miércoles, 15 de octubre de 2014

MEDARDO MEJÍA [13.678]


MEDARDO MEJÍA

(Honduras, 1907-1981)
Poeta, historiador, ensayista, narrador, periodista y académico. Premio nacional de literatura Ramón Rosa (1971). Es uno de los escritores más prolíficos de nuestro tiempo.

Nació en Manto, Olancho en 1907 y se trasladó muy joven a la capital hondureña para realizar sus estudios universitarios. Hombre de ideas revolucionarias encontró su escenario para escribir en el periódico que editaba en Tegucigalpa su coterráneo Froylán Turcios. De espíritu acucioso se dedicó a la investigación de hechos y personajes de nuestra historia, convirtiéndose en uno de los abanderados de una generación de escritores que cambiaron el concepto de relatar la historia por la de analizarla y comentarla para entender sus efectos en el presente y el futuro.

Medardo Mejía legó una serie de obras que nos han permitido conocer con más claridad el pasado nacional. Pero Medardo no sólo fue historiador, fue un exquisito poeta y un periodista que fustigaba desde sus columnas a quienes atentaban contra la democracia y los derechos del pueblo. Su muerte en la ciudad que le adoptó como uno de sus hijos se produjo en 1981.

Obras: Discurso del dorado (1932), Algo de la política hitleriana del Dr. Ángel Zúniga Huete (México, 1937), José Antonio Domínguez en el Himno a la materia (1945), Capítulos provisionales sobre Paulino Valladares (Guatemala, 1946), El movimiento obrero en la revolución de Octubre (Guatemala, 1948), El humanismo en la presidencia (Guatemala, 1950), Don Juan Lindo, el frente Nacional y el Anticolonialismo (Tegucigalpa, 1959), Ante proyecto de la Constitución de la República de Honduras (Tegucigalpa, 1955), Chinchonero (Drama en tres actos y seis cuadros) (Tegucigalpa, 1965), Apuntes de Sociología (Tegucigalpa, 1959), Historia de Honduras, Tomo I (Sociedad Primitiva, Precolombina, Maya, Tolteca (México, 1959), Historia de Honduras, Tomo II (El descubrimiento, mundialización de Honduras) (México, 1970), La ahorcancina (Tegucigalpa, 1971), Los diezmos de Olancho (Teatro) (Tegucigalpa, 1976), Trinidad Cabañas, soldado de la República Federal (Tegucigalpa, 1971), Anathe (Poesía) (Tegucigalpa, 1975), El fuego nuevo (Poesía) (Tegucigalpa, 1975), José Cecilio del Valle: gran precursor del movimiento de liberación nacional de la América Latina (Tegucigalpa, 1977), El genio de Cervantes y el secreto del Quijote en América Latina (Tegucigalpa, 1979), Comizahual: leyendas, tradiciones y relatos de Honduras (Tegucigalpa, 1981), Historia de Honduras (varios tomos: desde 1959) (Tegucigalpa, 1984).

En 1959 obtuvo un premio por sus Cuentos del camino, obra que se extravió. Colaboró con El Cronista, El Día y refundo, en colaboración con Emilio Ayes, la Revista Ariel de Froylan Turcios. La Editorial Iberoamericana de Tegucigalpa imprimió sus Cuentos Completos. De él dijo Ventura Ramos: “Medardo Mejía representa una generación que afloro en una década difícil y que por difícil dividió a sus integrantes: unos decidieron aceptar y servir el orden político que se imponía, y los otros el camino del exilio. Mejía fue uno de estos últimos”.
  
Utilizó los seudónimos: Antonio Rumanon, Segismundo Topilzín, Luís C. Martínez.
  







AL ALTO LÍRICO DE ÁGUILAS Y CÓNDORES


                I

Villa Delgado, en Cuscatlán fragante,
Alcanzó nombre que el pregón repite
Al jazmín de la aurora renovada,
Al corindón del rumbo de las ñustas,
Al cuarzo ensangrentado del ocaso.

Lo sabe, pues, el ballenero nórdico,
El canto indígena de las nacientes islas,
El minero de australes paralelos,
Nadie duda su fama bien lograda,
Porque es un nombre de geografía poética,
De mapa dibujando en el espíritu.

Villa Delgado y Juan Ramón Molina
Se desposaron-raro desporro-
En el instante que la aldea cantaba
La canción de la vida y los zorzales,
Y el poeta dejaba caer la lira,
Rotas las cuerdas en el empedrado.

