lunes, 17 de octubre de 2016

TERESA CAMPOS DEL CASTILLO [19.295]


Teresa Campos del Castillo

Nacida en Managua, Nicaragua, tiene una maestría en Educación. Ha sido maestra de primaria y secundaria. Ha dado clases de español como segunda lengua en el Centro de Entrenamiento para los oficiales de policía de Miami, y clases de español médico a través de la Universidad de Miami y del Miami Dade College. Ha publicado en La Prensa Literaria y en la revista 400 elefantes. Actualmente reside en Estados Unidos.

Teresa Campos del Castillo nació casada, como muchas mujeres de su generación. Quizá nunca advirtió que en medio de sus laboras de estudiante (completó la carrera de psicología), esposa, madre … llevaba un volcán de creatividad adentro.

Su primer trabajo literario publicado fue Canción de cuna con música del Big-Bang (Prensa Literaria ), poema en prosa (con formato inspirado en los Proverbios). En un tiempo relativamente breve ha publicado poemas, cuentos, prosemas y relacortos, sin estar demasiado consciente de las divisiones de géneros y escuelas (en ella todo es de origen natural, como las plantas).

Fundamentalmente, Teresa es una escritora social, pero a diferencia de otros escritores anteriores a su generación (no hay claridad todavía en cuanto a qué generación pertenece), en ella el ámbito social y el ámbito individual no están divididos literariamente. Ella misma, en sus trabajos más íntimos, es un reflejo consciente del mundo que la rodea, y ese mundo es, de igual forma, reflejo de ella misma (Teresa es todas y cada una de esas mujeres Mayas que esperan en fila en Palmetto Bay).

También sorprende la naturalidad con que pasa del realismo histórico (Premonición) al más inquietante surrealismo (Jugo de remolachas).

Teresa pertenece a la generación de jóvenes que abandonó Nicaragua a mitad de la década de 1980. Es una de esas personas (y en esto me identifico plenamente con ella) que nunca debió de abandonar la patria. En sus trabajos literarios percibimos que nunca la abandonó realmente y la lleva con ella a todas partes. Nicaragua da color, olor y sabor a todos sus poemas y cuentos, hasta el punto en que ella misma se convierte (a través de las palabras) en esos colores, olores y sabores.

Lo que más sorprende de Teresa Campos del Castillo es cómo, en la asombrosa variedad de su obra (breve todavía), hay tanta unidad. Es un alma que se proyecta en el mundo y que lleva ese mundo en su propio corazón. (Franklin Caldera)




Dolor cuántico

Hoy me di a la tarea de escudriñar tus palabras e ir tras ellas como un acosador tras su víctima. Me acerqué a ellas con cuidado, con amor y las vi allí, pastando significados en la blancura; estaban un poco llorosas, diría yo. Guardé silencio en su presencia y pasté en el blanco con ellas. Estaban todas agrupadas en una estructura como de poema. Me codeé con todas y me mostraron un viejo dolor tuyo, el que guardas en la cajita morada que te regalé. Un dolor casi cuántico, de momentos que se quedaron en onda y se perdieron en el espacio de las probabilidades.¡Cuánto te dolió dejarla ir! Guardé silencio entre las palabras y pensé en la maravilla de las percepciones del observador. Para ti, los momentos que se perdieron en el deseo constituyen un duelo de algo que no fue; ondas que se quedaron en el paquete. Para mí, tu duelo tiene la presencia y el peso atómico de una partícula dolorosa en mi alma.



Juego de remolachas

Se asomó al acantilado y se vió derramada en las rocas; reducida a basura.  Pudo haberse resignado. Pero allí estaba, quebrada, en el fondo de una tarde gris y fría. Una marioneta  huérfana de cuerdas. Muñeca con los brazos y la cabeza arrancada. Siempre luchando por su compostura, que nadie le viera los miembros desgajados. Pudo haber vivido sin esa maldita verguenza. ¡Qué pequeña se veía desde arriba! Le gustó la imagen; hacía una buena foto. Se alegró por la ausencia de la mano omniciente moviendo los hilos. Pudo haberse buscado. Los hilos inertes en la roca. Malditos hilos. Nunca encontró tijera adecuada. La sangre, lo único fresco que le quedaba, había dejado un rastro de pringas pequeñas y grandes como lunares en una foto de Yayoi Kusama. Ya al fondo, había huído de sus venas, quizás buscando la libertad  del mar. Si sólo el miedo no la hubiese poseído. Sonrió complacida. Años sufridos despeñados finalmente en las piedras. ¡Qué frágil parecía sin el peso del mundo en sus hombros! Pudo haberse reído de todos. Sintió en su rostro el viento helado del otoño entrando desde el mar. Leyó el rótulo que prohibía el paso. Su pie derecho en el vacío, el vuelco en el estómago. El grito de la muerte fresco en su boca. Lejana escuchó la voz de su madre preguntándole, –“¿Para qué quieres estas remolachas?”. –Me haré un jugo de remolachas cuando regrese de caminar, son buenas para limpiar la sangre”– le respondió Mariana.



