martes, 5 de mayo de 2015

ANA CLAUDIA DÍAZ [15.865] Poeta de Argentina



ANA CLAUDIA DÍAZ

Ana Claudia Díaz. Nació el 31 de diciembre de 1983 en Santa Teresita, Argentina. Estudió letras en la UNMDP y participó de varios ciclos literarios. Actualmente reside en Buenos Aires, estudia guión de cine y asiste al taller de Romina Freschi. Publicó la plaqueta de poesía Vuelto Vudú (2009), Limbo (2010) en Pájarosló editora y Conspiración de perlas que trasmigran, en Zindo & Gafuri (2013), de donde fueron tomados los textos que publicamos. Poemas suyos fueron publicados en ramona, poetas al volante, las elecciones afectivas y algunos blogs.



Formas de correr

Era como un sueño o como esa película de Franka Potente
y cuando ya era de mañana, me volví a casa
no tengo respuesta sobre dónde es que esperaba encontrarte
me habían dicho cuando salí
que habías empezado a correr
y corrí y corrí yo también
en la excusa de la mirada ajena
las suelas de mis zapatos se desvestían
en cada una de las baldosas
corrí casi durante todo el amanecer
como dos horas seguidas
desde que era de noche.
Hora en que las azucenas se vuelven una madeja
y los bazares están cerrados como para ir a reclamar.



Infancia de topos que emergen del sueño

Cascabeles bajo la lluvia de enero.
Hora del almuerzo. De lo dormido. Un páramo.

Es así
a la hora del almuerzo
los topos amontonan el verano
en piletas brillantes
o lo enrollan en una alfombra
para poder descansar.





El miedo azul

A la orilla
habían asomado las tortugas, inmensas
temiendo que explote el mar
trepaban por la arena, con la agilidad de un niño.




Los blancos

Todo ordenado dispuesto expuesto todo buscando que enganche
que encastre que cierre que cubra los blancos
Celeste Diéguez

Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar, el cometa Halley,
las queridísimas sábanas nevadas, la colección de estampillas.
Y a traer los sudarios.
Marosa Di Giorgio


Y miré al fin. Parecía que lo habían cubierto todo. De ese nácar brillante de néctar. Conspiración de perlas que trasmigran. O inocencia. Mersa. Rellenaron los huecos. Neutros. Los baches. Los valles de la memoria. Los finos filamentos que los unían. Se volvieron espinas para desatinar las sombras. Levanté los ojos, vi la mera y pura desambiguación.

Pregunté indefinidas veces ¿Qué pasa con los blancos? Esos. Espacios inhabitados. Dóciles. Visionarios mundos. Ahí, reflectores quemaron nuestros ojos. Sin sosiego. Jalan de la turbiedad absoluta. Teníamos los rostros pálidos de ausencia del color o su plenitud.

Entonces, todo aquello que se estaba dejando atrás, no era más que las manchas que hace el tiempo en una hoja. La blancura inmediata, intacta que se corrompe en la modestia y hace hoyos en el papel. Sepia. La blandura suave y mansa que de tanta estación varada, de invierno, deja de medir el tiempo en cuántas veces te veo ahí y se ajea. Se aleja.

De Conspiración de perlas que trasmigran (Zindo y Gafuri, 2013)




Lavalle

1.

La ruta, las casas, las vacas, los días viajando
la gente a caballo, las calles de tierra
Lavalle
la costa de los domingos de mi infancia, su ría de ajo
a cuestas
para partir


2.

las ramas para prender el fuego
vos y yo en una pulpería de antes mirando por la ventana
ahora eso es un hotel
juntamos piedras de colores para jugar a la payana
mientras
la nona se sentó al sol
está tejiendo escarabajos en la bufanda que le pedí que me hiciera
para este invierno, verde
que la oye tarareando bajito la tarantela


3.

mamá nos pone un chaleco inflable a cada una
por si nos caemos al agua
la lancha El Delfín estaba guardada en el garaje de los abuelos
la sacamos, la atamos al auto para pasear
como en las películas


4.

desde acá
el mar es invertebradamente inmortal
el musgo que cubre el cemento lo vuelve resbaladizo, pardo
pero ninguna de las dos le tiene miedo al vértigo


5.

papá nos cuenta la historia de estos pagos, el primer puerto
nos habla de lanzas, de dardos, de jaulas de gauchos envenenados
nos dice que estamos en la bahía de Samborombón
ese nombre se queda en mí para siempre
y pienso que es lindo estar ahí
como en una canción
como dentro de un eco


6.

yo de verdad creo
que si me caigo un pulpo gigante y rojo me atrapara para siempre
que el mar es como un pozo
lleno de caimanes y corolas brillantes
de huracanes de olas que arden al sol
y ruedan


7.

encendemos el motor
despegamos
nos deprendemos por un rato de la tierra
hacemos dibujos redondos en el agua, ondas
burbujas, globos
patinamos por el océano en nuestro bote, sin cesar


8.

este suelo de seda, casi desnudo
es el resplandor que veo en tus pupilas que no conocí
en esa foto vieja


