miércoles, 23 de octubre de 2013

MAR ALFÉREZ RÓDENAS [10.707]


Mar Alférez Ródenas

Mª del Mar Alférez nació en Madrid. Es Licenciada en Filología Hispánica y Filología Italiana, ambas por la Universidad Complutense de Madrid. Máster en Estudios Literarios en la misma Universaidad. Actualmente imparte clases de Literatura en el IES Felipe II de Madrid. Con el poema Cueva de los sentidos, obtuvo en 1981 el Premio Ciudad de Toro. Ese mismo año le concedieron una Hucha de Plata por su cuento Un solo de saxo para un recuerdo. Un año más tarde, obtuvo otra Hucha de Plata por un relato titulado Invierno para dos.  

Tiene los siguientes libros publicados: Alas de hilo, Editora Nacional, Madrid, 1984 (Premio Nacional para Autores Noveles, convocado por el Ministerio de Cultura); Criptoepístola de azares, Editorial Rialp, Madrid, 1986 (Accesit del Premio Adonais); El don y lo posible, con prólogo de Mª del Pilar Palomo, Editorial Torremozas, Madrid, 1987; La canción de Iseo, con el que obtuvo el Premio Carmen Conde en su XII convocatoria (Editorial Torremozas, Madrid, 1995. El sonajero es su último libro publicado en la Editorial Torremozas, Madrid 2002.

Ha colaborado con poemas en la elaboración de un Bestiario que aunaba palabra, música y pintura.  Algunos de estos temas fueron adaptados en abril del 2001 para su representación en la X Muestra de Teatro en Institutos que organiza el Ayuntamiento de Móstoles, bajo el título El traje de la bestia: bestias con alma humana, ánima en piel de animal.





El sonajero (2002)


Madrid, Editorial Torremozas, 2002


El sonajero es un conjunto de sonetos en los que la esperanza, el hijo, el asombro, su llegada, los sueños, su camino, son la metáfora de un viaje interior. Un viaje iniciático por el que transitar una nueva vida.

Así comienza el libro



He puesto a la esperanza un sonajero.
Tengo, a pesar del miedo, una cascada.
Tengo un nido en el vientre, una morada,
Y un sueño conturbado en el alero.

Un estrellero azul, un estrellero
Para tus cinco dedos, y una daga
Para abrirte a la vida, y una almohada,
Y una luna bordada en tu babero.

Tengo un latido audaz con que arrancarle
Los labios a la noche manumisa
Y darle a tu pisada tibia alfombra.

Tengo quieta la vida para darle
Sandalias a tu sed, voz a tu sombra,
Y plumas de cristal a tu sonrisa.




El siguiente soneto pertenece a la tercera parte del libro:


Al mar llamas y el mar, sin más, te acoge
Y surge sin llamar su parda brisa,
Y vuelca en su mirada incircuncisa
El largo espejo que de ti recoge.

Llamas al mar y el mar tu sed escoge
Nutricio y desigual, como la risa,
Sucumbe al pescador que lo precisa
Y en su refugio azul te sobrecoge.

Llamas al mar, y el mar gime tu grito,
Y prepara su alcoba sacudida,
Y está su azul girando entre tus almas.

Al mar llamas y acude a tu bebida,
Porque es tu boca voz de su apetito,
Y es vasija tu voz si tú lo llamas.





Este es el último poema:


Hay nubes, Juan Miguel, cuya pupila
Trenza su claridad sin aspereza,
Caminan por la luz con ligereza
Y ríen a la voz que las esquila.

Hay otras cuya vena se destila
Sobre los rubios ojos con fiereza.
Hay nubes que se yerguen de tristeza,
Hay un puñal de luz que las afila.

Hay noches que reiteran el vacío,
Hay costumbres con hilos destrozados,
Hay espejos con albas y con nubes.

Yo te daré escalones enervados,
Yo te daré cuchillos y, si subes,
Tráeme una nube dúctil, niño mío.








La canción de Iseo (1995)



Premio Carmen Conde en su XII convocatoria
Madrid, Editorial Torremozas, 1995

Apoyada en el bellísimo poema épico de Tristán e Iseo (o Isolda) de Gottfried de Estrasburgo, nos va acercando a una filosofía del sentimiento, y lo hace con un lenguaje rico y culto que, sin perder la emoción, imprime un clima estético y un acento profundo. Amor y muertes se entrelazan y complementan, dejando de ser la muerte esa interrogación terrible y oscura porque pasa a ser parte de la misma belleza del amor.
LA CANCIÓN DE ISEO reafirma una voz personalísima que, sin duda, coloca a Mª del Mar Alférez entre las más destacadas poetisas de nuestro panorama poético (Luz María Jiménez Faro)



Quéjase Iseo por la ausencia
de su amigo (6)

La orilla que acostumbro
es como una mujer,
vertebrada de ríos perezosos.
Es como una mujer de boca vieja,
de labios deshojados o madrastras
sin aliento o alivio que prestar.
Tu orilla está tan lejos
que nada se parece a esta llaga,
a esta quemadura de la nieve.
La nostalgia se aprieta
voraz y deshuesada en la cintura
y doblo la tristeza como recia campana.
Un estambre es el último testigo,
y sodomiza al aire.







Alas de hilo (1984)

Premio Nacional para Autores Noveles, convocado por el Ministerio de Cultura.
Madrid, Editora Nacional, 1984



CERRAR LOS PÁRPADOS y ver,
Y anochecer despacio, lentamente,
Acostumbrar sonidos a la voz que el tiempo tiñe de añoranza,
O no saberse nunca.
Cerrar por fin la noche de cada día tibio
Y enfriar entre las sienes las palabras,
Porque a veces me duelen las palabras concisas,
Con su belleza efímera de esencia y de perfume:
Quisiera amarte tanto
Que mi voz se dijera casi sin pronunciarse,
                               O quizá amarte menos
Y poder configurar palabras que dijeran de ti,
Que al menos te alcanzaran.

Pero cerrar los ojos es no saber morirse
O no saber vivirse,
Porque este otoño ámbar puede ser una hoja,
Y nosotros los nervios de su envés,
Su color amarillo,
                                               O su agonía;
Porque este otoño nardo parece acostumbrar el color de tus ojos
Y yo adolezco tanto de ir a morir en ellos,
De ir a cerrar con ellos los crepúsculos.

Pero cerrar el alma es no saber morirse:
Adelgazar la voz hasta acallarlo todo
Y escucharse en las iras de las rosas más blancas,
Y escucharse en la sombra de los labios cerrados,
De esa presión que el beso sella en su comisura.
Cerrar, morir cerrando, cerrarse apenas vivo,
O sentir en la piel un quejido silente:
Alma de golondrina con sus alones negros;
O sentir en la piel que el sueño está dormido,
Que el mar está dormido,
Que la corneja negra de viejas pesadillas, con su graznar incierto,
Está dormida;
O sentir en la piel con el crujido blando de la sábana blanca
Y su olor a colonia,
Que los ojos cerrados y las pupilas negras están dormidos;
Y saber de la voz de intimidad
Cuando la desnudez, purísima en el alba, es aún oscura,
Olor de amor tan tibio para esconder el alma.

Pero cerrar los ojos es no saber morirse,
También me equivocaba al callar los silencios.
Cerrarlos muy despacio, soñarlos lentamente
Como mármol o cera, vivirlos con quietud
Y serlos luego lágrima o un quejido; y entonces
Cerrarlos otra vez, pero seguir en ellos.



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