lunes, 6 de abril de 2015

JOSÉ OVEJERO [15.408]


José Ovejero 

(Madrid, 1958) vive entre Madrid y Bruselas, donde combina su pasión por la literatura con las colaboraciones periodísticas. 

Desde que ganara el Premio Ciudad de Irún 1993 con su poemario Biografía del explorador, ha cultivado todos los géneros, siendo reseñable su libro de viajes China para hipocondríacos (Alfaguara, 2013), merecedor del Premio Grandes Viajeros 1998; y su novela Las vidas ajenas, ganadora del Premio Primavera 2005. Desde su primer galardón hasta el último, el autor ha continuado cultivando el género narrativo, con novelas como Añoranza del héroe (Alfaguara, 2013), Huir de Palermo, Un mal año para Miki, Nunca pasa nada (Alfaguara, 2007) y La comedia salvaje (Alfaguara, 2009) — que obtuvo el Premio Ramón Gómez de la Serna 2010—, con libros de relatos como Cuentos para salvarnos a todos, Qué raros son los hombres y Mujeres que viajan solas (Alfaguara, 2013) y con ensayos como La ética de la crueldad (Premio Anagrama de Ensayo 2012) y Escritores delincuentes (Alfaguara, 2011), el libro de poemas «Nueva Guía del Museo del Prado», 2012. La invención del amor, que ahora publica Alfaguara, ha sido galardonada con el XVI Premio Alfaguara de Novela 2013. 




del libro de poemas «Nueva Guía del Museo del Prado», 2012



La incredulidad de Santo Tomás

SOBRE EL CUADRO DE MATTHIAS STOM

Porque sabes que la carne engaña menos que la voz
bienaventurado;
porque necesitas hurgar en la herida,
tocar el cuerpo para saber que es cuerpo
bienaventurado;
porque no te basta la palabra de ningún dios
bienaventurado;
porque humildemente alargas la mano, palpas,
hueles, examinas,
antes de asentir con la cabeza
bienaventurado;
porque no temes al ridículo de quien desciende
a los detalles,
bienaventurado.
Patrono de los incrédulos,
de los que dudan,
de los que fruncen el ceño,
de los que desconfían de milagros y apoteosis,
Tomás, eres el único santo
ante el que me inclino.




El tránsito de la Virgen (Andrea Mantegna)

Cuando yo muera, desearía que fuese así.
Mis amigos, la gente a la que quiero,
en derredor,
conversando de sus cosas,
sin prestarme mucha atención,
que se limiten a estar,
que no llore ninguno, tan solo
de vez en cuando, en medio de una frase
que alguien
me mire y se diga
está muerto,
ya nada será igual,
no hay camino de regreso,
(al fondo, por la ventana,
una laguna, o el mar, menor aún
los tejados de Madrid)
y roce una de mis manos
con la suya
y no le asuste mi frialdad
y me sonría 
y me olvide
y vaya en paz.






Los Hijos del Pintor Mariano y María Luisa en el Salón Japonés. 
Mariano Fortuny Marsal, 1874
Museo del Prado, Madrid



                                                     Cuatro Tankas

Al calor del sol
quietas las mariposas 
de seda y oro.
La niñez es un sueño,
atardece el recuerdo.


Sus cuerpos blancos
aprenderán un día
la lengua de la carne.
Pero la niña
ya se mira al espejo.


Pinta la infancia
la mirada del padre
La luz y el silencio
en sus pinceles,
que soslayan las sombras.


La muerte deja
inacabado el cuadro.
Los retoques que faltan
los dan los niños
mientras van creciendo.




FUSILAMIENTO DE TORRIJOS Y SUS COMPAÑEROS EN LAS PLAYAS DE MÁLAGA -detalle- Gisbert Pérez, Antonio- 


Una mano, abajo, uno de esos detalles
que molestarían a un fotógrafo. Una mano
en el suelo
que apenas consigue entrar en el cuadro. 
Arriba están los héroes, casi todos
con nombres y apellidos, los protagonistas
de la Historia. Abajo
una mano y un sombreo caído: quizá
pertenecía al muerto, quizá el viento jugó
a componer la imagen.

