domingo, 24 de marzo de 2013

DÁMASO ALONSO [9532]



Dámaso Alonso
Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas (Madrid, 22 de octubre 1898 – 25 de enero 1990) fue un literato y filólogo español, miembro de la Real Academia de la Historia y Premio Miguel de Cervantes 1978.

Dámaso Alonso nació en Madrid y pasó su infancia en La Felguera (Asturias). Estudió en Madrid con los jesuitas de Chamartín. Se le considera miembro de la Generación del 27, también se le suele encuadrar dentro de la primera generación de la posguerra. Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, se formó en el Centro de Estudios Históricos dirigido por Ramón Menéndez Pidal y tomó parte activa en las actividades de la Residencia de Estudiantes dirigida por el krausista Alberto Jiménez Fraud. Allí conoció a Federico García Lorca, a Luis Buñuel, a Pepín Bello y a Salvador Dalí; también conocerá en 1917 durante su veraneo en Las Navas del Marqués al que será su gran amigo, Vicente Aleixandre, al que hizo conocer el mundo de la poesía paseando por los maravillosos pinares de este pueblo y con el que convivirá en la España franquista. Colaboró en la Revista de Occidente y en Los Cuatro Vientos, y reivindicó la segunda etapa, la culterana, de la poesía de Luis de Góngora elaborando para explicarla una gran teoría de la expresión poética denominada Estilística. Hizo una edición crítica de las Soledades (1927) de este poeta, acompañada de una paráfrasis explicativa del mismo. Más tarde publicaría otras ediciones y estudios sobre este autor. Enseñó en Oxford dos años y luego, a partir de 1933, fue catedrático de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Valencia. Tras la guerra civil fue depurado sin sanción y en 1941 obtuvo la cátedra de Filología Románica en la Universidad de Madrid; en esta última formó, entre otros importantes discípulos, a Fernando Lázaro Carreter. En 1948 fue elegido miembro de la Real Academia de la Historia. Fue nombrado miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua el 29 de junio de 1973. También recibió el Premio Cervantes en 1978. Murió de una gripe en 1990. Fue director de la Real Academia Española sucediendo a Ramón Menéndez Pidal.

Dámaso Alonso, poeta

Se clasifica como poesía pura de inspiración juanramoniana a su libro Poemas puros, poemillas de la ciudad (1924). A partir de 1939, el gran aldabonazo de la Guerra Civil y de la no menos desesperada posguerra le conmueven profundamente y publica su obra más importante, Hijos de la ira (1944; segunda edición corregida y aumentada en 1946) donde, inspirándose en el procedimiento estilístico del paralelismo progresivo presente en la poesía bíblica de los salmos penitenciales y en la filosofía existencialista de posguerra, expresa una visión desgarrada y sombría de la condición humana, utilizando largos versículos y un lenguaje violento que da cabida al léxico vulgar y malsonante. Acusa, maldice y protesta el grotesco espectáculo del mundo, inmerso entonces en una terrible guerra global.
Siguieron a esta obra señera, que inaugura e inspira la llamada Poesía desarraigada (junto a Sombra del paraíso de su amigo Vicente Aleixandre), Hombre y Dios (1955) y Oscura noticia (1959), dos líricos libros de poesía desarraigada de muy personal religiosidad. El título del último procede de San Juan de la Cruz: «La noticia que te infunde Dios, es oscura». Se deja notar una impronta existencialista y es visible la influencia de James Joyce, cuya novela Retrato del artista adolescente había traducido Alonso bajo el anagramático seudónimo de Alfonso Donado en 1926. En esta temática religiosa su última incursión es Duda y amor sobre el Ser Supremo (1985).

Su labor como filólogo y editor

A esta etapa corresponde también su importante labor filológica, fundamentalmente dentro del campo de la estilística, representada por los siguientes estudios: La poesía de San Juan de la Cruz (1942), Poesía española: Ensayo de métodos y límites estilísticos (1950) y Estudios y ensayos gongorinos (1955). Sus obras completas han sido editadas en diez tomos por la Editorial Gredos.
Fundó la colección Biblioteca Románica Hispánica dentro de la Editorial Gredos y fue director de la Revista de Filología Española. Como director de la Real Academia Española de la Lengua procuró unir en un trabajo común a las restantes academias americanas de la lengua, a fin de evitar o retrasar la temida fragmentación lingüística del idioma. Su amplísima biblioteca especializada fue donada a su muerte a la Real Academia Española (RAE).