Una mujer del pueblo, conmovida,
Me dijo: “Venga a ver esta es la silla,
Esta la mesa, aquí tengo la copa.
Fue un solo sorbo y apoyo la frente.
Yo lo creí dormido. Estaba muerto.
Perdone usted. Perdone estas lagrimas…”

Pasado un rato se limpió el roció
Del alama con el blanco delantal
Y confesó: “yo soy Rosario Santos,
Que en mis abriles fui miel de trapiche
En barro de ilobasco, enloquecida
De amor por quien amaba más la muerte…”

La hija de Eva, la apasionada hermana
De María Magdala, siguió:
-Le ofrecí nardos, le ofrecí palomas
De sacrificio, y no  miro mi ofrenda.
Fue un Dios despreciativo arrebatado
Por amores de reinos musicales…”


                             II

Somos hombres, hermanos. Como hombres
Publiquemos el crimen soterrado.
Somos hombres. Digamos como hombres
 Que no hubo negra idea de suicidio.
Somos hombres, hermanos. Como hombres
Denunciemos las guerras homicidas.

¡Jueces! Del fondo de los siglos nace
La voz de Píndaro, de Virgilio, del Petrarca,
De Manrique, de Sor Juana, de Cetina,
Para acusar con lava incandescente
A la clase social lo aplastara.

Cetina admira: “Fue rico su nectario”.
Sor Juana alaba: “Amo y está salvado”
Jorge Manrique: “Mi hermano fue en el duelo”.
Y el Marqués: “El también dejo letrilla
Para la su serrana, rosa y piña,
Bella y donosa en el jardín de Honduras.”

Villon gritó: “-¡Bandidos a la horca!”
El Petrarca: “- son fieras sin amor”
“-les falta humanidad” rimó Virgilio.
“-Ignoran a las Musas”, cantó Píndaro.
Y agregaron a coro: “-lo mataron
Para impedir el himno que libera…”

Habría ofrecido el himno de la patria,
 Porque el poeta nace para el Himno.
Para cantar al pueblo que trabajaba,
Haciendo la Moral justo reparto.

Para cantar en el la paz dichosa.
Para cantar en la guerra justa….

Y habría agregado canciones y elegías,
Canciones para los que aman entre rosas.
Elegías para los viajeros al silencio.
Canciones y Elegías bienhechoras,
 Por ser un bien la Vida, un bien la Muerte,
Dos notas entusiastas en el Cosmos.


                            III

¡Vaya, Protectores, que culpan a la víctima
Y le dan razón al victimario!
¡Que hacen burla de aquel que fue mordido
Y encomian el veneno del coral!
¡Que la llaman justicia a la injusticia
Y toman por derecho lo arbitrario!

Apolo sabe  que Juan Ramón Molina,
Artífice del verso, tuvo en contra
Al grupo adinerado, que gobierna,
Engorda el cuerpo, saciar el apetito,
Odia al espíritu y odia sus valores:
Héroes, poetas, artistas, sabios, genios.

El tendedero Shylock le impuso un día
Labor de siervo en que sudara sangre,
Más diezmos espirituales bien contados
Y primicias literarias escogidas.
Tegucigalpa, San Salvador y muchos
Pueblos istmeños pueden declarar.

El gobernante a quien los palaciegos
Decídanle Tamagas de Coray, y lo era,
Preparo virus, afilo colmillos
Y ataco al predilecto de Minerva,
Por el delito de soltar las águilas
Reales de sus más altos vaticinios.

Nuevo Caín, sin mancha de otro Abel,
Fue perseguido. Como los “Condottieri”
Seguían con perros a sus enemigos
Hasta cazarlos… así lo persiguieron.
En tanto el- como el león o como el oso-
Busco la libertad de la caverna.

Confesión turbadora: así llego
A la blasfemia épica de Byron,
A castigar a los hombres de oro y mando
Con el sarcasmo lírico de Heine.
Y amo el dolor profundo con Leopardi.
Y fue sombrío como Baudelaire.


                         IV

No prosiguió el camino tenebroso
Que va a los reinos del eterno llanto
De qué habla Dante. Se volvió contrito
Al hogar, al vecindario, a las corolas,
Al río bien amado, a la mujer azúcar,
A la patria hondureña, orfeón de pájaros.

