
nos faltó cuerpo para entrar a esas dimensiones
mientras las playas se sacuden al viento
las ciudades arden y toda promesa es una revolución posible
he estado en menos de la mitad de los lugares que nombro
y me hubiera gustado esto o aquello
con tal de haber nacido en otro ángulo de este diagrama
lo que alcanzas a llevar de ti a otro sitio
donde un lenguaje distinto hace funcionar el alumbrado público
te preguntas cuál es el fin de todo encuentro azaroso
el olvido de cualquier anterior la máscara de una comedia veneciana
la pobreza de la traducción o cómo decir lo que se debe en el momento justo
la noche es una maestra cuando soñar es una mala sinopsis
sobrevivir las mañanas de té con especias
con un séquito de niños hambrientos siguiendo tus pasos
te digo los antiguos pueblos normandos
doblaban las ramas de ciertos arbustos
para medir con la sombra el movimiento del tiempo
una rosa sobre la última mirada que hechas a tu habitación
tu amigo que quiso dibujar un árbol en la pared
al extrañar la forma salvaje de la naturaleza
¿Has llegado a Montreal pequeña Jeanne?
¿Quién sustituirá el espacio que dejan los muertos?
Me he dedicado a recoger fotografías antes de conocerte
pienso que no sirvo para nada más que eso
una es de un tiburón en una pecera sostenido en un líquido denso
la monstruosidad de reproducir el pasado en el presente
te dije debimos de habernos conocido antes esto es tuyo estaba en el mesón
y tienes el rostro de esas muñecas de porcelana
lo mejor sería no consultar las cartas del tarot
otra imagen es el mapa de un barco para el transporte de esclavos
te pregunto ¿existe el amor en esas circunstancias
puede la fractura de toda dignidad ser el punto ideal?
me hablaste de pueblos en donde la gente no elige vivir
veo el post de un exalumno del liceo donde fui profesor
decepcionado de quien resultó ser no sé si mi vida es tan de perro o una farsa
te ayudo a sacar la bicicleta nos reímos en cualquier momento llueve
en las noticias hablan de Egipto Siria Brasil
merde ben tant pis je viens quand même
Pequeña Jeanne y tu vestido de gitana en otra vida en otra parte
esto no es el viaje en el transiberiano ¿Cuánto falta para Montreal?
Y si te digo que una vez pensé en tener una casa hijos un trabajo estable
que me vine a esta ciudad escapando de mi mismo
que nadie puede escribir algo decente si no ha pasado hambre frío calle
ver una generación apostando sus mejores años por el poder y la avaricia
te llevas un tordo a Montreal
nos vimos solo cuatro veces y esto podrá parecer una escusa
para decir un puñado de cosas sobre un plano.



III

el cadáver tantea la humedad
arrojado a un lugar que desconoce
desde una araucaria la noche en forma de pájaro
ninguno de nosotros estuvo ahí o fue arrestado
la bala adentro borbotea al pasar del río
su figura se pierde entre la niebla
como una sombra que asoma entre los hielos
el primero en descubrirla fue nuestro vigía
la voz y solo la voz de su crujido
el barco cercado como han cercado los barrios
y no quedó más que un país o un teatro pobre
el telón montado por quienes traicionaron al hambre
para acabar con la gravedad de las cosas
el lenguaje queda corto para hablar de la miseria
y yo te pregunto Jeanne si alguna vez supiste
de una historia más triste que la nuestra
si alguna vez supiste de una generación más cómoda
en la ignorancia del que nunca se contentó con nada
al final los poetas se preguntan
si este es el tono ostensible de las cosas
en el océano las algas se sacuden lentas
y peces sin color se pasean a falta de destino
arriba las olas se agitan revolcándose
la poesía es inútil ante el poder de un muerto
que reclama volver a hablar su idioma
subir la montaña donde vio espumar el mar
vestir al chico bajo la lluvia hacia la escuela
el mejor alumno en el peor de los empleos posibles
y la bala sale del cuerpo y da en otro
mientras un cura se pone entre los hombres
ándate a la mierda si no sabes escuchar
les grita como un terremoto al pasar bajo tierra
fue en Santiago la misma ciudad donde ejercí de profe
esa bala pudo ser mía tuya o de un estudiante
o del último espécimen de un animal que cae lento
con todo su pellejo el hocico roto
allanan su casa el rocío avanza.



