viernes, 3 de octubre de 2014

ANAXIMANDRO VEGA [13.543]


Anaximandro Vega

Anaximandro D. Vega Mateola (n. Chota, Cajamarca, Perú, 23 de enero de 1903 - m. Lima, 12 de mayo de 1950) fue un poeta y profesor peruano. Padre del historiador Juan José Vega.

Hijo de José Dolores Vega y Juana Mateola, tras culminar sus estudios escolares en el Colegio Nacional San Juan se estableció en Lima, en 1921. Estudió en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones donde obtuvo el título de Profesor de Segunda Enseñanza (1925); y en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos (1922-1924), donde completó su doctorado.

Ejerció la docencia en diversos colegios de Lima y pasó luego a dirigir los colegios nacionales de Chota y Yungay, entre 1935 y 1939. En la década siguiente retornó a Lima y fue profesor en los colegios Alfonso Ugarte, Dos de Mayo y Leoncio Prado (en este último entre 1944 y 1950), para los cuales escribió la letra de sus respectivos himnos. Asimismo, fue catedrático de Castellano y Literatura en la Facultad de Letras de San Marcos.

Obras

Su obra literaria, dispersa en las revistas La Sierra y Folklore, fue recopilada parcialmente en dos obras:

Amor y llaga de mi tierra (1944).
Poemas y cuentos (póstumamente, en 1970).

Publicó además:

Historia literaria (1946 y 1948), en colaboración con los profesores José Valera Zambrano, Jorge Puccinelli y Guillermo Ugarte Chamorro.



EL BANDOLERO Y SU POEMA

Aurora de alcohol encendida a tiros,

hoguera crepitante

ponche caliente de ciudades
tras un cierra puertas en desolación.

Porque este hombre que lleva al brazo los caminos
como un poncho de listas,
ha bebido la sangre de todos los crepúsculos,
ha herido de luz todas las noches
al golpe de su daga
y ha quebrado vidas de hombres como ramas
si han estorbado en su camino.

Hoy bajo su mirada torva y honda
se aplastan las casas del poblacho,
igual que cuando están al pie de un cerro.

Pero, él reventará sus alegrías
y se irá después
como se va el río.

Estrujará los vientos con su caballo
para abrazar el alma de la montaña.
Arrojará por las quebradas su robusta canción
de plomo y pólvora
que hace parar el vuelo de los cóndores.

Y luego en las pampas, donde quiera
se dormirá bajo el cielo
con su mujer más fiel: su carabina.

El sabe que algún día —no le importa—
le dejarán como un huanchaco
con el pecho rojo a puñaladas
y en sus labios muerto el sol.

Después, en su camisa como en un mapa,
buscarán el ritmo de su vida.






SOBRE ANAXIMANDRO VEGA


Por  Enrique Gómez García

Hace ya muchos años estábamos juntos en Chota y el joven amigo y hermano Enrique Gómez García me dice: “Me han propuesto dar una conferencia sobre Anaximandro Vega”, le animé porque sabía que lo haría magistral como no podía ser de otra manera por su impecable trayectoria intelectual y buen agustino recoleto, ahora ya doctor en filosofía con las máximas calificaciones.

Creo que en este blog y para que quede constancia para la historia debo publicar su magistral disertación sobre el “Cantor de Chota”.

En el centenario del cantor de Chota.

        Pistas para una lectura.1

Comenzaré mi intervención en este coloquio citando la famosa proposición séptima del Tractatus logicus-philosophicus de L. Wittgenstein: De lo que no se sabe, lo mejor es callarse. Y esto debería hacer en este momento, habida cuenta de que soy novicio tanto en el ámbito de la literatura en general como de la obra poética de Anaximandro en particular. Pero dadas las reiteradas invitaciones que me hicieran algunos amigos, no he podido menos de aceptarlas y sumarme a la celebración de este primer centenario de su nacimiento con unas breves orientaciones para su lectura, que son las propias de un primer acercamiento a la antología Anaximandro Vega M. El cantor de Chota, realizada en 1966 por Gilberto Vigil Cadenillas con motivo de la Segunda convención nacional de chotanos. No pretende ser, ni mucho menos, un estudio exhaustivo de un verso al mismo tiempo naturalista y humano, sino una exhortación a que la gente de nuestra ciudad y de sus campiñas, especialmente la más joven, estime lo que tiene y descubra, en la maraña vital de un paisano, los valores que han caracterizado a nuestros varones y mujeres desde antiguo, cimiento válido para la construcción de una sociedad más trabajadora, justa y fraterna. Sin mayores preámbulos, delineo algunas pistas que pueden ayudar a acercarnos a la figura y obra del maestro y poeta.

Ágil versificador

Todo análisis se debe acometer por su principio. Y el principio en poesía suele identificarse tanto con los primeros versos como con la forma de los poemas. Resulta difícil analizar en conjunto la métrica de nuestro autor, sabiendo que pueden distinguirse en su obra tres etapas más o menos marcadas, cada una de ellas con sus peculiaridades lingüísticas: la modernista, la vanguardista y la andinista. Al referirme a su facilidad para versificar, me centro sobre todo en la primera de ellas.

Heredero de la estética modernista, en sus poemas juveniles, Anaximandro Vega afronta un eterno experimentar con las formas métricas, que al mismo tiempo que transmite un amplio abanico de posibilidades, manifiesta su pasión por el más difícil todavía. Principalmente siente debilidad por el soneto, pero un soneto la mayoría de las veces ajeno los cánones renacentistas y barrocos. Ofrenda lírica sería el poema que más se acerca al cuadrado perfecto de la lírica castellana, si tenemos en cuenta que los cuartetos ceden su lugar a los serventesios y la rima de los tercetos queda notablemente enriquecida (ABAB ABAB CCD EED), conforme a los usos frecuentes de la época.

A partir de aquí hallamos toda clase de tentativas, que abarcan desde los sonetos alejandrinos de serventesios (Amémodas) hasta los sonetillos en octosílabos (Lunático, Vesperal), pasando por la múltiple alternancia de rimas en su apuesta por una manera de serventesiado soneto de alejandrinos (Nostalgia, Amo sus ojos verdes). En Nocturno sorprende con un romancillo y en Mi hermana Julia cuando coloca flores en la tumba de nuestra madre, con una hermosa cancioncilla de deje popular, donde los versos de arte mayor y menor se conjugan al ritmo de variadas consonancias.

Fuera de esto, nuestro autor prefiere el versolibrismo, más afín a la vanguardia literaria y a la rehumanización de la poesía acontecida a partir de los años treinta. Un versolibrismo variado, que comprende desde su adentramiento en la poesía pura, generalmente expresada en poemillas donde asume el surrealismo (Orilla del sueño, El marinero Ido), el futurismo (Los trenes) y el creacionismo (Cristal, Poema 13, La helada); hasta la explosión de su época madura, en la que el andinismo requiere de grandes odas con vigorosos versículos (Ccoscco, Amor y llaga de mi tierra: Canto a Chota, El bandolero y su poema, Canto a la sierra).

