jueves, 10 de julio de 2014

ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO [12.256]


Antonio García Teijeiro

Antonio García Teijeiro (Vigo, Pontevedra, España, 1952) es un escritor español en lengua gallega, dedicado principalmente a la literatura infantil. Es considerado uno de los más significativos poetas para niños1 en lengua gallega y parte de su obra ha sido traducida al castellano.

Antonio García Teijeiro no escribe poesía infantil como una clase particular de poesía, sino poesía para niños, como dirigida a una clase particular de lectores y oyentes. Considera que la poesía tiene un gran valor didáctico:

A los niños les gusta leer poesía, ¿o no?: educa/afina la sensibilidad, te permite ver las cosas desde ángulos diversos, fomenta el espíritu crítico y te hace gozar con la fuerza, la magia, la picardía de las palabras.
Entre las distinciones que ha recibido están el premio Merlín, el de la CCEI y el premio europeo Pier Paolo Vergerio. Sus obras figuran en varias listas prestigiosas (IBBY, revista CLIJ, Premio Nacional de Literatura y "cien mejores libros del siglo" de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez).

Ha participado en movimientos de renovación pedagógica, e impartido varios cursos de animación a la lectura y creación literaria. Ha traducido también obras de otros autores, y dirigido colecciones editoriales y programas de radio de tema literario.

Obras

Parolando coa vixencia, 1987 (poemario)
Retorno ós lamentos, 1987 (poemario)
Aloumiños, 1988
Nenos, 1988
Celso Emilio Ferreiro para nenos, 1988
Noa, 1989 (narrativa infantil)
Antoloxía de Celso Emilio Ferreiro, 1989
O libro na escola, as bibliotecas escolares e de aula, 1989
Disfrutar escribindo: a narración e a poesía nas aulas, 1990 (ensayo)
A chave dos sonos, 1990 (narrativa infantil)
Cacarabín, cacarabón, 1991
As catro estacións, 1991
O cabalo de cartón, 1992 (narrativa infantil)
O delfín vermello I e II. Proposta didáctica, 1992
Fantasía en re maior, 1994
Lueiro de papel, 1995
Na fogueira dos versos, 1996 (poemario infantil)
Al hilo de la palabra, 1997
Ladrándolle á lúa : poema en prosa, 1997
Os nosos versos : antoloxia, 1997
Cara a un lugar sin nombre, 1998
En voz baixa, 1998
Caderno de fume, 1999
Nos mares diversos, 1999
La niña tonta del árbol florecido, 2007
O que ven os ollos dos nenos, 2000
Aire sonoro, 2001
¡Ai, canto falan as pombas que falan!, 2002
Na agonía dos outonos en silencio, 2002
Polo camiño do incerto, 2004 (poemario)
Chove nos versos, 2004 (poemario infantil)
Bicos na voz. Besos en la voz, 2004 (poemario infantil)
Cuando caen las follas, 2006
Cantos y poemas para un mes cualquiera, 2006, con Jordi Sierra i Fabra




"Mi abuelo compró una barca" 
(De versos de agua. Edelvives, 1989) 

Mi abuelo compró una barca 
de madera de ciruelo. 
La echamos en el estanque 
donde se refugia el cielo. 
La barca no tiene remos, 
ni velas, ni marineros. 
La empujan vientos de espuma, 
alegres titiriteros. 
Las aguas surca la barca 
de madera de ciruelo, 
la barca llena de vida 
que un día compró mi abuelo





"De ola en ola" 
(De Volando por las palabras. Edelvives, 1992) 

De ola en ola, 
de rama en rama, 
el viento silba 
cada mañana. 

De sol a sol, 
de luna a luna, 
la madre mece, 
mece la cuna. 

Esté en la playa 
o esté en el puerto, 
la barca mía 
la lleva el viento. 





"A Paco Ibáñez" 
(De Al hilo de la palabra, Hiperión, 1998) 

Esa voz que rasga el aire 
y acompaña una guitarra, 
¿dice mentiras, desaires? 
¿o busca tibias mañanas? 

¿Dicen mentiras las cuerdas… 
las cuerdas de esa guitarra? 
¿O las mentiras son versos… 
canciones arrinconadas? 

En medio del viento muestras 
las razones del poeta. 
En medio del viento escondes 
las miserias y tristezas. 
La poesía es en tu boca 
más de todos, 
 y… ¡más nuestra! 

