sábado, 30 de marzo de 2013

ELISABETH MULDER [9.588]


Elisabeth Mulder

Elisabeth Mulder Pierluisi, o de casada Elizabeth Mulder de Dauner, (Barcelona, 9 de febrero de 1904 - Barcelona, 28 de noviembre de 1987) fue una escritora, poetisa, traductora, periodista y crítica literaria española.

Su padre era un médico holandés, y de él heredó el Marquesado de Tedema Toelosdorp de los Países Bajos, aunque ella nunca usó el título. Su madre tenía estudios musicales.

Pasó parte de su infancia en Puerto Rico y en Barcelona, hacia donde marchó con siete años. Vivió una vida cosmopolita y viajó por Europa, aprendiendo 4 idiomas además del español y del inglés, ambos nativos. Dominaba además el alemán, el francés, el italiano e incluso el ruso, lo que le permitió traducir directamente a Pushkin. También recibió educación musical y estudió piano teniendo como profesor a Enrique Granados en la escuela que éste dirigía en la Ciudad Condal. En 1919 ganó un concurso de poesía con el poema Circe y por estos años comienza también su colaboración periodística en El Noticiero Universal, de Barcelona, en el que se hace cargo de la mencionada sección sobre literatura inglesa, en la que Elisabeth se dedicaba al comentario de la novela victoriana. En 1921 se casó con el abogado y político catalán Ezequiel Dauner, y estuvo casada nueve años hasta que falleció su esposo en 1930, con quien tuvo un hijo. Publicó su primer poemario en 1927, Embrujamiento y su primera novela en 1934, Una sombra entre los dos, a la que siguió La historia de Java (1935), un relato de delicado lirismo sobre la historia de una gata, independiente y errabunda, a la que llaman Java porque "andaba con una elegancia emocionante, a la vez decadente y ritual, de bailarina de Batavia". Además cultivó la literatura infantil y el teatro (Casa Fontana y Romance de media noche) en colaboración con María Luz Morales y otras inéditas. Antes de la Guerra Civil comparte estas actividades poéticas con las colaboraciones periodísticas en los diarios Mundo Gráfico y El hogar y la moda de Madrid; Las Provincias de Valencia, y La Noche, de Barcelona. También traduce, principalmente poesía, aunque de esta época data su traducción de La buena tierra, de Pearl S. Buck. Viene a continuación la etapa de colaboración de los cuentos en prensa en Brisas y Lecturas. (año 30 al 35) con una treintena de cuentos. Durante la guerra sufre una grave nefritis que la tiene en cama durante un año, en el que escribe Preludio a la muerte, novela ésta que no aparece hasta 1941 y que tendrá problemas con la censura a causa del suicidio de la protagonista. Será adaptada para el cine con el título de Verónica, pero no se conserva en la Filmoteca Nacional. Aparte de esta novela, la traducción es su actividad fundamental.



Entre los cuarenta y los sesenta formó parte del círculo cultural de Eugenio d'Ors en la Academia del Faro de San Cristóbal y en la tertulia Trascacho. Colaboró en las revistas Ínsula y Vértice. Tradujo de varias lenguas; destacan sus versiones de Baudelaire, John Keats y P. B. Shelley. En el año 1944 publica una de sus obras más famosas: El hombre que acabó en las islas (Barcelona, Apolo), que relata en buena parte el proceso de aprendizaje y madurez de un joven en los escenarios de España, Países Nórdicos y finalmente Puerto Rico, donde recrea el ambiente de su propia infancia. En 1945 da a luz una nueva colección de relatos breves titulada Este mundo (Barcelona, Artigas, colección Sirena) que, sin duda, es una de sus obras más interesantes. En 1947 aparece Alba Grey, otra de sus novelas de gran mundo que la consagrarían definitivamente junto con El hombre que acabó en las islas. En 1953 publica su novela más barojiana según la crítica: El vendedor de vidas (Barcelona, Juventud). En el año 1954 escribe Flora, otra novela breve, en la colección ya mencionada. Luna de las máscaras (Barcelona, AHR) es su última novela publicada en 1958. En ella se ejerce una técnica perspectivistica, contando una historia en la que cada fragmento pertenece al punto de vista de un personaje distinto. Durante los años cuarenta y cincuenta también publica cuentos en prensa, unos cuentos en los que se ocupa con muy especial interés del tema de la identidad, que adquiere un aspecto inquietante. Los publica en los diarios Destino, Solidaridad Nacional, El correo Literario de Barcelona; en la revista literaria Ínsula.



