miércoles, 12 de septiembre de 2012

7804.-HUGO QUINTANA



Hugo Quintana (Chillán, CHILE  1971). Profesor de Enseñanza Media en Castellano y Licenciado en Educación por la Universidad del Bío-Bio. Tuvo un breve paso por el programa de Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, y por el Magíster de Ciencias Sociales y Comunicación de la Universidad Arcis, donde aún no concluye su tesis. Actualmente se desempeña como editor de Ortiga Ediciones.
Ha publicado Hombre Peatón-Izando, Ediciones de Revista El Gramal, Chillán, 1995, y Algo acerca de los Años, Mago Editores, Santiago, 2003. Ha sido incluido en la Antología de Poesía Emergente Ediciones LAR, Concepción, 1998, y en Los Premios, Mago Editores, Santiago, 2005.
Creador de revistas universitarias como “La Ortiga” y “El Glamal”, también ha colaborado con “Pluma y Pincel”, “El Ermitaño”, “letras.s5.com” o el “Cuerpo Dos” del diario "La Discusión" de Chillán, con crónicas, ensayos, poemas, cuentos o comentarios diversos. Actualmente prepara su tercer libro de poemas: Tornasol.




ALGO ACERCA DE LOS AÑOS

1

Puede que sea el tiempo que nos envuelve
un dolor desos que rondan los oídos
de los que abandonados quedamos
como gritos de lluvia sobre los postes.
Puede que sea el tiempo
no menos que un pestañear entre paréntesis
un derribar de bruces
los ecos con que mojamos nuestros abrazos
o la dureza de la niebla
huyéndonos como mejillas arrumbadas.
Puede que sea la última estocada destas sonrisas sin perfume
la temible humosa piedad que nadie justifica;
puede que sea el tiempo
o la fiebre
o la espesa desesperanza que ocultamos con inocencia:
la partida ha concluído
el resto es sólo un círculo
que no alcanzamos a comprender.


2

Si tuviera que decir algo acerca de los años
diría que todavía no he muerto
pero que me sumerjo en aguas cada vez más quietas
que las sombras ya no me acosan
como aquellas butacas que giraban con furia sobre su eje
y que al pastar en el devenir destas orillas
veo caer las imágenes con sabores olvidados
que resisten la miseria y el extrañamiento
¿Qué se forjará a partir de lo que aquí dejamos?
¿Acaso carne brota de aquellos besos
o sólo absurdas ocurrencias
arrumbadas sobre nuestros oídos?
De si fue espacio o tiempo
o círculos
o bien una ensalada nuestra vida, al final
sólo los amados seres
sabrán cómo consolarnos.


5

Como mi padre nunca llegué a conocer el mar
y sólo puedo imaginar esta visión
a través de los ojos de mis nietos.
(Brevis Karpien).

La noche se cierra como un paraguas
los barcos deambulan con cansancio
bajo esta manta negra que se tiende sobre nuestros cabellos
las luces encienden la bahía
y es fácil creer que por esos destellos
también se dibujan los años
que hasta el océano está poblado de arrugas
y que el mismísimo viento
ha visto envejecer sus silbidos
cuando la noche se vuelve un espejo entorchado
y sería grato encontrar alguna justificación
para todo este sosiego
que nos dijeran que ahora podemos abrazar
los pájaros
los árboles, las piedras...
cuando ya destas conciencias
seamos algo así
como una hermosa vaguedad recordable.


6


El tiempo se lleva a la fuerza
se lleva arrastrando inviernos con dignidad de árbol
cuando hasta observar el conocido patio
se vuelve un esfuerzo que enloquece
y se muerde, se llora
se escupe con violencia aquesta maldita ofrenda
porque después de la celebración
de la cazuela de los domingos
de los hijos
de los nietos
de cuanto animal se haya criado dentro de la casa
los olores
los recuerdos
se escapan como odiados canallas
y entonces
entonces se vive esperando la siesta más larga de todas
para respirar por fin el sueño de las promesas
sin que los hijos o los nietos llorasen demasiado
porque eso sería más tristeza acumulada mientras dormimos
más tristeza acumulada mientras dormimos.


8

No quiero culpar a las letras
por haberme abandonado en este vacío.

Ésas que antes creía eran mi cárcel
hoy sostienen la lógica de mis suicidios cotidianos
y permiten que esto
aún tenga algo agradable para el tacto
y “no clamo, no lloro ni me lamento
todo pasará como el humo de los manzanos
blancos”[i]
todo se ahogará en estos gritos sin garganta
en estas sombras alargadas
a través deste sol descolorido
que no acaricia ni aromos ni amapolas.

9

En círculos nos movemos
hacia el infinito
círculos traspasados por otros círculos
como cárceles arrumbadas sobre otras cárceles
como un puñado de dibujos perdidos en la orfandad de la arena
mojados por olas
que no son más que miserables ruedas
abandonadas en el viento.
En círculos nos movemos hacia el infinito
círculos que a su vez
son construídos por otros círculos más pequeños
como queriendo consolarnos con sus rostros alargados y tristes
como resumiéndonos que estos actos y respiros
serán acumulados sobre los cabellos de nuestros nietos
como si intuyéramos que esta vida engañosa y escurridiza
fuera el mismo pizarrón donde resolvemos
la ecuación más temible de todas
y es que existimos, precisamente
en un esfuerzo por desconocer esta premisa
embebidos con el licor del desenfado
como si fuéramos escalofríos
anudados en la misma mortaja.


10

el olvido hace lo suyo
y es grato saber que hasta aquello se vuelve refrescante
porque si permanecemos sobre una cama por mucho tiempo
son precisamente los olvidos
y no los recuerdos
los que se quedan con nosotros
los que permiten que antiguos seres
parecieran estar en el living o en el comedor
disfrutando de la picardía del licor casero
o del cariño de los nietos
revoloteando por el pasillo.


12

La muerte no es un lugar oscuro
no es un sitio donde la confusión ahogue los sentidos
o donde los recuerdos se desmiguen
carcomiendo los rostros de nuestros seres amados.

La muerte es un arroyo que dialoga con los árboles
con el eco que los pájaros ofrecen a las nubes
es una canción llena de colores
que intenta una fusión más cotidiana con los cerros
es un abanico de imágenes colgadas en nuestras cabelleras.
Aquí el viento reproduce un mensaje mucho más profundo
y las montañas allá en el fondo
no son el límite de ninguna cosa.

La muerte es un espejo formado con azules demasiado puros
donde al cerrar los ojos
aparece una blancura apacible y afectuosa
donde una luz no intensa
termina de dibujarnos
en el paisaje de la eternidad.

[i] Serguéi Esenin.


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