lunes, 16 de julio de 2012

7262.- ROQUE ESTEBAN SCARPA


Roque Esteban Scarpa
Roque Esteban Scarpa Straboni (Punta Arenas, 26 de marzo de 1914 - Santiago, 11 de enero de 1995). Fue un crítico literario, académico y literato chileno, hijo de padre ítalo-croata y madre italiana.
Scarpa estudió en el colegio San José (Padres Salesianos). Luego en el liceo fiscal de su ciudad natal. Ejecutivo y soñador, fundó la revista escolar " Germinal" y dirigió el grupo literario " Revelación ". Bachiller a los 15 años, en 1930 se trasladó a Santiago con el propósito de estudiar alguna carrera universitaria, siempre y cuando ésta no fuera pedagogía. Cursó cuatro años de química y farmacia, pero ejerció la docencia escolar y universitaria, esta última, por más de medio siglo.
Se desempeñó como profesor de literatura en la Universidad de Chile y fue un destacado miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Funda en 1943 el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica de Chile. Director de la Biblioteca Nacional de Chile (1967-1971 y 1973-1977).
Tuvo el cargo de crítico literario en los diarios El Mercurio y La Aurora. En España fue condecorado con "La Gran Cruz de Alfonso X, el sabio".
Recibió el Premio Nacional de Literatura Chileno en 1980.

Obras literarias

Dos poetas españoles: Federico García Lorca, Rafael Alberti (1935)
Mortal mantenimiento (1942)
Cancionero de Hammud (1942)
Luz de ayer (poesía 1940-45) (1951)
Thomas Mann. Una personalidad en una obra (1961)
Una mujer nada de tonta (1976)
El árbol deshojado de sonrisas (1977)
No tengo tiempo: (poesía 1976) (1977)
La desterrada en su patria: Gabriela Mistral en Magallanes: 1918-1920 (1977)
El laberinto sin muros (1981)



EMAS

"Elegía Romántica"

¿Cómo eres sin mi amor?
Aquella luz codiciosa de su propia hermosura,
y ese viento o delirio de muy ardiente sangre
y soledad confundida por un amado sueño,
sin mi amor, ya no eres.
Una voz oscura te ciñe la garganta
y arrastra aristas grises esa risa amarilla.
dos alas de niebla son tus párpados dulces.

Mi luz, la sombra aún vista de figuras de fuego,
pero no sueñes alboradas de gaviotas,
no pienses en el caliente rumor
de un jardín de azafrán que ha encendido la tarde.
Sólo existe para siempre un amor que nos hiere
y el gris devora lento la carne de los día.

Como tú, nadie olvida. Las antiguas violetas
escuchan aún caer las blancas lluvias.
Tal en un aire vagan de nostalgia
un color hecho aroma, un prado alzado a ojos,
nube o mirada de una tarde lenta.

Mira: el polvo rehace las violetas
y los inviernos que sueñan las violetas.
Nadie quiere mortajas, nadie pide silencios
en que el esteril yelo queme forma y pupila.
Oye, amor. ¿Me oyes? También el aire sueña
pechos en que morir, porque la sangre aliente.
También el amor muere, mortal mantenimiento,
porque el hombre no olvida su sonrisa de niño.
Oye amor. ¿Me oyes? Nadie como tu olvida.
Destruye el tiempo verde, desuella mi esperanza,
pero vive y existe en el resplandor del día.
Deja que en ti apacienten mis ojos sus heridas,
deja que en ti se muera mi soledad divina.
Oye, amor, esa música que gime la penumbra:
es un río de agujas y un clavel desjojado.
¿Por qué tu nombre suena en esta noche seca
como un río de agujas y un clavel exprimido?

Las lágrimas también se secan: hoy lo he sabido.
Con el amor hay que morir a solas.

En Sangre Ando, Sangrando y Sin Testigo
En Sangre ando, sangrando y sin testigo,
pues el amor que hería mi costado,
que hería y no quería desolado
morir sin mí, más no vivir conmigo,

ese huracán de amor a quien yo sigo
huyendo de su voz y fatigado,
ese silbo de hoz que me ha segado
lo que quiero decir y que no digo,

ese amor que maltrata y no me trata,
ese máscara de ausencia en mi sentido,
ese lazo que coge y que no ata,

vencedor me declara y no vencido,
inmortal ya me tiene aunque me mata,
amante siempre y para siempre herido.