(Al hilo de la palabra es un libro en el que el autor dedica los poemas a sus poetas queridos y admirados, desde románticos (Bécquer o Rosalía) a poetas cantautores (Paco Ibáñez o Yupanqui), pasando por los mejores poetas modernistas, noventayochistas, novecentistas, del Grupo del 27, o de la poesía social del 36, a los que García Teijeiro ha leído con pasión). 



“Un beso en un barco”. 
(De Bicos na voz / Besos en la voz. Diputación de Málaga, 2004) 

Un beso en un barco 
salió a navegar, 
y posó sus labios 
En un pez de sal. 


Besos en la voz es un poemario que contiene un homenaje a Luis Eduardo Aute, uno de los cantautores que más han influido en el convencimiento de Antonio de que música y poesía están estrechamente unidas. El propio autor ha descrito el libro como “una verdadera esquizofrenia lingüística”, ya que está escrito a la vez en gallego y en castellano. Antonio no escribió estos poemas en una de las dos lenguas para luego traducirlos a la otra, sino que los compuso a la vez en ambas lenguas.





“La tarde caía…” 
(De Todo es soñar. Brosquil, 2006) 

La tarde caía 
triste y polvorienta 
y un niño soñaba 
con globos de menta. 
Un sueño infantil 
sembrado de estrellas, 
un sueño soñado, 
un sueño de fiesta. 
La tarde caía 
detrás de la sierra 
y el niño soñaba 
con lirios y abejas. 
La tarde caía 
despacio en la hierba 
y el niño soñaba 
un sueño violeta. 
Y la tarde quiso 
guardar su tristeza. 
El niño soñaba 
sueños de poeta. 




"La niña toca la flauta" 
(De Versos con alas. Lynx, 2006) 

La niña toca la flauta, 
mientras un gorrión la escucha. 
En el árbol hay un beso 
que el pajarillo dibuja. 

La niña delgada y rubia 
la flauta sigue tocando 
y el gorrión que la mira 
está temblando, temblando. 

¡Ay, qué bien toca la flauta! 
–dice el gorrión embrujado. 
Y las notas en el aire 
cubren el árbol mojado 
por las lágrimas caídas 
de su rostro enamorado. 

La niña toca la flauta, 
mientras la escucha un gorrión, 
y el pajarillo en voz baja 
tararea su canción.




"La luna se esconde" 
(De El río va recitando. Gente Nueva, 2007) 

Se esconde la luna 
detrás de las casas. 
¡Qué casa tan grises! 
¡Qué luna tan blanca! 

No hay luz en la calle 
ni viento en la plaza. 
La luna se esconde. 
La brisa se apaga. 
Y sueñan las nubes 
con risas de plata. 
El cielo está serio. 
La luna no canta. 
La lluvia pregunta. 
Las aves se callan. 
Ya nadie sonríe. 
La luna se alarga. 
¡Qué muros tan tristes! 
¡Qué viejos fantasmas! 
Se esconde la luna 
detrás de las casas. 

(Este libro fue editado por el Instituto Cubano del Libro con el sello editorial Gente Nueva)





"Busqué mi pueblo" 
(De Viene el río recitando. Algar, 2008) 

Busqué mi pueblo. 
Busqué mi casa. 
No había pueblo 
ni había casa. 

Y con el dedo 
crucé los mapas. 
Llené de lágrimas 
cielos de plata. 

Busqué a mi perro. 
Busqué a mi gato. 
No había perros 
ni había gatos. 

Y con el dedo 
icé una vela 
en una barca 
de terciopelo. 

Barca con voz 
de capitana. 
Flecha de mar 
rauda y lejana. 

Y con mi barca 
busqué mi pueblo, 
busqué a mi gato, 
busqué a mi perro, 
busqué mi casa 
pero en mi mapa 
no había nada. 





"Homenaxe a Ramón Gómez de la Serna" (3) 
(De Lueiro de papel. Xerais, 1995) 

"La luna ciega pasa por la noche guiándose 
con su bastón blanco". (R.G. de la S.) 

Pasa cega pola noite 
a lúa co seu caxato, 
alumeando, vaidosa, 
mares, leiras e tellados. 

Pasa cega pola noite 
con seu caxato ben branco, 
chama que chama nas portas 
dos nenos que están soñando. 

O ruído do caxato 
fai esvaer as raiolas. 
A lúa ri fachendosa 
e vai perderse nas ondas. 







