lunes, 25 de agosto de 2014

MARLA JACARILLA [13.024]


Marla Jacarilla

Alcoy (Alicant) 1980
Marla Jacarilla, licenciada en Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia. Desarrolla su obra artística a medio camino entre el videoarte, la performance, la fotografía  y la literatura. Desde 2008 es redactora en la revista de análisis y crítica cinematográfica Contrapicado. Artista invitada en el centro de arte contemporáneo Piramidón en el 2010. En la actualidad está cursando un Máster en Producción Artística e Investigación, UB (Barcelona). Desde el 2010 ha participado en exposiciones como Doméstica, exposición de artes visuales; Qualsevol similitud amb la realitat es pura coincidència, Sala d’Art Jove o Pas de Deux, The Private Space Gallery.




    Segunda persona del singular

             
Aguantas como puedes, conservas la entereza.
Más o menos.
A ratos.
De modo intermitente.
De vez en cuando.
Cuando tienes suerte.

Das media vuelta, caminas rápido.
Aceleras el paso.
Cada vez más.
Con premura e inquietud.

Deseas que los problemas se queden quietos.
Que se detengan en la acera.
Que no te sigan.
Que no crucen la calle detrás de ti.
Que sean como un perro absurdo que se resigna a que su amo le abandone.

Con excesiva frecuencia, te atascas con este asunto de vivir.
Repasas ocho veces la lista de la compra.
Te haces demasiadas preguntas respecto a todo.
Ironizas sobre tu ineptitud con todo aquello que es pragmático,
lógico,
útil,
urgente
o necesario.

Miras hacia atrás, lamentas demasiadas cosas.
Sobre todo, las decisiones que nunca llegaste a tomar.
Esas son las que más duelen.
Pero no haces nada al respecto.
Te dices en voz baja que no puedes hacer nada al respecto.
Te convences de que no puedes hacer nada al respecto.
Aunque en el fondo sabes que es mentira.
Que siempre se puede hacer algo al respecto de cualquier cosa.
Algo insignificante.
Algo trivial.
Algo absurdo.
Algo inútil.
Pero algo,
al fin y al cabo.

Te aferras a las rutinas con una mezcla de miedo y resquemor.
Sabes que siempre estarán ahí,
para darte esa seguridad que mata lentamente.
Y si te sientes culpable, te autoengañas con perseverancia.
Te dices que todo va a cambiar.
Que esta situación no durará siempre.
Que tomarás medidas al respecto en un futuro inminente.
Que cambiarás de actitud.
Que de esta semana no pasa.

Por supuesto, sabes que no es así.

Recurres con excesiva frecuencia a esa burda metáfora.
La metáfora de la montaña rusa.
Las subidas,
las bajadas,
los arranques,
los frenazos.
Para hablar de tus cambios de humor.
Para razonar tu actitud injustificada.
Para explicar tu absurdo comportamiento.
Es una metáfora que sólo utilizas ante ti.
Porque sabes que es demasiado ridícula como para que los demás se la crean.
Ante ellos, no dices nada.

Optas por guardar silencio y esperar.
Esperas que llegue un e–mail.
Esperas que suene el teléfono.
Esperas que llamen al timbre.
Esperas que suceda cualquier cosa.
Cualquier cosa que dé un vuelco a tu vida.
Cualquier cosa que dé un vuelco a tu nada.
Aunque sea para mal.

Apagas la luz y piensas que el día ha terminado.
Que hoy tampoco lo has hecho.
Que hoy no has tomado una decisión al respecto.
Que hoy no has podido.
Que hoy no te has atrevido.
Que hoy no has sido capaz.
Que hoy no has encontrado el momento.
Que hoy las condiciones no han sido propicias.
Pero que lo harás mañana.
Y cuando te convences al fin de que lo harás mañana,
es entonces cuando concilias el sueño.

Te gustaría pedir muchas cosas a la vida.
¿A quién no?
Pero le tienes miedo.
Por eso no te atreves.
Por eso sólo pides
que la vida no te mate.
Tener un tiempo más esa posibilidad malgastada de hacer algo al respecto de todo.
Disfrutar de la libertad coartada sin salir jamás de la zona de confort.
Por eso rezas para que nadie te quite la escoba.
La escoba que utilizas para barrer todos los días.
Para esconder la basura debajo de la alfombra.
La alfombra que delimita esa zona de confort.