Destaco, asimismo, el predominio de los versos largos en sus grandes poemas, y de los breves en su etapa más puritana; aunque más común resulte la alternancia de unos y otros, con preponderancia de aquéllos, impidiendo así cualquier monotonía prosaica y otorgándole la justa medida a las imágenes o sentimientos que pretende enfatizar. Fijémonos, por ejemplo, en Ccoscco: los endecasílabos, dodecasílabos, alejandrinos y versos de más sílabas ceden su lugar a fabulosos tetrasílabos, como Hombres duros. / Hombres fuertes. / Hombres tiernos. / Tal tu siembra. Se advierte lo mismo en El bandolero y su poema, Canto a la sierra, Canto de hoy, Sed, Chola, cholita…

pintor de la imagen

Sin obviar su agilidad versificadora, me atrae más la facilidad con que crea imágenes deslumbrantes. Modernismo, vanguardia y andinismo se aúnan en este núcleo esteticista, que puede variar sus sentidos, pero nunca su intuición ni su fuerza expresiva. Sin ánimo de sentar escuela, apreciaría en su evolución poética la siguiente transformación de su mundo simbólico.

Desde un principio, el poeta hace suya la topografía exterior para convertirla en un paisaje interior, como bien cantara Antonio Machado en toda su obra, pues la poesía no ha de ocuparse de la objetividad, sino de la subjetividad. Se establece, por consiguiente, una singular simbiosis entre topografía y sentimiento, de forma que todo adquiere vida, tensión y realismo. Asociación, por cierto, que genera un universo intimista, aunque los elementos simbólicos provengan de la naturaleza. En esta perspectiva leo las imágenes de su primera época, de las que entresaco algunas:



En el parque turbulento
La luna pone una nota
De dulzor… En mi alma flota
Su sutil presentimiento.
Me dice coplas el viento
Que mis tristezas azota:
Mi corazón se alborota
Y grita mi pensamiento.
Me cuentan dulces congojas
El susurro de las hojas
Y de la fuente el reír;
Y rasguea su guitarra
La sarcástica cigarra,

Desdeñosa de vivir (Lunático).




La tarde quema dulzura
De la azul melancolía
En el pebetero… El día
Se despide con ternura…
Retrata su faz doliente
En su lago que dormita

El lucero vesperal (Vesperal).




Amo sus ojos verdes que fingen esmeraldas…
Que tienen de los mares el verde de las algas
Y de los cielos tenues resplandores…
Así a mi negra noche de aurora un esplendor (Amo sus ojos verdes).

Cual mariposas blancas los días que pasaron… (Nostalgia).


El dolor se ha dormido como un niño pequeño…
Y el mundo se me antoja un enorme corazón (La canción de una noche).



Por su parte, la etapa vanguardista se abre con una densificación de las representaciones, al estilo de la Generación española del 27. Las nuevas estéticas (surrealismo, creacionismo, futurismo) fomentan un mundo simbólico más enigmático, más depurado, más osado. Las realidades cotidianas, como la tormenta, el ir y venir de los trenes, el tiempo perdido, el vaciarse de un vaso y quedar sólo el cristal, una noche de fiesta, un grito… adquieren un mágico misticismo al ser recreados desde la óptica del poeta que busca superar las formas del realismo, rindiendo un culto excesivo a la imagen y abriendo una puerta al sentimiento, que no a la emoción fácil, conforme a las tres consignas de Juan Ramón Jiménez.



Los ángeles traviesos de tus ojos
Se han traído el cielo para meterlo en casa.
Mojamos nuestras manos en estrellas
Y un terrón de música…
Pájaros como flores cuidan la trasparencia del instante…
Un columpio de infinito espera nuestro salto,
Pero el mar se llega
Florecido de espumas.
Que las alas de las gaviotas
No olviden nuestros recuerdos (Orilla del sueño).



Después se llevarán el mejor sol
Atado al humo de sus chimeneas
Y nos será prohibido ver el cielo (Los trenes).



En estas noches claras
De tus horas sin luz,
Mi vida
Se desliza
Como un hilo de agua
Que en vano
Busca el vaso
Que lo ha de contener (Cristal).



Un marinero harto de su barca gris,
De su gorra de espumas,
De su blusa de mar…
La barca partió a la aurora
Sus palos florecidos de nubes rosas (Marinero ido).



Es fiesta del rojo.
La noche está ebria.
En el salón que quiere ahorcar sus cansancios
Las cabezas son puntos de una línea no hecha.
Las luces abanican contentos de papel.
Y se beben sonrisas,
Y se fuman suspiros.
Pues, si el mejor tabaco es hecho de fastidio.
Arrojan sus colores las bombardas del jaz-band

BA   TA   CLAN            (Poema 13).



¡Madre!
¡Madre!…
Y el grito
Queda clavado como una saeta
En la pared.
Se desgarra el instante y sus jirones
Caen como alas negras sobre el alma sin fe.
Vuelve a clamar el grito
Y la única Madre
Que abriendo sus entrañas lo recoge
Es la PARED (Gritos).



Encontramos sus imágenes más futuristas en Canto de hoy, que bien se asemejan a algunas de García Lorca en Poeta en Nueva York, donde el futurismo y la denuncia brotan del contraste entre la ingenuidad propia de lo aldeano y el estrés provocado por la gran ciudad:



Por eso te amamos nueva los hombres de este siglo
Con tus vías de asfalto, casas de muchos pisos,
Y avenidas que corren hacia el viento marino
Sus palmeras izadas como brazos en júbilo
Que agitaran promesas…
Aunque autos y poleas
Te han vuelto vocinglera y no te dejan soñar.



Sin embargo, por muy llamativas que resulten, las imágenes que inmortalizan a Anaximandro Vega y le permiten entrar por la puerta grande del simbolismo con personalidad propia, son aquellas en las que uno desconoce si humaniza el paisaje, si paisajea al hombre, si perenniza los valores humanos de la tierra o los valores terrenos de lo humano; aquellas estampas pétreas, cósmicas, telúricas con las que topografía la etopeya y etopeyiza la topografía. Para explicar mejor su genialidad me viene a la cabeza el nombre de Vicente Aleixandre, cuyas dos grandes etapas literarias pueden trasponerse al ahora del maestro.

Decía el poeta sevillano-malagueño que en su obra, especialmente Ámbito, Espadas como labios, Pasión de la Tierra, La destrucción o el amor, pretendía impresionar al lector con una “clarividente fusión del hombre con lo creado”, buscaba “la aspiración a la unidad”, pretendía que el poeta fuera “una conciencia puesta en pie hasta el fin”, el altavoz que transmitiera los mensajes cósmicos. Para ello, opta por las metáforas visionarias que todos conocemos e insufla su poesía de un misticismo panteísta en el que el cosmos físico se convierte en el centro de gravedad, dejando atrás un tanto sus sentimientos, para permitir que sea él quien se exprese, quien adquiera rostro y voz propios. Esto mismo descubro en la genial cosmogonía, si no teogonía, con la que abre su inolvidable Amor y llaga de mi tierra: Canto a Chota, donde la visualización de la tierra que tan metida lleva en el corazón parece emerger de la nada, como si fuera creada, en la silueta de un gigante, de un Polifemo, centro del universo:



Naciste de un ensueño del Bravo Naylap
Bajo el ala celeste de Chota,
Quien como a niña hermosa te dio
Un lago de espejo y un monte guardián.
En los pies de héroe
Se habían dormido ya todos los rumbos,
Aunque apuntaban al norte
Las siete flechas de su carcaj.
Fue acaso por eso que, recreándose en ti,
Después de obsequiarte con flores y frutos
Y besos antiguos de mar,
Se hundió eternamente en un sueño de piedra
Y de sus hombros de recto perfil
El cóndor te mira y el puma te aguaita,
Mientras del lado del sur
Otro jefe que por ti se perdió
Te busca por siempre en los ojos de un vigía jaguar.
Después a su presencia surgieron altos cerros
Y un cinturón de plata te ciñeron los ríos,
Mientas tus hijos fuertes de gorros retorcidos
Amarraban hazañas a tu voz y los árboles
Y quitaban las suyas al Inca y al Sol…


El mismo propósito lo guía en sus famosos Ccoscco y Quepa :



La voz de los siglos en tu eternidad, ¡oh Cusco!
Para que tú cumplieras tus designios de gloria
El mar abrióse un día entre fiestas de olas
Y surgió el trompo sudamericano
Llevando sobre su cuerpo la huaraca en pedazos
De sus ríos inmensos.
El sol cantó sus ansias y dijo sus secretos
Reclinándose luego, como un niño, en tu hombro.
Viracota. El marino, trepó montes por verte
Y para besar tu planta tiró lejos su capa
Azul blanco que formó el Titicaca…
Y Kon, el aturdido, te saludó en el viento
Al par que te alababa en mil lenguas de fuego
Las bocas de sus volcanes.



