martes, 20 de marzo de 2012

BERNARDO CANAL FEIJÓO [6.272]


Bernardo Canal Feijóo

(ARGENTINA. Santiago del Estero, 1897 / Buenos Aires, 1982)
Bernardo Canal Feijóo nació en Santiago de Estero en 1897 y murió en Buenos Aires en 1982.

Publicó varios libros de poesía entre los que se destacan Penúltimo poema del fútbol (1924), Dibujos en el suelo (1927) y La rueda de las siesta (1930). Penúltimo poema del fútbol, lo firma como “Bernardo”, simplemente. Intrépido veinteañero entonces, poeta, periodista, dibujante y presidente de un club de fútbol de su lugar natal, vinculado a los iconoclastas muchachos del martinfierrismo porteño, Canal Feijóo renegó en su madurez de estos pecadillos juveniles y nunca reeditó sus primeros libros.

A la luz de la historia, se lo conoció más por sus severos ensayos y sus obras teatrales. Plasmó la primera reedición de Penúltimo poema del fútbol. Un poema perteneciente al libro (“Córner”) había sido incluido por Roberto Santoro en su célebre antología Literatura de la pelota, en 1971. Canal Feijóo presenta un partido de fútbol como si se tratase de una pieza dramática. Las digresiones, el carnaval de voces, la franela tipográfica, los abruptos cambios de tono, los dibujos (del propio Canal Feijóo), la prodigalidad de “postales” que retratan un match imaginario, deben tanto al incipiente cine como a la fotografía: “De las fotografías de conjunto hay que extirpar al jugador que empolla la pelota como un gallo invertido…Y al intruso en ellas que, oficioso agregado de las circunstancias, en mangas de camisa y sofocante pantalón civil, es como el maquereau y el pederasta de los jugadores uniformados para la tarde”, dice en el poema “Una pose”. Canal Feijóo propone un extrañamiento de la práctica del fútbol, una visión alucinada que se transforma en elogio y alabanza de la destreza y fuerza física de los jugadores y así se acerca fuertemente a las doctrinas del futurista italiano Filippo Tommaso Marinetti. También sus piruetas estilísticas recuerdan al Girondo martinfierrista por esa intrepidez de la pincelada, el ingenio disparatado y la práctica de un humor zumbón y candorosamente provocativo.

"Penúltimo poema del fútbol", 
de Bernardo Canal Feijóo

Selección 


Paréntesis

(Está ya dicho que en el principio fue la acción, no el verbo,-y hay que agregar: que la acción inicial fue indudablemente la patada, según se induce del modo como andan las cosas.

Robustecida, hoy, la voluntad del hombre, en el largo ejercicio de las rebeldías de su exilio paradisíaco, verbo y acción tienden a hacerse simultáneos en la expresión de su alma,-y sólo en la patada se regocija, y consigue la síntesis esférica su genio.

La más profunda convicción, la conciencia final, la que logra la materia desubstanciada, amarga y triste, de las cosas, determina la patada. Por esta suprema y obscura alcurnia, la patada no es nunca obcecada o dramática con la trompada, por ejemplo, que en el hombre corresponde a la sórdida coz de las bestias, sino descreída o irónica, o, a lo sumo, bella y fatalmente brutal, pero siempre aplicable de una manera desajustada y heterodoxa, como conviene al canon. "Una patada en", es algo que tiene todas las salidas imaginables.

Tras el minuto de embriaguez, toda cosa gozada merece, más o menos, la patada. Y ello, no tanto por una innecesaria razón de ingratitud, cuanto porque a los hombres capaces de una succión desatentada de las cosas, se impone el deber de animarlas después con distinto sentido para no vampirizar demasiado en la vida. Una patada es siempre algo que abre una puerta a un más allá insospechado.

La amistad, reducida hoy a tristes expresiones de compañerismo o de recuerdo, pierde las hojas desmayadamente como en una atroz otoñada, y si no fuera susceptible de patada, carecería de sorpresa.

El amor implora la patada como el fuerte instrumento para desbrozarse el campo que necesita, primero, y luego, para volver a la razón. El verdadero dueño del amor, antes de entrar a su casa, calza la patada como la bota taponada y reforzada. Por lo que sus pasos resultan siempre delatores e inconfundibles y ahuyentan hasta los malos espíritus de la atmósfera.