Bibliografía poética

Poemas puros. Poemillas de la ciudad, M., Galatea, 1921.
El viento y el verso, M., Sí. Boletín Bello Español del Andaluz Universal, 1925.
Hijos de la ira. Diario íntimo, M., Revista de Occidente, 1944 (2ª edic. ampliada, Bs. As., Espasa-Calpe, 1946).
Oscura noticia, M., Col. Adonais, 1944.
Hombre y Dios, Málaga, El Arroyo de los Ángeles, 1955.
Tres sonetos sobre la lengua castellana, M., Gredos, 1958.
Poemas escogidos, M., Gredos, 1969 (Contiene poemas no recogidos en libro).
Gozos de la vista. Poemas puros. Poemillas de la ciudad. Otros poemas, M., Espasa-Calpe, 1981.
Antología de nuestro monstruoso mundo. Duda y amor sobre el Ser Supremo, M., Cátedra, 1985.
Álbum. Versos de juventud, B., Tusquets, 1993 (Edición de Alejandro Duque Amusco y María-Jesús Velo. Con Vicente Aleixandre y otros).
Verso y prosa literaria, Madrid, Gredos, 1993 (Obras completas, volumen X).

Bibliografía filológica

Con el seudónimo Alfonso Donado, traducción de James Joyce, Retrato del artista adolescente, (1926).
Edición crítica de las Soledades de Luis de Góngora, (1927).
La lengua poética de Góngora (1935).
La Poesía de San Juan de la Cruz (1942).
Poesía española: Ensayo de métodos y límites estilísticos (1950).
Poetas españoles contemporáneos (1952).
Estudios y ensayos gongorinos (1955).
De los siglos oscuros al de Oro (1958).
Góngora y el Polifemo (1960).
Cancionero y romancero español (1969).
En torno a Lope (1972).





A los que van a nacer

¡Cuán cerca todavía
de las manos de Dios! ¿Sentís su aliento
rugir entre los cedros del Levante?
¿Hay en vuestras pupilas rabos de oro,
vedijitas, aún, incandescentes,
de la gran lumbrarada creadora?
¿O fraguasteis, tal vez, en su sonrisa
-sonrisillas de Dios, niños dormidos-
y juerga en vuestras salas,
niño eternal, gran inventor de juegos?
Oh, vosotros le veis, seres profundos,
y saltáis en el vientre de la madre.

¿Qué peces de colores
os surcan aguas del dorado sueño?
¿Qué divinos esquifes
-juguetes sin engaño-
cruzan el día albar de vuestro cauce?
¿De qué extraña ladera
son esas pedrezuelas diminutas
que bullen al manar de vuestras aguas?
Oh fuentes silenciosas.
Oh soterradas fuentes
de los enormes ríos de la vida.

Seréis torrente en furia
que va a rodar al páramo. Seréis
indagación y grito sin respuesta.
Ay, guardad esta luz estremecida.
Ay, refrenad el agua,
volved al centro exacto.
Ay de vosotros.

... Ay de estos cieguecitos
de leche no cuajada,
de tierna pulpa vegetal, dormida.
Ay, copos de manteca,
que hacia el mercado vais –de sus ordeños
modelados por Dios, aún en su música,
con las gotas aún de su rocío-
entre las verdes hojas de los úteros.







Amor

¡Primavera feroz! Va mi ternura 
por las más hondas venas derramada, 
fresco hontanar, y furia desvelada, 
que a extenuante pasmo se apresura.

¡Oh qué acezar, qué hervir, oh, qué premura 
de hallar, en la colina clausurada, 
la llaga roja de la cueva helada, 
y su cura más dulce, en la locura!

¡Monstruo fugaz, espanto de mi vida, 
rayo sin luz, oh tú, mi primavera, 
mi alimaña feroz, mi arcángel fuerte!

¿Hacia qué hondón sombrío me convida, 
desplegada y astral, tu cabellera? 
¡Amor. amor, principio de la muerte!







¡Ay, terca niña!...

¡Ay, terca niña!
Le dices que no al viento,
a la niebla y al agua:
rajas al viento,
partes la niebla,
hiendes el agua.
Te niegas a la luz profundamente:
la rechazas,
ya teñida de ti: verde, amarilla,
- vencida ya -  gris, roja, plata.

Y celas de la noche,
la ardua
noche de horror de tus entrañas sordas.

Cuando la mano intenta poseerte,
siente la piel tus límites:
la muralla, la cava
de tu enemiga fe, siempre en alerta.