Has dejado de ir a votar.
Has dejado de celebrar tu cumpleaños.
Has dejado de prestar atención.
Has dejado de empatizar.
Has dejado de ver las noticias.
Has dejado de conceder importancia.
Has dejado de buscar razones.
Has dejado de decir que no.

Te masturbas con tristeza.
Dejas que te sangren las encías.
Cultivas con desgana tu impotencia.
Y decides que vas a seguir utilizando la segunda persona del singular
especialmente para hablar de ti.























Marla Jacarilla



Soy una taza de café
y me quedo quieta,
callada,
esperando que alguien me coja.
La cuchara
me hace cosquillas
y los posos del café
me molestan,
como células muertas
¿Te acuerdas?
Yo adoraba
aquellas clases de interpretación.
Tuve la oportunidad
de ser una taza de café
durante un día entero.
¿Que por qué te hablo?
No te he perdonado.
Es más,
te odio por lo que hiciste.
Bueno, no te odio,
sabes que te quiero,
pero fue muy egoísta
por tu parte.
¿Sabes lo que le pasó
a Kurt Cobain?
¿Sabes lo que ponía
en la supuesta carta
que escribió antes
de su supuesto suicidio?
Que no se puede
querer demasiado a la gente,
y no se puede
querer a todo el mundo.
Pero ahora ya lo sabes.

Ayer fui a visitar a tu familia
y me quedé a comer.
Le dije a tu madre
que no me gustaba la cebolla
y se echó a llorar.
Dice que somos iguales,
que le recuerdo a ti,
que me desea lo mejor
y todo eso.
Tu padre ha vuelto a beber,
y el grupo de tu hermana
ha compuesto una canción
que se llama " I wanna die".
Pero tranquilo, se les pasará.
¿Por qué lo hiciste?.
Tu madre cree
que éramos iguales
y yo no sé nada de ti.
Tu abuela decía
que eras un iluminado,
que tenías " el don"
y que Dios cuidaría de ti.
Recuerdo su enfado
cuando le pusiste aquel nombre
al gato callejero
que te quisiste quedar:
Jesucristo.
Demasiada responsabilidad
para un gato
llamarse así.
Tu madre ha decidido
dejarlo en Jesús.
Le he dicho
que no te habría gustado,
pero no
me ha hecho caso.
La semana pasada
el animal se escapó,
y te aseguro que
fue realmente embarazoso
empezar a gritar
su nombre
por la calle.
Parecíamos
la nueva
secta de la anunciación
o algo así.
Te echo mucho de menos.
Supongo
que cada día
será peor,
pero no hay nada insoportable
que le deje a uno con vida,
y no pienso joderla,
como has hecho tú.
¿Querías saber
lo que hay después?
Estarás satisfecho,
ahora juegas con ventaja.
No sé en qué
estabas pensando
cuando lo hiciste,
pero ahora puedes ser
una taza de café
en un ataúd.
Enhorabuena.

Ahora me siento
como un puzzle.
Uno de esos
enormes puzzles
de 5000 piezas.
Ya estoy montada,
pero me falta
una de las piezas,
que se ha perdido.
Tengo un horrible agujero,
justo en medio.
Acabarán por
tirarme a la basura,
porque 4999 piezas
no sirven para nada,
y tú no vas a volver.

La policía vino
y empezó a preguntar idioteces:
si bebías,
si te drogabas,
si eras homosexual,
si eras depresivo,
si eras anarquista,
si tenías mascota.
Les dije que no,
que no eras nada de eso
y que tenías
a Jesucristo por mascota.
Pero a ellos les da igual.
Les dan igual tus inclinaciones,
sexuales y políticas,
que ni siquiera sé si tienes.
También les da igual
que te pegaras un tiro.
Tenían que hacer
como que les importabas,
pero nada más.
A tu madre sí que le importas,
enciende una vela por ti
todos los días,
porque dicen
que los suicidas
se arrepienten,
quieren volver,
y se pierden por el camino.
Pero eso no va contigo,
porque tú nunca
te arrepientes de nada.
Al fin y al cabo,
de lo único que se aprende
es de los errores.