La técnica de la patada responde a una mecánica elemental de palanca. Es así que, conquistado el recurso en la cultura fundamental del hombre, como el cierre siempre suficiente para todas sus oraciones y todas sus acciones, dura y proyectable concreción de su genio caído, se descubre que la única palanca que en el sueño del sabio podría aplicarse a la remoción del mundo, sería la patada. Cualquiera otra, consumaría a remoción inútil, sin suficiente finalidad.

Apurada en la vida, hasta el hueso, la efusión orgiástica de la potencia, el fin natural y forzoso de la vida es la patada empelotante. Más que estirar la pata, el que muere lo que hace es dar la patada,-y eso está bien, y consagra el triunfo del espíritu del hombre hasta en la muerte.

Muchos ejemplos hay de la pertinencia puntuativa final de la patada, y el de más cercana autenticidad lo da el caso de la amistad política, en que no sólo clausura el período herméticamente, sino que lacra la ligadura esencial, la patada. Y concluye por empastelamiento las mejores composiciones de esa amsitad sin libertades.

En un paralelo sereno, la patada arrolla al puñetazo.

El puñetazo es insensato y cruel, es ofuscado y congestivo. Por el contrario, la patada es curada y experiente, es específica y variada. El puñetazo no excede nunca a la fuerza del brazo motor. La patada, en cambio, puede ostentar, aun sobre el último impulso, la sonrisa del escarnio, como la sonrisa confiada y experta del aviador después de la acrobacia.

El puñetazo es débil y vengativo: quiere siempre otro. La patada, en cambio, es perfecta y cancelatoria. Después del puñetazo queda cómo presentar la otra mejilla. Pero después de la patada ya no queda qué presentar.

El mejor puñetazo crea el conflicto. La patada rige el éxito.

Cualquiera da un puñetazo, y aun los oradores rajan sus mesas. De ética más alta, la patada es patrimonio del filósofo y del artista. Parecería lo contrario, pero es así, como fruto de una profunda comprensión, de un estado de serenidad y entendimiento ante las cosas.

El puñetazo es empedernido y estúpido;-la patada más directa se florea y ama la paradoja.

El puñetazo nace cuando el juego de manos degenera en juego de villanos, por lo que no es posible practicar el boxeo, el arte del puñetazo, con verdadero espíritu deportivo, con la noble altura que esto importa. Es antisocial,-y desinteresadamente practicado contra la pelota prisionera del puttching, puede conducir a la miopía.

La patada, en cambio, se inclina naturalmente a todas las estilizaciones del deporte; necesita una vasta perspectiva de cielo y horizontes, y se la descubre.)

No sería extraño que los griegos, pueblo sensual y frívolo, no hubiesen conocido un deporte con toda esa trastienda.

Sin embargo, entre los del extenso catálogo legado, ninguno que pueda merecer como éste el epíteto de olímpico.

La patada es el único don olímpico que está atribuido hoy al hombre.

La patada es hija de la democracia igualitaria moderna, fundente y permeable, y hermana del sufragio universal. Pero su sanción reivindica la dignidad substantiva del hombre. Y es su única reivindicación.

Donde el número mata el espíritu, la patada consagra la voluntad individual y caprichosa con el único gesto atendible.


En medio de la hormigueante marejada de la multitud, la patada abroquela el círculo de la autonomía espiritual del hombre, sin compromisos ni rencores.


La tarde y las naranjas

En la perfecta madurez la tarde, las naranjas aparecen, en efecto, como el franco sazonado de la tarde madura.

Y en la apoteosis de la tarde gloriosa, la victoria ofrendada en cada naranja al beso del labio reseco de los jugadores, un seno virginal y pletórico!

Depositada en su cráter, es el cáliz encendido y meduloso de la tarde potente, preparado para el solo rito de ser levantado entre las manos y expuesto a una vehemente succión de la boca, como en el acto en que se obrara la profana comunión de las tardes del estadio.


