lunes, 21 de julio de 2014

CÉSAR VALDEBENITO [12.421]


César Valdebenito 

César Adolfo Valdebenito . (Concepción, Chile, 1975)
Poeta, narrador, ensayista. Estudia matemáticas en la Universidad de Concepción y al egresar se dedica por completo a la literatura. En 1997 funda y dirige la revista Difusión. En 1998 publica el libro de poemas El Jardín (Ediciones Lar, Premio fondos concursables Municipalidad de Concepción). Más tarde, en la Universidad del Bío Bío, Universidad Católica de la Santísima Concepción y Universidad de Concepción, dicta talleres literarios de escritura creativa, entre los que destacan: Una temporada en el infierno, La noche boca arriba y Porque esta es mi mala sangre. El 2000 publica, el libro objeto, La Muerte de Bukowski. En el 2001 sale a luz su Antología de Poetas Chilenos Jóvenes (Ediciones Lar, Premio a la reedición de las mejores obras publicadas en el año por el Fondo del Libro y la Lectura del Gobierno de Chile). En el 2002 aparece su segundo libro de poemas Urnas o Réquiem a la palabra (Ediciones Lar). Ha sido editor de la revista, Quiltro (Premiada con los fondos concursables Universidad de Concepción). Director del polémico y a contracorriente pasquín literario El Amante de la China del Norte. El 2004 es premiado por la autoría del CD interactivo Literatura de las Nuevas Fronteras. Desde el 2005 es director de la revistas Clikc! y es columnista estable del periódico SIEN. Perteneció al comité editorial de la revista Trilce. Ha sido jurado de distintos certámenes literarios a nivel nacional. El 2008 publica su primera novela Animales del Corazón (Ediciones de Bolsillo, Autores Contemporáneos). Continuamente es llamado a dictar talleres literarios en Univesidades y Fundaciones.



Cierro mis ojos

Debo referirme a la mujer del jardín
Pero solamente a partir de la mujer del jardín
En ella reside el tiempo de la palabra
Ante ella podría detenerme largamente
Como ante una página
O como ante la hoja blanca o vacía que no
dice nada
Cada frase me guía indefectiblemente al
extremo del mundo
Hasta mi muerte deberé abrir una página
nueva en el extremo del mundo
Sobre un risco escribirla o borrarla
Si existe esa página
En ella habrá sólo una palabra un poco
ausente
Lo principal es encontrarla y entonces
arrojarla al viento o perderla.

En Revista Arieté, 2006



El Jardín o el sueño de abril bajo un cielo de nubes rosadas, (Ediciones Lar, Concepción, 1998.)


Este libro abre los ventanales a lo propio, a lo íntimo de un tren mágico con paredes blancas perfectas, donde la proyección en el telón de concreto, logra la frialdad del viaje instantáneo y su regreso, una renuncia, un infinito que se escapa cada vez que se quiere aferrarlo. El viajante hace del recuerdo su locura y sueño, se hace círculo del que nunca parte. El conocimiento del hablante no está en juego. El Otear del placer es su máxima, es “el seductor que goza del mundo sin comprometerse en nada” (Kierkegaard). Su encierro en el regreso del viaje es lo que explica que el hablante se dé cuenta de su propia existencia y del “viento que llega de otra tierra”. Alejado entonces éste de sus naturales, el poeta trata de lo inmenso, y en él lo pequeño se hace olvido. Son los grandes viajes, la semilla de su sangre. El territorio es la página izquierda, la mirada en paneo al horizonte, al ocaso, al otoño y la azotea, donde la fotografía, una tras otra, amarra la palabra. La mujer es el deseo de la aparición, la acción, lo que marca el adiós y el desvelo. El sentir de la nostalgia de la mujer, incluso en aquellos poemas donde no aparece. Y la abertura son mundos paralelos de sensaciones que en cada texto el hablante se hace aparecer, porque ahí pasará sus días.

Dice el autor en el poema 11:



¿quién ha puesto en mis manos estos guantes?
-no sé quién
más tarde me asusto de una sombra
que se arrastra
a lo largo del poema
curiosamente no es mi ira ni mi soberbia
sino un viento que llega
de otra tierra



Este texto es el que sitúa y explica al libro como un todo, y él nos encauza en forma fundamental hacia sus extremos, dando un marco real a la fabulación que juega y participa del sueño como mundo y sus fundamentos. Mundo singular y que lleva a pensar a más de alguno en la reproducción de la traducción, yo veo más bien la traducción del otro por la poesía, donde el lenguaje ajeno se hace universal. Este es el río por donde navega el autor, lo no-tradicional, el pecho de Lilith, la primera, única en su sueño de pecador.

El objetivo del autor se concreta desde un lugar impropio, donde el lenguaje traspasa las fronteras y emigra sin retorno.

No siempre el esclavo es esclavo, ni el poeta realmente poeta habla con letras purulentas lo que quiere decir y basta. No sólo se vale de recursos ajenos para ser ajeno, pero si lo hace le compete a éste que su juego sea propio, y esta intimidad valida su accionar y su paseo.

Nos iniciamos entonces con el autor en la conciencia, donde su primer poema nos lleva a la imagen, y dice: “como si estuviera”, aquí esta la posibilidad de la imagen y su imposible. Si cada palabra del texto es acto (una acción que evoca una imagen) y conciencia de algo (Sartre), cosa alguna o percepción, entonces esto es lo que da la importancia y hondura a los versos; participa así, la esencia y el espacio. Ese espacio numerado del poema, un calendario de recuerdos, una fecha no real, tiempo imposible en el viaje. Se tiene en cuenta entonces de la percepción certera e inviolable de la Imagen. Y este sujeto seductor nos abre el cuerpo que no existe: “nunca supe por qué lo buscaba”, la verdad que no existe es la imagen, y si aparece o aparecen verdades, éstas, por lo tanto, son imagen. Así como su dios y su pregunta primera. Lo no verdadero es bello y nacido de la esencia de lo verdadero. Por lo tanto hijo de un dios desconocido. Porque aquí en este texto dios no existe. Estamos en la irrealidad. Una posibilidad metafísica de nuestra conciencia.






Hojas que van hacia el cielo que cae

Esto es lo que queda
quietudes
el pueblo costero
mi inocencia que sabe a ceniza
tu lugar era otra casa y lo entendías
ahora
aquí el pájaro entre frondas
y el fruto en el viento de otro verano.

Al salir a la penumbra
el recuerdo
quiebra los tilos.

Llevamos en el espíritu
el largo silbido del viento
y una que otra semilla.

Pese a tanta fiebre
obtuvimos el recuerdo de un Dios sencillo
el inaudible rumor de las cosas
y un cielo no tan grande como el tuyo




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