miércoles, 25 de junio de 2014

GRACIELA SOTOMAYOR DE CONCHA [12.035]


Graciela Sotomayor de Concha

Graciela Sotomayor de Concha (CHILE). Publicó el poema dramático e histórico "Un recuerdo de amor" (1923).




Un recuerdo de amor
Autor: Graciela Sotomayor
Santiago de Chile: Nascimento, 1923

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1924-01-07. AUTOR: OMER EMETH

En la prefectura de Potosí, la señor de la casa, doña […], ayudada de dos cholitas está empeñada en ultimar los arreglos del gran salón. Ahí será recibido por la alta sociedad potosina el libertador don Simón Bolívar que viene a clavar su bandera en la cumbre del cerro cuajado de plata. El señor prefecto contempla con agrado la obra de su mujer. Llega una liadísima niña a pedir una merced.



“[…] se trata
de un deseo que yo abrigo:
la aureola de gloria tanta
que al Libertador rodea
hoy de entusiasmo me embarga.
¿Queréis que en esta ocasión
en que viene a vuestra casa
yo le ofrezca algunas flores?”



Prefecto y “prefecta” cavilan un instante, porque, si bien es cierto que Joaquina de Gandarias (así se llama la niña) es hija de un patriota, no lo es menos que es la sobrina predilecta de un godo enemigo de Bolívar. Pero, ¿quién puede sospechar de Joaquina? Consienten sin averiguar más ni calcular consecuencias.

En esto ha dado la hora de la entrada triunfal del Libertador. Helo aquí en el salón. Primero, discursos. Simón Bolívar explica el motivo que lo trae a Potosí.



“He de llegar, repetía,
con mis armas y soldados
del Potosí hasta la cumbre!...
No existe poder humano
que mi voluntad quebrante”.



Así se cumplirá un ensueño que nació a orillas del Orinoco…

El libertador de cinco naciones profetiza en seguida la suerte histórica de México, Perú, Ecuador, Buenos Aires y Chile. Sus palabras son el fiel eco de su discurso de Angostura y de la “Carta profética”… Unidad americana, Liga de las Naciones, Paz continental: He ahí los tres “motivos” que desarrolla. Pero a los discursos sucede un “minuet” y, entre dos bailes, acércase al grande hombre Joaquina de Gandarias.

Se adelanta un poco de entre sus compañeras y comienza en tono sencillo aunque visiblemente emocionada:



“Libertador! Yo vengo a saludaros
a nombre de las hijas de mi tierra,
con todo el entusiasmo y alborozo
que el alma noble y juvenil encierra…”


Bolivar mira a Joaquina y a sus compañeras. Dice:


“Ellas parecen capullos
de las rosas del Edén.

y al tomar de manos de la niña el ramo de flores que esta le ofrece declara:

Jamás recibí, os confieso,
un agasajo mejor”.

Joaquina queda prendada del general y no niega a su amiga Margarita que Bolívar la haya flechado en la mitad del corazón. ¿Qué sucederá?

El general también está flechado. Se acerca a Joaquina y esta, repentinamente, le da una cita para la noche.

El general, sin asombrarse en lo más mínimo, acepta. ¿Estará acostumbrado a tales percances?, ¿será gaje del oficio?

Va a la cita y mientras forcejea inútilmente para conseguir un beso de la niña, óyense en la puerta voces airadas.

Dos caballeros potosinos se disponen para entrar violentamente. ¿Por qué?... Aquí está el nudo del drama y al clave de todo el misterio.

Se ha fraguado un complot para asesinar a Bolívar. El jefe de los conjurados es tío de Joaquina. Esta, sabedora de lo que proyectan y de la hora y sitio en que Bolívar será ultimado, ha resuelto salvar al Libertador. De ahí la cita…

Si no supiésemos de antemano que Joaquina es un ángel de bondad, pondríansenos aquí los pelos de punta y creeríamos en una celada. Joaquina sería la Judith de un nuevo Holofernes.

Pero no… Los dos conjurados entran, no ven al galán porque se ha escondido y creen buenamente que este es un oficialito cualquiera. Se van, hablando irónicamente de la famosa virtud de Joaquina...

Entre tanto, ella revela a Bolívar el nombre de los conjurados, mas no antes de hacerle jurar que les perdonará.

Bolívar jura. ¿Cumplirá su palabra? Los criminales comparecen ante él. El jefe de ellos y tío de Joaquina es uno de esos godos férreos que no se doblegan ante la muerte. ¿Será perdonado?

Joaquina, escondida detrás de una puerta, presencia la escena y tiembla. Pero el Libertador cumple su palabra. Amnistía general.

