miércoles, 28 de enero de 2015

CLYO MENDOZA HERRERA [14.591] Poeta de México


Clyo Mendoza Herrera 

Nació en 1993 en Oaxaca, México. Estudia Letras Hispánicas. Ha publicado en antologías nacionales como Poetas parricidas (2014), de la editorial Cuadrivio, en Asamblea de cantera (2014), de la editorial Cantera verde, en la Antología en Homenaje a José Emilio Pacheco (2009), de la misma editorial. Ha publicado en revistas nacionales y en la revista argentina “La Avispa”. Nada aguas que son las mismas desde su creación y no se gana la vida de ninguna forma.



Piedad filial | Clyo Mendoza Herrera

Siem­pre he llo­rado. Nací llo­rando. Antes de nacer lloré a través de mi madre. Ella lloraba porque llovía o porque el sol le calentaba el vien­tre. Con­forme fui cre­ciendo dejó de con­so­larme. Dejamos de llo­rar, pero seguíamos creyendo en la tristeza.

*

Camino todo el tiempo junto al acantilado
con el deseo car­di­nal de nunca dejar a mi cuerpo pro­fun­da­mente solo
Quiero dar ese paso y caer
que la caída sea tan nat­ural como mi marcha



Dijo Joseph Goebbels a su amigo Adolfo Hitler una noche en que toma­ban jun­tos y habla­ban de amor. Le dijo tam­bién que una men­tira dicha mil veces se con­vierte en una gran ver­dad.
Así me lo contó mi padre.


*


Una mañana mien­tras mi padre me hacía resolver un mapa carte­siano decidí que ya no quería acer­tar las cruces de sus planos, trazar cuad­rantes, adiv­inar val­ores de letras postreras.

Aban­doné su incom­pren­si­ble notación matri­cial y quise salir al encuen­tro de mi perro.

Mi padre me detuvo de la manga

–Ojalá te enam­ores –me dijo serio y luego lanzó su risa y su puño sobre la mesa.

Des­cubrió esa, la más bru­tal de las maldiciones gitanas, siendo niño, en una revista Reader’s Digest como aprendió a matar calan­drias con sus puños galgos.

–Ojalá te enamores.

Mi muerte sigue la pauta de su puño en la madera.



*


Quise hundirme,
caer en el acan­ti­lado amar a alguien hundirme.

Amar en serio.

Como los héroes en las habita­ciones oscuras o como las aves que nunca se separan.

Tuve un tío que via­jaba a ver a la gente que nadie reconoce.

Quiso ser can­didato a pres­i­dente del pueblo.

Se dice que era querido, noble, honesto.

Lo asesinaron.

Eso ase­guró a gri­tos mi abuela.

Lavó ella misma su cuerpo,
como si fuera aún el niño de pecho.

Lo miraba como al hijo que odias porque no deja de llorar,
como al muerto al que se le reclama pero que no vuelve.

Recogió las man­tas de su campaña,
las tendió como sábanas en todas las camas
y con­vir­tió su casa en un hostal.

Una casa para qué.

Sus hijos, se dio cuenta, no volverían nunca.

Quise amar a alguien así: hundirme por hac­erle jus­ti­cia en cada uno de mis actos.



*


Trata­mos de curar su suerte
devolverle la obsesión vital
pero la víc­tima ya estaba reservada

Fue una de las frases que se le escuchó a Ricardo Kle­ment en una gél­ida playa argentina, cuando con­taba a su mujer, en Ale­ma­nia, acerca de su intento de rescatar a un perro.

Así me lo contó mi padre.



*


Pienso que mi madre desea caer en el mismo acan­ti­lado. Lo creo porque sus ojos rezu­man agua. Rezu­man agua como todas las cosas que lle­van cor­ri­ente. Creo que mi madre está luchando, pero sueña el mismo acan­ti­lado que yo.  Mi madre vio en mí el miedo. Mi madre vio las alas que me sostenían titi­lando como cadena de oro. Por eso debe ser que cuando nos mirábamos larga­mente ambas empezábamos a llo­rar en abundancia.

Evito a mi madre. Mi madre me evita a mí.



*


Una de esas cosas extrañas que hizo mi padre fue regalarme una navaja que tenía brújula, tijeras
y una lin­terna con pilas de reloj.

Los rega­los de mi padre con­sistían en tener todo para no extraviarme.

El día que me mataron llev­aba la navaja.

Balas

Me  hubiera gus­tado tener balas.

Pero me dije: está bien, mira, todo va a estar bien,
que es lo que me decía cuando estaba siendo cobarde.


Igual sucedió, no pude evitarlo
y caí
con la boca relu­ciendo un agua nueva.

La palomilla tronó junto al foco,
mi padre arrancó las flo­res de mi ventana
y cuando ter­minó con su largo silencio
me enseñó a disparar.

De este lado, en el vacío, todo se cumple.