Fue así que un día busco el amor divino
 Con letanías que aprendió de niño…
Creador del universo ¡clamamos misericordia!
Dios Espíritu Santo ¡honramos con tu gracia!
Dios Hijo Redentor ¡mira nuestra miseria!
Santísima Trinidad ¡danos inspiración!

Quiso salvar su alma del demonio,
Del mundo y de la carne, repitiendo:
Alta Santa María, ¡ruega por los mortales
Madre más que admirable, ¡mira a los afligidos!
Torre Del Rey David ¡Libertad te pedimos!
Estrella de la mañana, ¡alúmbranos el camino!

Canto la Antífona con un sin igual acento,
Como el de los cantores gregorianos:
Bajo tu protección es que nosotros acogemos,
Líbranos del Malvado, santa madre gloriosa!
Llueve tus bendiciones en nosotros. Amen

En vano deshojo la rosa mística
Para alcanzar la bienaventuranza.
La respuesta lograda fue el silencio.
Y siguió más que Job, en sufrimiento,
Viendo en la tierra lobos y no hombres,
Suponiendo en el cielo ángeles sordos.

Abismos tenebrosos en el torno de el
Gente que lo abrazaba, gente infiel.
Quien le ofrecía amistad, era Luzbel.


                          V

Lamentemos hermanos la desgracia
De haber perdido al embajador de Apolo,
Que vino a hacer poesía con recursos
Del hondureño espíritu y que vino,
Como augur, a mostrar la senda exacta
Que lleva a la victoria y a la gloria.

Más, no lo lloremos como los hipócritas
Que estas presente en la mañana verde.
En la substancia, en las formas naturales.
En las germinaciones, en las palpitaciones.
En cualquier niño que recibe pecho
De cualquier madre que registra Honduras.

Llego el final… y para despedirnos,
Vengan a las crateras y el grito dionisíaco.
¡Arriba el nombre de Juan Ramón Molina!
¡Arriba, muy arriba, hasta la gloria!
¡Abajo los victimarios del  poeta!
¡Abajo, muy abajo hasta el averno!

¡Viva la Lira!
             ¡Viva la Belleza!
¡Viva el Amor!   ¡Viva el Entusiasmo!
¡Vivan las Musas!
             ¡Viva la Esperanza!
¡Viva el vidente de “Águilas y Cóndores”






José Antonio Domínguez

Su niñez fue muy triste: sin duda meditaba
Ya porque en el silencio misterioso vivía;
En las noches de la luna al jazminero hablaba
De su hermana sutil, el Hada Melancólica.

Su juventud fue triste: el verso vaciaba
 El llanto de su vida tan abatida y mustia;
En las mañanas de oro con las rosas hablaba
De su novia silente y cercana, la Angustia.

Su plenitud fue triste: y un día de amargura
Insoportable y honda, dijo: “la sepultura
 Tendrá  un glorioso encanto para mi negra suerte”

Cuando pensó hacer esto, la hoja de la Nada
En sus goznes dio vuelta y una carcajada
De primas le alumbro la vía de la muerte.




Una Canción Antigua En Prosa Nueva

Cinco años me esperaste, dulce Victoria López,
Cinco años amorosos, la barbilla en la mano,
Formando alegres sueños, imaginando dichas;
O soportando inquieta el fragor de la carne
El martirio envolvente, la vigilia ardorosa
De la virgen intacta.

Vital o falleciente, puntual como un axioma,
Cuidabas los jilgueros y las floridas matas.
Nacida entre devotos adornabas a los santos
En guirnaldas silvestres.