En seguida Bolívar pide un beso bien ganado. ¿Se lo da Joaquina? Lo ignoramos: el texto nos deja a oscuras. Yo infiero que Bolívar lo recibe o que no hay justicia en este mundo. En todo caso, se va. “Se oye el redoble del tambor de la tropa que se pone en movimiento…” Se fue… “El ruido del tambor se va apagando poco a poco hasta que ya no se oye” y Joaquina llorosa exclama:



“Ya no se oye otro rumor
que no sea el de mi queja.
Adiós ilusiones, calma,
huisteis por esa puerta;
adiós, rosas de mi huerta;
adiós, ensueños del alma!
Trocáis mi vida en desierta…”



He ahí, en resume, el “poema dramático histórico” de la señora Graciela Sotomayor de Concha. Al intitularlo “Recuerdos de Amor” y calificarlo “poema”, la distinguida autora ha querido, sin duda, indicarnos que no pretendía darlo por drama propiamente dicho. Pudo, sin embargo, serlo en toda la extensión de la palabra puesto que el amor de Joaquina o su parentesco con el jefe de la conjuración colocaban a la niña en una situación hondamente trágica. Pero la señora Graciela Sotomayor de Concha ha preferido que su poema fuese idilio antes que drama y debemos nosotros inclinarnos ante su preferencia.

En un drama de amor habría sido algo difícil introducir esos discursos proféticos de Bolívar que parecen escritos especialmente para ser oídos por un Congreso Panamericano. En un poema dramático e histórico no hay inconveniente… Queda al arbitrio del autor abrir los paréntesis que más le agradan. Solo se exige que el contenido de estos sea oportuno, como lo fueron, durante el último Congreso de todos los Estados americanos, los discursos de Bolívar.

¡Pobre Joaquina! La compadecemos… Pregunta ella al final:


“¿Nada queda de mi dolor?”

Y exclama:

“Viviré para un recuerdo
para un recuerdo de amor!”

Vivirá recordando que un relámpago iluminó su vida durante una fracción de segundo, pero que ese relámpago salvó la vida del Libertador.

La autora de este poema versifica con elegancia y facilidad. En los versos que pone en boca de Bolívar, manifiéstase perita en esa alquimia que convierte en poesía la prosa de la historia y hasta de los documentos diplomáticos. En la historia de la América hay centenares de hombres, hechos y documentos que le brindan temas de dramas y comedias. Conviene que se deje tentar por ellos…



Luz de atardecer
Autor: Graciela Sotomayor
Santiago de Chile: Casa Nacional del niño, 1940

CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1941-01-19. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
Una poesía discreta, sin altas resonancias, es la que nos ofrece la señora Graciela Sotomayor de Concha. El espíritu generoso de la poetisa aflora en estos versos que guardan la unción de la atardecida, y que si bien no ostentan el sello de una poesía nueva, en el discreto sentido de la palabra, sin embargo nos acercan a la emoción íntima de un temperamento de mujer que canta las cosas de la vida cuotidiana y que se acerca a Dios desde la yerba, como San Francisco de Asís.

Los poemas de “Luz de Atardecer” son en su exterior desaliñados, a veces se notan ciertos ripios y expresiones ya muy conocidas en maestros clásicos o románticos; la poetisa los toma en el deseo de expresar lo mismo en forma diferente, pero, a menudo solo repite, en forma elegante si se quiere, lo que ya estaba dicho.

Es indiscutible que hay en este libro el espíritu de una poeta que sabe mirar, cantar y decir; el dolor tiene aquí su lugar y el pensamiento filosófico se ahonda, aún con detrimento de la forma externa del poema.

Como uno de los mejores poemas de este libro, señalamos su soneto “El Pensador”, que dice:



“Solitario, sentado en una roca,
sepultado el mentón entre las manos,
de rostro enjuto y contraída boca,
parecía sondear hondos arcanos.

Perdida la mirada en el espacio
que creaba a sus plantas el abismo,
sin duda aquel filósofo reacio
buscaba el “por qué y “cómo” de sí mismo.

Al ver la estatua de Rodin, viviente
saber lo que pensaba intenté osada:
-¿En qué pensáis? –Le dije dulcemente.

Volvió hacia mí la insípida mirada,
y con aire tranquilo, indiferente:
-¿En qué estaba pensando? –dijo … En nada”.



La señora Graciela Sotomayor de Concha ha reunido en este libro de poemas místicos, galantes de la naturaleza, algunas fábulas y un poema histórico. Es un itinerario de un alma que busca la belleza y canta el hallazgo; que ha dejado en su camino esta “luz de atardecer”, desleída, dolorosa; una luz que no alcanza a ser luz y que se ilumina con las estrellas de Dios.


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