Llevo un mes sin ir a clase.
Cuando vaya,
sé que me mirarán
y me tendrán compasión,
y que yo los odiaré a todos.
Porque la compasión
es a veces la forma
más mezquina y rastrera
de mostrarse
que tiene el ego.
Tal vez no vuelva más
a esa maldita escuela.
Tal vez nunca
aprenda nada
que valga la pena.
Sólo sé que te quiero,
y que te echo de menos.
Pero no voy a quedarme

quieta
como una taza de café.






A continuación
hablaremos del ahogado.
El ahogado que dijo
que se iba a nadar.
El ahogado
que decidió
no volver jamás
Y decían
que era el más vivo.
Todavía
andan buscando
su cadáver
por el agua.
Pero
tres cuartas partes
de la tierra
son agua,
y la gente tiene
demasiadas

cosas
que hacer.
El padre del ahogado
también se murió,
cuando el ahogado
ni siquiera pensaba
en su condición
de ahogado.
Cuando el ahogado
todavía tenía
infancia.
Y la vida la tenía
por delante
y no a sus espaldas.
El ahogado
versioneó
el "Hallelujah"
de Cohen
pero no le sirvió de nada
acabó por morirse igual.
Acabó por ahogarse igual,
junto con todos aquellos
que nunca
supieron nadar.
¿Por qué
resulta tan triste
morirse en el agua?
A la siguiente víctima
la vamos a llamar
"chico melancólico".
Por ponerle algún nombre,
más que nada.
Chico melancólico canta
y tiene ataques
de epilepsia.
Todo a la vez.
Se harta de todo
y comprueba
la resistencia
de la cuerda.
Comprueba
la resistencia
de su

cuello.
Comprueba
la resistencia
de su vida.
Lo único
que aguanta
es la cuerda
y todo lo demás
se rompe.
Y decían
que iba a ser grande.
¿Cuántos años?
¿21? ¿23?
Demasiados ya
para según qué personas.
Lo entierran de blanco
y cantan
el "Love will tear us apart"
con una gran aflicción.
Pero
Werner Herzog
no tiene porqué
sentirse culpable,
porque
podría haber sido
cualquier película
la que el chico melancólico
estuviese viendo
en aquel momento.
Sólo fue una casualidad.
Nada más.
¿Porqué
resulta tan triste
morirse en la cocina?
Y mientras tanto
las chicas bonitas
cavan sus tumbas.
...y la más ausente
va y se suicida.
En un eterno
homenaje a Ophelia
que prefirió
no transcribir a papel
Quiero vivir en Londres,
quiero sufrir en Londres,
quiero morir en Londres.
No me dejes aquí.
No podría ser más triste.
Ni siquiera
aunque
se hubiese intentado
ahogar
en el mar muerto.
Ni siquiera
aunque
se le hubiese olvidado
poner piedras
en sus bolsillos.
¿Cuantas piedras
hacen falta
para ahogar
a un ser humano?
¿Y a la más ausente
de las chicas bonitas?
Y todo esto,
quedando
pendiente de resolución
la pensión
de orfandad
de Orlando.
Y todo esto,
sin pedir permiso
a nadie,
ni siquiera al agua.
Y todo esto,
sin saber muy bien
lo que va a pasar...






..y mientras tanto,
las chicas bonitas
cavan sus tumbas,
para enterrarse allá adentro,
con sus ojos verdes.
No les digas que no.
Con sus ganas de vivir
se comen el mundo.
Sus