Criada entre afanes diarios, tus manos cariñosa
Amasaban el pan jugoso como el mundo.
Tus tías y mis tías,
Cofres de tradiciones circunspectas,               
En el grave silencio de la mansión adusta,
Alentaban tus risas de argentinas vehemencias
O graves sorprendían tus continuos desmayos
Crepusculares negros.
Espera –te decían- que sea todo un hombre
Espera a ser la esposa del mejor de las casa.
Tú de la luna el alma, tu solo el torrente
De sangres que dialoga, tú me esperaste siempre
Firme, deshilachada.
Animosa, cobarde.
Por fin llegue una tarde, dulce Victoria López.
Me anunciaron los perros familiares.
Corrieron los chiquillos gritando mi llegada.
Hubo saludos, llantos, sorpresas y reproches.
Grata me fue la casa con su canción antigua.
Me hablo el corral añoso con su olor a vacada.
Me hablaron los caraos con su sombrea indecisa
Me hablaron la cañada y el río y la llanura
Y los cerros azules y las nubes lejanas
Y los claros confines y mis sueños de mozo.
Y note sorprendido que entre aquella Babel
De saludos humanos y de saludos cósmicos,
Tú no decías nada.
Viniste hacia mi encuentro
Tus contrarias corrientes íntimas sometiendo
A reglas rigurosas.
Una mujer entera, una real hembra en todo.
Una maravillosa concreción de virtudes divinas y humanas.
Vi de tu madre aquella crudeza indomable
Que en caballo guerrero asaltaba vecinos
Multiplicando haciendas.
Tú no dijiste nada
Con tus astrales méritos
Y tus ancestros ciegos.
Y seguí mi camino porque así estaba escrito.
Peregrino del mundo pase por la casona de mis antepasados.
Estrellas me llamaban
Horizontes clamaban por la brisa
Los barcos esperaban por los puertos
Los meridianos arrastraban como imanes arcanos.
Dulce Victoria López
Fuerzas incontrastables y fatales
Converjan y divergen en lo eterno
Y en lo infinito del Universo.
Las fuerzas divergentes nos negaron
Nuestras nupciales dichas, nuestros sueños alegres
En el lecho de cedro con grandes cortinajes,
Allá en la casa antigua que dio terribles hombres,
Y dio reales mujeres…



Noches de Guayape

En las noches de estío  Guayape llueve
Oro de la infinita azulidad arcana;
Las mozas en la arena gravan la planta breve
Al ir a recogerlo en la tibia mañana.

 Y cada una de ellas con candor de paloma
Canta, y la batehuela agita primorosa,
Media inclinada, mientras de la camisa asoma
Un par de senos blancos con pezones rosa.

El río gime y corre, besando la impecable
Morbidez de sus piernas. El viento indomable
Las abraza y se aleja suspirando. Los rastros
Seguí de esas muchachas un día con azoro,
No sé si por su senos, anáforas del decoro,
No sé si por su oro, llovizna de los astros.



Cadenas Áureas

María de los remedios, niña invicta
Te he visto ya en las onzas españolas.
Recuerdo fue en la casa centenaria
De un gentil hombre amigo de mi abuelo
En ella venían armas realas,
Físicos nobles y frases latinas.
Es doña Isabel, decía una gente-;
No –decía otra- es la sin par Mercedes.
Había discusiones sobre un ovalo
Que hacía sonar las liras del elogio.
Hoy comprendo… eras tú… labrada en gloria
De lumbres y de timbres jubilosos.

También recuerdo…
Haberte visto en prosa parnasiana.
En el ritmo ligero del artífice
De imágenes pasaste casi aérea.
Ibas hacia la dicha con sombrero
De paja fina y con traje de éter.
Te seguía un lebrel de san Bernardo,
Un animal hermoso te amaba.
A la vez en el cielo transparente
Había idealismo de palomas caídas.
Hoy entiendo… eras tú… un verbo sacro
Que solo admite sueños de belleza.
María de los remedios, tu radioso
Porte exige canciones rumorosas.
Se pasa uno las manos por los ojos
Porque ciegas de clara y mañanera.
Tu manzanilla es buena para el alma
Y para el cuerpo enfermo de desdichas
Infusión odorífera que enciende
Fe sideral en las covalencias.

De tu “bon vino” vale cada gota
Un florín en el verso castellano.
Y tú esta manzanilla las regalas
Y la viertes al viento cuando pasas
Licor que pone raras vibraciones
En el cristal de todos los espíritus.
Sin embargo, de mi quiero decirte
Que me haces daño con tu vino alegre.
Tus virtudes aracanas, sautiferas
En vez de buen me insuflan torbellinos
Has de saber que desde cierto día
Hiciste un orate. María de los Remedios.

María de los remedios. Soy guerrero
En corcel volador henchido de ecos.
Quisiera retenerte en mi casona
Con puertas y ventanas atrancadas
Si acaso te viera el Redentor,
Compasivo, desde una vez terrosa.
Si acaso te viera desde un cuadro,
Indignado, el libertador Bolívar.
De allí que nadie asalta mis dominios
Que Hallaría la muerte en la alambrada.
Ni que tú pretendieras escaparte
Que de hacerlo te golpearía inclemente
Placer de que no vieran mis amigos
Ni enemigos tus prendas acabadas.
Dicha de ver el bosque atormentado
Si no pasaras como el hada antigua.
Goce de ver a las convulsas nubes
Inspirándose en fantasías inútiles
Si dierasme tu grata manzanilla
Que atesora florines, María de los Remedios.






