viernes, 12 de septiembre de 2014

ANTONIO VALLEJO [13.288]


Antonio Vallejo 

Fray Antonio Vallejo (22-01-1904 - 2-08-1976): En la década del ’20 formó parte del grupo de los intelectuales de la vanguardia martinfierrista. 
En 1940 ingresó en la Orden Franciscana. 





Atardecer
                                
Esta ventana abierta sobre un último piso,           
alzada entre los nervios de una ciudad moderna,
me arranca a los anónimos del tráfico indeciso,
poniéndome delante la soledad materna
 
   del mar. Van por encima de torres colosales
las miradas de oro hacia la inmensidad,
y ascienden las marcas por tácitos canales 
hasta besar la cumbre cordial. De la ciudad
 
sólo tengo estos muros que afirman la atalaya,
sólo alcanzo un rumor de la colmena activa,
mientras ando en escuchas por la cambiante playa,
conquistada en cariño la verde perspectiva.
 
   Tiembla la tarde azul sobre el imperio alto
de la luz; y asombrando en su irrupción al mar,
un cirrus sonrosado y audaz, contra el cobalto,
como una flecha eterna no acaba de pasar...
 
   Agua y cielo unifican las brumas de levante
donde la vista apoya sus dedos con recelo
por si es verdad que aquella embarcación distante
como en los áureos cuentos navega por el cielo.
 
   Una invasión activa de oscuridad se cierne
y alarga húmedos brazos de niebla en el silencio.
Antes que la inminencia de la sombra consterno
y arrumbe los milagros de luz que aun evidencio,
 
   quiero gozar el juego fantástico de luces,
la danza de reflejos sonoros y vibrantes,
la rebelión unánime de agujas y de cruces
sobre las altas cúpulas y torres deslumbrantes,
 
   que están aquí no más en vecindad austera,
debajo de mis ojos, debajo de mis manos,
al lado de mi rostro patéticas y enteras,
llenas de sugestiones y prestigios lejanos...
 
   Véome ante los hombres ungido por la altura,
arriba del prejuicio, del odio, de la ley,
sobre la grey promiscua que la sombra depura,
actor posesionado de mi papel de rey.
 
   Abajo empieza el sórdido reflujo de la vida;
se despreocupa el gesto, se cansa el movimiento,
y en la holgura que deja la gente distraída
pueden andar más libres amor y pensamiento.
 
   Me desplomo en el vértigo del ascensor, y salgo:
ya eres del frío fondo corazón que recorres
la calle indiferente -pero parece que algo
de mí, queda allá arriba soñando con las torres...

                                                          Pan y la Fuente.
 
 



Retrato

   El sol adentro, apenas en los ojos
se burla del encierro de su forma,
porque está en toda ella como el presentimiento
de dulzura en la fruta que el deseo demora.
 
   Al andar el camino de evocarla
siempre se me retarda la memoria
dormitando la siesta de su carne morena
o repitiendo el verso de su forma.
 
   Cuando teme el recodo de las noches, y cree
que el olvido la acecha al doblar en la aurora,
desea entre sus manos mi presente
para tardarlo en besos a través de las horas.
 
   Y cuando sabe cierto mi cariño se marcha
                                                      más allá de las cosas:
si la traigo en mí voz retorna a su silencio
y desde allí me tiende su mirada amistosa.
 
   Pura como la vida
en las horas desnudas de la aurora,
su nombre siempre está junto a la tarde
su ausencia es como el agua que murmura en la sombra.

                                                                Inédito. 1925.
 
 



Natación

   Azulejos de la piscina
celosos de frescura como frutas.
 
   Honduras de sueño
en esta solución glauca de espejos.
   Confianza en los juegos
con esta fiera domesticada: el agua.
 
   Y alegría.
Alegría que rebota en los pechos
inflados de salud.
Salud que se desborda por los brazos abiertos.
Cuerpos que esbozan relámpagos de euritmia en el salto,
y cuerpos que se dan como en un lecho
con abandonos de mujer.
 