Granizada terrible sobre la puna insomne
Donde el viento siega ichales en su fuga
Bajo el gesto oblicuo de los rayos…
Un calambre retuerce las raigambres del monte
Y diez mil galgas, como diez mil venganzas,
Ruedan a la llanura en fiebre.



O los no menos sonoros versos de Pueblo minero, donde el aplomo de lo estable coquetea con una de las imágenes más contingentes, intimistas y logradas del poeta:



El cielo, plúmbeo, se quiebra
En las cruces de la Iglesia,
Mientras los clavos del aire
Juntan paredes y músculos.
La neblina es la servilleta de Dios
Para todas las mesas
O la cobertura blanca de cariños
Para los cansancios entumecidos.



El amor al terruño le obliga a centrarse igualmente en la pasión por la naturaleza más cercana a sus recuerdos, aparentemente menos mitológica y más ajustada al espacio vital del que comen y beben sus gentes. Se cotidianiza el paisaje y también la materia simbólica, pero el vigor de sus cantos épicos no decae, sino que adquiere incluso una sabia nueva, que lleva a exclamar que habitamos en el país de las maravillas. Para percibirlo, recuerdo algunos versos:



Por saludarlo sus chacras se vacían al camino
Las pencas yerguen sus hojas,
Las tunas aumentan sus manos,
Los eucaliptos de la puerta
Se empequeñecen de tiernos
Y hasta las piedras de las pircas
Se apretujan y resbalan (La vuelta del Pancho).



En tus techos rojizos se levanta fresco el sol
Y en tus paredes blancas se pinta el madrugador
Mientras una conmoción de pájaros cantores
O un florecer de mariposas
Sacude diarias primaveras.
Todos los verdes y amarillos se prenden a tus pies
Ante una eclosión de trinos
Y el río se hace arco
Porque quiere ser tu bincha o besarte mejor.
El cielo se te rinde intenso,
Aunque a veces te pones sombrillas de neblinas
O juegas caprichosa con los hilos de la lluvia (Amor y llaga de mi tierra).


Avanzan despacio los bueyes de cobre
Tirando al arado que rasga las fibras
-Oh carne morena- de la húmeda tierra…
Y el surco palpita, retuércese y ríe
Con ansias de vida.
El cielo es de paja y el aire es de vidrio (La siembra).



Parafraseando el famoso título de W. Fernández Flórez, penetramos en un verdadero bosque animado.

Por otra parte, esta fusión con el cosmos, como también ocurriera en Sombra del paraíso, adquiere ocasionalmente un claro tono elegiático, como en Pueblo minero, donde la tierra gime dolorida, aspecto que más tarde ampliaré[2]. Tampoco debe pasarnos desapercibido ese cúmulo de interjecciones, especialmente ¡oh!, que a veces denotan admiración, y casi siempre dolor.

Pero no es esta identificación la que más interesa a nuestro poeta, por mucho que el cosmos físico sea importante para él, hasta el punto de interiorizarlo en lo más profundo de sí, como leemos en Amor y llaga de mi tierra:


Hoy que tengo en el alma tus casas y tus árboles,
Y siento crecer la hierba en el sol y con cielo,
Me veo otra vez niño mirando los lirios de tu parque
Y las agujas del reloj que caían violentas…
Y quisiera sentarme bajo un árbol amigo,
Florecido de pájaros o luceros
Para hablar a solas contigo y con él,
Mientras miramos en los huertos las iniciales de tu porvenir.




Va mucho más allá: el poeta se diluye en el cosmos, sí; pero la quintaesencia del mismo, lo que hace que el universo sea tal, que la topografía chotana y serrana a la que tanto admira resulte realmente valiosa para él, es la vida escondida, sufrida y gozada por sus habitantes, como leemos en el mismo poema:



Pero no es esto, Chota mío, lo que da carácter.
Son tus hombres…
Mujeres…



La verdadera forja del poeta en cuanto poeta y, sobre todo, en cuanto ser humano, viene dada por su fusión con el pueblo, con su pueblo, con sus gentes, convirtiéndose sólo así en su voz. Se trata del mismo proceso de rehumanización que encontramos en la obra de Aleixandre, cuando, a partir de Historia del corazón y En un basto dominio, apuesta por el universo humano en vez del cósmico y, al percatarse de que no está solo, hace de su voz la voz de lo inanimado, la voz de los sin voz. Entonces se culmina la galaxia imaginaria que domina en los versos de Anaximandro Vega: la disolución supina de los valores humanos en los de la tierra, la prolongación humana en la flora y fauna que lo rodea, como si del mito de Apolo y Dafne se tratara, haciendo que esteticismo, surrealismo y humanismo impregnen su mensaje y sentimiento. Miremos nuevamente a ese Amor y llaga de mi tierra:


Son tus hombres eficaces como tiro de fusil
Y tus mujeres ágiles con ternura de torcaz.
Son tus hombres sin dobleces, apretados al honor
Como mazorcas o espigas…
Mujeres con frescura de agua virgen
Y con olor a tierra recién labrada…
Y prosigamos con otros poemas bien significativos:
El que era más alegre que aguita de chorro,
Tiene ahora los labios como dos hojas secas.
Y es la Dominga hoy bestia de carga…
Lo soles más quemantes le planchan las espaldas,
Dobladas sobre el surco, sediento como ella…
Las lluvias le despeinan su silencio inocente (Esperanza).



Por qué este hombre que lleva al brazo los caminos
Como poncho de listas,
Ha bebido la sangre de todos los crepúsculos,
Ha herido la luz de todas las noches…
Y ha quebrado vidas de hombres como ramas
Si han estorbado en su camino…
Pero él reventará todas sus alegrías
Y se irá después como se va el río.
Estrujará los vientos con su caballo
Para abrazar el alma de la montaña (El bandolero y su poema).



Canto de los punteros y los pastores
Que se rebozan de vientos y duermen con las estrellas
Entre el grito caricioso de sus ganados.
De los arrieros que salen de los tambos de la aurora
Con sus cargas de nubes
Por los caminos de todas partes.
De los viajeros que juntan los poblados
Con sus largos cansancios olorosos de barro
Orientes de sol en sus espuelas.
Canción de labriegos por cuyo sudor frutecen las tierras…
De los mineros que aprietan la dura sombra entre sus dedos
Hasta sangrarlos de oro…
Cholitas apretadas, aurorales,
Traen en sus cántaros dorados de mañanas
La ternura blanca de las vacadas…
El canto de los hombres
Curtidos por la escarcha y por las nieves,
Azotados de vientos, bautizados de rayos,
Amigos de las lluvias y vecinos del cielo.
El canto de los hombres maduros y fuertes,
Que tienen de cóndor, de puma y de vicuña (Canto a la sierra).