Patadas…

Al arco:–

El arquero esperaba de rodillas la pelota que corría hacia él como el niño que comienza a caminar y se precipita. Parecía que iba a darle un beso desalado sobre la mejilla sucia…


Patada:–

La pelota salió como desenterrada.

La pelota iba acalambrada en el efecto, y al botar cayó desmayada de espaldas. El jugador acudió en su socorro.–

Pitadas fugaces y nerviosas del réferi, como gusanos de
luz perdidos en la luz…

(El sudor comenzaba a fijar en la tarde los uniformes al aguafuerte).

Al arco!–

Hay un secreto y húmedo entendimiento entre el
arquero y la pelota).

La pelota, llena de la congoja del patadón cruel del jugador, se refugió en el vientre del arquero, que pareció envolverla en el consuelo de una dialéctica intestinal, toda desordenada y revuelta de ternuras y amenazas, con una mirada dura clavada sobre el jugador…



Hands!... Hands!...

No podía ser…
En el tumulto
De brazos chamuscados de gritos,
Nadie veía que no podía ser
“Mano!,”
De aquel jugador que era un cuadrúpedo
Casi “sin metáfora”.–


Córner

Los jugadores se reunieron a dar la bienvenida.

Como de un lejano horizonte
Se levanta la pelota del córner,
Abriendo su vuelo de serpentina...
Se encoge la guardia de los jugadores
Y ajusta el paredón del gol.
Entonces,
Entre las frentes endurecidas,
Una frente,
Aristada de voluntad
En un salto más alto que ninguno,
Quiebra como un florete
El acero flexible de la parábola del córner...



Réferi

El réferi husmeaba todo, estaba empeñado en revertirlo todo hacia sí, en sorprender las delanteras sin darse mucho afán, con una judiciaria propensión a descubrir la falta, a aplicar sus sanciones de pito solemne.

(Va, vuelve;–-tiene una carrera entorpecida de una contracarrera, con estacatos de cardíaco, o de palmípedo doméstico, que pretende seguir el volatín aéreo de los pájaros, y larga tres pasos torpes de tony botinudo.)



Patada!...

La pelota se disolvía como un cálculo
hepático al hundirse en el óleo celeste.



Fútbol de mujeres

No podía prosperar el partido…
La pelota se apesantaba, se enmelaba. 
En los muslos, 
En los senos
En las caderas
En el vientre,
Con una galantería solapada
Y aprovechona…

Y los choques trataban a los jugadores en un abrazo lésbico
inaceptable…

En el medio tiempo, como en una alcoba reservada, todas ellas se oblaban al descanso vigoroso sobre el césped del estadio…

La muchedumbre se agolpaba a sus propios ojos, como al ojo de la cerradura, para fisgar el holocausto orgiástico…



Epílogo

La tarde se dispersaba
Sin ninguna apoteosis.

La fatiga de la jornada
Hallaba blanda
La cabalgata de la sombra…

La muchedumbre
Había perdido su himno
Como las nubes después de la tormenta,
Y tenía un desparramo ancho de nubes…

Todo el polvo agitado de la tarde
Asentaba sobre la ciudad,
Con algo de vapor de insensatez
Que se enfría.
(Patadas lejanas)

En lo alto, un pájaro negro,
Lleno de gracia,
Sorteaba la última alegría…

Los árboles se alineaban en su acera
Para balconear la retirada.

(Oculto en la fronda,
Vindicativo, un pajarillo granuja,
Devolvía a la multitud
Su más infamante silbatina).

Hasta que la noche
Crispó en la Ciudad,
Como su sexualidad,
El collar de ganglios de las luces.

1924

Publicado por El Suri porfiado Ediciones, 2008








Ansiedad

El ansia del triunfo
anidaba en el ángulo de la red,
a espaldas del arquero,
una gran araña torva...

(El juego se agolpaba contra uno de los arcos, como en un peloteo a la pared. El arquero tenía ya empastelados los ojos, y aunque volvía las espaldas en las contorsiones bruscas, quedaba siempre mirando de frente como un búho idiota.

Solo, abandonado en su arco, el arquero adversario se paseaba de un lado para otro, se detenía, parecía ladrar al tumulto lejano, como un perro atado a su garita.)