9.

cayó la tarde
hace frío ya, nos sale humo de la boca
un astro arrastra un pedacito de cielo
es una estrella fugaz
o una mosca plateada, inmensa, que se arroja desde allá
quien sabe porque, pero pido un deseo
volvemos a la orilla


10.

de vuelta la ruta
tomamos mate, ponemos un cassett
la noche de tan libre es asfixiante, explosiva y serena
te das vuelta, nos miras y decís
nosotros vamos hasta esas luces que se ven allá a lo lejos


11.

me duermo
mi sueño gira sobre las hojas de un girasol
o sobre el lomo del loro que me  hablaba hoy en la panadería
el miedo esta vez no tiene lugar
se va espantado como un simio
se adentra en los arbustos
se convierte en fulgor, en rayo, en tormenta.




El detalle inmenso

Agridulce, hostil, se disgrega el pasado.
Dijiste, a bracear contra corriente.
Remos de bonsái llevaba yo.
Entre las escamas de mariposas que husmean o se pierden
en los matices de las llamas, te encontré
silenciosos flamencos nos miraban a lo lejos, desde la orilla
con peinados raros, como adornos del viento, perplejos
reflejos que se armaban en el agua
y dudé si el infinito no era más que una hilera
de codornices de plata
o de incontables abedules azules que remojan sus pies
justo siempre donde estamos los dos.
Un umbral esmerilado que la lluvia después lava.
O un camino a lo lejos de caracoles estelares
que se quitan la corteza cuando llegan a vos.



Casas de adobe donde parar

El cangrejo que vela con su armadura mi destino
me deja ser una rosa montés que nace
intrépida en el trópico de la razón
se reviste en la luz sonrosada de la aurora austral
infunde sobre nosotros el encuentro.
Comunión que va delante en el tiempo
y precede un paralelo al suelo de mi imaginación
como amparo para guarecerse de las inclemencias sin abrigo
del riesgo que se vierte íntegro, a los puntos cardinales
para desatinar el desuso del corazón.
Tanto y tanto sonido superflúo solo provoca curiosidad
para después volver a la concordia de saber
que donde hay paz, todos cantamos a la vez e imitamos
los acordes de un tero.
Ahí estamos, nosotros, como infantes
coros y ornamentas nos protegieron del recelo insuperable
del alarde áspero que trae consigo
el carbón costero en las mañanas de invierno.
Hay un descubierto cubierto
con manta de alpaca en mis hombros
una secuencia de adornos que hay que arreglar.
Las semillas de la planta de al lado
el crisolito de los arbustos de lino que lo embellece todo.
Y nuestros rostros se secan al aire.



Gorgoteo en el centro de la tierra

Entiendo
las certezas son como piedras que se acomodan en un nido
si se desbarranca el océano brillante
capaz después encuentro
la llanura fértil igual
y el invierno, como rastro de un naufragio




Las orcas

El océano inmenso nos rodea acá para todos los costados. Atlántico sobre el manto. Esta mañana había aparecido una tortuga marina gigante de carey, quedaba solo su caparazón en la orilla que baña mi costa, cuando llegué. El resto del naufragio la trajo hasta acá. A veces las olas son tan altas que tapan el muelle. Yo siempre pienso que iré a abrazarte corriendo cuando venga el maremoto. Seguro lo anuncien en la radio o en algún programa del cable. Y me quedaré ahí con vos, hasta que las aguas lo cubran todo. Si nos agarra de sorpresa, subiremos a los techos y ahí ya no sé, capaz te vea de lejos, con suerte. Desde el mangrullo se ve mejor el mar, se ve más adentro. Pero no más profundo para saber si las placas están chocando o si aquel movimiento pertenece a las orcas que avanzan hacia al sur en bandadas iguales. Cincuenta orcas a lo largo de mi mar. Cincuenta orcas para ver pasar antes de dormir, para contarlas. Sus cantos de noche de sirenas de altamar. La música que tiene la playa, casi como el sonido de adentro del caracol. Pero ahora, cincuenta orcas están nadando sueltas y juntas, sin ninguna red cerca que les atrape la libertad. Sopla fuerte el viento a veces y rompe todo, desde adentro pareciera como si la costa se desarmara en mil fragmentos, retazos del sol que caen como rayos. Yo siempre vuelvo hasta la orilla. Pienso que algún día quizás salga un monstruo marino y me lleve a vivir allí adentro, con ellas al final y sin soltarte la mano.



Lo que va en el río

Y todo es eco.
O todo se dice en otra parte.

Pero nadie nos mostró la superficie. Tanto atardecer y magos y dioses. Tanta gracia pálida genera una frontera. Camalotes que trae el río hasta esta orilla. Arrastrados en todo lo anaranjado que una tarde puede llegar a ser. Cuevas cubiertas de mil malvones violetas o fresias. Laberintos artificiales para confundir a quien se adentra. Y se enreda en todo. Hasta que eso mismo se entienda al derecho y al revés. Igualdad. O resonancia en una caja para prolongar o hacer. Un elástico de inmensidad que corre a trasfondo.



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