miércoles, 10 de diciembre de 2014

MIGUEL ANTONIO CARO [14.220] Poeta de Colombia


Miguel Antonio Caro

Miguel Antonio José Zolio Cayetano Andrés Avelino De Las Mercedes Caro Tobar (Bogotá, República de la Nueva Granada, 10 de noviembre de 1843 - Bogotá, República de Colombia, 5 de agosto de 1909). Humanista, periodista, escritor, filólogo y político colombiano.

Hijo del notable escritor José Eusebio Caro. Debido a las circunstancias políticas del país durante su infancia, no siguió estudios regulares en establecimientos de educación, ni recibió títulos académicos, aunque posteriormente por su trayectoria fue reconocido con Doctorado honoris causa en Jurisprudencia por Universidades de México y Chile. Dirigió la Academia colombiana de la Lengua, participó en la redacción de la Constitución de 1886 y ejerció como diputado, presidente del consejo de Estado, Vicepresidente de la República (1892) y Presidente de la República (1894). Tras abandonar la política, se dedicó a la literatura: es autor de una Gramática de la lengua latina (en colaboración con Rufino José Cuervo, 1867), ensayos (Tratado sobre el participio, 1870) y traducciones de obras clásicas (Horacio, Tibulo, Catulo, Virgilio).

Constitución de 1886

La idea de la Constitución de 1886 era producir una regeneración en todas las bases de la sociedad Colombiana.

Aun así las ideas de Caro en los debates de la constitución de 1886, se centraron en garantizar una mayor participación de la población en el Estado, proponiendo para la constitución de 1886 un régimen en donde todos los productores, mediante corporaciones populares tuviesen directa participación en el senado. Según Caro, las corporaciones eran expresiones de organismos orgánicos, al contrario de los partidos.

“Si hay corporaciones populares, ha de haber sufragio popular amplio, para elegirlas. Si no hay sufragio popular amplio, no se diga que hay corporaciones populares”
Por tanto según Caro “el voto corporativo para la alta cámara”, moderará a la otra. Como en Colombia no están organizados esos intereses sociales, propone que provisionalmente hasta que estos fuesen creados el gobierno elija los seis senadores “como representantes de determinados elementos sociales, por ejemplo, el alto clero, de la clase militar, de los intereses económicos, comerciales, industriales y agrícolas, y de las profesiones intelectuales”

Para Caro en el sistema corporativo se debe mantener el sufragio popular y la universalidad del sufragio, porque ésta es una alternativa menos mala que la de la restricción.

Caro priorizaba a las corporaciones, porque estas eran expresiones de organismos de la sociedad, al contrario de la representación por medio de la elección de representantes, que prioriza a la multitud. Así declaraba que: “Dentro del concepto exclusivamente democrático, no cabe la dualidad ni multiplicidad de cámaras legislativas; porque si sólo el pueblo ha de ser representado, y el pueblo es uno e indivisible ha de ser el cuerpo representativo del pueblo, como lo han sido en otras épocas las convenciones y asambleas en Francia....La dualidad de cámaras ha de apoyarse, y en efecto se apoya en un fundamento verdadero y sólido: en la distinción entre el pueblo o muchedumbre que forma la cámara popular, por una parte, y por otra los miembros orgánicos del Estado, clases, órdenes o intereses sociales en cualquier forma organizados, que deben constituir la alta cámara”

Caro después de terminados los debates se lamentaría que sus posiciones corporativas no se viesen reflejadas en la constitución del 1886.

A propósito del voto restringido Caro había argumentado en la Asamblea lo siguiente: “Insisto, señor Presidente, porque esté punto es capital, que en la instrucción o en la riqueza, que pertenecen al orden literario y científico, la primera, y al económico la segunda, no son principios morales ni títulos intrínsecos de ciudadanía, y que sólo tienen valor en cuanto se subordinan al superior criterio que exige al ciudadano recto juicio e independencia para votar. Conferir exclusivamente a los propietarios el derecho de votar, porque pagan contribuciones al Estado, es ver en el Estado una entidad moral para convertirla en compañía de accionistas, y atribuir únicamente esas funciones a los que sepan leer y escribir, como si esta circunstancia envolviera virtud secreta, es incurrir en una superstición”

Las firmes creencias religiosas e hispánicas de Caro lo llevan a crear una constitución que se fundaba en los valores de la religión católica. Su noción básica de la nacionalidad se remitía a la comprobación de que en Colombia sólo la lengua española y la religión católica unían a una población extremadamente diversa, y que ninguna de estas podía ser remplazada por otra, a no ser que se quisiese caer en la "incredulidad".