Nombre te puse, te marcó mi hierro,
«cáliz», «brida», «clavel», «cenefa», «pluma»...
(Era tu sombra lo que aprisionaba.)
Al interior sentido
convoqué contra ti. Y, oh burladora,
te deshiciste en forma y en color,
en peso o en fragancia.
¡Nunca tú: tú, caudal, tú, inaprehensible!

¡Ay, niña terca.
Ay, voluntad del ser, presencia hostil,
límite frío a nuestro amor! ¡Ay turbia
bestezuela de sombra,
que palpitas ahora entre mis dedos,
que repites ahora entre mis dedos
tu dura negativa de alimaña.







Burla

Por las praderas hondas,
avizor y azoradas
-oh ciervas en huída-
las ideas se escapan 

con tan ligeros pies,
que si se abate el rayo,
raptor del alto cielo,
no encuentra más que campo: 

paréntesis de cauce,
asomos de colina,
árbol agudo, huella
de pie veloz: sonrisa.







Ciencia de amor

No sé. Sólo me llega, en el venero
de tus ojos, la lóbrega noticia
de dios; sólo en tus labios, la caricia
de un mundo en mies, de un celestial granero.

¿Eres limpio cristal, o ventisquero
destructor? No, no sé... De esta delicia,
yo sólo sé su cósmica avaricia,
el sideral latir con que te quiero.

yo no sé si eres muerte o eres vida,
si toco rosa en ti, si toco estrella,
si llamo a Dios o a ti cuando te llamo.

Junco en el agua o sorda piedra herida,
sólo sé que la tarde es ancha y bella,
sólo sé que soy hombre y que te amo.







¿Cómo era?

                      ¿Cómo era Dios mío, cómo era?
                                           Juan Ramón Jiménez

La puerta franca.
                        Vino queda y suave. 
Ni materia ni espíritu. Traía 
una ligera inclinación de nave 
y una luz matinal de claro día.

No era de ritmo, no era de armonía 
ni de color. El corazón la sabe, 
pero decir cómo era no podría 
porque no es forma, ni en la forma cabe.

Lengua, barro mortal, cincel inepto 
deja la flor intacta del concepto 
en esta clara noche de mi boda,

y canta mansamente, humildemente, 
la sensación, la sombra, el accidente, 
mientras Ella me llena el alma toda.








Destrucción inminente

¿Te quebraré, varita de avellano, 
te quebraré quizás? ¡Oh tierna vida, 
ciega pasión en verde hervor nacida, 
tú, frágil ser que oprimo con mi mano!

Un chispazo fugaz, sólo un liviano 
crujir en dulce pulpa estremecida, 
y aprenderás, oh rama desvalida, 
cuánto pudo la muerte en un verano.

Mas, no; te dejaré... Juega en el viento, 
hasta que pierdas, al otoño agudo, 
tu verde frenesí, hoja tras hoja.

Dame otoño también, Señor, que siento 
no sé qué hondo crujir, qué espanto mudo.
Detén, oh Dios, tu llamarada roja.








Dolor

Hacia la madrugada
me despertó de un sueño dulce
un súbito dolor,
un estilete
en el tercer espacio intercostal derecho.

Fino, fino,
iba creciendo y en largos arcos se irradiaba.
Proyectaba raíces, que, invasoras,
se hincaban en la carne,
desviaban, crujiendo, los tendones,
perforaban, sin astillar, los obstinados huesos,
                                                     durísimos
y de él surgía todo un cielo de ramas
oscilantes y aéreas,
como un sauce juvenil bajo el viento,
ahora iluminado, ahora torvo,
según los galgos-nubes galopan sobre el campo
en la mañana primaveral.

Sí, sí, todo mi cuerpo era como un sauce abrileño,
como un sutil dibujo,
como un sauce temblón, todo delgada tracería,
largas ramas eléctricas,
que entrechocaban con descargas breves,
entrelazándose, disgregándose,
para fundirse en nódulos o abrirse
en abanico.

¡Ay!
Yo, acurrucado junto a mi dolor,
era igual que un niñito de seis años
que contemplara absorto
a su hermano menor, recién nacido,
y de pronto le viera
crecer, crecer, crecer,
hacerse adulto, crecer
y convertirse en un gigante,
crecer, pujar, y ser ya cual los montes,
pujar, pujar, y ser como la vía láctea,
pero de fuego,
crecer aún, aún,
ay, crecer siempre.
Y yo era un niño de seis años
acurrucado en sombra junto a un gigante cósmico.