“Canta, canta o seu cantar…” 
(De Na fogueira dos versos. Xerais, 1996. Premio “Merlín”) 

Canta, canta o seu cantar 
una nena aluarada 
dende un pombal arredrado 
mentres agarda una ollada. 
Unha ollada limpa e nova 
do seu mozo namorado 
que un día viu cara á lúa 
e ficou enfeitizado. 
Converteuse nunha pomba 
e voa pola luzada. 
A nena segue a agardar 
aquela tenra mirada. 
Ai da nena aluarada 
que non deixa de cantar, 
magoada, consumida, 
pálida coma o luar! 


Este poema va precedido de dos versos de Rosalía de Castro: 
“Ai da nena alunarada, 
pálida como a luar!” 





"Cantaba unha cantiga" 
(De Cuaderno de fume. Anaya, 1999. 

Cantaba unha cantiga 
o mariñeiro 
na negrura do mar. 

Pechaban os seus ollos 
os luceiros 
oíndo o seu cantar. 

Falaba duns amores 
feiticeiros 
o seu doce laiar. 

¡Que triste e que fermoso 
e que lixeiro 
soaba o seu trobar! 








"A pomba contaba" 
(De ¡Ai, canto falan as pombas que falan! Ir Indo, 2002). 

A pomba contaba 
uns contos de bruxas, 
de trasgos, de mouchos 
e dunhas curuxas. 
E había unha pomba, 
pombiña coitada, 
que con esos contos 
estaba aterrada. 
Tremíalle o corpo 
con medo que tiña; 
mudáballe a face 
á pomba, pombiña. 
E un día de inverno 
fuxiu do pombal 
camiño das nubes 
que cobren o val. 







"A trompeta" 
(De Aire sonoro. Ir Indo, 2001) 

A trompeta 
 ea 
 ea 
¡qué ben soa! 
trompetea. 
Soa seca, 
soa leda 
 ea 
 ea 
trompetea. 
¡Qué trompeta 
 tan sincera 
 tan humilde 
 tan sinxela! 
Voz dourada 
voz marela 
voz que sempre 
 trompetea. 




"Durmido nun bico" 
(De Bicos, bicos… e mais bicos). 

Durmido nun bico 
 o neno estaba; 
os beizos da nai 
 non o deixaban. 
O rostro do neno 
 non se enrugaba; 
os ollos da nai 
 alí pousaban. 
Un bico de sol 
 ¡como o quentaba! 
a nai parecía 
 engaiolada. 
Durmido nun bico 
 o neno estaba; 
un bico de amor 
 ela inventaba. 


(Bicos, bicos… e mais bicos es un libro de 12 poemas que se editaron, junto a breves poemarios de otros tres autores, en el libro: García Teijeiro, A.; Babarro, Xoán; Sánchez, Gloria; y Ruiz, Mª Dolores: Para cantar e contar. Xunta de Galicia, 2003)







"Os salaios dos piñeiros" 
(De Paseniño, paseniño. Everest, 2003) 

Os salaios dos piñeiros 
son doados de entender; 
cando o vento os abanea, 
vense os seus corpos tremer. 
Uns protestan, outros choran, 
mais non botan a correr; 
pois na terra están cravados 
e non se poden mover. 
As pólas rachan silencios, 
as follas temen caer, 
os paxaros que se pousan 
bérranlle ao vento tamén. 
Os salaios dos piñeiros 
soan sempre do revés, 
porque o vento os abanea 
desde a cabeza ata os pés. 





Sobre mí, en voz baja

Antonio García Teijeiro


Nací hace más de cincuenta años en Vigo.

