jueves, 3 de abril de 2014

DANA AMIR [11.450] Poeta de Israel

Dana  Amir


Dana Amir

Dana Amir. (Haifa, ISRAEL 1966). Es psicóloga clínica, psicoanalista, poeta e investigadora literaria. Publicó cuatro libros de poemas y dos libros sobre psicoanálisis. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía (1993), el Premio Bahat a libros de investigación (2006), el Premio en Memoria de Frances Tustin (2011), el Premio del Primer Ministro a Escritores Hebreos (2012) y el Premio Sacerdoti de la API. Su segundo libro teórico recibió recientemente la Beca de la Fundación Científica de Israel.







Y tu vida está aferrada a mi alma

Podrás creerlo, después de todos estos años
me planto desnuda por fuera de mi ventana iluminada y el tiempo
viaja dentro de mí.

No me reconocerás, ahora que el marrón de mis ojos tirita
como la llama de la vela
Antes, cuando era más leve que el aire, sabías distinguir mis pasos
según el ángulo entre mi pequeño cuerpo
y la tierra.

Supe tu amor como supe los nombres
con que me llamaban antes de nacer.
Todos los años te contemplé, íntegra la clave que oculta lo roto,
lo que tiembla desprotegido.

Muchas cosas desparecieron en el momento en que dejaste de mirarlas.
Pero es porque sólo existían en tu mirada.
Y si preferiste las partes del cuerpo al cuerpo entero
es porque en ellas moraban los anhelos.

El tiempo era gajos de naranja, la miel, el pan.
El cuerpo reunido sin lamentos. El alma
que confabula y permanece.
Eras el latido del corazón.

En las noches en que el único cálculo era la distancia desde la casa
estuviste junto a mí por los caminos,
resistiéndote a indicar el rumbo, y tu vida,
estaba aferrada a mi alma,
fijada a la tierra como
base de palanca.








Algo como noche

En las callejuelas de Kababir las plantas de malva se aferran como venas entrelazadas
a la tierra seca.
Las palabras son músculos contra el miedo. La memoria es cera
para sellar lo que nunca se pensó.

Una fuente de pepinos con crema. Huevos pasados por agua. Mesa de madera gruesa
engrapada a la pared. Buenas noches Dana, buenas noches Aya.
Las voces se ocultan en las voces: abran el portón y entraremos por él,
novio y novia en un carruaje leve.

Orgullosa, te mantuviste helada en el corazón de ese infierno.
Del otro lado de la cortina los latidos de mi corazón fueron tu único testimonio,
el vencedor.

El rostro de la niña que fuiste a la altura de la hierba fina, de las piedras del patio,
de las paredes bajas.
La muerte que toda la vida te quedé debiendo.

Desde entonces tu vida va y viene sobre las aguas, sin salida.
Te hablo como el monte le habla al abismo: levántate,
te digo.
Pronuncia tú también la palabra final.

Desde aquella herida te alzas y te pones de pie, giras hacia mí
la palma de tu mano y algo sombrío, algo como la noche
asciende de ella
y florece.
Sobrevivimos los duros decretos de diciembre.
Yacemos echadas una junto a la otra
como dos silencios.

Un instante más y fuimos.







Poemas de la sala de emergencias

Todos se fueron a dormir. La niña árabe en la cama de al lado,
su madre cuyo nombre se parece a Alegría, la secretaria de la sala
que se llama como habríamos llamado a tu hermana si tuvieras hermana.

Estoy sentada en tu cama en la oscuridad,
acechando al dolor como a un violador emboscado.

Tu cuerpo se va reduciendo y sólo tu cara crece en la noche,
Las cuencas de tus ojos se abren como cráteres secos.
También el miedo es seco, penetra sin ruido en los huesos.

Me empeño en vestirte con ropas que huelen a nuestro jabón.
Así señalo que no perteneces aquí.
Estás tan confuso, comienzas las frases por la mitad,
te ofendes porque no te entienden, porque necesitas,
como todos nosotros, de palabras.

Mides el dolor como se mide la altura.
Yo sueño sueños que duran el lapso
entre suspiro y suspiro.