Y fue como un incendio,
como si mis huesos ardieran,
como si la médula de mis huesos chorreara fundida,
como si mi conciencia se estuviera abrasando,
y abrasándose, aniquilándose,
aún incesantemente
se repusiera su materia combustible.

Fuera, había formas no ardientes,
lentas y sigilosas,
frías:
minutos, siglos, eras:
el tiempo.
Nada más: el tiempo frío, y junto a él un incendio
universal, inextinguible.

Y rodaba, rodaba el frío tiempo, el impiadoso tiempo
                                                              sin cesar,
mientras ardía con virutas de llamas,
con largas serpientes de azufre,
con terribles silbidos y crujidos,
siempre,
mi gran hoguera.
Ah, mi conciencia ardía en frenesí,
ardía en la noche,
soltando un río líquido y metálico
de fuego,
como los altos hornos
que no se apagan nunca,
nacidos para arder, para arder siempre.







El indiferente

Batientes en sus goznes,
de tierra aún, los sueños,
en tanto desamparo,
los ojos dan, abiertos, 

a esquilas amorosas,
resabios de ganado,
que aun tiemblan si es que gime
al cobijo del álamo. 

Del álamo implacable,
pastor sutil del viento,
a esquilas de estos sotos
-¡belleza suya!- ciego.  







En la sombra

Sí: tú me buscas.

A veces en la noche yo te siento a mi lado,
que me acechas,
que me quieres palpar,
y el alma se me agita con el terror y el sueño,
como una cabritilla, amarrada a una estaca,
que ha sentido la onda sigilosa del tigre
y el fallido zarpazo que no incendió la carne,
que se extinguió en el aire oscuro.

Sí: tú me buscas.

Tú me oteas, escucho tu jadear caliente,
tu revolver de bestia que se hiere en los troncos,
siento en la sombra
tu inmensa mole blanca, sin ojos, que voltea
igual que un iceberg que sin rumor se invierte en el
agua salobre.

Sí: me buscas.
Torpemente, furiosamente lleno de amor me buscas.

No me digas que no. No, no me digas
que soy náufrago solo
como esos que de súbito han visto las tinieblas
rasgadas por la brasa de luz de un gran navío,
y el corazón les puja de gozo y de esperanza.
Pero el resuello enorme
pasó, rozó lentísimo, y se alejó en la noche,
indiferente y sordo.

Dime, di que me buscas.
Tengo miedo de ser náufrago solitario,
miedo de que me ignores
como al náufrago ignoran los vientos que le baten,
las nebulosas últimas, que, sin ver, le contemplan.








¿Existes? ¿No existes?

I
¿Estás? ¿No estás? Lo ignoro; sí, lo ignoro.
Que estés, yo lo deseo intensamente.
Yo lo pido, lo rezo. ¿A quién? No sé
¿A quién? ¿a quién? Problema es infinito.

¿A ti? ¿Pues cómo, si no sé si existes?
Te estoy amando, sin poder saberlo.
Simple, te estoy rezando; y sólo flota
en mi mente un enorme  «Nada»  absurdo.

Si es que tú no eres, ¿qué podrás decirme?
¡Ah!, me toca ignorar, no hay día claro;
la pregunta se hereda, noche a noche:
mi sueño es desear, buscar sin nada.

Me lo rezo a mi mismo: busco, busco.
Vana ilusión buscar tu gran belleza.
Siempre necio creer en mi cerebro:
no me llega más dato que la duda.

¿Quizá tú eres visible? ¿O quizá sólo
serás visible, a inmensidad soberbia?
¿Serás quizá materia al infinito,
de cósmica sustancia difundida?

¿Hallaré tu existir si intento, atónito,
encontrarte a mi ver, o en lejanía?
La mayor amplitud, cual ser inmenso,
buscaré donde el mundo me responda.

II
¿Pedir sólo lo inmenso conocido?
¿Pedir o preguntar al Universo?
No al universo de la tierra nuestra,
bajo, insensible, monstruoso, duro;

sí al Universo enorme, ya sin límites,
con planetas, los astros, las galaxias:
tal un dios material, flotando luces
en billones de años, sin fronteras.

Allí hay humanidades infinitas;
las llamo tal, mas son de extrañas formas:
nada igual a los hombres de esta tierra,
que aquí lloramos nuestra vida inmunda.