El mar me condicionó ya desde pequeño. Me dejó claro que no iba a poder prescindir jamás del verde, azul o plata de sus aguas y del sabor salado que me sabe a infancia permanente.
Mi infancia fue triste en una sociedad miserable producto del franquismo. Una sociedad rancia que me confinó a mis tristezas.
Jugué al balonmano a un nivel alto y ello me proporcionó referencias básicas en mi vida y me salvó de mis soledades. Yo era un deportista que leía. Milagro, porque en mi casa no había libros. Recuerdo solamente un Platero y yo que guardo, ahora sí, con alegría. En mi bolsa de deportes siempre ha habido un libro de poemas, por lo menos.
La poesía dio sentido a mi vida. Las voces de los poetas en la guitarra de Paco Ibáñez sacudieron mis timideces. Por él conocí a Celaya, Blas de Otero, Goytisolo o Valente, poetas que me hicieron pensar. Poetas que decían lo que yo sentía y no era capaz de expresar. Serrat me mostró a Machado y a Miguel Hernández. Bob Dylan empezó a decirme que había otras maneras de hacer poesía, con su voz nasal que arrastraba palabras. Los Beatles me ayudaron a rebelarme, a romper esquemas y dar sentido a mi vida.
Fue duro haber nacido en Galicia y ser educado en la ignorancia de aquello que se refería a mi tierra. Prevalecía lo folclórico sobre lo profundo. Mi educación contra el gallego, mi lengua robada, me permitió, con el tiempo, ver la realidad y asumir un fuerte compromiso con el idioma y con su literatura.
Nunca olvidaré, cuando me dieron el Premio Europeo Pier Paolo Vergerio en la Universidad de Padua, el recitado de tres poemas de Na fogueira dos versos, en gallego, delante de escritores de toda Europa. La honda emoción que sentí no me ha abandonado jamás. Fue un momento hermoso.
La enseñanza ha sido mi pasión. A ella me he dedicado (y sigo en ello) a lo largo de los años, transmitiendo el amor por la literatura, y en particular por la poesía, a tantos niños y niñas.
Podía decir más cosas, pero me las callo. Solamente al oído dejo caer que sin música no puedo vivir y que amo profundamente el cine.



El desván de mi escritura


¿Por qué escribo?

Reflexionando por qué escribo, creo que hay varias razones que, además, fueron tomando cuerpo a través de los años. Al principio, cuando era joven, lo hacía para dejar por escrito lo que no era capaz de decir en voz alta. Escribí mucho y mal, pero ahora, con el paso del tiempo, me di cuenta de que gracias a escribir empecé a conocerme mejor, descubrí mis limitaciones, mis demonios personales, y me enfrenté a ellos. Escribiendo, reflexioné sobre mi papel en una sociedad miserable y esto me ayudó a saber cómo era yo. Ahora, cuando ya escribo literatura, quiero compartir mis preocupaciones con los lectores, quiero sacudirlos, provocar en ellos la reflexión y crear inquietudes en sus vidas. Quiero que vivan, no que existan, y deseo que la literatura sea para ellos lo que es para mí: una necesidad vital que me mantiene siempre atento a lo que ocurre a mi alrededor. Deseo profundamente que en cada lector se despierte la rebeldía y se sienta más libre.



¿Dónde y cómo escribo?

Empiezo escribiendo en mi cabeza. Y, la verdad, durante mucho tiempo le doy vueltas y vueltas a esa idea que me llama de manera insistente. Me evado muchas veces de conversaciones que no me interesan en el día a día y sigo escribiendo en esa cabeza algo confusa. Luego, lo que se fue gestando en ella llega a un cuaderno para realizar la primera escritura. Tras las múltiples correcciones, el siguiente paso es llegar a los folios, siempre a mano, como segunda escritura. Ahí continúan las correcciones y comienzan las dudas. ¿Estaré haciendo un poema diferente? El manuscrito se convierte en un verdadero jeroglífico que solo mi santa compañera entiende. Ella, con cariño y paciencia, lo pasa al ordenador. Nueva lectura, nuevas correcciones, nuevas dudas.
Como se ve, escribo a mano. Y veo la evolución de un poema a partir de las tachaduras, de las palabras en los márgenes, de la vuelta al principio...
Mientras estoy escribiendo un libro, poemario o narrativo, vivo en una excitación peligrosa que me cambia el carácter. Tardo en dormir. Apago la luz de la mesilla de noche. La enciendo, escribo algo que se me ocurrió en una libreta que tengo en el cajón, lo cierro, apago la luz, vuelvo a pensar, vuelvo a encender... la locura.
Todo el proceso final lo llevo a cabo en la biblioteca. Un lugar asfixiante para algunos, pero entrañable y necesario para mí. Un lugar lleno de libros y de discos que me motivan enormemente para crear. Allí cristalizan las notas escritas en un cuaderno, en una servilleta, en la parte de atrás de un papel, tal vez escrito por delante: una factura, un parte del colegio o una carta sin interés para mí. Allí, en el bosque de libros, suena la música. Allí, el jazz envolvente, una sonata de piano o violín o una sinfonía sugestiva, envuelven mis esfuerzos creadores. Atrás quedan, también, esos lugares generadores de ideas, nacidas en medio de una clase, en un intercambio de aula, tras la lectura de un periódico, en una fotografía o del libro que leía en su momento. Todo confluye en mi biblioteca de manera armónica y gratificante.
Y esa escritura definitiva irá tomando cuerpo hacia el atardecer, cuando la noche se acerca y el sosiego llama a tu puerta. Testigo de ello, la luz de una lámpara de mesa sobre el papel rompiendo la oscuridad que envuelve a la habitación.
Me gusta escribir con luz artificial concentrada sobre el papel blanco. Me resulta acogedor. No me agrada demasiado escribir con luz natural. Esta es una de mis manías, pero bendita manía.