cuchillas de afeitar
son las más afiladas,
y el agua de sus bañeras
la más caliente.
Las chicas bonitas
de ojos verdes,
que se prestan maquillaje
las unas a las otras.
Las chicas bonitas
de ojos verdes,
que se prestan sentimientos
las unas a las otras.
...y la más tonta
va y se suicida.
Y sonaba en bucle
una canción
y los estudiantes
de psicología
que más se aburren,
intentan averiguar
el por qué de todo aquello.
Y la causa está en Suzanne.
tanto pensar
para una conclusión así,
que Leonard Cohen
tiene la culpa
Y sólo por cantar.
Y decían
que era la más tonta...
Y mientras tanto,
las chicas bonitas
cavan sus tumbas.
Y la más lista
va y se suicida.
Trepa
por el muro de su jardín
y pasea,
extendiendo los brazos.
Canta "This Charming man"
y se sube al tejado,
contenta de poder volar.
Canta "This Charming man"
y llora,
contenta de poder soñar.
Pero "This charming man"
se acaba,
y la siguiente canción
es triste,
de las que compuso Nick Cave
estando deprimido.
Casi seguro
que pendiente
de desintoxicación.
A la más lista
de las chicas bonitas
de ojos verdes
se le acaban los sueños
y la empuja la gravedad
Y decían
que era la más lista...
y mientras tanto,
las chicas bonitas
cavan sus tumbas.
Te pedí que me violases,
te pedí que me llorases,
te pedí que te acordases,
pero nunca haces nada
de lo que te pido.
Te pedí que me quisieras,
te pedí que te quedaras,
te pedí que me añoraras,
pero nunca haces nada
de lo que te digo.
...y la más débil
va y se suicida.
El mal de la soledad.
Y decían que era débil.
Dos años
que aguantó en coma.
Nunca haces nada
de lo que te pido.
Y mientras tanto,
las chicas bonitas
cavan sus tumbas.
Las chicas bonitas
se arreglan el pelo,
para salir guapas
en la foto esa
que te hacen
cuando ya estás muerto.
Se miran y sonríen.
Siguen cavando.
...y la más fuerte
va y se suicida.
Se deja abierto el gas,
Empatía por los judíos,
pobrecillos.
Suena Karma Police
y al llegar al estribillo
deja ya de respirar
y decían
que era la más fuerte...
Una pajarita de papel,
apoyada
en el alfeizar de la ventana.
Una corriente de aire,
que la arrastra hacia la nada.
Una habitación casi vacía,
en la que sólo queda
una chica bonita.
Tirada en el suelo
y sin respirar.
Con las

manos frías
y habiendo llorado
ya demasiado.
Habiendo vivido
ya demasiado.
Habiendo sufrido
ya demasiado.
Rodeada por una habitación
que huele demasiado a gas.
Rodeada por un mundo
que huele demasiado a gas.
Y decían
que era la más fuerte...
y mientras tanto,
las chicas bonitas
cavan sus tumbas
Prometo escaparme de aquí
en cuanto tenga la oportunidad
Aunque sea hacia la nada.
Godard me preguntó
si es mejor la nada
o el aburrimiento.
En aquel momento
no le supe contestar.
Prometo escaparme de aquí
enseguida que me dejen.
Cuando se olviden
un instante de mí.
cuando estén demasiado ocupados
en ellos mismos.
Prometo escaparme de aquí
en cuanto empiece a llover.
Cuando hay lluvia y niebla
todo es más fácil
cuando hay lluvia y niebla
nadie te ve
cuando hay lluvia y

niebla
la gente se vuelve
introspectiva y triste



EL DESPERTAR  

Lunes, 21 de Noviembre. Me levanto a las 7,30 de la mañana y me dirijo hacia la cocina para preparar un café. La única taza que no está sucia y en el fregadero es una de Bob Esponja, en la que Bob me mira con ilusión y brillo en la mirada. La uso para ingerir mi ración diaria de cafeína. En ese momento, al mirar fijamente la taza mientras remuevo el azúcar, me viene a la memoria ese capítulo en el que Bob intenta ser normal: llevar una vida normal, tener una casa normal y un trabajo normal. Por supuesto no es capaz de hacer algo así, pero por suerte para él se acaba dando cuenta de que al fin y al cabo la normalidad le importa un bledo. Imagino un capítulo de final alternativo en el que Bob es débil y al final la presión social es tan grande que se acaba suicidando. Se ahorca en una viga de la cocina, igual que Ian Curtis, que se ahorcó después de ver Stroszec, esa película de Werner Herzog de la que sobretodo recuerdo una camioneta que da vueltas sin parar y una gallina que toca el piano. Pero cuando pienso en Herzog lo recuerdo comiéndose su zapato tras perder esa polémica apuesta con Errol Morris. Herzog ha sobrevivido a ello y sigue haciendo películas, aunque no le recomiendo que repita la experiencia. Me vienen a la mente todos los zapatos contaminados con dimetilfumarato, ese conservante fungicida que tantos problemas ha estado causando últimamente en los pies de la gente. Pero me olvido de los pies y me concentro en los zapatos; entonces me acuerdo de la historia del diseñador de tapas de alcantarilla de Nocilla Dream y de su relación con los zapatos, con todos los zapatos que la gente deja colgando en el famoso álamo de Nevada.