Colgó car­tones como obje­tivos en los árboles
donde nuevos mapas carte­sianos se resuel­ven cada que él dispara
pre­ten­di­endo que mi mano es su mano
que su vida es mi vida.

Padre: tu san­gre no dibujó el plano para mi der­rumbe, le digo.

Pero no me escucha.



*

No quiero ser yo quien sepulte a nue­stro hija muerta
no quiero pon­erla a tus pies
ni quiero dormir cubrién­dome de pena

Lo poco que quiero, vida mía
es asi­s­tir a este espec­táculo sin rabia

Repe­tirme que hay en el mundo niños vagabundos
con­qui­s­tando escombros

y que ésta, nues­tra hija,
aunque no venció
hubiera sido sin ti un ser sin resistencia



*



Eich­mann juntó diez mil gitanos
y los sem­bró de llamas

–Ojalá te enamores
gri­ta­ban las masas antes de caer en el lecho deslumbrante

Eich­mann miró hasta que el fuego estuvo en reposo.

Sobre las venas mutadas en ceniza se leía:
–ojalá te enamores
la más cruel de las maldiciones gitanas.

Ay, qué inútiles son los jura­men­tos de los nómadas,
se dijo Eichmann.


Volvió a su casa donde su mujer
resolvió cam­biarle el nombre
para que la maldición no lo alcanzara:

Ricardo Kle­ment, el nuevo Eichmann,
huyó sem­anas después
per­di­da­mente enam­orado de su causa.

Por ella, años más tarde, lo ahorcaron
en un país al que habían volado las cenizas nómadas
de aque­l­los gitanos.




Así me lo contó mi padre.


Nombres de sombra 
(Fragmento)


I

Después de que se fue los árboles habían decrecido en la penumbra.
En mi sombra vi una niña mojada que se abrazaba a sí misma, me desconocí. Esa tarde no había caído ni una gota de agua y en mi bolso sonaban  las llaves como dientes adosados. Cerré los ojos y al fin vi su nombre. Su nombre. Un auto iba a atropellarme, crucé de prisa la calle. -Su nombre, como una sombra o un felino transparente. 
 Desde que se fue sólo sé descender, volvió la ceguera y mis sueños de mujeres apiladas y heridas. 
Ya no hay llanuras blancas ni veneros. Entonces pronuncio su nombre. Comulgo con su nombre.  
Lo obligué a irse. 
Por qué.

Tenía amor, tenía miedo.


II

Habíamos caminado otra vez nuestra montaña blanca. Hincó el dedo en la cal y entró como una espina. El aleteo de los tordos elevó un polvo que parecía leche. Me agaché a ver cómo salía agua del hoyo que estaba abriendo usando su dedo como una broca. Bebimos y volvimos a caminar.  Otro sueño se empalmó a ese sueño: un hombre pintado todo de negro (olía a petróleo) estaba sentado en una esquina contando chistes. 

Entró una señora en la carnicería y dijo:
- Quiero la cabeza de cerdo de allí.
Y contestó el carnicero:
- Perdone señora, pero eso es un espejo.
Otro hombre acercó un cerillo al payaso negro y éste se prendió en menos de un minuto hasta quedar hecho un muñón oscuro que apenas y se alcanzaba a ver en la noche. Se escucharon sapos o risas. 
Alguien señaló una estrella remotísima. Miré. 
Al volver la vista él  me ofrecía agua con el cuenco de su mano. 

Debemos encontrar agua, amor, o arderemos por el sol del desierto, dijo. 


III

El día que conocí a No el viento iba entre las cosas como un ser vivo. Me gustó su nombre: Me llamo No, luego me dio un beso en la mejilla y me apretó la cintura con los dedos. Caminamos juntos un rato en el parque en el que paseaba a mi perro. Luego nos recostamos bajo una secuoya y nos besamos. Camino a casa noté que el boomerang de mi perro tenía impreso en tinta blanca: ORACLE. Pensé que la presencia de No me hacía notar los detalles porque escuché a las aves rápidas y vi a los amantes conmovidos. 


IV

El muchacho del sueño siempre fue distinto a No. Empezando porque tenía el cabello corto, pero un mechón suave cubría a medias el ojo izquierdo.  Con su ojo claro podía ver a los muertos y con el otro encontraba los veneros enterrados en la llanura blanca. Dicromía. Verlo a ambos ojos me hacía sentir con un pie sobre el aire. 
-Yo te sere inútil
-No lo entiendes, Nina. Nosotros siempre compartiremos esta enorme casa-
Y señalaba el  desierto blanco. 


V

Nuestra historia no fue una historia de amor, fue una historia de sexo. 
A No lo seguían las hormigas como si fuera agua. Hacía calor entonces. Mucho calor. Pero nunca abría las ventanas de su casa. Estaban cientos de muertes, sangre y diamantina en sus sábanas, en las que dormíamos desde que lo había conocido. Yo dormía y sudaba bajo su pierna de hombre que nunca caminaba.
 A esa hora en esa fecha mi corazón se dañaba con él. Estaba poseída por su olor a fruta podrida y el sabor agrio de su espalda. Él ponía su  pesada pierna en mi cadera y yo dormía  bajo su peso de gigante,  soñando una y otra vez con el que caminaba sobre la tiesa llanura de hueso. 