¿Desde dónde escribo?

Siempre he dicho que yo soy hijo de mis lecturas. No se puede escribir bien sin leer. Y yo leo mucho. Yo creo que leo por todo lo que no leí en mis años mozos.
Y soy, además, un ladrón de versos. Me encanta robarles los versos a los escritores o escritoras que me dicen cosas. Escribo a partir de un verso, de la lectura de una noticia que me conmueve, de una fotografía que me emociona o me encrespa. Escribo a partir de experiencias propias o ajenas. Estas últimas enseguida las hago mías. Tengo una facilidad tremenda para entrar en los sentimientos de los demás. Me gusta compartir esos sentimientos y lo hago en un ejercicio de ida y vuelta. Quiero que los demás puedan compartir también los míos.
Escucho mucha música y eso me enriquece. Sabina me inspiró algún relato. Y Serrat. Aute, poemas en registros varios. Beethoven me seduce, Mozart me atrapa y Bach me da el equilibrio necesario para enfrentarme al proceso creativo con lucidez.
Bob Dylan me sacude, me excita y me hace escribir poemas de diversa temática.
Las greguerías de Ramón Gómez de la Serna fueron un descubrimiento que me hizo comprender la importancia del ingenio a través de la palabra, para crear imágenes sustanciosas.
Todos los escritores y escritoras somos muy curiosos. Nos fijamos en los detalles más pequeños, aquellos que se le escapan a la mayoría de las personas. Cualquier gesto, cualquier movimiento de cabeza, el brillo de los ojos, una casa con ventanas a medio caer, un jardín con flores mustias o fragantes, un escrito en la pared, esa viejecilla que pasa a tu lado... cualquiera de estas cosas (y otras muchas) puede dar lugar a un poema, a un relato, a una novela.
Yo apunto en mi cuaderno lo que veo; lo que me hace sentir y luego, tal vez, irá creciendo en mi mente y se convertirá en algo emocionante. A lo mejor, no, y entonces se perderá en el vacío de las ideas.
Así, a grandes rasgos, puede uno hacerse a la idea desde dónde escribimos los escritores.



Sintiendo la poesía

En mi obra existen varios libros de narrativa. Hay tres o cuatro novelas, bastantes volúmenes de relatos y muchos libros de poesía.
Estoy instalado en ella a propósito. Me siento mucho más cómodo. Mis inquietudes se deslizan por los versos. Me siento vital cuando escribo para niños y necesariamente reflexivo si lo hago para los demás.
La poesía condensa todo lo que quiero expresar.
Me contengo, exploro sentimientos ocultos o evidentes, me pierdo por los vericuetos de mi existencia y por la incidencia que los hechos tienen sobre ella y la de los demás.
Y si a los niños me dirijo, juego con las palabras, los acerco a la belleza, les facilito que ellos también jueguen, que gocen con la musicalidad, que piensen, lean y relean, que canten.
Los niños tienen que crecer. Físicamente, lo hacen día a día; psicológica y sentimentalmente, han de crecer por dentro. Tienen que formarse, buscar referencias vitales, sentirse libres, gozar de los afectos. Todo ello se lo proporciona la literatura. A todo ello se pueden acercar de la mano de la poesía.
Por eso y otras muchas cosas, escribo poesía para niños. Y lo hago con autenticidad. Siento honestamente la necesidad de estar cerca de ellos.
No quiero que se vayan haciendo adolescentes primero y adultos después, de espaldas al hecho poético.
No quiero que tengan las mismas carencias que tuve yo.
No quiero que pierdan la oportunidad de ser felices, ni que se sientan huérfanos de sensaciones agradables.
No quiero que la emotividad sea algo ajeno a ellos.
Y sé que se puede llegar a todo ello por diversos caminos, claro. Faltaría más. Pero yo estoy hablando de poesía y sé que a través del verso se puede llegar a la senda ideal para caminar y alcanzar estos objetivos.
Y no seré yo quien sucumba ante una cierta indiferencia social en estos temas.
Como dice la gran violinista Anne-Sophie Mutter refiriéndose a la música: «Creo en la música como una religión creativa, que no nos castiga y nos da esperanza. La música lo es todo».
Pues lo mismo pienso yo de la música, mas también de la poesía.