Sólo me encontrarás

Sólo me encontrarás cuando el olvido
sea una primavera, nu bosque, una cisterna
y tanto sol que juega busque una gota de rocío,
y en las ramas bullidoras de hojas en un hueco
se aposente el aire, y en el pozo falte esa lluvia
que le crece un palmo y apedrea de lágrimas
los detritos que repugnan la sed. Apenas nada.
Sólo me encontrarás cuando el olvido.

Sólo me encontrarás cuando el olvido
de pronto se colme de presencia imposible
y toda la primavera se medite otoño,
y en todo el bosque no cante ningún pájaro
y la cisterna se beba de soledad sus aguas
porque lo viviente se encuentra en lo mínimo.
Sólo me encontrarás cuando el alvido.

Sólo me encontrarán cuando el olvido,
impreciso, indigente, dibuje un vago gesto
único que él recuerda entre numerosas tardes,
o balbucee una palabra que, como mitos mágico,
trae esas almas que consumió el tiempo
y eran de eternidad y el tiempo las vomita
porque nada puede su perpetua desmemoris.

Una de ella no estará, más otra la sigue contemplando
sollozo profundo de ola que, al nacer no ignora
que jamás hallará playa para morir
si no me encuentra donde vive el olvido.

Fuente: Diario "El Mercurio", 8, 12 y 15 de enero de 1995.




Del libro 'Luz de Ayer' poesía 1940-45, Santiago, 1951.


Luz de ayer, impalpable ceniza deslumbrante
isla en el tiempo entre verdad y sueño.
Nadie sabe que fué. Nadie recuerda.
Mi sangre en niebla y el amor desierto.

Pero esa luz de ayer, aun me contempla
embriagado de amor perecedero.




(De 'Soledad herida')

CUANDO LA LUZ NO SUEÑE

Esta luz que es movimiento,
inagotable vuelo que consumen las sombras,
en una noche blanca deshará tu figura
cuando en el aire caiga su postrera materia.

Esta luz te crea ahora, fingiéndote presente
en la más dura ausencia que un corazón soñara.

Si el soñador perece en una muerte turbia,
en un dejar sus ojos deshechos sobre sedas,
¿quién soñaría entonces tu adolescente forma,
ese dorado fuego que ya envuelve lo impuro?




DESPUÉS DE LA LUZ

Una frágil llama, temblando de cenizas,
una sombra también donde perdía
jóvenes cuerpos deslumbrantes
que arrastran su belleza
como un ala herida por las furias.
Y la sonrisa donde siempre es noche.
Y unas ciegas horas y el corazón amargo
vueltos hacia la soledad, donde los ojos
a través de la muerte contemplan lo creado.

Apenas un sentido de tempestuoso límite,
de concluir aquí, detrás de mis deseos,
cual un pequeño árbol que derrama en los aires
resina opaca y densa tal un grito insistente
nacido del puro sentido de la angustia.

Entre formas que ocultan lo que amábamos,
mordido de agonías en soledad confusa
ese rostro extraño que tus días lucen,
a mis manos violentas como cuernos de sangre
y al exasperado pecho, persigue como sombra.

Yo seré siempre una llama doliente,
mediodía de mármol trizado por un soplo,
esperanza serena con dejo de amargura
que tu amor me ha donado.





DONDE NOS SUEÑAN

Aquel viento que sabemos, en cada nueva hoja
el temblor alado de lo verde conoce,
ese tierno curvarse por las nocturnas lágrimas
y el amarillo triste que le cede el verano.
Más, cuando con grises pies el día cae,
de aquella, su plumaje tan leve, ya recoge
hacia las puras sienes que piensan cada brote,
su luz disuelta en el soñar del tiempo,
su latir inocente y su conciencia.

Mi juventud de claros ojos allí mora,
sol que creímos dormido eternamente,
mi corazón incierto que en púrpura se rompe
y apenas aquel viento como silencio oye.
Luna en mediodía nacida para verte
cual te vió mi corazón aquella tarde:
amor que conoce y a unas manos vislumbra
angustiadas creciendo hacia el deseo,
y en la soledad del resplandor huído,
sobre una seda gris o terciopelo,
sabe esperarlas, ciegas y desnudas.