Al arco

(El arquero sabe de la alegría de transmutar
en juego el ceño homicida del adversario.)

Invocación
(para el tono de la tarde)

Patadas!-

La que descubre el arco del triunfo y lo deja boquiabierto.

Y la patada que despliega en el cielo del estadio, la fantástica bandera del arco iris.

Un incesante bombardeo de patadas y patadas!

(Y mejor si, a lo mejor, resulta esta palabra un barbarismo, porque ASÍ la necesitamos para la fiesta inflamada y libre de esta tarde...)

Una nerviosa acometida, crispada y ligera;-una gozosa escapatoria, -el salto reconcentrado, -y luego: La gran patada!

La que rasga su propia senda sobre la tierra abierta del estadio, y entona en ella el rabo de una leve polvareda de fuga;-

La que roba la mirada de una rápida contorsión de autómata, y toma el camino del exceso innecesario;-La que juega con el mentón infantil del público, y vuela hasta el vértice ideal del estadio, y yergue la magnífica pirámide del estupor!

Gloria, absurdo afán pedestre!

La inmensa campana de cristal de la tarde se abomba y va a estallar de sol.

Violatorio, el mediodía desnudó las espaldas del cielo, y en su carne espejada se refleja el estadio supremamente. La hora está suspensa de solemnidad en la inminente eclosión de la tarde. Vacía y neumática, es el vientre que queire la irrupción desgarradora y triunfal.

Aviva el aire en la raboleda cercana el alarmante tamboreo de la expectativa, y ritma el hondo aliento de su angustia cardíaca.

Vuele la pelota, vana como un grito!

Tilde una alta cima, y desde allí se descuelgue bañada en oro, como una gran naranja!

El alma desemboca en el limbo solar de esta tarde, como en el acto de espléndida e innumerable determinación de las explosiones.

Qué delirante conjuro lograría la expansión maravillosa del prisma de oro en que se labra, se uniforma y se inflama para una gran jornada, esta tarde!

Patadas!-

El ímpetu que hiera el dormido y dislocado reptil del vértigo,-

Y la patada que introduzca en el orden prudente del mundo, una maciza sinrazón!-

La noche culminará en la gran patada que fulmina las exhalaciones!



Instantáneas

No el cinematógrafo, no , de mirada boba de matrona que se marea en los momentos de vértigo, y deja escapar los tránsitos de más delicada coreografía,-sino el breve guiño de las instantáneas, que sobrecoge en un infraganti muscular de descarnación y de violencia,
-para el enfoco ansioso y comprometido de este espectáculo.

Otro día mucho más, incluidas ilustraciones del propio Canal Feijóo que hizo para sus crónicas deportivas. ¿Quedamos el 14 a las 9 de la mañana hora española?



DOS POEMAS INÉDITOS DE 
Bernardo Canal Feijoo

“Fragmentos Mediterráneos” y “El inconjurable poema de la barba” son textos inéditos en libro que datan de 1924, año de publicación de "Penúltimo poema del fútbol".

Fragmentos mediterráneos.