Elisabeth Mulder cultiva también la narración infantil en dos libros, Los cuentos del viejo reloj (Barcelona, Juventud, 1941), y Las noches del gato verde (Salamanca, Anaya, 1963). Además en el año 1976 tradujo el libro infantil La lente mágica de Astrid Bergman Sucksdorff, (Barcelona, RM). Sigue alternando su producción literaria con la periodística colaborando en La Vanguardia, Destino y Solidaridad Nacional, de Barcelona, ABC, de Madrid e Índice Literario de Caracas, entre otros, y en 1954 y 55 se hace cargo de la sección “Letras inglesas” de Ínsula de Madrid. En los años 60 y 70 desarrolla una intensa labor como conferenciante, requerida por importantes instituciones y universidades españolas y extranjeras, las de Boston y Puerto Rico la reclaman. En los ochenta pierde progresivamente la vista. Acaba aun así una novela, El retablo de Salomé Amat, que según se deduce de algunas declaraciones suyas era una novela en la que llevaba trabajando durante más de veinte años, aunque conoció sucesivas redacciones y tuvo algunas modificaciones. En esta novela se narra la historia de una familia a través de cuatro generaciones de mujeres de la misma. Y recopila también un libro de relatos titulado Al otro lado de la calle, compuesto por seis cuentos, tres ya publicados anteriormente y tres inéditos.

En su poesía pasó de un Simbolismo decadentista atormentado al equilibrio clásico del Novecentismo. Su narrativa se encuentra entre la novela deshumanizada de Vanguardia y la novela neorrealista de posguerra, pero posee elementos característicos interesantes, como su concepción de la identidad y del amor o la utilización del humor como elemento destopificador. Son novelas psicológicas, de ambiente niquelado y moderno; las protagonistas de sus novelas suelen ser jóvenes que hablan idiomas, viajan por el extranjero, van a colegios suizos y juegan al bridge. Heroínas que se enfrentan al amor con una resolución no desprovista de cierta ambigüedad (no es difícil adivinar en sus obras comportamientos levemente lésbicos). La escritura de Mulder recuerda en ocasiones a escritoras como Katherine Mansfield, Rosamond Lehmann o Elizabeth Bowen. Existe además un número antológico de la revista venezolana La Lírica Hispana dedicado a ella en el año 1962.

Obras

Embrujamiento. Barcelona: Cervantes, 1927. Poesía.
La canción cristalina. Barcelona: Cervantes, 1928. Poesía.
Sinfonía en rojo. Barcelona: Cervantes, 1929. Poesía.
La hora emocionada. Barcelona: Cervantes, 1931. Poesía.
Paisajes y meditaciones. Barcelona: Atenas, 1933. Poesía.
Una sombra entre los dos. Barcelona: Ediciones Edita, 1934. Novela.
La historia de Java. Barcelona: Juventud S.A., 1935. Novela.
Romanza de media noche, 1936. Teatro.
Preludio a la muerte. Madrid: Pueyo, 1941. Novela.
Una china en la casa y otras historias. Barcelona: Surco, 1941. Cuentos.
Los cuentos del viejo reloj. Barcelona: Juventud S.A., 1941. Cuento.
Crepúsculo de una ninfa. Barcelona: Surco, 1942. Novela.
El hombre que acabó en las islas. Barcelona: Apolo, 1944. Novela.
Más. Barcelona: Selecciones literarias, 1944. Novela.
Las hogueras de otoño. Barcelona: Juventud S.A., 1945. Novela.
Este mundo. Barcelona: Artigas, 1945. Cuentos.
Galerstein: Apolo, 1946
Alba Grey. Barcelona: José Janés, 1947. Novela.
Casa Fontana, 1948. Teatro.
Poemas mediterráneos, 1949. Poesía.
Día negro. Madrid: Rollan, 1953
Flora. Madrid: Tecnos, 1953. Novela.
El vendedor de vidas. Barcelona: Juventud S.A., 1953. Novela.
Eran cuatro. Madrid: Tecnos, 1954. Novela.
Luna de las máscaras. Barcelona: AHR, 1958. Novela.
Pareja y borras, 1958
Las noches del gato verde. Madrid: Anaya, 1963. Cuento.
Sentados en un banco de piedra, 1984. Cuento.
Sol y el niño, 1985. Cuento.



