martes, 26 de mayo de 2015

JÁDER RIVERA MONJE [16.115]


Jáder Rivera Monje

Nació en Teruel, Huila. Colombia 1964. Es licenciado en lingüística y Literatura. Universidad Surcolombiana. Neiva y realizó estudios de Maestría en Literatura Hispanoamericana en Universidad Javeriana de Bogotá. Fundador y Director de la Revista Indice de Literatura. Fundador y Director de la Revista Hojas Sueltas de Literatura. En 1995 obtuvo los Premios departamentales de poesía José Eustasio Rivera y de cuento Humberto Tafur Charry. En 1998 recibió el Premio Fomcultura “Colección de Autores Huilenses” con el libro de cuentos Diez Moscas en un platico con veneno. En 1999 el Premio Fomcultura. “Colección de Autores Huilenses” con el libro de dramaturgia El día sin horas. Ha publicado Prosas elementales (Samán Editores. Neiva, 1993), Los Hijos del Bosque (Trilce Editores. Bogotá, 1998), Diez moscas en un platico con veneno (Fomcultura. Neiva, 1999), El día sin horas (Fomcultura. Neiva, 1999), y Antología (Editorial Alquitrave, Bogotá, 2006).
E-mail: riverajader@gmail.com


Tomados del libro: Antología Personal. Alquitrave Editores. Bogotá, 2006


PROMESA

En las montañas, entre los árboles más jóvenes,
allí lo haremos.
Cuando caiga la noche
y la luna de plata cante sobre la cerca caída,
lo haremos.

Allí lo haremos mientras el viento barre las nubes pesadas
y cae a tus pies uno que otro lucero.
Allí lo haremos en la vastedad de las noches profundas
que mueve portentosos oleajes de hojas.
Allí lo haremos junto a los húmedos bosques;
lo haremos después de la lluvia,
aquí mismo sobre estos húmedos helechos;
lo haremos aquí o allá,
en esa ciudad lejana que hierve en la noche,
en una alcoba cuya ventana dé al cielo.

Y tendrás todo el verdor del mundo en un abrazo,
todas las aguas limpias de los arroyos en un beso.
Lo haremos limpiamente,
como dos guerreros dispuestos a la guerra;
dulcemente,
como dos niños que juegan al amor y se aman.

Lo haremos una y mil veces,
hasta que el cuerpo se desplome sobre las jóvenes hierbas,
hasta el fin,
hasta matar esta muerte,
hasta matar esta agonía que nos agobia el alma
y nos nubla los ojos de pesadillas y eternos problemas.

Lo haremos sobre los lechos de los ríos,
cuando los ríos recojan sus causes
y quede la arena blanca y ardiente,
poblada de bellas horas y de soles.

Lo haremos en los estanques de agua,
bajo la dulce penumbra de las cavernas;
lo haremos a la orilla de los caminos,
lo haremos a la entrada de las ciudades;
allí, en ese bosquecito de cedros,
detrás o recostados a los árboles más nobles.

Lo haremos porque te amo.
Lo haremos porque me amas y es tuyo y mío
el deseo.



DOS VISIONES SOBRE EL GRAN RIO DE LA MAGDALENA

I

Huele el río en esta tarde,
huele a valle por la lluvia lavado,
a pasto de raíz arrancado,
a parcelas de sol, de arroz y veneno.

Huele a vaca,
a ojo, a piel, a leche,
a pata de vaca en la orilla.
Y huele a canoa delgada,
a corriente de agua sencilla.

Huele a mujer sentada en la arena,
los pies hundidos en el cauce,
los párpados cerrados,
la piel, para el deseo, morena.

Huele, huele a soledad y a calma,
a viento reventado entre las hojas
y a un querer irse entre las aguas,
a un querer no ser,
diluir en el río nuestra alma.


II

Sácame los ojos, córtame la lengua,
amárrame los pies y las manos
con alambre de las cercas caídas,
mas déjame arrullar en el fondo de tu cauce
al niño ahogado cubierto de escamas,
y al hombre sin ojos, sin dedos ni boca.

Déjame acomodarle sus cabellos de medusa,
hablar de su dolor bajo el agua,
montar mi brazo por el brazo de sus padres
y decirles al oído que aún los esperan.

Haz que ascienda desde el fondo
este olor a raíz profunda arrancada con la mano,
este olor a pez y a barro podridos,
este grito de tortura y cráneo relamido.

Sácame los ojos, córtame la lengua,
amárrame los pies y las manos
con alambre de las cercas caídas,
mas déjame llorar siglos, eternidades,
déjame que descanse un poquito,
déjame sangrar, un instante, por la herida.




CUÍDATE

Cuida de morir antes de tu muerte…
Temblor de cielo. Vicente Huidobro


Cuida de morir antes de tu muerte,
al abrir la alacena
donde las cucarachas esconden su pedazo de vida;
o al comer pescado
entre amigos que no tienen hambre 
y te miran a ti hambriento,
apurado en llevar el alimento a la boca.

Cuídate de morir antes de tiempo,
en un descuido,
cuando das tu corazón a la más bella de la fiesta
o al negarlo al más feo de los hombres.

Cuídate de no caer en la calle,
entre automóviles y hombres que son lo mismo.
Podrían llevarse un pedazo de tu brazo,
pero sobre todo,
te harían morir antes de tu muerte.

Cuídate y no te fíes
de los lisonjeros que socavan tu vientre
y te preñan de angustia y de zozobra.
Acaso un amante bello
sea la piedra sobre la cual se erige el infierno
con todas sus mezquindades de amor
vestidas de entregas.
No mires a los ojos de la muerte
en los ojos de tu amante.

