lunes, 18 de mayo de 2015

GLORIA ALVITRES ALIAGA [15.997]


Gloria Alvitres Aliaga

(Perú,  22 de abril, 1992)
Poeta y periodista.  Egresada de periodismo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, donde formó un círculo literario “Julio Ramón Ribeyro”. Ha participado en diferentes intervenciones de arte y comunidad, así como recitales interuniversitarios. Tienes especial predilección por las crónicas y las luchas ambientales.



Poemas de intimidad

La viejita nos mira desde alguna altura

Al pie de una tumba
No hay razones para pedir que estés
Te regalamos la chicha
Brindamos por ti
Ausculta
La viejita nos mira
Me miras
Desde algún extremo.

Yo no creo en Dios
te lo dije
Y me tiraste una cachetada
Pero también abrazaste mis manos

De vez en cuando no te vas
Y soñamos tranquilos
Te dejo la comida sobre la mesa
Y parece que te quejas
“Esta fría, está caliente,
Muchacha de mierda”
Y me insultas en quechua.

A veces parece que cantas frente a tu Jesucristo.
Ese que yo nunca comprendí.
De ser tan luchador social
lo mataron
y lo adoptó una iglesia de romana.

Pero tú le cantabas como a un niño
“chachay niñito
chachay niñito
Duerme y no llores”.
El  muñequito de yeso nunca cerraba los ojos
Pero los niños sí,
Nos acurrucábamos toditos en una cama.

A veces te vas solo un rato,
Pero queda ese dolor intermitente, diurno.
Como cuando me pellizcabas
Porque no tomaba la sopa.

Yo te hubiera pellizcado
Para que comieras
Pero ya no querías
Ni por tu Jesucristo.
Ese que no estuvo
Cuando tus ojos empezaron a ponerse pardos
De lo negros tan asfixiantes que eran.
Tu Jesucristo nos quitó el aliento
cuando te ahogabas.
Nos quitó el cansancio
cuando te cargábamos.
Ese que te desangró las venas
Y te retuvo amarrada sobre un catre
Porque ya no
Queríamos escuchar.

De vez en cuando parece que te has ido
Y recogemos las flores que se marchitan a tus pies.
Seguro las tocas mucho.
A ti que te gustaban las de color rojo
Como las que teníamos en el viejo jardín.
Luego entendemos que no estás
La viejita nos mira
Desde algún extremo
Nos decimos.




Deceso del Padre

Andando por la Panamericana Norte
me detuve para atarme los zapatos.
Y me descubrí
haciendo trazos en la arena
con la cola de una lagartija.

Guardé las líneas en mi memoria
y caminé por los desiertos del norte
sobre Cumbemayo, me paré a ver las barquitas
de los pescadores.

Garuaba y era junio.
Y las dunas habían parido yerba mala,
una que otra florecilla salada.

Seguí mi camino en busca del Naylamp
a verlo de cerca,
como si fuera un padre,
para darle las gracias y
volver el camino hecho.

Subí por los cerros que tienen a sus pies los algarrobos
como en una visión,

las montañas se hicieron celestes.

Iba al  norte, a buscar entre la sal mis raíces.
desenterré mis huesos
y vi en las paredes pintado mi apellido.

El Nylamp por ningún lado
lo habían matado
con alguna mitología europea
y su sangre colgaba de las medallas
de los guías turísticos.

Y en el suelo rojizo
de esa tierra
su historia era una canción de niños.

Entré a un mercado de Chiclayo
llorando por las plumas de mi padre,
exhibidas en un escaparate,
como artículos de moda.

La mujer me sirvió el caldo de gallina
y una chicha
como las que bebía mi abuelo en sus regresos .
En un rincón bebiendo limonada
el viejo se ocultó bajo un sobrero,
era un agricultor limonero.

Le arrojé la chicha
en la camisa
y el limonero
rió
se levantó y se fue caminando tranquilo.

Lo perseguí con ira,
quería apretarle el pescuezo
y limpiar mis lágrimas con su camisa.
En una plaza lo encontré
sentado junto a un anciano canoso
se burló de mis ojos
de mis pies apoyados
de mi espera impaciente:
“Tu mito ha muerto
ahora soy otros,
vivo en lo queda de mi sangre”.




Poemas de ciudad

I

Vi a Domingo de Ramos
Bajándose de un bus
En la Panamericana

Allí por donde transitan los mortales
Bajaba un poeta
Como si fuera humano.




II

Dioses de julio

Los inviernos en Lima son extrañamente ondulantes
Nadie sabe si son  reales,
ese brotar de gorgojos húmedos,
y pisos mojados ligeramente de la avenida Abancay,
El pasar de los muchachos con botas y casacón.

Los inviernos de lima son el pretexto perfecto para la nostalgia.
Para recordar que el gris no es serenidad, sino espera y recuerdo.
Si te levantas un día puedes perderte en la ceguera blanca.
Todo se vuelve unidimensional.

Y aunque la luz no ayude a los fotógrafos,
todos sienten que han perdido algo.
Quizás una sonrisa
Una promesa
Una llave
Un aquel
Un cuando
Un alguien.

Así se abre paso el viento frío de las mañanas
Y quiere tocar las  mejillas y las narices.
Susurrar penas con su voz menguada.
Ya no se atreve a silbar en la ciudad.
Solo a desordenar los cabellos de las colegialas.
se dedica , al fin del día, a guardar secretos .

Los inviernos  ondulantes de Lima no son inviernos.
Son capas de lo mismo.
Que   aterrizan sus manos en la orilla del hablador
en  su condición de dioses negados
vuelven desde lo alto a llorar.




Distorciòn  poètica

La hoja se abre como una estrella
puede que el mundo este inclinado
hacia una rosa
como una figura ya repetida.
Resentida con los intentos de atraparla,
solo atraparla
entre papel y almidón.

Así no se atrapa una rosa
así se atrapan chiquillas
para la alcoba.
Y en la calle se atrapa colillas
Se recoge dióxido.
Nada de estética,
sin embargo.

Nada de rosas,
Nada de historias
El tiempo se ha llevado las esperanzas,
las palabras y algunos consuelos.
El verso no hace crecer la hoja
crece incrustado
como un diente en el paladar
fuera de simplificaciones,
la hoja florece en el verso.






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