Chola, cholita…
Humilde y jugosa como las cilifrutas,
Fresca como el agua de tus cántaros,
Tierna y dulce
Como la leche del choclo recién venido.
Tu vestido –gracia de fucsia-
Apenas deja el regalo
De la espiga quemada de tu carne.
Tu cuerpo –vaso dorado-
Se columpia entre el río y la montaña,
Canta entre árboles y frutas,
Haciendo desnudar las antaras
O saltar chispas de crepúsculos
En los altos molejones de los cerros.
En tus ojos muy rumor de cañadas,
En tus mejillas madura y aroma el sol,
Tus senos mudan los senderos
Con su insolencia olor a chirimoya…
Tú que eres el encanto de todas las estrellas
Y sólo al mirarte bulle el manantial;
Tú que eres más puras que las madrugadas
O los mediodías después de la lluvia;
Piensa que eres libre
Como los tordos o la espuma (Chola, cholita).




Y así podríamos seguir entresacando asociaciones, metáforas y versos de poemas como La siembra, Quepa, La feria dominical, Pueblo minero, La pastorcita, y, especialmente, Elogio lírico de la mujer chotana.

Ahora sí puede hablarse de una auténtica fusión del autor con toda la naturaleza, pues en su interior se aúnan lo cósmico y lo humano, y hablan por su pluma. Una fusión fraterna inmortalizada, como dije, en la tercera parte de Amor y llaga de mi tierra: canto a Chota, y explicitada en su último verso: Así, tal vez, un día –siempre de pie- tu tierra y mi barro se alzarán en flor; así como en el inolvidable polvo de fusión de Ccoscco. Imágenes todas ellas que pintan el paisaje en sus más variados contextos y que fortalecen un rico lenguaje nominal que sedimenta la veta descriptiva (Vg. Lunático, La canción de los caminos, El marinero ido, El bandolero y su poema, Amor y llaga de mi tierra, Chola, cholita, Sed).

Poeta del amor y de la nostalgia

El modernismo no sólo marcó la métrica de su primera etapa. También influyó en su temática. Ésa es la razón por la que podemos hablar de un Anaximandro Vega poeta del amor y sus entresijos (Amémodas, Dame la fe, Señor, Nocturno, Amo sus ojos verdes, Ofrenda lírica, Nostalgia, IV, La canción de los caminos, La piedra, Embriaguez), y de la nostalgia infantil (Infancia; Orilla del sueño). En sus poemas juveniles, e incluso en los que ya navega por el vanguardismo, el colorido crepuscular (Vesperal), y primaveral (Amémodas), cuaja perfecta-mente con el ocaso de los sueños propios de un joven que brega con los desafíos del amor y el reto de hacerse hombre. Los campos semánticos no pueden ser más explícitos ni reiterativos:

De la ilusión y de la quimera infantil de quien se cree con derecho a todo: ensueños, ilusión, ensoñar, flota, sutil pensamiento, recuerdos.
Del desengaño melancólico y nostálgico: ansias tristes, dolorosas, secretas, aprisionado se va mi corazón, susurro, tarde, melancolía, despide, honda tristeza, silencio, huidas, lloran, penares, mustia.
Del desaliento agónico y sin vuelta de hoja: turbulento, congojas, agonía, perece, doliente, dolor, noche, lóbrega, yerto, enfermos, amargos, cruentos, extinguiendo, caen, tormento, falsa esperanza.
Como es habitual en estas etapas vitales, a veces se experimentan sentimientos encontrados, que el poeta encauza a través de asociaciones paradójicas, como encontramos en Lunático (la luna pone una nota de dulzor; me cuentan dulces congojas), cuya última estrofa, dicho sea de paso, contrapone la desintegración de la intimidad personal a las ansias de vivir, teniendo como telón de fondo los sonidos fuertes y rasgantes, al más clásico estilo lorquiano, y una desmesurada exaltación de lo vital, como cantara Whitman:



Y rasguea su guitarra
La sarcástica cigarra,
Desdeñosa de vivir.




De entre todos estos poemas, me detengo en cuatro que considero significativos:

Dame la fe, Señor. Se trata de una poesía de corte sálmico, basada en repeticiones y en una cadencia oracional, en la que un Vega frustrado en el amor, ante la hipocresía de las amantes, se propone comenzar de nuevo, quiere nuevamente amar.
Nocturno. Quizá el poema más existencial de esta época, donde parece que se evocan los amargos recuerdos de dichas huidas, de cándidos sueños, como denota la repetición anadiplótica y quiástica de sueños ya muertos, mueren los sueños. Además del campo semántico propio de la angustia (noche, lóbrega, yerto, grados, tristes, enfermos,  amargos, recuerdos, huidas, sueños, lloran, penares, cruentos, pena, muertos, extinguiendo, caen, tormento, noche, velo, oculta, falsa esperanza), el espíritu trágico que aflora recibe el espaldarazo final de una última estrofa truncada, que rompe con el romancillo precedente y grita por dos veces seguidas, una de ella entre admiraciones para otorgarle mayor intensidad a manera de grito, ese descomunal siente miedo de la vida, ¡siente miedo de la vida!
La canción de la noche, creación en la que, al igual que en Dame la fe, Señor, rompe la métrica y adopta el versolibrismo y la alternancia de rimas para transmitir al lector el desasosiego que lo envuelve. La tensión propia de quien ansía alcanzar lo que busca y romper con las ataduras que lo encierran en el pasado. La agonía de quien quiere relanzarse como persona tras el desengaño amoroso. De ahí que dominen dos campos semánticos: el melancólico (noche, negruras, carbón, ingenuo, dolor, silencio, ensueño, mustia, triste) y el esperanzado (dueño, cumbre, elevada, cielo, renacen, ansias, gran vuelo, acrecienta, anhelo, romper las cadenas que me juntas al suelo, cumbres sagradas, alcanzadas, gozar, eternas alboradas, libertad).
Finalmente, Infancia, un poema que me recuerda a las Soledades de Machado y, más concretamente, a Anoche cuando dormía, debido a la importancia del sueño como forma de conocimiento, en el sentido castellano de soñar despierto, de revivir la existencia pasada, no sin cierta nostalgia y regustillo de alegrías perdidas. Con un ritmo intimista, el poeta describe candorosamente los buenos recuerdos de la niñez. Refleja a la perfección la psicología infantil del juego, de la irresponsabilidad, del estar en el mundo sin estar. Las imágenes son realmente brillantes, de un onirismo subido (queríamos cazar la cometa del sol, jugábamos bolitas con las estrellas, el cielo nos salía del bolsillo como un pañuelo y por saltar la cuerda del horizonte alguna vez nos castigaron). Pero el poeta es consciente de que el discurrir de la vida no permite gozar siempre de esta ensoñación. Llega la hora de despertar y de enfrentarse con la realidad, vivencia reflejada en los últimos versos, verdadera ruptura del ritmo y de la ingenuidad anteriores:


Y mis soldados de plomo
Fusilaban a la frágil eternidad.
Restaurador del misticismo mitológico



Se dice de García Lorca que, en el Primer romancero gitano, ofrece una visión de Andalucía de carácter mítico, por medio de metáforas deslumbrantes y de símbolos personales, que lo acompañarán a lo largo de toda su obra: la luna, los colores, los caballos, el toro, el agua, destinados a transmitir sensaciones de amor y de muerte, es decir, la pasión española. Algo así puede afirmarse de nuestro Anaximandro Vega. Toda su poesía está prendada de un áurea mitológica, que encierra un profundo misticismo, el que otorgan los valores perennes de la tierra, y que ayuda a restaurar, a crear dicen otros, esa mitología serrana que se humaniza en sus gentes, o en determinados prototipos de sus gentes, como Becerra o Benel.