Cuídate de los comerciantes que pregonan
la panacea de la vida;
la vida es bella porque llega a su muerte
naturalmente cuando el cuerpo decae.
Pero hay muertos que aún siguen vivos,
aunque sus cuerpos yazcan en tumbas envejecidas
y mujeres de noviembre lloren su abandono.

Cuídate de morir antes de tu muerte
por prestarle la vida a un corsario
o a un billete de mil entre otros cientos;
o a una loca apariencia,
a una lisonja venida de tu amigo,
de tu padre que quiere sólo lo bueno para ti
y engendra en sus adentros
todas las frustraciones de su vida.

Cuida que tu carne no se descomponga
y te caigas a pedazos cuando aún puedes
permanecer en pie.
Que el hedor de tu carne descompuesta
no nuble los días de sol
ni empañe el agua cristalina en donde se contempla
tu vida poderosa.

Cuídate.
Hay tantas formas de morir y no darse cuenta.
Hay tantas horas en las que acecha la muerte.

Que no te digan:
           Has matado al niño que tú fuiste,
           has matado al adolescente que soñaba
           con amores y glorias;
           has matado al hombre que empezó con un sueño
           y terminó sumido en el limbo;
           has matado el ardor de tu sangre,
           el ardor que cantaban las mujeres;
           has matado la soberbia de tu cuerpo,
           has matado la dulzura de tu alma
           y ahora andas fingiendo,
           judío errante entre cientos de judíos,
           la sonrisa que ya no es tuya,
           las palabras que ya no te pertenecen,
           los brazos que has comprado en una tienda,
           las piernas que se entrelazan entre otras piernas
           y no son menos artificiales que las tuyas;
           el ombligo por donde llegaste al mundo,
           lo has reemplazado por una rosa blanca 
           y sin olor.
           Es mejor oler a fango,
           a tierra húmeda y fértil,
           que oler tus perfumes, tu aliento descompuesto.

Cuídate, ahora que hay tiempo para parar
y pensar en la vida.
Ahora que no te niegas a ti mismo.
Llegarán días, oh Dios, en que te burlarás de
mis palabras
y harás mofa de tus antiguas creencias.
Para entonces será demasiado tarde:
habrás muerto antes de tu muerte.




EXHORTACIÓN DEL ANCIANO VENERABLE

Cuando suene el viento en los almendros,
te ha de conmover el caer de una hoja.
Y si eres inteligente,
has de comprender que el silencio de la tarde
tiene en algo la culpa de la caída.

Cuando cae una hoja
es como si cayera un hombre:
nadie se da por enterado.

Tú mil veces has caído
e inclusive,
hay días,
hay años
en que en ti mismo persiste la indiferencia.




LAMENTACIÓN DEL HERMANO

Padre nuestro que estás en los árboles,
en las hojas, junto al nido de los toches;
que estás en el canto del gallo
de las tres de la tarde,
y en el niño que monta en bicicleta.

Padre Nuestro que estás
en el sol que nace y envejece la noche,
en los pies desnudos que abren caminos,
en los tallos verdes y las manos sangrantes.

Padre Nuestro,
tú que al mundo le dices que amas,
tiéndete a la diestra del cadáver de mi hermano,
y provócame un llanto al borde de los ojos,
y un grito,
como si del pecho te arrancaran el alma.

Padre Nuestro tú que estás
en el canto del gallo de las tres de la tarde,
en los hombres que se van,
en los caminos que transité y no olvido.

Padre mío, Padre santo
que sabes callar y te alimentas de silencio,
tú que estás en la frente de mi madre,
a oscuras y alto y pensativo,

Ven, desciende a este mundo,
desata mis sandalias, tritúrame el llanto,
apriétame duro contra tu pecho.


Antología  es una muestra de la obra del joven poeta colombiano.

"La antología de Jáder Rivera está estructurada en dos partes, dos mundos que se complementan entre sí:  Los Hijos del Bosque y Promesa. La primera está conformada por veintitrés poemas que contienen un universo apacible  que el poeta nos revela a manera de inventario. Los elementos como el agua, el viento, la noche y las voces van tejiendo una aldea única, íntima y universal. 

Los poemas son voces,  cantos, susurros, su conjunto conforman una polifonía. La madre, los hermanos, los ancianos hablan a través de la garganta del poeta.
La segunda parte está conformada por 15 poemas reunidos bajo el título Promesa. En ella el poeta abandona los elementos de su entorno natural y hace énfasis en las pasiones humanas. Es al mismo tiempo el canto y la lamentación, la esperanza y temor de las desgracias. En el poema “Cuídate”, nos advierte y se advierte a él mismo de los peligros de una muerte en vida. Hay que cuidarnos de morir antes de nuestra muerte. Y hay un gran acto de solidaridad con los muertos, con los ahogados y los desparecidos, degollados y torturados de este país.  En “Dos visiones sobre el Gran río de la Magdalena”, él poeta es la misma víctima, el mismo torturado:

Sácame los ojos, córtame la lengua,
amárrame los pies y las manos
con alambre de las cercas caídas,
mas déjame arrullar en el fondo de tu cauce
al niño ahogado cubierto de escamas,
y al hombre sin ojos, sin dedos ni boca.

Algunos lectores ingenuos se ha acercado a la obra de Jáder Rivera y, quedándose en la superficie de la palabra, le han señalado de ingenuo y paisajístico. Baste estos ejemplos para probar que sus poemas no son ingenuos aunque tenga esa áurea de candor de las aguas claras pero profundas."   

Esmir Garcés










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