La vida

La vida tiene nalgas rosadas y torneadas A veces se baja su pantaleta malva y nos las muestra juguetona, descarada, para robarnos una carcajada y hacernos creer que es un perrito faldero. porque la vida tiene un colmillo largo y afilado que a veces clava despiadada hasta arrancarle alaridos a la carne y tiene un ojo saltón, venoso y matrero con una córnea que es un péndulo de posibilidades como las que oscilan en la mirilla helada de un rifle de asalto AR15



La madre de Raquel

La madre de Raquel es linda, sexy y triste. Su mirada es nido de penas, como serpientes que enroscan sus cuerpos helados y devoran el aire, asfixiándolo todo, en deseo de cópula. Me la encuentro en la esquina de la 79 calle con la 2da. avenida, allí donde empieza la línea de las casas descascaradas; a cuatro cuadras de la escuela primaria donde trabajo. Lleva una blusa de encajes, verde y una falda corta amarillo limón. Parece una palmera más de las que embellecen la avenida. La saludo desde el carro. Me saluda con su mano; los dedos expresivos, danzantes, como mariposa que vuela entre acacias y suelta una sonrisa como una tajada de sandía, fresca y dulce. Yo bajo la ventanilla del carro y la saludo. Hoy la madre de Raquel no se refugia detrás de sus gafas negras.  Me pregunta desde la acera que cómo va Raquel; cómo se porta en clase. Ya ha empezado a caminar hacia mi carro y le doy el reporte: Raquel es una buena niña, excelente alumna, es disciplinada, respetuosa, atenta, inteligente. Todo va bien con Raquel. Me dice que Raquel me quiere mucho y le dice siempre que soy su maestra preferida. Me pregunta ahora qué nota sacó en el reporte sobre César Chávez. Empiezo a responder pero un estruendoso reguetón engulle lo que digo. La música viene de un carro rojo que tiene la pintura descascarada, igual que las casas del vecindario. Es un Lincoln del 81 que se ha detenido en la esquina. La madre de Raquel me hace con una señal, que me espere. Camina hacia la ventanilla del otro carro. Está conversando con el hombre que está al volante. Su mano izquierda en el brazo del hombre cuyo rostro no alcanzo a ver mientras que con su mano derecha juega con su pequeñísimo bolso de mano como niña jugando con un bolero. Se separa de la ventanilla y le da la vuelta al carro para dirigirse hacia el asiento delantero del Lincoln rojo del 81. Abre la puerta. De nuevo, su mano, mariposa batiendo sus alas entre las acacias. La próxima semana celebraremos en la escuela el “Día de las profesiones y ocupaciones”. Raquel, una vez más, compartirá con sus compañeritos de clase que ella no sabe cuál es la ocupación de su madre pero que de lo que sí está segura es que trabaja mucho para que ella pueda un día ir a la universidad y pueda vivir en el vecindario de las casas pintadas.



Oda a la cajeta de Zapoyol

Exquisitez amarga; tesoro acre de la obsidiana vegetal, ébano almendrado y lustroso que el zapote (pouteria sapota), resguarda dentro de su sedoso vientre rojo. Creatividad culinaria de pacientes fogones antiguos. Delicadeza dulzona, producto de la tierra alfarera que esmalta con su color moreno la piel del zapote y la de las artesanas que amasan el manjar. Sincretismo de sabores. Memoria del paladar mestizo de mi país. Cajeta cuentista, rica en leyendas de suelos volcánicos, lluvias torrenciales y guardabarrancos. Cronista de historias de colonización, injusticias y resistencia indígena. Sabor de niñez, fiestas patronales y cantos de purísimas. Infaltable sorpresa del “Motete”. Tesoro gastronómico nacional. Corazón (yotl) payaste de Nicaragua. Huella dulce de mis huellas.



Palmetto Bay

(A las mujeres inmigrantes centroamericanas, con amor)

Una fila triste de mujeres tostadas por soles mayas avanza con tímida rapidez por el exclusivo barrio de Palmetto Bay. Los malinches de la calle reconocen a las mujeres morenas, escuchan el silencio en sus pasos y se apresuran a tenderles alfombra roja. Las mujeres mayas hechas de fibras de ceiba cargan sobre los arcos fuertes de las espaldas las economías de sus países y se apuran a asistir cada mañana al milagro diario de la multiplicación de sus penas.



Visi

Tan fría, ella tan cálida con la humildad de un pajarito aprendiendo a volar Tan inerte, ella tan expresiva Es un montoncito de palabras calladas o de piedras como abandonadas por un niño Tan expuesta, ella tan privada Pero el cáncer es impúdico Y devora miradas Pidió más tiempo para ver crecer a sus nietos Ya todo es silencio Es ya nudo apretado.





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