La noche traduce el amor en actos simples: alisar la almohada,
lavar el orinal, arroparte. Tomar los olores con indiferencia,
contar tareas en vez de minutos. Hijo, te digo. Hijo.
Y recuerdo cómo el día de tu circuncisión me preguntaron
si eras mi primer hijo.
Y yo me llené de lágrimas retenidas, silenciosas, como un lago.







Sólo una fábula

Tus ojos hoy están llenos de miel.
En la blancura que nos rodea como una luz rechazo con ternura
todas tus propuestas de vestirte,
levantarte,
la fina sábana trasluce tus pezones firmes y oscuros como uvas maduras,
y el viejo zorro está preso en las viñas de tu cuerpo
donde la opción es sólo una fábula,
pero el dolor es vino.







Hasta que venga la tierra

Contempla ese rostro.
Algo se disimula en esa palidez y no sé si es un signo de eternidad
o de olvido. Observa las venas pequeñas, las lesionadas, las que exhiben
el desgaste del tiempo.

Debo gritar mi nombre en la entrada. Todos mis nombres.
Sólo el que ahora caiga la noche no significa
que dejan de existir los objetos. Mira tu cuerpo, por ejemplo. Ese cuerpo de piedra.

Hasta que venga la tierra.
Del otro lado, la lluvia llena las copas de las hojas. Lo que oyes ahora
                                                         no es muerte.

sino vida que adquiere sus formas.
Variantes ligadas a lo que vale, a lo que está,
a lo que se acumula para bien.

Traducciones de Florinda F. Goldberg






NOT TO THE END OF MY STRENGTH

1.

My body slowly sifts its signs.
So strong is the will to adopt water qualities, though the clearest among them
Conceals a shiver. 
For thirty-nine years I measured the plains
As a deer, begrudged
Desires as a handful of sand, ordered the darkness to hurl 
Its boundless troops at me.
Now, a breath away from chaos, I lay my life
On a portion of heaven, wide as a palm.
Blood pools into lakes
Inside me, the heart of each lake
A wound.


2.

Records of seasons are written in quiet: burrows of fire
Entwining with veins, periods of blossoming, books of the born
And the dead.
And already time’s breath – transparent, lucid - spreads its shelter 
over the world.
Within a resonance devoid of meaning
Where the everyday merges with the Void
Threads split. 
Shadow over shadow,
Break the crust of light as spring blades 
desert’s exposed momentum.
My residence is here, between hovering water and silence.
The one tearing my inside, as a naked bough does
Wind’s gallop, knows:
A tear is the subtlest of echoes.


3.

Loneliness hits at the walls of the body like a moth captured 
Inside a lit room, its fluttering colors motes
Of dust in the damp darkness of
Empty corridors,
Within the frailty of a hand touching at random
And forgetting.

Not to the end of my strength. Not to words’ exhaustion.
Not to body’s ruin, memory’s torment, not at the thin
Barrier of oblivion separating
Day’s breath from night’s. Not in the quiver of dream.
Do not leave me.

© Translation: 2006, Yael Ofir









POEMS FROM THE EMERGENCY ROOM

Everyone’s sleeping. The Arab girl in the bed next to you,
her mother, the one whose name sounds
like joy, the medical secretary
who's named the way we would have named 
your sister,
if you had a sister.

And I sit at your bedside, lurking
in the dark in ambush for pain as I would 
for a rapist.

Your body thins away. Only your face widens at night,
Your orbits gaping like two dry throats.
Fear is dry too, permeating the bones mutely.

I take care to dress you with clothes smelling of home. 
That's how I mark you as not from here.
You are so distracted, always starting from the middle,
offended by being misunderstood, by needing
words, like the rest of us.

You measure pain the way we measure height.
My dreams endure the time passing
between sighs.

Night translates love into simple acts: straightening the pillow,
rinsing the chamber pot, covering you up. Treating smells
with detachment,
counting deeds instead of moments. Son, I say to you, son.
And I remember how someone asked, on the morning of your circumcision,
whether you were my first born,
and I swelled with tears, still, silent, like a lake.

© Translation: 2006, Yael Ofir














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