La dulce música

Fuente,desgrana tu pena
en esta tarde azulada.
Rima tu copla encantada
en esta tarde serena.

Bella amiga, mi hada buena,
di tu mágica balada.
¡Canta tu dulce tonada
que es toda gracia llena!

Y la fuente me escuchó:
y su romance cantó en el suave atardecer.

Y cada gota caía
como divina harmonía
en el fondo de mi ser.



Sinfonía en rojo

Roja, toda roja...

Roja, toda roja vi siempre la vida;
como una inmensa hoguera
donde quemaba bien
mi pobre corazón, rojo también.

Todo rojo el camino,
todo rojo el sendero
a seguir
y el día a vivir.
Y rojo el mundo entero.
Rojo de amor.
Y de dolor y de horror...

En este vasto incendio
(brasa, flama, carbunclo),
que todo centelleante apareció
en esa luminaria,
¿qué habia de ser yo,
alma furtiva
y temeraria?
¿Qué habria de ser yo
sino una llama viva?


La zarpa

Noce de estío, que en inquietud me sume...
Una flor lentamente se deshoja
entre intensas oleadas de perfuma;
y hay una luna grande, hiriente y roja.

La brisa espesa muerde perversamente
con el hábito tibio de un suspiro,
y acaricia la boca febrilmente
con el ávido beso de un vampiro.

No hay estrellas. El cielo es esta noche
la misteriosa comba inmaculada
prendida únicamente con el broche
de una luna de faz congestionada.

Quizás mañana habrá tormenta;
acaso en esa obscuridad se está preñando
el rayo y la tormenta paso a paso,
y el torrente pluvial que ha de ir saciando
esta ansia intensa de humedad que encierra
una agria emanación calenturienta
que sube de la entraña de la tierra
seca y resquebrajada, ardorosa y sedienta.

Nocturno de estío. Hora febril y palpitante
en que el silencio y la fragancia arrullan
y toda la existencia se hace un interrogante
y en la calma tan sólo los sentidos aúllan.

Mañana habrá tormenta. Esta noche expectante
me deja dolorida de emoción
como una zarpa alucinante
que me fuera exprimiendo el corazón.



YO MISMA

¡Si pudiera salir de mí
Acaso me salvaría!
Tal vez se marchitaría
Como una flor
el dolor
en que mi vida se abisma
si no diera a lo exterior
tan gran parte del horror
de mí misma

Un misterioso capuz
me oculta a la vida extraña
que fuera de mí florece.
Al acercarme a la luz
Me transformo en niebla huraña
que la tamiza y empaña
hasta que la luz fenece.

¡No poder nunca ver nada
como los otros lo ven!
Tener luz propia: alborada;
Y sombra propia: la nada,
Y en este luchar eterno
Por apartarme de mí
ser esclava del infierno
fatal donde me sumí
por ignorar lo que hacía.
¡Si pudiera salir de mí
acaso me salvaría!

¡Pero no puedo!
En vano mi alma buscó
algo distinto a su «yo»
en la misteriosa prisma
de la vida donde ahondó,
porque tan sólo encontró
un reflejo de si misma.
¡Y fue una imagen tan triste
La que acertara a mirar
que ahora el alma se resiste
 a volverla a contemplar!

¡Y ahora es tarde!
Es ella sola, yo sola,
lo que en la vida he de ver.
¡Estandarte que tremola
sobre la hoguera y la ola,
sobre el dolor y el placer;
mi sombra, que huye de mí
cuando avanzo hacia una cosa,
mi sombra, ¡Oh fatalidad!,
compás, pauta, ritmo, norma,
mi sombra, que a todo da
los contornos de mi forma!