Amada Ideal

Fui aquel país en nave, en vuelo fácil,
Sin ruido de la ola, sin esfuerzo de la ala,
Hasta llegar a las riberas ultimas
De que hablaban los viajeros temerarios
Que ha pretendido ventanales amplios
Para avistar el más allá radiante.
Pase de ahí por la virtud del éxtasis
Que me fue dado sin saber las causa
De que no se aunque genios protectores
Y así avance por rutas matinales.

Triunfal se alzó una voz- salve, poeta
De especial privilegio, has arribado
Al confín que se niega a los mortales.
Porque tu ardor conviene compensarlo
Con la sorpresa que tendrás en breve
En la región de lo maravilloso…
Yo no sabía el título honrabame
Que está por sobre los humanos títulos
Por conocer la gloria ir revelada.

En aquel reino niégase el esfuerzo,
Los sentidos anulan sus informes,
El pensamiento pierde sus conceptos
Y la palabra sin aliento y fuerza
Entre el cetro al eternal silencio.
Yo no sabría decir, hoy no retorno,
Como es aquel país tan impreciso,
Inmaterial, sin tiempo y sin espacio,
Al que llegue por don especialismo,
Gracias al éxtasis, dado a los videntes.

He de firmar, quien vuelva de aquel reino
Sin movimiento, sin días y sin noches,
No podría cantar en ningún canto,
Lo que se ve sin vista de estos valles,
Lo que se siente sin sentir la corriente.
Alguna vez a patria semejante
Si no llevara, como en vago sueño,
La celeste visión que allá quedara.

Nombre a Virginia. La nombre con los timbres
Comarcanos, en nada pitagóricos,
Estas corolas tersas, aromadas,
Quedan muy lejos de su tez clarísima.
Para alcanzar sus altas perfecciones
Acaso valgan los selectos símbolos.
La luz con su milagro se le acerca
Y va a la zaga de su vestimenta,
De pliegues vaporosos, irreales.

Un día asistido de sonoras cuerdas
Pondere ala que amo entre pastores,
Seres sencillos de apratados riscos
Que con primaria mente ven más clara
La belleza ideal, casi fantástica.
Capaces de abstracción, los vi sonrientes
Al sospecharla en su sitial distante,
En la región del alba sin origen,
Más enseguida se volvieron tristes
Al encontrarla un sueño inconquistable.

Busco a Virginia en bosques de mujeres
Bellas, espirituales, pero en vano.
Creí encontrarla en donatila ardiente,
Haz de magnolias, fuego inapagable,
Pero el hastió me alejo violento.
Insistiendo, en Crisanta quise verla
Por ser excepcional en su ternura,
Pero el cansancio me invito a la marcha.
Pobre de mí, que busco aquí en la tierra
La que solo en lo ignoto puede estar.

Quiero decir por último que en todo
Momento aspiro al misterioso éxtasis
Que permite viajar aquel imperio
Donde Virginia es belleza misma.
Pero se oponen los tremendos círculos,
Poeta atormentado, hijo de Dante,
He de quedar en la siniestra sombra,
Amada ideal, Virginia no he de verte
Y adorarte, de hinojos, para siempre.






Elogio a Medardo Mejía

Por: José María Palacios Mejía

Frente a la entrada de la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos, en Guatemala, cuando salíamos de una de las actividades del Primer Congreso Centroamericano de Estudiantes Universitarios, que ahí se había celebrado, se encontraba un señor a quien yo no conocía. Uno de los compatriotas que estudiaba en esa universidad, dijo: “es Medardo Mejía”. Para entonces no había leído nada de él, pero sí era sabedor de quién se trataba, de su prestigio, de su renombre como escritor, como periodista, como poeta; en especial como un luchador por los derechos de los desposeídos del mundo. No pude dominar la emoción que me embargó, al sentirme frente a aquel hombre que desde muy niño había admirado, por las referencias que de él había escuchado de mi padre y de una tía, que lo conocían. De inmediato, me dirigí a él y saludándolo con la expresión —no sé de dónde me salió— de “hermano”, le di un abrazo; con las dos manos me separó, viéndome con sorpresa y casi como con burla, para luego preguntarle a una persona que lo acompañaba, “y éste que me está tratando de hermano, ¿quién es?”. Me sentí amohinado; él supo valorar el efecto que en mí había producido su actitud y, en un gesto muy cordial, me tomó del brazo y se interesó en conocer mi nombre, mi lugar de origen, en fin. Así principió una amistad que duró hasta su muerte. Antes de regresar a Honduras pasé a visitarlo en su lugar de trabajo e igual hice al año siguiente (1953), en tránsito hacia Rumanía, en donde tendría lugar otro evento estudiantil. En esta ocasión me obsequió su libro “Arévalo, el humanismo en la Presidencia”, primero de su pluma que leí.