VI

Amor, venimos juntos. Juntos a dónde vamos

No habían pájaros ni mujeres. No habían montañas o árboles  para escalar. No habían secuoyas. No habían muros. Estábamos solos caminando sin saber a dónde. No necesitábamos comer, sólo necesitábamos el agua que él sacaba como una gasa de la tierra. Dormíamos de espaldas o boca abajo con miedo a lo inmenso porque ningún hombre nos tocaba. Estábamos juntos, estábamos solos. Habíamos nacido ahí de pronto y en silencio sobre el hueso gigante del desierto. Déjame sentir el ritmo de tu muerte, dijo. Puso su boca en mi pezón y otro sueño se interpuso. 


VII

No estaba intentando entrar. -Abre la puerta, abre el vientre- Estaba jugando otra vez a ser la roca. -Vete, No, estaba soñando algo importante-. No ya estaba desnudo, atraía a las moscas. 
Quité su pierna gigante de mi cuerpo. Pero otra vez me agarró con ella y atrajo mis muslos a su centro. -Ábrete, semillita-. Me sujetó con su pierna de plomo.  -Sólo quiero dormir, No. Suéltame-. Mi carne se abrió. Él ya estaba ahí, inundándome. -A-, dijo -Esa es mi chica-.


VIII

-Ya no quiero volver a dormir-
 E hice miles de pasos en la vigilia. 
-Debes dormir, Nina. Lo necesitamos-.
 El viento suspendía médanos pequeños a la altura de mis hombros.
 -Si no duermes, Nina, tú y yo desapareceremos-
 Se endurecían mis ojos. 
-Debemos llegar, amor, voy a tenderme a tu lado y voy a procurar que vuelvas-

Desperté junto a No. Qué noche, me llevó a una plaza llena de luces. Todo brillaba, todo, hasta las personas, parecían cosas vidriosas. Como No había salido, volvió cansado. Durmió en el momento en el que se acostó en la cama. Yo me acosté junto a él y me quedé dormida pronto junto a su vapor oloroso a carne frita. 
Empuñaba algunas semillas para no tener hambre. 


IX

Caímos rendidos junto a una parvada de lechuzas albas. 
Estábamos desnudos. 
-No vamos a morirnos hoy, Nina. 
Abrió con su dedo un venero en el suelo. La pátina del agua se alargaba sobre la tierra como una mancha de leche. 
Casi llegamos. Me señaló con el dedo una región verde en la distancia. Los olivos parecían explosiones. 
-Ya casi llegamos.
 Seguimos caminando. Levantó una rama seca y dibujó con ella una línea que se borraba con el polvo de nuestros pasos. 


X

A veces No me hacía olvidar por qué lo odiaba. A veces sus manos no eran el diapasón de acero y el viento otra vez corría entre su pelo como un ser vivo.  Esos días la pasión me obligaba. Subía en su enorme cuerpo estriado y lo cabalgaba como a un animal puro. Comíamos limones dulces, veíamos crecer la enredadera plaga de la vecina. A veces con No olvidaba que el hombre no nace misericordiosamente. Me cubría con su cuerpo siempre húmedo la espalda y me ocultaba ahí, en su morbidez, de Dios y del mundo. 


XI

-Caminabas dormida, Nina, dónde estabas. 
-No lo sé
Los olivos se acercaban y nosotros debíamos ser para los tordos puntos oscuros en un plano. 
A veces No aparecía en la llanura como un recuerdo o una línea muy tenue que me hacía bajar la vista o detenerme. 
-Vamos, amor, ya falta poco.
En el sueño tenía un nombre: Nina. Mi nombre dicho por él sonaba como  un presentimiento. 
Bajó el ritmo de su paso y señaló un lugar en su vientre. 
-Ya hay una grieta que suena, debemos llegar pronto.
Se puso en cuclillas y me subió a su espalda, caminamos así hasta que su cabeza golpeó con el piso. Se detuvo y mientras yo ponía un pie en suelo firme, dijo:
-Te amo, Nina. 
Hubo un eco y una luz.
Lo dijo y no hubo multitud que lo intentara profanar. 


XII

En este mundo, No poseía los sentimientos más toscos. 
Decía: Te amo. Y la frase era como la caída de una flor en mis narices. 
Por eso me gustaba el silencio. 
-Sh, No. Lo sé. Yo también a ti. Lo arropaba con una sábana cubierta de mi sangre y abajo de ella lo acercaba a mí para que me deseara. 

Inquieta y exhausta podía volver a él, en la llanura blanca, que me contaba historias de un lugar amargo:
-No ha existido una palabra  en ese mundo que la multitud no haya intentado profanar. 

(...)







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