Y es triste, cuando uno ama
Lo externo, vivir así:
sin más noche que su noche,
sin más llama que su llama,
en febril
agitación,
arrimándose al candil
de su propio corazón
que se alimenta de su pena.
¡Es triste vivir así
cuando uno adora la ajena
palpitación!

¡Prisionera!
Prisionera en la demente
Personal limitación
del plano en que me coloco.
Y es tal la concentración
en que me llego a abismar,
que aunque me adelante un poco
sólo consigo avanzar
las rejas de mi prisión.

Como figuras lastimosas
vuelven a mí todas mis penas.
Soy de esas almas misteriosas
esposadas con sus esposas
y atadas con sus cadenas.

Yo soy mi propio carcelero.
Soy mi tirano y mi señor.
Yo soy el propio constructor
del patíbulo donde muero.

Abrasada en mi misma llama
y asfixiada en mi mismo humo,
en vano la paz mendigo
porque ha de morir conmigo
el fuego en que me consumo.

Mi cuerpo es tan sólo un cirio.
¡Oh fuego, blasón y emblema
de esta existencia que quema
con convulsión de delirio!

Mientras viva no veré extinto
el fuego de mis hogueras,
como no escaparé del recinto
de mis fronteras.

Sin otro que mi sol,
sin otra losa que mi losa
para ocultar mi existencia;
sin otro estol que mi estol
para seguir mi demencia
terrible y maravillosa,
soy igual que una alquimista
portentosa
filtrando de su crisol
el extracto de su esencia
misteriosa.

Soy la eterna sombra, que avanza
ante mí quiero ir lejos.
Soy la noche de mi esperanza.
¡Soy un reflejo de reflejos!

Y es triste vivir así
cuando hecho polvo de rubí
todo mi ser disgregaría…
¡Si pudiera salir de mí
acaso me salvaría!


Súplica

Dame, ¡oh Dios!, la serenidad.
Deja, ¡oh Dios! que mis labios
no me pidan el alma
para ungir cada beso.
Dame, ¡oh Dios!, la serenidad.
Deja, ¡oh Dios!, que mis ojos no entreguen la emoción
hecha perlas de llanto
Dame, ¡oh Dios!, la serenidad.
Deja, ¡oh Dios!, que mi mano
se tienda sin temblar hacia las cosas que amo



Nocturno sexto

Lejanía del mar. Y siempre lejanía
¿Soy yo, ante ti, forma plasticidad
viva arquitectura de mi verbo
en el que existo?
¿O eres tú
quien me da los contornos
de mi voz, de mi angustia
de mis múltiples ecos
de mí misma?



El pino y el mar

Verde sobre verde
y entre los dos, oro.
Esmeralda viva, como fruta verde
y entre los dos oro.
Y la brisa muerde
el verde y el oro. 


MÁS TARDE

Vino la Risa, y yo dije: “¡Más tarde!
La luz me deslumbra, ¡déjame dormir!”
Fuese la Risa y me dijo:” ¡Más tarde
no habré de venir!”

La Juventud vino, y yo le dije: “¡Más tarde!
Tiempo hay  aún de sentir y gozar”.
Juventud fuese y dijo: “Más tarde
no habré de pasar.”

El amor vino, y dije: ¡Más tarde!
Llega pronto, muy pronto el placer”
El amor fuese y dijo: “Más tarde
no habré de volver.”

Y así todos se fueron, y un día
a la muerte acercarse sentí,
Y el horror de mi vida vacía
Y estéril al fin comprendí.

“Vienes muy pronto, ¡oh, Muerte! ¡Más tarde!
¡Ven más tarde, déjame vivir!”

Y ella dijo: “Es tu hora…Más tarde
no debo venir.”



NOCHE

Sangre de nácar, alta manantía,
del corazón celeste trasvenada.
Campo y playas la acogen derramada.
La noche es tan azul que es casi día.