IX

Aunque no pudiera y puedo pero me canso
de estar y sentir la época de las máquinas inútiles
tú y yo entramos al bar de las viejas utopías donde los fantasmas
saludan a los que han perdido la luz para allegarse
sillas unas sobre otras el escenario desmantelado de vino y soda
me explicas este es aún un barrio en combate
del que yo crecí poco queda solo el peladero de atrás
antes los tordos se pasaban a masticar la tarde
hoy toda una vida de clase media se desenlaza
las campanas repiquetean y su sonido da en la estación
ese año que estuve cesante estudié las ventanas de los trenes
creyéndolas una especie de pantalla o proyección de algo lejano
la realidad es la única película que nos quita el sueño
la humedad de los cuerpos trabajados es la primera escena
la segunda el descascararse de la pintura del viejo emporio
a Valparaíso lo quisieron sacrificar como un perro
la tercera es el perro vomitando sangre y pedazos de vidrio
por la mañana la ciudad yace limpia el orín se evapora de las murallas
aunque nosotros hemos entrado a ese bar a conseguir cerveza
los hombres hablan sobre la forma en que me revolviste el pelo
en una cajita de metal tienes cartas del tarot
pero es muy temprano para hablar de la piel
y los viejos se han ido a sus casas a besar la espalda de sus mujeres
la tuya está poblada de lunares que me doy el trabajo de unir
parece una noche en Valparaíso la noche en Valparaíso es un cerro invertido
mi abuela lo dijo una vez mientras cruzábamos la bahía
ellos estuvieron por sesenta años juntos hasta someter cada uno el corazón del otro
¿Es aún posible que las personas desaparezcan así en el otro?
mis viejos se conocieron tras treinta años de casados
los cuerpos son sometidos a ideas
los fantasmas sobrevuelan el antiguo valor de las cosas
en el Tai chi hay un primer movimiento para reconocer que la energía es una
del aire hasta los pies y eres uno y todo y el todo avanza dentro de ti para ser conducido.



X

Pequeña Jeanne de Montreal este gesto se ha vuelto inútil
las casas se han vaciado y un bosque crece dentro de ellas
entre los visillos se asoma un zorro levantando polvo hacia la luz
y aunque se acumulen estas imágenes unas sobre otras
no podrían dibujar el lugar de nuestra nostalgia
ahora mismo tú podrías llegar de una fiesta
decodificar los signos para despertar en el mejor de los mundos posibles
solo así llegaríamos a entender que esto no es ni un tren ni tú una figura de porcelana
extrañamente desaparecen las tiendas de revelado
nuestros recuerdos cada vez más intangibles
y mientras pensamos en esto un grupo de máquinas crea una ciudad
levantan tierra redirigen el curso del río
las fuentes de energía son instaladas en un punto visible
se asfalta un camino llueve los obreros mojan sus overoles
en su casa un hombre mueve las manos imitando las corrientes subterráneas
las cortinas se sacuden al viento y con el tiempo ha aprendido a quedarse solo
es lo que todos debiéramos de llegar a aprender
robar el dinero al dinero que debíamos
sentarse sobre el pasto a ver los últimos enjambres
porque Jeanne llegó la hora que te deje aquí y no le dé más vueltas al asunto
arriba del tren están tus maletas
tratas de acomodar en tus bolsillos un montón de cosas que no sirven para nada
no puedo despedirme sino como alguien que ya antes arruinó otras cosas que no
sirven para nada
ya antes destruimos los bosques y ciudades que crecían dentro de otros
nunca nos prometimos Buenos Aires
y sin embargo ella me esperó unas cuantas veces después del trabajo
están todos los tratos cerrados Jeanne
Montreal entenderá tu ausencia
hay algo bello y terrible en el desarmarse de un diente de dragón
mañana habrá algo que reemplace lo que existió y no nos percataremos
ahora cierra los ojos y piensa que estás nuevamente en casa
ningún objeto o punto está dispuesto a su destrucción definitiva
que los tordos se apoyan en el muro saltando sobre las cañas
el mundo se imita a sí mismo cuando se abre una llave y el agua corre
una escusa para decir un puñado de cosas sobre un plano.









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