Exalta la democracia municipal: considera que el Municipio es la “verdadera y legítima base social de las nacionalidades”, y en orden a que se realice debidamente la descentralización “dentro de la verdadera unidad nacional”, el poder central debe ser más bien un poder general, “en perfecta armonía con las libertades municipales”

Caro había criticado en el pasado, la ideología utilitarista, que se quería impartir en los colegios de Colombia, durante la era del Olimpo Radical, mediante la enseñanza de las ideas de Bentham. Consideraba que la educación católica era por tanto una necesidad en el marco ideológico, por eso a partir de 1887, propuso que en Colombia se impartiese como obligatoria la educación religiosa católica en escuelas y colegios.

Vicepresidente y presidente de la República

En 1892 es elegido vicepresidente de la República, en fórmula con el reelecto presidente Rafael Núñez, quien no pudo asumir el poder por problemas de salud, por lo que Caro se encargó de la presidencia; dos años después Núñez falleció, y Caro ejerció el poder desde el 7 de agosto de 1892 hasta el 7 de agosto de 1898. Curiosamente, pese a que tuvo uno de los mandatos más largos de la historia de Colombia, nunca utilizó el título de presidente, sino el de vicepresidente encargado del Poder Ejecutivo, por respeto a Núñez. Además de la oposición liberal, tuvo que enfrentar la oposición de los conservadores históricos (es decir del partido conservador) que fue total hacia 1897. Liderados por Carlos Martínez Silva en Bogotá y por Marceliano Vélez en Medellín, los conservadores tradicionales, bajo la bandera del historicismo político, consideraban traicionadas las glorias del pasado por las ideas sostenidas por Núñez y Caro en sus años de gobierno.

En su gobierno Caro procedió a la nacionalización de los licores y posteriormente en 1893 restauró el Estanco de Tabaco, dándole el monopolio al Estado sobre su producción y comercialización. Ello llevaría a la agitación política desatada en Bogotá a principios de 1893, cuando los partidos se alzaron y tuvieron a la ciudad prácticamente en sus manos, en días de violentos asaltos y choques con la fuerza pública. El general Antonio Basilio Cuervo Urisarri, ministro de Gobierno, logró el retorno a la normalidad.

El Partido Nacional (Colombia), ya parecía estar en minoría en la cámara de representantes, por lo que Caro se vio obligado a exigir que Rafael Nuñez, reasumiese el poder, con la mala fortuna de que Nuñez fallecería el 18 de septiembre de 1894, tratando de organizar su regreso a la ciudad. En 1895 tuvo lugar una revolución en la que fuerzas liberales se levantaron contra el gobierno a principios de ese año. Caro llamó entonces al general Rafael Reyes y lo puso al frente de los ejércitos legitimistas. Reyes planeó una campaña relámpago que inició en La Tribuna, adelante de Facatativá, bajó al Magdalena, siguió hasta la Costa Atlántica y entró por allí a Santander, donde estaba el foco de la revuelta, acabando finalmente con la guerra en Enciso.

Otro hecho que tuvo lugar bajo su mandato fue el del llamado gobierno de los Cinco Días. Caro se había retirado a la hacienda de Casablanca, en Sopó, y había dejado encargado del gobierno al general Guillermo Quintero Calderón, como designado que era éste a la Presidencia. Quintero Calderón había tomado ya el partido de los conservadores históricos, y nombró un gabinete encabezado por Abraham Moreno, figura destacada de éstos en Antioquia. Al darse cuenta Caro de la orientación que se quería dar al gobierno, dando la espalda a los nacionalistas, reasumió el mando en Sopó y puso en manos del general Manuel Casabianca, nombrado por él ministro de Gobierno y de Guerra, el trabajo de restablecer el orden, dentro de los marcos de inspiración nacionalista de su gobierno.

En 1898 logró imponer en la Presidencia de la República al octogenario dirigente Manuel Antonio Sanclemente, y en la Vicepresidencia al también anciano literato José Manuel Marroquín, con la intención de mantener su influencia política, pero el plan se volvió en su contra cuando Marroquín, apoyado por un sector del conservatismo, derrocó a Sanclemente en 1900, desatándose la Guerra de los mil días y la separación de Panamá.