Ya en La canción de la noche se percibe su misticismo a través de campos semánticos que remiten constantemente a lo amplio, a lo mistérico, a lo infinito, a través de vocablos como enorme corazón, niño pequeño, cielo, misterio inquietante, cumbres sagradas, eternidad, enorme corazón, reza quedamente, oración. Lo mismo ocurre en Vida y Rubaigat desgarrado, donde entreveo un misticismo de la desilusión, del truncamiento de la religación ontológica, según el Dr. Walter Gavidia. Pero es en sus grandes poemas donde dicho misticismo, que huele a eternizar la historia del pueblo, y la vida del poeta en él, logra su caracterización más notable bajo los ropajes de mitos serranos.

Por una parte, hallo su entronque con la mitología incaica, como descubrimos especialmente en Ccoscco (Viracocha, Pachacamac, Kon, Ayar potente, Mankos, Ocllas, Machupichu, Huaynacapac, chasquis, amautas, inti, Cahuide, Pumacanua, Tupac Amaru, Manco, Choquehuanca, Pachaccutec, Indoamérica, el sol cantó tus ansias y dijo sus secretos, reclinándose luego, como un niño en tu hombro, antena del Perú, tendón de América), al que hay que asociar también una veta misticista más pura, proporcionada seguramente por la sacralidad del Machupichu (voz, siglos, eternidad, designios, gloria, surgió, inmensos, soberbio, viento, fuego, volcanes, milagro, brazos de piedra, duros, fuertes, columna, ensueños, recuerdo, telares de piedra, sagrada leyenda). Dejo igualmente constancia de la importancia de ciertos animales ligados con el alma andina (cóndor, puma, jaguar, vicuña) y de la omnipresencia del sol, ausente en contados poemas, generalmente de su etapa juvenil (Lunático), y de las referencias a la aurora, las nubes, la luna y, extensivamente, todos los agentes geológicos.

Por otra, la mitología propia de los hombres y mujeres serranos de carne hueso, de quienes destaca su aguante físico, su valentía y su amistad; su maternidad, su sencillez y su transparencia; y sobre todo, su ingente capacidad para sufrir y brindar hospitalidad, esculpida en esos inmortales versos de Amor y llaga de mi tierra (en tu bondad de pan caliente y en tu llanura de playa; que acentúan, sin embargo, la energía de tu gesto varonil). Se trata de la mitología real y existente en el mundo, que subyace en el espíritu andino y que debe ser imitada en nuestros días, porque en ella radica la eternidad de lo chotano, la posibilidad del resurgir en el futuro y la factibilidad de que realmente se consume la fusión de todo el cosmos en una fraternidad universal (campos fraternos, según Quepa; el campo de pututos y qquepas que domando los siglos unificará algún día el gesto desigual de la América India, a juzgar por Canto a mi sierra; tu tierra y mi barro alzarán en flor, conforme a Amor y llaga de mi tierra). Traigamos a colación un escueto elenco del tenor de dicha mitología:

Tus hombres de piedra, pulidos nuevos, Quepa.
Hombre de acero templado en fraguas abiertas a campos de estío y en aguas frías y blancas de copas azules volcadas; riega en los surcos la sangre del padre, La siembra.
Cholas redondas y frescas como naranjas, cholos rotundos, bajados del Ande, Indios que gustan la oración de su coca, indios con el dolor de muchas auroras en la frente, indias que atardecerán unas copas cuesta arriba cantando, La feria dominical.
Chotana… tus labios son la ternura derramada en una divinidad de besos; límpida de alma como el ambiente tras la caricia de la lluvia, limpio el corazón, como cantos del torrente; dulce como la torcaza de nuestras quebradas; reúnes en ti las virtudes del buen amor y el orgullo del dolor; tienes ansia suprema de la superación; los cristales de tu sinceridad y espejos iluminados de tus gracias te reproducen en el cariño; sencilla y buena, sabes de la oración del ángelus…, de la tristeza honda y misteriosa de las serenatas; niña, mujer, madre, Elogio a la mujer chotana.
Cholitas apretadas, aurorales; el canto de los hombres curtidos por la escarcha y por las nieves, azotados de vientos, bautizados de rayos, amigos de las lluvias y vecinos del cielo; el canto de los hombres maduros y fuertes, que tienen de cóndor, de puma y de vicuña, entre otros muchos rasgos extraíbles de  Canto a la sierra.
Aurora de alcohol encendida a tiros, hoguera crepitante…; por qué este hombre que lleva al brazo los caminos… ha bebido la sangre de todos los crepúsculos, ha herido la luz de todas las noches al golpe de su daga y ha quebrado vidas de hombres como ramas si han estorbado en su camino; su mirada torva y honda; estrujará los vientos con su caballo…, arrojará por las quebradas su robusta canción de plomo y pólvora, El bandolero y su poema[3].
Hombres de pecho franco y labio sincero; hombres que saben de la sonrisa triste; hombres que gustan el placer del peligro; hombres enraizados al bien, alegres como la infancia. Hombres duros, hombres fuertes, hombres tiernos, Ccoscco.
Son tus hombres eficaces como tiro de fusil y tus mujeres ágiles con ternura de torcaz; son tus hombres sin dobleces, apretados al honor como mazorcas o espigas; hombres que saben  del beso y del asalto; hombres que escansian abundante miel para el amigo pero obsequian una bala a quien lo busca, hombres altivos ante la muerte… Mujeres con frescura de agua virgen y con olor a tierra labrada, orgullosas de su destino, de su fuerza y de sus hombres leales, juveniles y valientes, Amor y llaga de mi tierra: Canto a Chota.
Lo ya dicho de Chola, cholita, de La vuelta del Pancho y el buen toque de atención sobre la superstición de Vendrá el Laicca.
Cuando leo estos versos, no puedo menos de avivar en mi recuerdo los magistrales cuadros del realismo austero y expresivo de contenido dramático del bilbaíno Ignacio Zuloaga y las impactantes imágenes-mural de un José Vela-Zanetti, que conjuga la adustez de la meseta castellana con la profunda espiritualidad de sus pueblos.

Después de este recuento, un rasgo más me interesaría transmitir. A Anaximandro Vega se le podría denominar, por todo lo dicho, el explicador de la raza (presente en Quepa, Esperanza y, especialmente, Ccoscco), que me niego a restringir al ámbito chotano e incluso peruano, pues Ccoscco la abre a Latinoamérica e, incluso, al mismo comienzo del género humano:



La voz de los siglos en tu eternidad, ¡oh Cuzco!
Para que tú cumplieras tus designios de gloria
El mar abrióse un día entre fiestas de olas
Y surgió el trompo sudamericano.




Raza que, desde luego, se remonta a los momentos más gloriosos del origen de cada pueblo, bien incaico, bien céltico, bien romano, bien arábigo… Pero raza, sobre todo, que se curte con el paso de los siglos y los tiempos, a través del trabajo callado de los hombres que cargan sobre sus hombros la historia, convirtiéndose en sus costaleros y haciéndola germinar. No nos equivoquemos: la raza, la verdadera raza, la raza que ensalzaba nuestro poeta, es la de los hombres de carne y hueso, por escoger esa antropología intrahistórica a la que tanta importancia le otorgara Miguel de Unamuno y que tan hermosamente concretara en Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Como bien leemos en Esperanza:



Cuatro hijos
Que acaso por su raza se agitarán mañana,
Como cuatro torrentes, como cuatro delirios,
Y empujando horizontes se harán cuatro senderos
Por donde de nuevo vendrán los heroicos
Forjadores de vida en canciones de piedra.




