lunes, 14 de mayo de 2012

MARÍA M. BAUTISTA [6.844]

María M. Bautista (retratada por Elisa Alaya)



María M. Bautista

María Martínez Bautista nació en Madrid en 1990. Actualmente cursa 4º de Historia del Arte en la Universidad Complutense.
Ha publicado en las revistas Salamandria (nº14, junio de 2003), La sombra del membrillo (nº7, diciembre de 2006), Númenor (nº19, 2008), Isla de Siltolá (nº4, enero-abril de 2011) y las publicaciones digitales Tenían veinte años y estaban locos (diciembre de 2010) y La sombra (de lo que fuimos) (nº14, diciembre de 2010).
Ha sido traducida al portugués por Alberto Augusto para los blogs Meninas vamos ao vira y Partimonio .
En septiembre de 2011 apareció en la antología Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, edición de Luna Miguel).
Es la autora del blog:http://lacegueradepiero.blogspot.com/



La noche los derrota

Tras los ojos cerrados de los niños
hay visiones de muerte.
Extensas sombras en los muros blancos
y serpientes febriles.
La noche los derrota.
Oyen volar las flechas como enjambres de acero
y oyen "Mamá está muerta".
Palpan la cama y sienten el sepulcro.




Tengo la imagen de un soldado enfermo

Tengo la imagen de un soldado enfermo
que arrastra el cuerpo exhausto por la nieve.
Mis ojos no lo han visto y lo recuerdan,
y soy yo misma en las mañanas negras.
Hubo calles de viento y soles fríos:
en mi piel todavía sus heridas,
dentro de mí tiritan aún sus rayos.
Y días que vinieron de la muerte
a reflejar su rostro en cada hora.
Y un soldado perdido en el hielo de Rusia,
que ha olvidado el por qué y el hacia dónde;
sus ojos buscan
la estela de los carros,
pero pronto se abren al vacío;
y ya dejan los pájaros sus huellas
en su espalda nevada.
Mis ojos no lo han visto. Es el recuerdo
de las calles que vienen de la noc
y corren paralelas a la muerte.
En ellas soy, como el soldado exhausto,
resto de una batalla no librada.




Radiografía

He visto el esqueleto de mi alma
y no he tenido miedo.
Yo no he visto los huesos
que calmarán el hambre de los buitres
o encontrarán su tumba bajo el agua,
entre la sal y los naufragios.
No todavía.
Tampoco he visto en ellos cicatrices:
quizá no he estado nunca en la batalla,
siguiendo las estelas de los tanques,
golpeando otros huesos con mis huesos.
No todavía.
He visto el esqueleto de mi alma:
era una catedral del siglo XIII,
sólo nervios y vanos,
y nada alrededor,
clara y oscura.




Los prisioneros

Estarán bajo el cielo.
Verán arder el sol allá en lo alto.
Y cerrarán los ojos.
Vivirán en la noche de sus almas.
Las calles que recorran serán negras.





La ceguera de Piero

I

Vosotros estáis ciegos. Vuestros ojos,
inundados del sol que abrasa el mundo
o inmersos en el pozo que es la noche.
Erráis el paso porque vais a tientas;
tenéis los pies en una telaraña
y no veis más que el hilo que pisáis,
nunca la perfección en que está inscrito.


II

Al otro lado
de los dos arcos ciegos de mis ojos,
una abstracción más grande que el recuerdo
del mundo se ha adueñado de todas mis visiones:
tengo el sol sometido a mis deseos,
la gente tiene una quietud de piedra.
Y está llena de luz la oscura noche.





Otro sol y otros pájaros

Si muerte es el vacío que uno deja, la vida del que marcha a vivir otra vida se parece a la muerte. Muerte porque lo alumbra una luz que no vemos, negra como el olvido y el dolor del recuerdo, y duerme bajo el cielo de una noche lejana.
Y en esa noche dejan los murciélagos el rastro de sus vuelos geométricos y a tientas. Pero son otros. Otras estrellas tienen sus ojos sobre el mundo. Y otro sol amanece y otros pájaros.

Muy lejos de esa noche, la mañana termina con el sueño en el que vimos a ese que ya no tiene voz ni sombra. Este sol y estos pájaros señalan el lugar donde no existe.




La siesta de los padres

Los niños necesitan la siesta de sus padres.
Empieza todo
en las tardes oscuras de mi casa en invierno.
Sólo estamos yo y yo
y yo contra mí misma.
Los juegos han cambiado de repente.
Yo decido quién vive,
qué rito corresponde a un juguete difunto.
Soy toda la memoria de los que nunca fueron.
Pero a mí, que sí soy, a mí que empiezo
a vivir y a temer,
¿quién me recordará si dejo el mundo?
¿Y si nunca regresan del misterio del sueño
quienes deben cuidarme?
Por las persianas
alzadas de mi cuarto
se ha colado la noche.

Son muy distintas
las siestas luminosas del verano.
En cada cuarto laten los cuerpos destapados,
vencidos por el sol, de mi familia.
En el jardín ardiente
sólo estamos yo y yo.
La vida pasa como los caballos
cansados por mis venas. Nunca han sido tan ciertos
el espacio que lleno con mi sombra
ni el peso irrepetible que le pongo a la tierra.










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