Socialismo Católico e Ideario Hispánico

Miguel Antonio Caro relacionaba el tradicionalismo de carácter hispánico, con lo que él llama socialismo cristiano Caro consideraba que el Socialismo Cristiano, por medio de la propiedad gratuita, era un medio para conservar la moral y la dignidad del pueblo colombiano. Así Caro dirá: "El ideal comunista es un ideal falso y absurdo, como hijo, al fin, de la envidia; mientras que el Socialismo Cristiano, que procura ensanchar la esfera de la propiedad gratuita, es un ideal generoso y científico, hijo de la caridad".

Así Caro en conjunción con su socialismo cristiano, dirá en su mensaje al congreso de 1894:

"Ningún género de monopolio de Estado aún en los casos de abuso y de mayor abuso, ofrece los inconvenientes a que en su gran desarrollo, ilimitado, cual lo exige y sustenta el liberalismo, sin freno moral ni inspección gubernamental, está expuesta la libre concurrencia. El "trabajo libre" que parecía sinónimo de redención, desarrollándose en Europa fuera del cristianismo, ha sometido a millones de obreros a una servidumbre infinitamente más opresiva que la de los siervos de la gleba; por lo cual las masas desengañadas abominan del liberalismo, ansiosas de una libertad, que no podrá florecer por la venganza que se elabora, sino por el triunfo del Cristianismo en la conciencia de los pueblos y en las leyes de las naciones".

Por tanto la característica central del pensamiento de Caro es su defensa inquebrantable de la idea de hispanidad. Al contrario de su padre José Eusebio, que había soñado con una síntesis entre catolicismo y liberalismo, muy en la línea de Saint Simon y Lammenais. Miguel Antonio se oponía al pensamiento de su padre y el mismo Sergio Arboleda. Lo que él buscaba no era sintetizar lo mejor del catolicismo y el liberalismo, sino el retorno incondicional a la forma de ser hispánica, que no se limitaba únicamente a la práctica de la religión católica, sino que abarcaba todos los aspectos de la vida del hombre. El hispanismo de Caro es, por tanto, una "Weltanschauung", una visión completa del mundo.

Caro no reniega en ningún momento de las guerras americanas de independencia frente a España, pues hasta en ellas le parece ver el cumplimiento de un designio divino. Fue incluso uno de los pocos escritores colombianos que cantó poéticamente las gestas libertadoras de Bolívar, en su famosa Oda a la estatua del libertador. Lo que rechaza no es la independencia sino la revolución, es decir, el intento de organizar las jóvenes Repúblicas hispanoamericanas de acuerdo a los principios anglosajones que le eran ajenos.

Humanista y filólogo

Escultura de Miguel Antonio Caro en la Academia Colombiana de la Lengua.
A la par de su actividad como periodista político, se convirtió en uno de los filólogos más destacados de Hispanoamérica, siendo considerado del mismo nivel que Andrés Bello y Rufino José Cuervo (ver Instituto Caro y Cuervo). El 5 de noviembre de 1878 fue elegido miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua.16 Además, fue uno de los fundadores de la Academia Colombiana de la Lengua, de la cual fue presidente. También fue correspondiente de la Real Academia Española.

No tenía título académico, pero, en vista de su obra como humanista, legislador y publicista, se le confirió honoris causa el grado de Doctor en Letras y el de Doctor en Jurisprudencia de las universidades de Chile y México.

Caro adelantó trabajos filológicos en torno a la obra de Virgilio, por él traducida y comentada (1873-1876), y estudió exhaustivamente el latín hasta dominarlo casi que como lengua propia, como quedó registrado en los tres tomos que el Instituto Caro y Cuervo publicó entre 1947 y 1951, además de que escribió poesía en latín.

Produjo importante material en el campo de la crítica literaria. Autores españoles, colombianos e hispanoamericanos ocuparon su atención, destacándose entre todos estos escritos unas páginas que dedicó al Quijote. Es autor, además, de ensayos sobre la interpretación filosófica de la historia. Un ejemplo singular es el prólogo que escribió para la edición de la Historia de Lucas Fernández de Piedrahita, donde se plantea precisamente el tema de la conquista de América.

Incursionó en la poesía con piezas entre las que se destacan "A la estatua del Libertador" y el soneto "Patria".

Gran parte de su obra fue publicada en periódicos y revistas. Publicó algunos libros: Estudio sobre el utilitarismo, Gramática latina (en colaboración con Rufino José Cuervo), Obras de Virgilio (tres tomos), Artículos y discursos, su discurso Del uso en sus relaciones con el lenguaje, Horas de amor, Poesías, Traducciones poéticas y las Poesías de Sully Prudhomme.