Lácteo caudal fluye la blanca vía.
Dice el silencio su canción rezada,
y el alma teme, fina, la alborada
que mate toda esta melancolía.

Viento del Sur, áurea, dulce arpa eolia
con pulsación de aromas. Se alza en vilo
la luna semejante a una magnolia

hendiendo cada sombra, cada silo.
Con hebriedad de luz, al cielo expolia
de reflejos el bar, ancho berilo.



Molinos de viento

Molinos de viento...
¡Alma, si pudieras
tú como ellos, dar
máximo provecho
de la fuerza inútil
que te hace girar!


El viejo trío

Colombina, Pierrot, Arlequín. El viejo trío
que aparece del todo transformado.
En una clara noche de este estío
yo lo he visto pasar, modernizado.

Colombina, elegante y esquelética,
mostrando una silueta parisina.
Pierrot sin blanquear su faz patética
porque hoy quien se pinta es Colombina.

Arlequín, siempre a la caza de conquista,
mira a Colomba y tararea el allegro
sincopado de un canto de revista
mientras marca un compás de baile negro.

A Pierrot ya no vence la ansiedad
de contarle a la luna su tragedia
y se atiene a la cruda realidad:
con serenatas poco se remedia.

Ya no tañe la vieja mandolina
ni versifica su pasión cruenta.
Se ha dado al cabaret y a la morfina
como el héroe de un tango de Spaventa.

Arlequín se ha tornado indiferente
y ha adoptado una «pose» bastante exótica;
pero quiere a Colomba ciegamente...
Por su tipo perfecto de neurótica.

Y con aburrimiento soberano
entró el trío, silencioso,
en un «dancing» americano
que anunciaba un letrero luminoso.

en La hora emocionada (1931), incluido en Peces en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno a la Generación del 27 (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2010, ed. de Pepa Merlo).



¿Y no más?

¿Es posible?
¿Esto sólo
y no más?
¿Este lodo
amasado
con oro,
este lloro
apagado,
esto, todo,
y no más?

¿Esta angustia,
este miedo,
esta vida
ya mustia,
ya herida
de penas
apenas
nacida
al acaso;
este ritmo,
este modo,
este paso,
esto, todo,
y no más?

¿Esto sólo
que ahora es
por siempre
jamás?
¡Imposible,
imposible!
¡Después
ha de haber más!


Elisabeth Mulder en Paisajes y meditaciones (1933), incluido en Peces en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno a la Generación del 27 (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2010, ed. de Pepa Merlo).




Crepúsculo de una ninfa 

La obra de Elisabeth Mulder partió de la novela rosa para luego ir en pos de Somerset Maugham o las Brönte

Por JUAN MANUEL DE PRADA 

En sus retratos de juventud, Elisabeth Mulder (1904-1987) tiene algo de «madonna renacentista» y algo de actriz de cinematógrafo que se hubiese propuesto sobrevivir al tránsito del mudo al sonoro. Su mirada, de una serenidad doliente, parece haberse asomado a ese abismo donde se agolpan las pasiones que no osan pronunciar su nombre. Intuimos que debió de ser una mujer que escondía un espíritu en perpetua complicidad con las esencias puras; como si, bajo su apariencia carnal, se agazapase un hada o una ninfa habitante de regiones que no figuran en los mapas.

Había nacido en Barcelona, hija única de una familia burguesa con aficiones artísticas. Su padre, Enrique Mulder, holandés de madre española, era médico y pintor diletante; su madre, Zoraida Pierluisi Grau, portorriqueña de ascendencia italiana y catalana, contaba entre sus ancestros con el célebre compositor Giovanni Pierluigi da Palestrina. Su infancia se repartió entre Barcelona y Puerto Rico, donde sus progenitores regentaban una hacienda dedicada al cultivo de la caña.



