miércoles, 1 de abril de 2015

HAN YU [15.353] Poeta de China


Han Yu 

(China, 768-824) fue un famoso poeta y ensayista que mantuvo gran influencia en la política y en la literatura a mediados de la Dinastía Tang.

En la historia de la literatura china, Han Yu llevó adelante la reforma de la prosa conocida como el "movimiento de prosa clásica", guiando a los escritores de regreso a la prosa clásica china, centrándose así en el contenido y en la claridad en detrimento de la vanidad popular de aquel entonces.

Han Yu era un hombre culto, franco, amistoso y apasionado, que ganó amplio apoyo en el círculo de la literatura. Bajo su perseverante esfuerzo, el estilo de literatura fue desplazado gradualmente por la prosa clásica.

Debido a su personalidad franca y abierta, su carrera en la corte imperial fue muy turbulenta y su relación con los poderosos eunucos y con los oficiales imperiales frecuentemente se tornaba tensa.

En aquel tiempo,  el budismo y el daoísmo eran muy populares. El emperador consideró que la nación podría ser bendecida con paz y prosperidad si la falange del Buda (hueso del dedo de Sakyamuni) fuese trasladado regularmente para ceremonias de adoración en la corte imperial, a pesar que dicha empresa implicaría un alto costo.

Al respecto, Han escribió una carta al emperador criticando los fastuosos gastos de la adoración a la falange. Dicha carta enfureció al emperador, y como resultado Han inmediatamente fue degradado a un área remota y desolada.

El poema que escribió a su sobrino, quien lo despidió el tormentoso día de su partida, se convirtió en un clásico. El significado del poema se explica como sigue:




Esta mañana estuve camino a la corte imperial para presentar mi opinión al emperador.

Ahora, todavía antes del anochecer, estoy en mi exilio en un lugar desolado a miles de kilómetros de la capital.

Arriesgando mi vida, di un paso al frente dando mi opinión honesta al emperador por el mejor interés de nuestra dinastía.

Nubes ocultaron el camino delante de las montañas, mientras la tormenta de nieve detenía el avance de mi caballo.

Mi sobrino, quien me acompañó en el camino para decirme adiós, al menos podría traer mis huesos de regreso a casa, si muero por los vapores malsanos cerca al río.






Durante sus años de vida, Han Yu abogó por un "grito por la justicia" y apoyó públicamente a los escritores para que plasmaran en sus obras un registro de injusticia social.

Desde su punto de vista, la moralidad y la emoción de los escritores debe reflejarse plenamente en sus obras y en las experiencias personales de los autores. En otras palabras, un buen artículo refleja la buena moral del autor. Esto se conoce como "el espíritu de los artículos es como el de los escritores”.



Las rocas de la montaña

Una senda abrupta serpea
por entre las rocas de la montaña.
Al caer el crepúsculo,
llego al antiguo templo silencioso,
en que revolotean murciélagos.
Me siento en las escaleras
del salón principal.
Ha cesado la lluvia,
y el aire rebosa de frescura.
Se mecen anchas hojas de plátanos.
Lucen radiantes botones de la gardenia.
El monje elogia los frescos budistas
y me aconseja que los visite.
A la débil luz de unas velas,
los contemplo. Borrosos,
apenas se distinguen.
Luego me prepara el lecho,
desenrollando una estera.
Me sirve arroz y sopa,
que, siendo magra y frugal,
es abundante y me quita el hambre.
Reposo en la noche obscura
y en un silencio absoluto:
Todos los insectos descansan.
Una clara luna surge de la sierra,
arrojando sus rayos plateados
sobre la puerta y las ventanas.
Al alba continúo solo
mi camino sin camino.
La senda, velada por brumas,
ora aparece, ora se evapora;
unas veces sube, y otras desciende.
La montaña, cubierta de flores,
se viste de rojo, matizada
de verde de unas cascadas.
De trecho en trecho se yerguen
robustos pinos y robles.
He llegado a un arroyo, y lo vadeo
con los pies descalzos
por encima de las piedras.
Cantan aguas saltarinas.
La brisa me acaricia,
abriéndome la túnica.
¡Qué feliz será vivir así!
¿Por qué hemos de estar a merced de otros,
como caballos sujetos con bridas?
Quisiera decir a mis amigos:
¡Pasemos la vejez aquí,
sin hablar jamás de regreso!

Han Yu,  incluido en Poesía clásica china (Ediciones Cátedra, Madrid, 2002, ed. y trad. de Guojian Chen).




Todo resuena cuando se rompe el equilibrio.
Las yerbas son silenciosas, 
pero si el viento las agita, silban. 
El agua calla, 
pero si el aire la mueve, repica; 
las olas mugen: algo las oprime; 
la cascada se precipita: le falta suelo; 
el lago hierve: algo lo calienta. 
Son mudos los metales y las piedras, 
pero si algo los golpea, rechinan. 
Así el hombre. 
Si habla, es que no puede contenerse; 
si se emociona, canta; 
si sufre, se lamenta. 
Todo lo que sale de su boca 
se debe a una rotura... 
Cuando el equilibrio se fragmenta, 
el cielo escoge entre los hombres 
aquellos más sensibles y los hace hablar.




El viejo

El sendero está cubierto por las hojas
que arrancó el viento del Oeste.
Una ventana cubierta por libros
bajo el sol que se pone.

Soy un viejo y no me gusta escarbar
en los asuntos de los demás.
Hace mucho frío y no salgo de mi casa. 




La Palangana

Ser viejo es regresar y yo he vuelto a ser niño.
Eché un poco de agua en una palangana
Y oí toda la noche el croar de las ranas
Como, cuando muchacho, pescaba yo en Fang-Kúo.

Palangana de barro, estanque verdadero:
El renuevo del loto es ya una flor completa.
No olvides visitarme una tarde de lluvia:
Oirás, sobre las hojas, el chaschás de las gotas.

O ven una mañana: mirarás en las aguas
Peces como burbujas que avanzan en escuadra,
Bichos tan diminutos que carecen de nombre.
Un instante aparecen y otro desaparecen.

Un rumor en las sombras, círculo verdinegro,
Inventa rocas, yerbas y unas aguas dormidas.
Una noche cualquiera ven a verlas conmigo,
Vas a oír a las ranas, vas a oír al silencio.

Toda la paz del cielo cabe en mi palangana.
Pero, si lo deseo, provoco un oleaje.
Cuando la noche crece y se ha ido la luna
¡cuántas estrellas bajan a nadar en sus aguas!






Una avenida cubierta de hojas arrancadas por el viento del Oeste, 
una ventana medio escondida por los libros bajo el sol de Poniente. 
Soy viejo, temo mezclarme cen los asuntos de los hombres. 
El tiempo es frío, no salgo de mi casa.







Centellea la montaña esmaltada de flores; las 
nitidas cascadas se tiñen de un suavísimo azul, 
en la exacta armonía de los colores yuxtapuestos. 
De trecho en trecho, nos salen al camino pinos y encinas de robustos troncos y soberanas copas. 
De piedra en piedra, franqueo los torrentes; cantan 
las aguas saltarinas, y por la abertura de mi 
túnica recibo la caricia tibia de la brisa. 
¡Oh, qué felicidad pasar así toda la vida! ¿Por qué, 
pues, inclinarse ante los demás hombres y 
seguirlos? ¡Ah, si fuéramos dos o tres compañeros 
para permanecer aquí hasta la vejez, sin 
hablar nunca de retorno! 












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