Muerto Caro, el gobierno nacional encargó a su hijo Víctor Eduardo la recopilación y publicación de las obras de su padre. Fue así como se publicaron ocho tomos de Obras completas (1918-1945) y tres de Obras poéticas (1928-1933).

Obras

Miguel Antonio Caro; Carlos Valderrama Andrade (1993). Obra selecta. Fundación Biblioteca Ayacuch. ISBN 9789802762439.
Miguel Antonio Caro (1866). Poesías. Foción Mantilla.




Patria

¡Patria! te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y padecido tanto
cuanto lengua mortal decir no pudo.

No te pido el amparo de tu escudo,
sino la dulce sombra de tu manto:
quiero en tu seno derramar mi llanto,
vivir, morir en ti pobre y desnudo.

Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,
son razones de amar. Otro es el lazo
que nadie, nunca, desatar podría.
Amo yo por instinto tu regazo,
Madre eres tú de la familia mía;
¡Patria! de tus entrañas soy pedazo.



La flecha de oro

Yo busco una flecha de oro
que niño de un hada adquirí,
y, «Guarda el sagrado tesoro
-me dijo- tu suerte está ahí».

Mi padre fue un príncipe: quiere
un día nombrar sucesor,
y aquel de dos hijos prefiere
que al blanco tirare mejor.

A liza fraterna en el llano
salimos con brío y con fe:
la punta que arroja mi hermano
clavarse en el blanco se ve.

En tanto mi loca saeta
lanzada con ciega ambición,
por cima pasó de la meta
cruzando la etérea región.

En vano en el bosque vecino,
en vano la busco doquier:
tomó misterioso camino
que nunca he logrado saber.

El cielo me ha visto, horizontes
salvando con ávido afán,
y mísero a valles y a montes
pidiendo mi infiel talismán.

Y escucho una voz ¡adelante!,
que me hace incansable marchar;
repite el eco zumbante,
me sigue en la tierra y el mar.

Yo busco la flecha de oro
que niño de un hada adquirí,
y, «Guarda» el sagrado tesoro
-me dijo- tu suerte está ahí».




Pro senectute

¡Tú, que emprendiste bajo el albor temprano,
la áspera senda con ardiente brío,
y ahora inclinado y con andar tardío
rigiendo vas el báculo de anciano!

Torpe el sentido y el cabello cano
no te acobarden, ni en sepulcro frío
contemples con doliente desvarío
de rápido descenso el fin cercano.

Fúlgida luz la vista te oscurece;
argentó tu cabeza nieve pura,
cesas de oír, porque el silencio crece;

Te encorvas, porque vences la fragura;
anhelas, porque el aire se enrarece;
llegando vas a coronar la altura.

A la estatua del Libertador
(en la Plaza Mayor de Bogotá)

¡Bolívar! no fascina
a tu escultor la Musa que te adora
«Sobre el collado que a Junín domina»,
Donde esclavos fulmina
tu diestra, de los Incas vengadora.

No le turba la fama,
alada pregonera, que tu gloria
del mundo por los ámbitos derrama,
y doquier te proclama
Genio de la venganza y la victoria.

El no supo el camino
por do el carro lanzaste de la guerra
que de Orinoco al Potosí argentino
impetüoso vino
temblar haciendo en derredor la tierra.

Ni sordos atambores
oyó, ni en las abiertas capitales
entrar vio tus banderas tricolores
bajo lluvia de flores
y al estruendo de músicas marciales.

Ni a sus ojos te ofreces
cuando, nuevo Reinaldo, a ti te olvidas,
y el hechizante filtro hasta las heces
bebiendo, te adormeces
del Rímac en las márgenes floridas.

No en raptos de heroísmo,
no en vértigo de triunfos y esplendores
admiró tu grandeza. El a ti mismo
te buscó en el abismo
de recónditas luchas y dolores.

Te vio, si adolescente,
ya en el silencio de la gran rüina
que Roma encierra, apacentar tu mente,
la soñadora frente
doblada al peso de misión divina;

Retando a las Españas
de América inflamar el seno inerte
con grito que conmueve las montañas;
solo, en playas extrañas
o entre escombros hundido, engrandecerte;

Y puesto el pensamiento
allí donde visión mortal no alcanza,
Nuevo Colón en pérfido elemento,
con profético aliento
avivar en tinieblas la esperanza.