Finalmente, este misticismo tiene un toque religioso, aunque no tan palpable como en la poesía de César Vallejo, especialmente la de sus últimos dos poemarios. El misticismo religioso de la creación, a la que tanto canta y de la que deja versículos tan significativos como éstos: tu tierra y mi barro se alzarán en flor, de Amor y llaga de mi tierra, donde ese barro remite explícitamente al mito creacional del hombre según el yavista; La neblina es la servilleta de Dios, de Pueblo minero, donde se intuye la dimensión creadora de la divinidad; el Dios desvive por ser carne en la arcilla, de Canto a la sierra, donde se conjugan el mito yavista sobre el origen humano y el misterio cristiano de la encarnación; y, ¡cómo no!, el desgarrante Agua, agua para la arcilla reseca de mi cuerpo, promesa de paisajes, de Sed. El misticismo religioso, en fin, de la humanidad, de la fraternidad, de la justicia, en el que me detengo a continuación.

Denunciador de injusticias y cantor de humanidad

A finales de los años veinte, la poesía española inicia su abandono de los cánones estéticos que propusieran Ortega y Gasset, en La deshumanización del arte  y La rebelión de las masas, y Juan Ramón Jiménez, con su ideal de poesía pura, y se adentra progresivamente por los senderos de la rehumanización poética, enlazando la pasión con la perfección, lo humano con lo divino, lo popular con lo culto, fenómeno que culmina en la poesía de la postguerra, dividida, según los críticos, en arraigada y desarraigada. Así, por poner un ejemplo, García Lorca escribía a finales de los veinte Poeta en Nueva York, donde el choque entre asfalto y campiña abre los ojos del poeta ante la realidad que lo circunda y lo lleva a apostar por los oprimidos, sin que esto cohíba la revelación de sus obsesiones íntimas. Por ello, Poeta en Nueva York, anticipado ya en Romancero gitano, se convierte en un grito de horror ante la falta de raíces naturales y la ausencia de una mitología unificadora o de un sueño colectivo que otorgue sentido a una sociedad impersonal, violenta y desgarradora.

Pues bien, he de decir con orgullo que nuestro Anaximandro Vega forma parte ese número de poetas que hace de su verso vehículo continuo de humanización, siguiendo el rastro, posiblemente, de nuestro universal César Vallejo. Aunque es verdad que sus primeros escarceos por los movimientos de vanguardia lo llevaron en alguna ocasión a la búsqueda de una pureza impersonal, toda su obra denota cercanía a la humanidad y reivindicación de la misma, como advierto, por citar sólo algunos, en tres rasgos.

En primer lugar, el dolor que le provoca la injusticia que se vive en Chota, en Perú, en Ibero-américa. Su andinismo no se asocia sólo a la explayación del terruño interiorizado, sino sobre todo a la denuncia social de las situaciones de explotación por las que atraviesa todo el mundo serrano en general, expuesto a la tiranía de los gamonales, de la miseria y del dolor del infortunio. Leamos, como muestra, clarificadores versos de Canto a la sierra y La feria dominical:



El canto indio
Olvidado de quenas y antaras
Ausente de coca
Para borrar la marca del gamonal.

Y hay quien luce un cuello tieso
Y zapatos que son una grillería
Índice: nuevo gamonal.




En dicha denuncia sobreabunda, como es natural, la imagen del campesinado:



Los indios
Desgranan el maíz morocho de su inquietud.
El hielo acabará con los sembríos.
El hielo robará las cosechas.
Él, que no puede ver al sol, se llevará los granos rubios (La helada).



Campo semántico de Quepa: dolor, clamor, nubes negras, calambre, retuerce, venganzas, fiebre.



(Además de la descripción del campesino, fijémonos en:)
Atrás váse el chico que riega en los surcos
La sangre del padre, su sangre hecha grano…
Y sigue en los surcos
Cayendo la sangre hecha grano (La siembra).



Y es que la Dominga hoy es bestia de carga…
Los soles más quemantes le planchan las espaldas
Dobladas sobre el surco, sediento como ella,
Mientras ritman las lampas su dolor resignado (Esperanza).



La espiga quemada de tu carne (Chola, cholita).



Tendrá que volver luego
A derretirse en la hacienda,
Pues hicieron de tal modo
Que le colgarán otra deuda (La vuelta del Pancho).



Pero también de los mineros e, incluso, del proletariado, como muestra Canto de hoy:



Y amamos el dolor de tus trabajadores
Y sentimos el desgarramiento de los desocupados
Con el largo estilete de todas las sirenas,
Aquí donde nadie debe sentirse dolorido.



Hallamos igualmente tintes del socialismo marxista, como en La canción del sábado:



En un papel moneda te convierte el trabajo
Y llegas a los hogares creyentes de risas,
Pero dentro de un sobre numerado y marcado.



En todos estos ejemplos subyace un acento desgarrante, existencialista, magistralmente expresivo en Pueblo minero, donde compara, primero, la ubicación del pueblo con el hombre que se desprende por un acantilado y se destroza todo el cuerpo por impedir caer por el precipicio que tiene a sus pies; y describe después la vida del minero con el desangramiento de un ser, yendo a la par extracción de los minerales y muerte de los hombres:



Y así,
Pleno de dolor,
Aplastado y retorcido,
Hunde los garfios de sus calles
En las rocas, en la greda,
Para no seguir cayendo,
Para no seguir rodando
Quebrada abajo…
Dolor de los trabajadores y dolor de la tierra…
Dolor de la entraña de la roca que se desangra
Y desangra el alma de los mineros
En las agudas aristas de los metales.



El resto del poema no puede ser más desalentador, ni más realista tampoco, por muy poético que resulte en imágenes y metáforas:



Un polvo gris que no cesa
Enturbia el agua de la esperanza
Y apaga las voces y agrieta las gargantas.
Sólo de vez en cuando
un sol de oro líquido
se vierte sobre las casas
como un regalo,
mientras la sed de los hombres de vidrio y calamina
se alarga como una espada, hacia el pecho de los pobres[4]…
Los ojos de estos hombres encienden las noches
Mejor que sus lámparas
Y sus manos sabias rastrean
En arco-iris de fiebre
El oro que siempre fuga y la plata que pinta
El rostro de los extraños.
Quemando los horizontes
Vuelven manchados de pena
Con los ojos hechos agua
Y en la sien polvo de estrellas.
Quitasueños de cariño cuelgan en todas las puertas,
Pero en todos los rincones
Se agazapa la tristeza
Y en las calles anda suelta
La vida con faz de muerte.
El pueblo huele a lágrimas y luto.




En fin, parafraseando Amor y llaga de mi tierra, todo es jugar descalzos la vida al azar.

Este clima de desigualdad, de pobreza, de estar expuestos al ritmo de la supervivencia, sin conocer qué ocurrirá mañana (enigma rudo del porvenir, dice en Nostalgia), tiene su raíz en la deshumanización de las relaciones humanas. No deja de ser significativo en este sentido el poema La puerta cerrada, que si bien describe la puerta vetusta de una casa deshabitada a medio caer, también puede erigirse en el simbolismo de un mundo que vive sin querer conocer a aquel con quien se convive, sin preocuparse de sus afanes ni necesidades, cerrado a cualquier profundización humana. De ahí su simbolismo y el valor de:



La puerta está cerrada.
Ya no abre sus dos (puertas) alas
Para acoger a nadie.
Ratificarían esta realidad las siguientes calas:
El canto de pututos y quepas
Que domando los siglos
Unificará algún día
El gesto desigual de la América India (Canto a la Sierra).