Una mano es cualquiera, 
no tiene rostro ni aventuras
que contar. Una mano podrías ser tú,
podrías ser yo si me atreviese
a ser su dueño. Una mano es cada uno de los muertos,
pertenece al cadáver de todos
los que se han rebelado,
aquellos que se olvidan
porque nadie les quiso pintar
una cara,
un gesto,
un cuerpo a punto de derrumbarse.






SATURNO DEVORANDO A UN HIJO –Rubens, Pedro Pablo- 

Viejo repugnante que muestras la guadaña
pero matas con los dientes.
Anciano ansioso e implacable.
No me extraña que te identificaran con el tiempo
pues como el tiempo matas
todo lo que nace.
Ya sé, nada habría más cruel
que dejarnos vivir para siempre,
sustituir la incertidumbre por el tedio.
¿Pero era necesaria tanta saña?
¿No hay anestesia para tu mordedura?
Devoras uno por uno a tus hijos,
les hincas los dientes en el pecho
y no pareces sufrir
con su llanto.
En Cartago se inmolaban niños
en tu honor –aunque con otro nombre-
mientras tocaban flautas y tambores
para disimular los gritos.
¿Tú que oyes mientras muerdes? ¿Oyes 
la súplica y el lamento,
el último estertor, o sólo escuchas
una voz susurrando que tu hijo
te quitará el trono?
No eres tú
el solo protagonista de la historia.
La víctima exige sus derechos.
Rubens no pinta, como Goya, un mero despojo
que se olvida porque todo lo abarcan
los ojos alucinados del verdugo.
Aquí el llanto del niño,
aquí la carne tierna que se rompe,
aquí la torsión del cuerpo,
aquí la boca abierta y los ojos vueltos
hacia la madre ausente,
            (¿dónde está, se tapa los oídos
            para testimoniar más tarde
            que ella no sabía nada?)
aquí el escándalo de haber nacido
para este horror.
eres solo la carne fofa y la boca ávida,
los cabellos grises y ralos,
tus pies de anciano,
tus arrugas.

Saturno, también a ti el tiempo
te roe 
las entrañas.





LOT EMBRIAGADO POR SUS HIJAS -Francesco Furini- (de José Ovejero)


Lot embriagado por sus hijas
Francesco Furini
Madrid, Museo del Prado
Ellas en la luz, él en la sombra, 
ellas cuerpos desnudos, él 
vestido, aparentemente 
inocente. 
Son hermosas, para qué negarlo, 
y él podría afirmar que también un padre 
aprecia la belleza 
de sus hijas. 
De ellas sabemos sus motivos, 
él diría en un interrogatorio: 
yo no sabía, había bebido, 
me embriagaron, 
etc. 

Son hermosas, para qué negarlo, 
y para todos son ellas 
las culpables. Lot 
sólo se dejó llevar, como Adán y como Sansón, 
la Biblia está plagada de hombres sin voluntad.
Ellas nos ofrecen la suavidad de sus nalgas, 
unos labios aún no acostumbrados a besar,
pechos que se estremecen sorprendidos y gozosos 
si los tocas; 
él se esconde 
tras una mirada borrosa, imposible saber 
quién dio el primer paso, quién dijo qué, 
quién alargó una mano. Si fue la mirada del padre 
la que incitó a las hijas, si se limitaron a cumplir 
el deseo silencioso. Él, en la penumbra, 
no es ni luz ni oscuridad. A los tibios 
los vomitaré de mi boca.




BODEGÓN DE CAZA, HORTALIZAS Y FRUTAS 

Bodegón de caza, hortalizas y frutas, 1602
Juan Sánchez Cotán
Madrid, Museo del Prado


Aquí la perdiz no es engañosa
ni símbolo de la avaricia, sencillamente cuelga
de un hilo. Y la manzana
no es el pecado; los rábanos
no sugieren falos,
los limones se limitan
humildemente a ser limones. Las zanahorias
no pretenden más
que seguir siendo zanahorias. El cardo
es color, textura, líneas, luz
una forma junto a otras.
Aquí todo es pintura, y las cosas
son las cosas.




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