¡Extremado universo, inmenso, hermoso!
Con eterna amplitud, materias cósmicas,
avanzan infinitas las galaxias,
nebulosas: son gas, sólidas, líquidas.

III
Inmensidad, cierto es.
                               Mas yo no quiero
inmensidad-materia; otra es la mía,
inmateria que exista ( ¡ay, si no existe! ),
eterna, de omnisciencia, omnipotente.

No material, ¿pues que? Te llamo espíritu
( porque en mi vida espíritu es lo sumo ).
Yo ignoro si es que existes; y si espíritu.
Yo, sin saber, te adoro, te deseo.

esto es máximo amor; mi amor te inunda;
el alma se me irradia en adorarte;
mi vida es tuya sólo ( ¿ya no dudo? ).
Amor, no sé si existes. Tuyo, te amo.







Gota pequeña, mi dolor...

Gota pequeña, mi dolor. 
La tiré al mar. 
                          Al hondo mar. 
Luego me dije: ¡A tu sabor 
ya puedes navegar!

Más me perdió la poca fe... 
                                         La poca fe 
de mi cantar. 
Entre onda y cielo naufragué.

Y era un dolor inmenso el mar.







Gozo del tacto

Estoy vivo y toco
Toco, toco, toco.
Y no, no estoy loco.

Hombre, toca, toca
lo que te provoca:
seno, pluma, roca,

pues mañana es cierto
que ya estarás muerto,
tieso, hinchado, yerto.

Toca, toca, toca,
¡qué alegría loca!
Toca. Toca. Toca.







Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres 
                                                       (según las últimas estadísticas). 
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo 
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, 
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, 
o fluir blandamente la luz de la luna. 
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, 
ladrando como un perro enfurecido, 
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. 
Y paso largas horas preguntándole a Dios, 
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, 
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad 
                                                                                             de Madrid, 
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. 
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? 
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, 
las tristes azucenas letales de tus noches?







Lucía

Lucía es rubia y pálida. Sus quietas
pupilas de princesa vagamente
miran hacia el ocaso, y en su frente
se muere una ilusión. Las violetas

de sus grandes ojeras melancólicas
parece que presienten el intenso
olor del camposanto y el incienso
de preces funerarias y católicas.

Sobre su falda tiene un libro abierto...
Mueve el aire los árboles del huerto,
y a la hoja del libro va una hoja

otoñal...

              ( En el libro se refiere
cómo besa una hoja que se muere
a una rosa carnal que se deshoja... )

Qué sutil gracia
tiene tu amor, Amada!

Hoy las rosas eran más rosas
y las palomas blancas, más blancas
y la risa del niño paralítico
del paseo de invierno estaba

suspensa, quieta, azul y diluida
para ti y para mí.

¡Qué sutil gracia
tiene tu amor, Amada!







Madrigal de las once

Desnudas han caído 
las once campanadas.

Picotean la sombra de los árboles 
las gallinas pintadas 
y un enjambre de abejas 
va rezumbando encima.

                                  La mañana 
ha roto su collar desde la torre.

En los troncos, se rascan las cigarras.

Por detrás de la verja del jardín, 
resbala, 
            quieta, 
                        tu sombrilla blanca.







Mujeres

Oh, blancura. ¿Quién puso en nuestras vidas 
de frenéticas bestias abismales 
este claror de luces siderales, 
estas nieves, con sueño enardecidas?

Oh dulces bestezuelas perseguidas. 
Oh terso roce. Oh signos cenitales. 
Oh músicas. Oh llamas. Oh cristales. 
Oh velas altas, de la mar surgidas.

Ay, tímidos fulgores, orto puro, 
quién os trajo a este pecho de hombre duro, 
a este negro fragor de odio y olvido?

Dulces espectros, nubes, flores vanas... 
¡Oh tiernas sombras, vagamente humanas,
tristes mujeres, de aire o de gemido!







Oración por la belleza de una muchacha

Tú le diste esa ardiente simetría 
de los labios, con brasa de tu hondura, 
y en dos enormes cauces de negrura, 
simas de infinitud, luz de tu día;

esos bultos de nieve, que bullía 
al soliviar del lino la tersura, 
y, prodigios de exacta arquitectura, 
dos columnas que cantan tu armonía.

Ay, tú, Señor, le diste esa ladera 
que en un álabe dulce se derrama, 
miel secreta en el humo entredorado.

¿A qué tu poderosa mano espera? 
Mortal belleza eternidad reclama. 
¡Dale la eternidad que le has negado!



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