Y hay quien luce un cuello tieso
Y zapatos que son una grillería
Índice: nuevo gamonal (La feria dominical).



Qué lejos el alma de los patrones (La helada).


El “¿por qué?” de El bandolero y su poema.



Pero la denuncia no adquiere un fin en sí misma. La congoja que envuelve al poeta cuando descubre la situación en la que viven sus coetáneos y las injusticias que caracterizan las relaciones interpersonales y cósmicas presenta una intencionalidad: la apertura a la esperanza. Ésta obtiene un lugar predominante en sus poemas, como muestra el siguiente sondeo, si bien el cariz advéntico alcanza diversas tonalidades dependiendo de la fase en que fueron escritos:

En Dame la fe, Señor hallamos una serie de propósitos que dejan atrás los vericuetos del atormentado pasado amoroso y se abren al futuro: quiero volver a amar, quiero olvidar. En este sentido deben leerse los versos llevando a mi negra noche de aurora un resplandor, de Amo sus ojos verdes;  más no pueden robarme tu gentil corazón; un siglo hoy me parece la vida de un minuto y el enigma rudo del porvenir yo busco la hora en que nuestras vidas harán comunión, de Nostalgia; la casita rubia surgirá de nuevo, de El canto blondo; y, sobre todo, el campo semántico del relanzamiento que analizaba en La canción de la noche.
Más importancia le concedo al lugar de la esperanza en los poemas andinistas. Así, de la lectura de La siembra el receptor deduce que, a pesar de todos los sufrimientos, al campesino le queda al menos la esperanza de la nueva cosecha. En Esperanza, el mañana abre una nueva panorámica, totalmente distinta al hoy que padecen los habitantes del lugar (se agitarán mañana, torrentes, delirios, empujando horizontes, de nuevo, heroicos forjadores de vida, alegrías). El mismo corte en la narración poética hallamos en El bandolero y su poema, donde las cuarta, quinta, sexta y séptima estrofas están marcadas por una adversativa y por el predominio del tiempo futuro (reventará, irá, estrujará, arrojará, dormirá, dejarán, buscarán), que arropa todo con una destacada vitalidad, bien ajena al lenguaje nominal, descriptivo, sin acción, muerto de las tres primeras estrofas. A su vez, Ccoscco nos conmueve con ese nuevo sol y con la apertura al infinito patente en ya no eres el pasado, ni el presente si quiera, eres el futuro pleno con ímpetu racial; y el delicado lenguaje intimista de Chola, cholita recuerda que somos lanzadera de un inmenso telar en que con los hilos de tus esperanzas vas tejiendo horas nuevas mientras a lo lejos se alzan llamaradas. No olvidemos, como último recuento, lo ya dicho sobre Amor y llaga de mi tierra (jamás envejeció, color, albas que tiran luz a puñados, energía de tu gesto varonil, floreciendo, porvenir, alzarán en flor). Como podemos percibir de una lectura atenta de los poemarios publicados, el tiempo verbal futuro escasea en la obra de Anaximandro Vega. Sin embargo, su valor resulta fundamental para entenderla, pues el futuro se convierte en la apertura a la esperanza de un mañana mejor. Lo mismo podría decirse de los adverbios y proposiciones temporales que remiten al porvenir.
Ahora bien, ¿en qué concretar dicha esperanza? Considero que la constatación de la misma denuncia de la injusticia destapa las claves de los anhelos del poeta. Ansía la fraternidad, como leemos en Quepa y Ccoscco; la igualdad, según Canto de la sierra; la implantación de la justicia, conforme a El bandolero y su poema; la libertad, denotada en Chola, cholita… Y, sobre todo, como ya he dicho, la eternidad proveniente de la fusión con la intrahistoria representada en la tradición de los valores morales y en el paisaje perdurable de la sierra. Por traer una referencia, me llamó la atención de Ccoscco la fraternidad cósmica reflejada en algunos de sus versos (amautas que sabían el lenguaje del árbol y el ave; el mar se abrió y surgió el trompo sudamericano; el sol cantó sus ansias y dijo sus secreteos reclinándose luego, como un niño, en tu hombro), que me evoca el pasaje de Is 11, referido a la paz mesiánica.

Y hablo de intrahistoria en la poesía costumbrista de Anaximandro Vega porque no he podido menos de recordar el precioso inicio de San Manuel Bueno, mártir, donde el paisaje consustancial al vivir cotidiano de Valverde de Lucerna, caracterizado por la montaña (fe) y el lago (las dudas permanentes del ser humano), al leer versos como estrujará los vientos con su caballo para abrazar el alma de la montaña, de El bandolero y su poema; se columpia entre el río y la montaña, de Chola, cholita; se hundió eternamente en un sueño de piedra, hoy por todas sus calles la Historia se hace muda y, sobre todo,  un lago de espejo y un monte guardián, de Amor y llaga de mi tierra, entre otros muchos que se podrían extraer; así como ver reflejada la fe sencilla e infantil de Blasillo en las etopeyas de las anónimas gentes francas de la sierra y la mezcla de ardor y de contemplación patente en su topografiado etopéyico, claros exponentes de la intrahistoria en la literatura unamuniana.

Aun con todo, da la sensación de que ocasionalmente la tragedia de la realidad se torna más fuerte que la esperanza del poeta, de manera que leemos poemas en los que, no sólo no se hace mención a apertura alguna al futuro, sino incluso versos que parecen cerrar las puertas a cualquier trascendencia temporal. En su etapa amorosa, las últimas estrofas de Vesperal y Nocturno así lo indican; y en su etapa de madurez, Pueblo minero, La helada, La vuelta del Pancho resultan paradigmas gráficos.

Finalmente, la tercera constante desde la que analizaría el humanismo de Anaximandro Vega haría mención a los valores serranos, que he tratado someramente al hablar del misticismo cotidiano, por lo que no insisto más en ellos.

Dicotomizador de la realidad

A lo largo de lo expuesto nos habremos percatado de otra característica básica de la poesía que analizo. Anaximandro Vega descompone la realidad que lo circunda: tanto el tiempo subjetivo como el objetivo; tanto la topografía como el interior de las personas. Quizá sea la consecuencia lógica de algo que el poeta ha interiorizado pasionalmente: la inadecuación entre realidad y anhelo; la lucha entre el pasado y el presente, y éste y el futuro; la tensión agónica entre lo que el hombre es y lo que espera ser algún día, en lenguaje de La canción de la noche. Para constatar esta disección, fijémonos nuevamente en tres factores.

El primero de ellos, la presencia de ciertos términos, donde predominan las conjunciones adversativas (que generalmente comienzan un verso e, incluso, lo abarcan), que expresan ruptura radical, irreversible, sustancial. Así, por ejemplo, los  pero de El bandolero y su poema, Chola, cholita, La vuelta del Pancho, La feria dominical, De repente tu ausencia, Solo, La pastorcita, el sin embargo de ¿Loca? y el de pronto de Nocturno y de Sed; el hoy de Amor y llaga de mi tierra, el mas hoy de Dame la fe, el ahora de Ccoscco; el así será, de La helada, y el y mañana de Canción del sábado.

El segundo, el valor temporal de las formas verbales, con sus correspondientes connotaciones aspectuales. Las muestras más patentes de ello serían el cambio del pretérito perfecto simple por el presente en Amor y llaga de mi tierra y Dame la fe, Señor, y la transmutación del pasado-presente por el futuro en El bandolero y su poema, La vuelta del Pancho, La canción del sábado y La helada.