Mis influencias

Repito a menudo en los talleres, conferencias y encuentros, que no se puede escribir sin leer. Todos necesitamos referencias esenciales para, a partir de ellas, encontrar nuestro estilo, nuestro camino como creadores. Hay un momento en este peregrinar a través de la literatura en que es difícil dejar a un lado las influencias y sentir que vas en la dirección correcta. Saber que te despojas de estilos ajenos para llegar a elaborar un discurso coherente y propio. Esto es así y con ello hay que luchar. De todas formas, a mí no me importa que se noten ciertas maneras de escribir de grandes autores en mis escritos. Creo que todo está inventado y que, en el fondo, todos escribimos un gran libro universal, alimentado por incursiones y salidas, roces y alejamientos, amores y desamores por discursos literarios conocidos.
Cuando me enfrento a determinada manera de crear relatos, siento muy cerca a Fernando Alonso, un gran maestro, que marcó mi concepción de relato lírico/crítico con el valor cromático de su visión literaria. Como él, me gusta jugar con los colores, alma de palabras que empleo para indicar el calor que desprenden mis textos. Y reconozco, en este mismo campo, a un determinado Bradbury y a Janer Manila y... ¡yo qué sé!
En el campo de la poesía, tengo claras las influencias que marcaron mi trayectoria.
Cuando escribo para niños, Lorca, con su colorido, sus imágenes, su ritmo, su música, se convierte en mi referencia esencial. Está más que demostrado y me siento deudor de su manera de concebir la poesía con un tono lúdico maravilloso. Hablo, por supuesto, del Lorca más popular y alegre. Un Lorca luminoso y vitalista. Esto me lleva a reflexionar sobre la importancia de la poesía tradicional en la concepción literaria de los escritores que escribimos poesía para los niños. Alberti, Juan Ramón, Antonio Machado, Nicolás Guillén, Amado Carballo... son otras referencias imprescindibles en mis versos.
Cuando escribo para adultos, Rosalía de Castro y Celso Emilio Ferreiro, además de Pimentel, marcan claramente mi poesía. Más existencial, combativo, lleno de reflexiones, como mínimo escépticas, si no pesimistas, con una dosis de crítica social, intimismo marcado por la angustia, mi discurso poético está influenciado por estos maestros de la lírica gallega. El idioma deja su huella, pero detrás del mismo hay una experiencia vital que condiciona tu manera de escribir. Y así es.
Pensando en todo ello, me siento más optimista y esperanzador y juguetón cuando escribo para los más pequeños. Cuando lo hago para los adultos, noto una angustia vital que me preocupa. Esta es la realidad de quien hace de la poesía una forma de vida.



¿Y después qué?

