miércoles, 26 de agosto de 2015

SUKEINA AALI-TALEB FERNÁNDEZ [16.897]


Sukeina Aali-Taleb Fernández

Nacida en Madrid en el año 1974, es poeta y periodista saharaui. Licenciada en la Facultad de Ciencias de la Información (Periodismo) de la Universidad Complutense en Madrid, en el año 1997, ha publicado reportajes en numerosas publicaciones del sector editorial español. Desde el año 2002 hasta el 2008, ha trabajado como redactora en el suplemento dominical MAGAZINE del diario EL MUNDO, y más recientemente, trabaja como colaboradora habitual para la editora de revistas CondeNast.

En la actualidad, compagina sus colaboraciones en prensa con la docencia. Desde 2008 imparte clases de Lengua Española y Literatura en institutos públicos de la Comunidad de Madrid. Además, desde el año 1998 trabaja en colaboración con el Frente Polisario en distintos proyectos de ayuda al pueblo saharaui, refugiado en Tinduf (Argelia) desde el año 1995. Ha realizado los trabajos de coordinación y organización del Festival Internacional de Cine del Sáhara (FISAHARA 05). También ha promovido y coordinado la presentación de la candidatura de las mujeres saharauis al premio Príncipe de Asturias de la Concordia, 2001. Ha trabajado en labores de organización y prensa en la Delegación Saharaui para España, en los años 1998-2000. Y ha sido, ponente en la Conferencia sobre la situación de las mujeres del Norte y Oeste de África en representación del Sáhara Occidental en colaboración con "Sahara Fund" (Sponsored by: Women´s Division - United Methodist Church, U.S.A). Noviembre 1994. Accra, Ghana.




DE DIOSES, HOMBRES Y RATONES

(Inspirado en un cuento tradicional saharaui)

A mis oídos llegó un día la historia de un hombre ciego.
Entre verdad y leyenda, este cuento llegó a mí, arrastrado y aupado por el viento.
El viento del Sáhara que ruge airado en ocasiones, y otras, como hoy, suave y apacible para permitir que se escuche esta sencilla historia de dioses, hombres y ratones.
Dios fue a visitar a un hombre ciego,
su fin era concederle un único deseo.
El hombre ciego pensó,
y un instante tardó en decidir su deseo.
Entre las miles de cosas que un hombre puede desear,
aquel hombre ciego le pidió a su Dios 
ver el mundo del que tanto había oído hablar,
aunque sólo fuera un minuto.
Dios le concedió el deseo,
y le permitió ver el mundo.
Cuando sus ojos se abrieron 
y en ellos penetró por primera vez la luz del sol,
la suerte puso en su camino a un peludo y torpe ratón 
que avanzaba a saltitos entre las alfombras.
Lo observó atento,
y al cumplirse el minuto,
sus ojos se cerraron
y en ellos no volvió a penetrar jamás un hilillo de luz solar.
Desde aquel momento, 
cuando escuchaba a otros hombres hablar,
ya no se quedaba en silencio.
Si oía decir que algo era muy grande,
apuntaba convencido: grande como aquel ratón que un día vi,
si alguien era ágil, el hombre ciego señalaba,
ágil como aquel ratón que un día vi,
y si algo era realmente bello,
para nuestro hombre ciego era bello y hermoso
como aquel ratón que un día vio.
YOHA CON LOS NIÑOS
Había una vez que Yoha (Yove) estaba tan aburrido que decidió engañar a los niños del barrio. Entonces, fue a donde se concentraban y es dijo:
- Venir, niños que tengo una sorpresa. 
Los niños obedecieron y fueron todos y entonces les dijo:
- ¿Ven aquella montaña?
- Sí.
- Pues detrás de ella hay muchos caramelos y chuches. Ir a comerlo que yo se lo dejé allí.
- Sí.
Los niños se lo creyeron y empezaron a correr todos hacia la montaña y él se quedó pensando: “a ver si es verdad y encuentran ago que alguien haya dejado y me quedo yo sin nada”. Y empezó a correr y a chillar:
- ¡Dejarlo que es mío! ¡No, no, no!, ¡No toquéis nada que es mío! Jajajajajaj…



Sahara:
Soñando un día…


Soñando un día..., soñó ser pájaro. Retiró suavemente la tela que cubría la puerta e inició el vuelo. Sintió como su cuerpo se elevaba fácilmente, sin esfuerzo, el aire fresco sobre su rostro, cada vez más alto, para caer en picado, y de este modo sentir la velocidad, el vértigo, la sangre corriendo por las venas, su corazón acelerado palpitando. Planear durante horas y descansar un instante en las copas de los árboles, para reanudar de nuevo el viaje, viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.
Bachir abre los ojos, y como en un sueño aparta la tela que cubre la puerta, se calza sus botas y una vez en el exterior respira profundamente el aire caliente.
Desde el interior de la tienda se escapa una voz femenina:
- Bachir, entra y come algo.
- No, no tengo hambre mamá. 
El muchacho comienza a caminar mientras se despereza. El sol como arma amenazante va aumentando su presencia. Bachir camina rápido, va dejando a su paso el conjunto de jaimas. Sudor sobre su tez morena, asfixiante calor, continua andando. Atrás quedan las improvisadas jaulas de las cabras, también el griterío de los niños. Sequedad en sus labios, continua andando. Y por fin, como en un duelo que necesita siempre de un vencedor, se observan los guerreros, la inmensidad del desierto frente al cuerpo insignificante del valiente muchacho.