Lástima
no poder
hacer
todo el poema de la retreta provinciana.
Resultaría muy largo y nadie lo leería.
(Juzgo por lo que a mí me pasa).
Además, tengo contados los minutos
para lanzarme en el otro poema.
Debo, pues, sacrificar lo más sugestivo
y contentarme con trazar tres o cuatro franjas.
Yo mismo no sé cómo levantaré mi canto
si soy el náufrago de la retreta.
Tal vez por eso mismo.
Porque su marejada me arrastra,
y en el fondo de su piélago cenagoso, mi única preocupación
es esquivar la carga de catamaranes de zapatos
que se arrojan contra los míos como peces famélicos.
Flota una alegría clandestina y banderolera;
es que cada uno encuentra la dirección
que los otros pierden
y la consecuencia consiste en volver sobre sí
-falaz consecuencia!
Así, nunca podrá haber entrechoques.
Los focos que flanquean la acera
miran con caras de imbéciles de frac.
Los más espirituales se inclinan al paso de las muchachas
y les soplan en los ojos humo blanco de sus cigarrillos,
y les enjugan –no sé cómo, lo declaro-
la dulce sangría de la boca.
Ellas resurgen de la andanada
con una sonrisa que muerde un azahar
como morderán las Venecias de sus sábanas en sus sueños de amor.
(Para fijar la idea de movimiento que embarga el cuadro,
yo haría brotar con una fuerte mirada en las nalgas de ellas
un ojo muerto que guiñase automáticamente
con el balanceo. No se vería la congruencia. Pero he ahí justamente).
Las fulguraciones de sus ojos han conseguido
la desviación pasional de los reojos
y lanzan sus miradas transversas contra nuestra desprevención
como si no supiéramos que están abiertas por delante.
La fatiga va depositando las resacas crasas
en los bancos que bordean el paseo,
donde sedimenta la maledicencia envenenada
de todas las toxinas de la fatiga
con todo el peso irreflexivo de los traseros,
y amarra sus rabos demoníacos
a las patas de los bancos.
Y mientas yo percibo en mi turbación
que la ópera italiana se refugia en los kioscos musicales
de provincia,
las núbiles parejas adelantan sus dúos almibarados
hacia los bancos.
Él, echa su aliento de más calor visceral
sobre las mantecas amorosas de ella.
Ella, cruza las piernas,
y, por abajo,
deja correr los óleos del amor liquefacto…

Tesis:
el provinciano es un animal sin psicología.

4-X-24



El inconjurable poema de la barba.

Agente natural de la civilización,
el peluquero está instituido para combatir
las ingencias salvajes de la cabeza humana.
La humanidad en masa
debiera detenerse un segundo, de pronto,
como si se hubiera trabado la película de la vida,
en su homenaje,
y volver el rostro,
y decir a coro:
“Gracias!”.
(Sé que esto no es posible, porque
más fuerte que los impulsos de la gratitud
son los horarios, por ejemplo,
pero sería justo).
Yo también –pero siempre
menos que otros-,
estoy condenado al banquillo del peluquero.
Lo confieso con la emoción necesaria
que me impone el tener que enfrentar mi hiperestesia
en el espejo,
como en un caso de conciencia,
mientras noto que bajo mis asentaderas el banquillo
se descadera en voluptuosidades criminales.
No! y no!
Yo me siento incómodo en el ortopédico banquillo
porque siento
que la imagen del espejo
me quiere ejemplarizar con un ejemplo de niño de babero,
y yo no quiero ejemplos
sino raptos.
Sólo el peluquero sabe desmelenar ahora.
Eso es reparable, ahora
que la humanidad ha conquistado la gomina
y la sífilis.
Y sólo el peluquero
apoya la mano sobre la cabeza de los calvos
con algo así como una idea de noble empresa ascensional,
escaleras arriba,
hacia el cielo
que es el sentido de la alopecia…
El pulverizador tuerce y endurece el cuello
como si le atragantara un súbito canto de gallo.
Yo pienso:
con estos elementos, nada más,
qué gran artista sería el peluquero
si no le venciera el don de la palabra;
si su visión
no se anegara tanto en el color exánime de sus lociones;
si su olfato
no predispusiera tanto a una atmósfera emulsionada de alcoba;
si al asentar su navaja
no volviese los ojos torcidamente
hacia uno;
si al rasarle a uno el bigote
tomándole por la nariz
no le dejase el labio leporino,
y pusiese en su boca un fruncimiento de beso pudibundo!
Poseedor
del pulso exacto de los perfectos desbrozamientos,
así sabe darse el escultórico placer
de arrancarse los rostros en la última limpidez
de los perfiles fisonómicos,
desde el fondo negro y blanco
de sus regresivos erizamientos
y de las espumas,
con que , sólo, se les sofoca.
Llegaría a consumarse
EL ARTISTA
si se decidiese, y
-en un cercén heroico, él, que tiene la navaja-
independizase de una vez
la cabeza,
del resto irreductible del cuerpo.
El pulverizador estallaría
con todas las salivas de su continencia.
Flotaría un olor de crimen ridículo, un instante,
pero el Arte se habría impuesto
al fin.

13-IX-24

(la nota se publicó originalmente en www.revistateina.com)




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