Cuando termino un relato, la novela o el poemario, dejo que el texto descanse. Antes, ha habido demasiadas correcciones, Guardo el texto en un cajón y me olvido de él.
Bueno, eso de olvidarse de él no es el todo cierto. Está dentro de mí. No solo dentro de mi cabeza, sino que afecta a todo mi cuerpo, a mi tranquilidad, que se convierte en intranquilidad controlada. Siento una sensación de nerviosismo sutil. Aún no llegué al punto de sosiego. Tampoco llegó el momento de vacío, en que permanece un autor (al menos, yo) después de luchar con las palabras en busca del objetivo por el que luchaste duramente durante tanto tiempo.
Cuando sale del cajón, vuelven las correcciones. Yo siento miedo ante lo escrito. Es el período del desencanto. Es como si tu trabajo estuviese lleno de lagunas que te hacen dudar de todo. Vuelvo a retocar frases, párrafos o versos. Regresa el miedo al fracaso. Todo parece perder sentido. Arreglas, retocas y comienzas a ver la luz. Como chispazos positivos, retorna la magia creadora que te llevó hasta allí. «Pues no queda mal», dices para ti. Lo relees y te gusta. Cada vez te gusta más. Y lo leo en casa en voz alta. Mi compañera y mis hijos lo escuchan. Llegan sus opiniones. Las escucho esperanzado. Les gusta. Soy feliz. Me siento más seguro. Alguien me hace alguna sugerencia. La tengo en consideración. A veces, sirve para que modifique algo. Hay un tiempo de comparación entre lo escrito y lo sugerido. Y vuelvo a lo que había puesto yo. O no. Depende de mi análisis personal sobre el sentido que tiene el texto. O del espíritu con el que fue creado. Eso es lo que ellos no llegan a comprender siempre. Reconozco que me cuesta cambiar alguna palabra.
A continuación, Susi, mi compañera, lo pasa al ordenador. Le encanta pasar el texto al ordenador. Y yo no dejo de sorprenderme de la facilidad que ella tiene de entender mi letra nerviosa, mis flechas, mis indicaciones al margen.
Luego, viene la impresión. Leen la obra ¿terminada? mis hijos y un par de amigos, buenos lectores que me dan su opinión.
A partir de aquí, el siguiente paso es la editorial. Me niego a leer la obra una vez más. La envío. Espero respuesta. Si es afirmativa, la alegría me envuelve. Entonces siento el vacío en mi interior. Ya no es mi texto. Ya no me pertenece. En breve va a ser propiedad de los lectores. Me alejo de él. No lo vuelvo a leer, salvo por alguna causa especial. Tengo miedo, otra vez, de haber escrito algo más imperfecto de lo deseable. Pero ya me da lo mismo. Me olvido. Me acerco de nuevo a otra idea y vuelta a empezar. Otra vez el mismo proceso, o parecido.
La rueda gira y yo me dejo llevar por su ritmo. Un ritmo que conozco y he de controlar sus vaivenes.
Así nacerá un nuevo relato que se convertirá en un libro de relatos. Así nacerá una novela, que tendrá un guión básico que se irá desarrollando casi de manera caprichosa hasta hacerme perder el control del mismo. Así nacerá mi poema y luego otro y otro más. Verá la luz un poemario con poemas basados en un tema (el viento, los sueños, las hojas de los árboles o la luna) o en los versos de esos poetas que viven en mi corazón y que releo, una y otra vez, para sentirme vivo y gozar con la emoción de la palabra poética. Esos poetas que forman parte de mi vida y de mis afectos.





Diez preguntas con respuesta

He intentado reproducir (y contestar) algunas preguntas que me hacen en entrevistas, en los encuentros en colegios y bibliotecas, e incluso las que me hace mi otro yo, cuando decide alejarse de mí y, de paso, conocer algunas cosas que muchas veces no quiero que conozca. Son variadas y siempre tienen que ver con la lectura o con el acto de escribir.
Algunas de ellas fueron contestadas, implícita o explícitamente, en apartados anteriores, y por eso ya no me las vuelvo a hacer, lógicamente. Otras pueden tener puntos en común con lo ya dicho y, probablemente, rocen una mínima repetición, por lo que pido disculpas de antemano.
De lo que no tengo la menor duda es de que van a servir para conocerme un poco más en relación a estos temas de la lectura y del acto creativo que tanto me apasionan.
Veamos algunas.

1. ¿Algún denominador común en tu obra?

Digamos que puede haber varios en lo que a temas se refiere (amor, reflexión, crítica social, sentimientos, guerra) o a estructuras con las que, a veces, me apetece experimentar. Pero yo creo que el principal denominador común en mi obra es la poesía. Todo aquello que escribo suele estar tocado por el tono poético. He llegado a hacer un par de libros en los que he buscado claramente la prosa poética. Y en mis novelas o relatos, la poesía está presente. A veces es una verdadera lucha para que lo poético no cubra el desarrollo de la acción. No sé si lo logro, pero no puedo evitar que la poesía esté presente en todo lo que escribo. Es inevitable, pero me gusta.



2. ¿Cuál es la diferencia entre escribir para niños y hacerlo para adultos?