Caudal tenebroso

La formación de Elisabeth Mulder, ajena a las convenciones pedagógicas de la época, iba a prefigurar el talante de la escritora, alejado de escuelas y conciliábulos. En 1921, con apenas diecisiete años, se casa con Ezequiel Dauner, un abogado que había colgado la toga para consagrarse a los negocios y a la política municipal. Tras algunas escaramuzas periodísticas se estrena como poetisa en 1927 con «Embrujamiento», un libro de trasfondo doliente aliviado por el tono cascabelero de los versos quebrados. Pero será en «Sinfonía en rojo» (1928) donde Elisabeth Mulder se atreva a liberar el caudal tenebroso de sus angustias, la fiebre abrasada de su vida interior, que la llevaba en pos de imposibles ideales, como la falena vuela en pos de la luz que abrasa sus alas.

En 1930 enviuda súbitamente y ya nunca volverá a casarse. Por estas mismas fechas estrena sus primeras armas como narradora en la revista «Lecturas», una publicación femenina que seguía las enseñanzas de las revistas noveleras fundadas por Zamacois. Poco a poco, sus narraciones van abandonando los senderos trillados del sentimentalismo para introducir elementos de renovación en los esquemas del género rosa. También en estos años se ejercita en la traducción de Baudelaire y Pushkin, Shelley y Keats; y quizá esta convivencia con los maestros le sirve para comprender que la poesía no figura entre sus dones.

Las mejores novelas de Mulder destacan por su introspección psicológica y su cosmopolitismo

En 1935 publica su primera gran obra, «La historia de Java», una parábola sobre la libertad femenina y un esforzado «tour de force» narrativo, ya que cede el protagonismo (y el punto de vista) a Java, una gata salvaje que rehuye el trato con los humanos y mantiene una tensa relación de riñas y reconciliaciones con un «hombre rubio» al que llegará a obsesionar. La respiración de la frase, inequívocamente poemática, cierto clima de desasosiego inaprensible y la alusión constante a sentimientos prohibidos contribuyen a mostrarnos la radiografía de una mujer que se siente «extranjera en cualquier parte».

Durante la Guerra Civil, Elisabeth Mulder tendrá que solicitar protección al Consulado de los Países Bajos, atemorizada ante los expolios y tropelías de los milicianos anarquistas. Los logros más granados de su literatura se irán sucediendo a lo largo de la década de los cuarenta, con novelas que se aventuran por los vericuetos de la introspección psicológica y el cosmopolitismo, en la estela de Somerset Maugham. «La gran novela desecha más que aprovecha y el gran novelista debe tener bastante más de filtro que de esponja», escribió Elisabeth Mulder, en una de las escasas ocasiones en que se resignó a enunciar su poética.

Lento crepúsculo
En «Crepúsculo de una ninfa» (1942) prueba, a través de la saga de una familia en decadencia, una historia de pasiones elementales y personajes un tanto patológicos, como una suerte de versión desvaída de «Cumbres borrascosas». «El hombre que acabó en las islas» (1944) es una novela de «tempo» lento en la que la descripción de ambientes sirve Mulder para expresar los climas anímicos de su esquivo protagonista. «Alba Grey» (1947) quizá sea el libro más nítidamente mulderiano, pues en él quedan reflejadas esas «populosas soledades» que afligen a sus criaturas, convirtiéndolas en perseguidoras de quimeras.

A partir de aquí, la producción de Elisabeth Mulder decrece drásticamente, tal vez por agotamiento de su numen, tal vez hastiada de su constante preterición. Su última obra meritoria, «El vendedor de vidas» (1953), de estirpe barojiana, sustituye los escenarios cosmopolitas por la Barcelona de la posguerra, asaltada por los fantasmas de la miseria y el estraperlo. Herida por una ceguera progresiva que la va empujando lentamente hacia el crepúsculo, se despedirá con «Las noches del gato verde» (1963), una incursión en la literatura infantil. Durante más de treinta años, Elisabeth Mulder vivirá ese tibio y confortable anonimato de quienes ya nada esperan, enviando esporádicos artículos a «La Vanguardia» y ABC que le publican muy remolonamente, cuando se los publican.

Quizá en el momento de su extinción, cuando por fin era llama pura, pudo al fin susurrar su secreto. Los necrólogos no lo escucharon y su defunción apenas fue reseñada en la prensa, quizá porque el mundo del que Elisabeth Mulder desertaba ya no era su mundo.




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