   Desde los pies
descalzos sobre el ancho frescor de las baldosas
me invade un júbilo de redención.
Y antes de entrar al agua
la epidermis desnuda me abraza.
 
   Zambullida
          descenso trémulo
          hasta el fondo previsto,
          y el agua que se enreda a los oídos
          con rumor crespo y fresco.
 
   Fondo opalino del acuarium
                                 patio mudo.
Y en las sienes
opresión del silencio radiotelefónico,
 
Sueño del cuerpo.
Pero como en las pesadillas
el pulpo de la asfixia
viene
         creciendo
                         a mi encuentro.
 
Ascensión...
                    De pronto despierto a la vida
                    el rostro anhelante con su lluvia de perlas
                    y el corazón sonriendo al oxígeno.
 
   (Medusas
en la fruición de flotar sin esfuerzo)
 
Los brazos empiezan a poseer el agua,
y el agua que apartan
Vuelve a reunirse airada detrás de la marcha.
 
   Caen a un tiempo los cuatro cuerpos jóvenes
con la recta intención de cuatro flechas,
inaugurando la fiesta del esfuerzo
en el clamor del agua abierta.
 
   Sólo oigo mi sangre,
y presiento a izquierda y derecha
estas tres voluntades que tratan de dejarme
en el atrás oscuro y revuelto
             de sus estelas.
 
Los miembros se esfuerzan por fatigar el agua.
 
y los dedos
                    tendidos
                                    acercan la meta.
 
   El cansancio
estruja la sonrisa en el rostro de los vencedores.
 
   Y el agua vencida
como una esclava los cubre de perlas.

                                                               Inédito. 1925.
 
 




Retorno

   Vengo de lejos.
Me empiné sobre el último repecho
y vi una pampa enorme evadiéndose en todos los caminos
hacia el otro silencio donde doblan los soles.
Un río ancho y lento la cruzaba.
 
   Tajo de savia unánime resuelto en cántico de tiempo,
distancia desatada,
fervor de vida impostergable que levanta caídos horizontes:
ahora veo el río que cruza tus mañanas.
 
   Más allá del remanso, reposo de tormentas
que deriva la sombra de los árboles muertos,
las orillas se alcanzan la mano:
catarata exaltada donde gritan los miedos del agua,
salto mortal de la alegría que desciende hasta el musgo de los fondos
y despierta un enjambre de noches como anguilas.
 
Mojado de rocío nombro todas las cosas que convienen tu fiesta:
árboles acampados a la orilla del agua,
nubes que desertaron de la noche,
canciones olvidadas que hacen su nido en el viento,
rebaños blancos éxodos de vellones,
y alegres comparsas de peces elásticos que van a las fiestas del mar.
 
   Ahora veo el río que cruza tus mañanas.
Pero los árboles vinieron antes que yo y han empezado a divulgar la sombra,
el silencio ya estaba y ahora levanta su niebla de astros,
y con la tarde sobre las imágenes del río
cae de bruces la sed de los siglos cansados.
 
   No importa: la noche desnuda tus piernas,
secreta cosquilla del mundo tus pasos de danza en la sombra mueven las estrellas,
y en tu abrazo resuelto
se enciende la luz de los besos.
 
   El silencio acontece las horas.
 
   Y Dios muestra de nuevo el lado azul del alba.
 
   Hoy
sales del sueño y buscas la huella de mis pies sobre la arena,
con los brazos en alto te asomas a la orilla:
tu zambullida salpica la turbia madrugada
y nuestros gritos rompen la pereza del mundo
que empieza a andar a tientas con la última estrella de la mano.
 
   Sol,
carne desnuda,
árboles simultáneos a la orilla del agua,
mediodía, velero cargado de frutas,
atardecer compás de ramas musicales;
al fin tu soledad y la mía encontraron su fiesta.
El cielo es ahora la bóveda-eco de todas las luces,
y sobre las piedras soleadas
desciende una dulce bandada de días con patas de garza.

                                   Los Turistas del Alba. 1927.










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