Soñando un día..., soñó ser pez. Corrió unos metros y se impulsó para deslizarse sobre la suave elevación de la arena, y de este modo poder sentir como la caricia del agua colmaba su rostro. Ligero y flexible, dulcemente mecido por el balanceo lento de las olas, viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.
- Pero chico, ¿te has vuelto loco?, ¡despierta!
Bachir siente voces cada vez más cercanas que irrumpen de golpe en sus pensamientos. Abre los ojos, turbantes y agitación a su alrededor, y como en un sueño siente su cuerpo hundido en la duna de arena.
         - ¿Qué ocurre? - exclama Bachir.
         - ¿Qué ocurre?, ¿se puede saber donde ibas?, ¿por qué te has alejado tanto?, ¡te podías haber matado!, pero, ¿es que no te das cuenta? - el hombre no deja tiempo para que Bachir se explique.
         - Creí que podía atravesar el desierto.
         - Parece mentira, ¡ni que no conocieras esto! - el hombre retrocede unos pasos indignado, una mujer se acerca a Bachir para ofrecerle pequeños sorbos de agua, e interrumpe al hombre cariñosamente:
         - Tranquilo papá, es sólo un muchacho y está aturdido por el sol.
Sobre la cabeza de Bachir la mujer coloca delicadamente un paño húmedo, el hombre acerca su jeep que descansa a unos metros, y avanza refunfuñando:
         - Agradece a mi hija el que te hayamos visto. Ella ha insistido en que el bulto negro que veíamos a lo lejos era una persona, que si hubiera ido yo solo...
         - Mi padre decía que el bulto negro era un neumático viejo.
         Bachir sonríe. No resiste el peso de sus párpados. Un viejo neumático rodando..., siente como su cabeza no para de dar vueltas.
El hombre ayuda a Bachir a subir al coche, está anocheciendo, le sitúa en la parte trasera del jeep con unas mantas por asiento y el cielo estrellado por techo.

         
Soñando un día..., soñó ser estrella. Elevó sus brazos intentando tocar la luna con sus delgados dedos. Sintió como sus extremidades se estiraban infinitas, desintegrado, abarcando con sus manos el firmamento. Etéreo, luz en la oscuridad del mundo. Viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.

         
El coche de pronto se detiene, Bachir abre los ojos, la noche ha caído bruscamente como un manto frío. Y como en un sueño siente su cuerpo dolorido, cansado, exhausto. 
         - ¿Cuál es tu nombre, chico? - pregunta más calmado el hombre que horas  antes le ha socorrido.
         - Bachir Mohamed Salem.
         - Te llevaré a casa, estamos cerca.     
Una nube de polvo, la huella de las ruedas sobre la arena. Arranca el coche en dirección a la casa del muchacho. Su familia le espera. La tetera hierve en el infiernillo de butano, sus hermanos pequeños duermen. Bachir entra en la jaima, saluda y se sienta a comer algo.
         - ¿Qué tal el día, hijo?
         - Bien.
         El padre se sirve el último té, posteriormente se apresura a beberlo de un trago.
         - Come bien, pareces cansado.
         Bachir permanece sentado, con las piernas cruzadas y un trozo de pan y un plato de lentejas a sus pies, tiene mucha sed, es tarde.
         Se escucha el sonido de la tela gruesa de la tienda en cada arrebato del viento. Penetra el irifi por las ranuras de la jaima que resiste cada sacudida.

         
Soñando un día..., soñó ser aire. Sintió la pesadez de su esqueleto contra el suelo. Piernas, brazos, cabeza, cuerpo entero, una mole pesada tumbada sobre la colorada alfombra. Un golpe brusco de viento y la vida, en un soplo, esparcida en cientos de miles de diminutos pedazos. Contuvo la respiración, para expulsarla lentamente, mezclada con las melodías nocturnas del viento. Fuerte, poderoso, dominante. Indestructible. Siempre libre, activo, moviendo el mundo. Viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.

         
La luz de la mañana despierta a todos muy temprano. Bachir abre los ojos, y como en un sueño observa su cuerpo oscurecido por el sol, envejecido, arrugado. Entre sus dientes mastica la arena, el polvo, escupe asqueado.
         Olor a hierbabuena, sus hermanos están en el colegio, silencio. La madre prepara la comida, el padre dibuja ensimismado espuma en los vasos, comienza un nuevo día.
         Bachir reúne las fuerzas necesarias y por fin expulsa atropelladamente:
- Odio vivir aquí.
La voz suena temblorosa y las palabras como un eco permanecen esparcidas en el aire.
- Lo odias tanto como lo odiaba yo.

         
Soñando un día..., soñó ser hombre. Se levantó del suelo y caminó rápido avanzando unos metros sobre la dorada arena. El sol cegó sus ojos, el calor brotando de la tierra quemaba sus pies descalzos. Anduvo hasta alejarse lo suficiente del campamento. Miró hacia el norte, sur, este y oeste. El corazón paralizado ante el brusco empujón de realidad, el vacío, la nada. Soledad y abandono. Sintió como se ahogaba en infinitas y espesas arenas, tierra estéril, tierra muerta. Viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.

         
Bachir abre los ojos, escucha sonidos de alegres canciones que le despiertan. Y como en un sueño se levanta y camina despacio pero seguro de sus pasos. Avanza por el desierto. Altivo y valiente. Entonces ansía volar como un pájaro, para dejar de agitar sus alas y caer en el mar sereno donde volver a brotar. Ansía ser pez, bucear en las profundidades de los océanos, también ansía ser estrella, aire, ansía la libertad. Despertar por fin de la interminable pesadilla, dejar de sentirse prisionero, dejar de soñar, retornar. Para vivir eternamente entre el cielo y la tierra.




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