LA CRISIS

Me llaman por teléfono y contesto, pero al otro lado de la línea no hay nadie, sólo silencio. Al pensar en el silencio pienso en Samuel Beckett, mi rey del silencio particular desde que lo descubrí a los 15 años. Pensar en Beckett me lleva a pensar en el director Alain Cavalier, en concreto en su película “Este contestador no admite más mensajes”, en la que retrata de modo descarnado la soledad y el aislamiento progresivos de su único protagonista. Al pensar en Cavalier me acerco de rebote al aislamiento del protagonista de Nocilla Lab y todo esto acaba remitiéndome a mi propia soledad, esa que experimento aproximadamente cada dos o tres meses, que me dura varias semanas y me lleva a un estado de inestabilidad psicológica intrínsecamente absurdo del cual no consigo escapar. Me pregunto cómo lo supera el resto de la gente y después de darle unas cuántas vueltas consigo averiguarlo, pero la solución que le va bien a muchos a mí no me sirve para nada. Me convierto entonces en esa maleta que forma parte del escaparate de la tienda de Louis Vuitton. Una maleta a la que nada bueno le espera, porque el elefante que hay al otro lado de la tabla es una metáfora de algo muy muy malo que todavía no conozco. En ese momento decido ignorar el problema, a ver si así desaparece. Es algo que hacemos todos los humanos de modo instintivo, aunque sabemos que muy pocas veces funciona.




LA PROCRASTINACIÓN  

Cojo el mando de la tele, sólo por curiosidad, mientras me termino el café, para ver cómo se va acabando el mundo. Aparece una de esas microepifanías de las que habla Agustín Fernández Mallo (o al menos, para mí lo es). Un hecho que para muchos es normal y pasa desapercibido, algo que no va a cambiar el mundo pero que sí que va a cambiar mi mundo. O como mínimo, la manera de verlo.  Se trata de un ritual gitano en el que entierran al muerto dentro de una reproducción a escala de su habitación, con todos los muebles incluidos. El programa es de esos con voz en off que narra la historia del muerto, que era un escritor rumano que nunca consiguió publicar un sólo libro a pesar de que escribió decenas de ellos hasta que en los últimos años de su vida se quedó ciego. El libro que depositan sobre su pecho justo antes de empezar a tapar la tumba es una falsa autobiografía que curiosamente se titula “Diálogo entre dos escritores ciegos.” Me pregunto quién será el otro escritor. Apago la televisión y me siento frente al ordenador. Conecto el facebook y abro el correo electrónico. Tengo 12 mensajes, 2 de los cuales pretenden venderme viagra y rolex de imitación. Abro un nuevo documento de word porque tengo que empezar un proyecto. Observo la pantalla vacía durante diez minutos y soy incapaz de escribir una primera frase. En mi último proyecto de net art hice una reinterpretación de las seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino, pero creo que es una obra que nadie comprendió y eso me ha hecho perder confianza en mí misma. Me paso diez minutos más sin poder escribir nada. Busco imágenes en Internet de entierros gitanos en Rumania, para ver si encuentro más información del escritor en cuestión. Alguien me habla por el chat del facebook. Por supuesto le contesto, embarcándome en una larga e intrascendente conversación que evidencia mi pánico a la hoja en blanco y mi tendencia a la procrastinación. Quince minutos más tarde vuelvo a enfrentarme al documento de word. Lo miro. Me mira. Nos miramos. Me agobio. Soy una cobarde. Regreso al Safari y practico egosurfing.Por si acaso. Si alguien habla de mí a mis espaldas, quiero estar presente, aunque sea de modo virtual. Regreso al word una vez más. Esta vez me concentraré, lo prometo. No puedo, soy incapaz de quitarme el entierro del escritor rumano de la cabeza. Me llega un aviso al facebook. Han colgado un vídeo en mi muro. Voy a ver qué es y después me pongo con el proyecto, esta vez de verdad.





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