Ceniza abrasada en ceniza

No te quejes de cenizas que asombran a los aires, 
a brisas ensombrecen, son cuaresmas en tu frente. 
Tus pies no toquen la tierra ni la mano lo creado, 
ese río de carmines de un pecho desbordado 
y llaga de amor todo lo que encuentra. 
Y, como imán, busca tu corazón de hierro 
que fue miel pensada por equivocada abeja 
y de ese error van naciendo los yerros, 
el volcán de nieve que recordó adolescencia 
y puso a correr su fuego hacia los cielos 
y ángeles solitarios les podaron las alas 
que, nostálgicas, quisieron ser paraíso de humo 
o empecinadas plumas de ardor buscarte por la tierra. 
Nada se aquietará hasta que seas yo mismo: 
ardiente ceniza abrasada a ceniza.





Si calzado de sueño

Escaleras desciendo, 
los peldaños los sostiene el tiempo 
que nunca cesa. 
Un escalón me aguarda 
y otro me retorna 
desciendo remontando, 
remonto descendiendo 
sin mis pies de sueño, 
con mis labios quemados. 
¡Que se detenga la cascada 
de ángulos que hieren! 
Sin ángel que me recoja 
¡que no se detenga! 
La puerta queda atrás 
y da a la nada. 
Si la nada me espera 
sin otra puerta 
no me sostengan 
en esta rueda. 
Si el todo amor 
me busca, 
que me desate 
con dientes de osamenta 
y lama mis heridas frías 
con su cálida lengua. 
Que no tema. 
Alguien borró su puerta. 
Y puede dibujar niños 
otra puerta de veras. 
Y, calzado de sueño,




Increpación al dios

Ser tú, pensé una mañana alocadamente 
sentirte como mi persona misma, 
olvidando mi vida y mis orígenes, 
negar un segundo de la creación querido. 
y miré por tus ojos y vi la mañana oscura, 
un desierto de arena se movió por mis venas, 
quise al mundo para mí al precio de tu olvido 
y jugar, entre risas, los dados del destino. 
Y me devolví a mi ser, amante y aterido. 
y en mis ojos te vi por vez primera 
e increpé al dios que me había enajenado. 
Te devuelvo, me dijo, enriquecido y pobre.




La gota sin la lluvia

En el amanecer suena una gota implacable 
que resume una lluvia que no cae. 
Es el latido del pecho celeste tan vacío 
como el que en falso lecho está al abrigo. 
El torrente de anoche no detuvo tu huida. 
No pudo ser piadosa la alborada. 
Me despierta con mi solo latido 
incesante, allí fuera, 
al que no pueden alegrar aunque canten los pájaros.




Aparta de mí

Aparta de mí la compañía 
y dame la soledad sin mí y conmigo. 
Aparta de mí la soledad 
y dóname la piedra que es blandísima. 
Aparta de mí la piedra 
que tiene forma de corazón sin latido. 
Aparta de mí todo corazón 
que es mío y no me pertenece. 
Aparta de mí lo mío 
y gozaré el desierto como un paraíso.




Un inmenso relámpago

Un inmenso relámpago nos deslumbra los ojos, 
nos quema el corazón y vivimos de cenizas. 
Ese inmenso relámpago nos ilumina la mente, 
rompe sus espejos y sin un rostro morimos.




Dueño del no ser

Yo no quiero ser el dueño de mi vida. 
Tanto tiempo amansé al tigre que me lame la mano 
que he perdido el horror a los tigres 
y me equivoco. 
Tantas horas anduve por longitud de calles 
a cuyo término eran verdes los semáforos 
que no he llegado. 
Tantos meses me sentí vivo en otro cuerpo 
que perdí mi sombra cuando sol había 
y hoy atardece. 
Tantos algunos estuve atado a unos silencios 
que debían contener la esencial palabra 
y sólo sé esperas. 
Que venga el ángel y un lugar ocupe. 
Dueño del no ser ya soy y no lo quiero.







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