Cuando él estuvo de nuevo en el país, después de la caída del régimen democrático del coronel Jacobo Arbenz Guzmán, en la que jugó un papel vergonzoso nuestro gobierno, fui beneficiario de su sabiduría, en las conversaciones en que yo prácticamente sólo escuchaba y preguntaba. Hubo una época en que me llegaba a la Imprenta La Democracia de don “Milo” Ayes, en donde con frecuencia encontraba a Medardo, y era, en realidad, un verdadero deleite y una oportunidad de aprender, escuchar los diálogos en que, con profundidad, abordaban los más disímiles temas, en especial los que hacían relación a los problemas del país, había ocasiones en que se referían a cuestiones jurídicas, entonces, con suma prudencia, me atrevía a meter baza.

El 20 de octubre anterior se cumplieron cien años de haber venido al mundo en San Juan de Jimasque, aldea del municipio de Manto, en Olancho. Con ese motivo, el último número —tal parece que ya no habrá más— de la revista de la Universidad Pedagógica Francisco Morazán que hasta esa edición dirigió el doctor Víctor Manuel Ramos Rivera, fue dedicado precisamente a tan ilustre olanchano. Y, también, la Secretaría de Relaciones Exteriores, con igual motivo, publicó un valioso libro, en el cual, así como en la revista, encontramos parte de su producción, en poesía, narrativa, ensayo, historia. Ahí volví a leer el estudio sobre el maravilloso poema de José Antonio Domínguez, “Himno a la materia”; volví a leer el “Canto a Victoria López”, y otros trabajos más. Por primera vez me encontré con el poema a Edgar Allan Poe, con la polémica entre Salatiel Rosales y el padre Augustín Hombach, sobre la teoría del autor de “Origen de las Especies” y de “Origen del hombre”. Me impresionó sobremanera su escrito autobiográfico “Refiere, Anisias, el paso de aquel milpero”. En cuanto a narrativa, me ha hecho reflexionar “La silla vieja”, tanto por el mensaje que contiene, como porque me ha hecho recordar un relato de José Saramago, intitulado “Silla”, que aparece en la obra “Casi un objeto”. El hondureño nos cuenta que “En el interior de la casa reinaba un silencio grande, grandísimo. A tal grado que dejaba oír el claveteo de la polilla en un libro desencuadernado”, el portugués nos habla de que la carcoma (un coleóptero del género hilotrupes o anobium) va royendo el asiento de Antonio Oliveira Salazar hasta que se desploma la dictadura que por treinta y seis años hizo sufrir al pueblo lusitano. Es impresionante ver cómo dos escritores, que en distintas épocas y en situaciones diferentes, teniendo la misma concepción del mundo y de la sociedad, manejan mutatis mutandis una temática similar.

Termino estas líneas haciendo memoria de una anécdota de la cual fui testigo. Durante algunos años tuve el honor de formar parte de la planta de maestros del mejor centro de educación comercial que, así lo creo, ha habido en Honduras, el Instituto Héctor Pineda Ugarte, dirigido por el el licenciado don Gustavo Adolfo Alvarado, maestro y caballero distinguido, respetado y querido por los estudiantes; y no sólo por ellos. Pues bien, la historia que quiero contar es la siguiente; una tarde, a la salida de clases, estábamos Don Gustavo Adolfo, algunos maestros y varios alumnos, en amena conversación, a la entrada del colegio; en esos momentos pasaba Medardo por la otra acera, frente a la Imprenta López, con su andar cansino; el licenciado Alvarado le preguntó a los estudiantes: ¿saben ustedes quién es ese señor? Los muchachos contestaron que no lo conocían; el maestro, entonces, les dijo, con mucho énfasis y en tono admonitorio: “Pues tienen el deber de conocerlo, ahí va el cerebro mejor organizado de Honduras, se llama Medardo Mejía”.

Tegucigalpa M. D. C., diciembre de 2007







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