Finalmente, a través de la caracterización o adjetivización de sus descripciones, ya sea de personas, ya del medio físico. La representación más significativa al respecto puede ser la de Amor y llaga de mi tierra, cuando el poeta divide la forma de ser del hombre andino en ternura y belicosidad, al afirmar:



Hombres que saben del beso y del asalto –rosa y laurel-…
Hombres que escancian abundante miel para el amigo,
Pero obsequian una bala a quien lo busca.



Asimismo, la etopeya presente en Ccoscco divide nuevamente la humanidad en dureza y delicadeza, cuando rompe una preciosa gradación con un hombres tiernos, que en principio nada tiene que ver con hombres duros, hombres fuertes; y cuando, incomprensiblemente, hace descansar la cosmogonía del gran poder inca en la sutil imagen de un reclinándose luego, como un niño, en tu hombro. Es como si nos dijera, a través de todos estos recursos, que la realidad no es tan lógica como pensamos; resulta compleja y hemos de aprender a saber vivir y cultivar toda su complejidad.

Hombre de carne y hueso

Quisiera concluir estas breves palabras repitiendo esta idea de Miguel de Unamuno para subrayar, a manera de epílogo, que Anaximandro Vega sería un poeta, un maestro, un gran declamador…, pero, ante todo, un hombre, como cada uno de nosotros, expuesto a la contingencia de la naturaleza humana y caracterizado, como les gusta decir ahora a los antropólogos, por su vulnerabilidad. Ni que decir tiene que toda su obra, a excepción de sus poemas más puristas, plasman la vivencia del poeta. Quizás esta realidad resulta más patente en sus poemas modernistas. Pero también, y sobre todo, en sus grandes piezas, donde funge como magnetófono de todo el cosmos y, en cuanto tal, matiza el mensaje, lo selecciona, lo censura y lo revierte, como dijera Vicente Aleixandre de su poesía.

Me he referido a la importancia de la verbificación, algo que cuidaba de manera especial Antonio Machado, pues a través de los verbos se expresa la temporalidad de lo humano. Igualmente tendríamos que referirnos a la adjetivación, abundantísima en nuestro poeta, y también a la que el poeta sevillano mimaba, pues suele ser cualificadora de lo escrito, habida cuenta de tratarse de un fabuloso vehículo para subjetivizar el paisaje y convertirlo en panorama del alma. No es lo mismo, por ejemplo, hablar de nubes pardas, tristes estrellas, luna de cera, sol dormido que de nubes blancas, estrellas gozosas, luna de hierro, sol radiante. En ello estaremos todos de acuerdo. Y sería importante rastrear los adjetivos empleados por nuestro autor, los complementos del nombre, del adjetivo y del adverbio, para descubrir algo más de su paisaje interior, a fin de denotar las concomitancias entre la serranía a la que tanto canta y la nostalgia y la esperanza que anidan en su ser. No pretende ser el motivo de fondo de mi epílogo.

Más bien mis últimas palabras se orientan al poeta existencial que subyace en la recopilación El cantor de Chota. A lo largo de este breve comentario he aludido a toques existencialistas, y quizá no he insistido en la obsesión por el paso del tiempo que, entre la pétrea y plúmbea filmina de los Andes, va azotando la humanidad del poeta. Era el tema preferido de Machado: el tiempo vivido y personal, la tarde que lo trataba con lentitud y melancolía, las estaciones que lo situaban en los cambios de ánimo. Y creo que también es el tic de Vega. Un paso del tiempo inevitable, aunque a veces resulte imperceptible (los días se duermen en tus brazos, de Chola, cholita); un paso del tiempo que se afronta sin orden ni concierto y mantiene al hombre en ascuas (un siglo hoy me parece la vida de un minuto y en el enigma rudo del porvenir yo busco, de Nostalgia); un paso del tiempo inexorable que trunca los sueños de la infancia y primera juventud (sueños ya muertos, mueren los sueños, de Nocturno); un paso del tiempo irreversible que va clavando la muerte en el propio sujeto (agujas de reloj que caían violentas = como flechas que matan lo humano, de Amor y llaga de mi tierra); un paso del tiempo que se quisiera detener, a fin de llegar a la inmortalidad (de los que enrumban las aguas y cogido en sus ojos tienen el tiempo, en Canto a la sierra, además de todos los lugares en los que aparece la palabra eternidad y su campo semántico, así como la inevitable fusión de lo humano con lo cósmico).

He aquí el lugar propicio en el que resalta la voz trémula de Sed, sed de vida, sed de eternidad, sed de humanidad. Se trata de la temática más puntiaguda de la agonía unamuniana, y la profundidad filosófica que éste imprimiera en ensayos y novelas, dramas y poesías, queda perfectamente reflejada en Sed. La vida se torna una travesía por barca, imagen tan repetida por la literatura desde los clásicos, que desemboca en la laguna Estigia, en la laguna del olvido y en el contraste con la exaltación de lo vital. De ahí que el agua simbolice la vida y la sed sea sinónimo de muerte (La sed… al rumor de una lluvia lejana y sorda que nunca se avecina, los espejos vacían sus cascadas, las gentes se anuncian vestidas de agua, las enfermeras fingen muñequitas de helado y en la alberca de mi cuarto el bote cama pliega sus velas y hace nido). Es el momento en el que más importancia adquiere el elemento tiempo (relojes, momento), en el que más afloran las ganas tensionantes de vivir (He vuelto, he vuelto, jardines del alba, angelitos verdes vacían ánforas de luz). Pero también el instante en el que el agotamiento resulta evidente y la muerte, imparable (hondo, valle de las piedras, hostiles, túneles oscuros, azotado de angustia, mordido de dolor, disímiles, flores rojas, raras imágenes, arde, triturado, secan (tres veces), zarandear el viento, arde, crepitan, mustias, desesperación, ansiedad).

Una victoria sobre la vida que plasma a través de la conjugación de los versículos, veta vital preñada de perpetuidad, con los versos breves (trisílabos, fundamentalmente: he vuelto, de pronto, la sed, agua), constatación de la real fugacidad. La victoria de la muerte sobre la vida no se hace sin desgarramiento interior, sin forcejeo ni dolor (me estiro en la ansiedad y en la desesperación, aunque dos pétalos blancos dejan su rocío entre mis labios; se enarca mi grito); pero logra su objetivo: retornar todo a la calma del lenguaje nominal que predomina en bastantes estrofas. Y, por paradójico que parezca, en este momento de máximo estremecimiento, brota su más genuina veta de humanidad (Palomas, espiga de amor, afecto fraternal, agua de humanidad, de comprensión, de amor para el hombre raíz, pájaro o nube), lo que hace que el tono mortuorio resulte incluso colorista (negro, rojo, blanco, verde, dorado, alazán).

Todo esto, temas y tintes, me recuerdan a las poesías vallejianas de Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz. Pero especialmente aquellos versos que labran el epitafio salmantino de Miguel de Unamuno:



Recíbeme, Padre, en tu pecho,
misterioso hogar,
pues vengo desecho
del duro bregar.


¡Muchas gracias!


Enrique Gómez García

______________________________
[1] Palabras dirigidas al auditorio reunido en el Teatrín del Colegio Nacional San Juan, de Chota, el 23 de enero de 2002, con motivo de la celebración del centenario natalicio del poeta chotano Anaximandro Vega.
[2] No me olvido, dicho sea de paso, de la fusión de los seres a través del amor, que cantará principalmente en su primera época: busco la hora en que nuestras vidas harán comunión, de Nostalgia.
[3] Adviértase la riqueza del campo semántico ronderil.
[4] Percibamos la singularidad de este encabalgamiento.


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