Con mano compasiva
(No bien a la Fortuna has hecho esclava)
Restituir su libertad nativa
a una raza cautiva
Y a la prole infeliz que amamantaba;

O llevar de un segundo
palante el corazón al templo santo,
mientras responde a tu dolor profundo
con eco gemebundo
fiel muchedumbre derramando llanto;

O en la región del hielo,
del Chimborazo hollar la cumbre cana,
y contemplar allí del tiempo el vuelo,
la inmensidad del cielo,
la pequeñez de la grandeza humana.

Vio el dolor que se ceba
en ti, a la hora en que el Eterno dijo:
«Quiérole ya purificar con nueva
y terrífica prueba».
Colombia entonces te negó por hijo;

Y envidia vil desflora,
con rabioso azotar, la ínclita rama
con que piadosa Gratitud decora
tu frente creadora
que el honor de los Césares desama!

Ya el obcecado hermano
el arma revolvió contra tu pecho,
y en el confín postrero colombiano
te brinda hidalgo hispano
si patria te faltó, su honrado techo.

A ese asilo postrero,
del piélago mezclándose al bramido
O al lejano clamor del marinero,
¿Qué acento lastimero
fúnebre vuela a golpear tu oído?

¿Qué asolación augura
la voz doliente que en los aires gira?
De negra ingratitud víctima pura,
en hórrida espesura,
¡Cielos! el Héroe de Ayacucho expira.

En tan solemnes días,
por la orilla del mar, los pasos lentos,
y cruzados los brazos cual solías
hondas melancolías
exhalabas a veces en lamentos.

Ora pasara un ave,
ya hender vieses el líquido elemento
sin dejar rastro en él, velera nave,
murmurabas: «¿Quién sabe
si aré en la mar y edifiqué en el viento?».

En sordos aquilones
oías como lúgubres señales:
«¿Si caerán sobre mí las maldiciones
de cien generaciones?
¡Ay, desgraciado autor de tantos males!».

Brotar la alevosía
viste, y a empuje de discordia brava
bambolear la Libertad. Gemía
Colombia en agonía;
tu espíritu radioso declinaba.

El noble estatüario
apartando fulgentes aureolas,
de dudas en tu pecho solitario
vio aquel tumulto vario:
¡Vio el hondo abismo, las amargas olas!...

Callando respondiste
a la íntima efusión con que él te nombra
cuando en fijar tu semejanza insiste,
y hermosa, pero triste,
Apareció tu venerable sombra,

Con ese aspecto, y esa
melancólica nube de tu ceño
que desengaño y abandono expresa,
descendiste a la Huesa,
y aún te acompaña en el eterno sueño.

Inclinando tu espada
tu brazo triunfador parece inerme;
terciado el grave manto; la mirada
en el suelo clavada;
mustia en tus labios la elocuencia duerme.

Mágico a par de Dante
Tenerani tu vasto pensamiento
renovó, concentró, y a tu semblante
dio majestad cambiante,
y a tu austero callar múltiple acento.

No tremendo, no adusto
revives; del fragor de la pelea
descansas ya... Mas tutelar, augusto,
doquier se alce tu busto,
con plácida elación se enseñorea;

Y en tu serena altura
mártir perdonas, y recibes
culto sublime en tu dolor sin amargura,
de lisonja perjura
libre por siempre, y de cobarde insulto.

Y tu nombre en su vuelo
más que el de antiguos semidioses crece
en tu edad misma y en tu propio suelo;
¡Y tu historia sin velo
las grandezas que fueron obscurece!

El divinal aliento,
que anima a la materia y transfigura;
nobilísimo humano sentimiento;
final recogimiento;
cuanto a el alma enaltece o la depura,

En mística amalgama,
cual vago nimbo de tu excelsa frente,
no imitación, veneración reclama:
el que Padre te aclama,
mezcla de orgullo y de vergüenza siente.

¡Libertador! Delante
de esa efigie de bronce nadie pudo
pasar, sin que a otra esfera se levante,
y te llore, y te cante,
con pasmo religioso, en himno mudo.



Insomnia poética

Noctes dum vigilo, quidquid sub pectore verso
cantitat, in numeros flectitur ipse dolor.
Rhetorici tantum non sunt mea carmina lusus;
pectoris hic etiam sunt lacrimae, hic gemitus.

(De noche, en la vigilia, lo que me agita canta,
y al verso se somete por sí mismo el dolor.
No son mis cármina mero juego retórico;
llanto del corazón y gemidos hay en ellos.)

[Traducción, Jorge Páramo].



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