Yo creo que la diferencia está en el tono, en el léxico, en las construcciones. Quizá, también, en la densidad del discurso. Más profundo para los mayores, con claves que por su madurez, formación, etc., pueden entender. Tal vez para los niños la escritura sea algo más ligera, que no quiere decir superficial ni, mucho menos, hueca. Mis libros para niños admiten reflexiones y relecturas. Tienen contenido específicamente literario por encima de todo. Eso es lo que me preocupa principalmente. Mis poemas buscan lo lúdico, la belleza, la música, el ritmo, las imágenes sugerentes. Pero también que se puedan leer desde distintos puntos de vista, sin rehuir temas más o menos espinosos. Aquí sí que no distingo. Cualquier tema puede y debe ser afrontado, literariamente, por niños y adultos. Ya no podemos esconderles la realidad y, además, no lo debemos hacer. Están más al día de lo que creemos los mayores.



3. Hay muchas citas en tu obra. ¿Por qué?

Porque leo mucho y me fijo en lo que la gente escribe. Lo que escribe como creación (frases, párrafos, versos, poemas...) y lo que escribe como resultado de reflexiones o estudios acerca del fenómeno literario, opiniones sobre el hecho de leer o juicios sobre las cosas de la vida, desde el punto de vista social o político.
Todo ello me enriquece. Yo me apropio de muchas cosas de manera inconsciente. Pero cuando la consciencia de lo que leo me marca y me advierte que de ahí va a salir algo mío, no dudo en reflejarlo como agradecimiento, como reconocimiento y con el deseo de acercar a ese autor o autora a quien lee mi texto. Es una ventana abierta a una obra de alguien a quien, a lo mejor, no se conoce y el lector puede enriquecerse.
Por ejemplo, en poesía pienso muchas veces que entre todos estamos escribiendo un gran libro universal, un poemario total, en el que cada libro de un poeta viene siendo un verso de ese gran poemario escrito desde la inteligencia, la emoción y la honradez.
De ahí las citas. De ahí mi interés en poner las palabras de personas interesantes en esta sociedad tan compleja y, demasiadas veces, confusa.



4. Hablemos del tiempo de ejecución de un libro. ¿Qué ocurre cuando no prospera?

Nunca me marco un tiempo para escribir un libro. Dejo que fluyan las palabras y me dejo llevar por su ritmo, por su trayectoria. Vivo en tensión, eso sí, pero no me pongo metas ni fechas. En un poemario, por ejemplo, rompo muchos versos. Me doy cuenta cuando el poema no va. Y por mucho que me esfuerce, no hay nada que hacer. Las palabras me guiñan el ojo y parece que se apartan de mí, riéndose. Las dejo y no les digo nada. Rompo el papel y listo. También me doy cuenta cuando el poemario ya no da más de sí. Comienzas a repetirte, a darle vueltas a lo mismo. Me entra una sensación de agobio y, entonces, pongo el punto final sin contar cuántos poemas he escrito. A veces, intento estirar, tensar la cuerda, pero es imposible. No me encuentro satisfecho y comprendo que el final ha llegado.
Repaso lo anterior y lo entiendo perfectamente.
Guardo el original y descanso. Doble sentimiento: felicidad por lo escrito y vacío tras un tiempo lleno de conceptos, palabras, ritmos, caminos elegidos o abandonados. Los poemas, a descansar al cajón, y yo, a pasear mi soledad por la calle y los libros. Necesito airear mis cansancios. Nunca un libro ha dejado de prosperar. Sí he tenido que dejarlo durante un tiempo. Unos meses, incluso. Luego, lo he retomado y ha seguido su curso. Cuando el libro toma cuerpo, aunque me atasque, ya no tiene vuelta atrás. Al menos, a mí, nunca me ha pasado. Rompo cuando tengo muy poco escrito y no me gusta la dirección que lleva.



5. La página en blanco. ¿Cómo es tu relación con ella?

Nunca empiezo a escribir con la página totalmente en blanco. Como los poemas o las narraciones se gestan en mi cabeza a lo largo de un tiempo previo a la escritura, suelo poner ideas, versos o palabras en el folio. Lo hago a mano, claro, como hago todo lo concerniente a la creación. A partir de ahí, inicio el proceso creativo. Desarrollo la idea que copié previamente y voy buscando el tono. Siempre tengo a mano el cuaderno en el que escribo las notas correspondientes y lo que yo llamo «detonantes» (aquellas palabras o fotos, aquellos versos, aquellos conceptos que me dieron pie para escribir algo) me permiten ponerme a crear. O sea, que el miedo al papel en blanco a mí no me afecta. Y eso es lo que yo trato de comunicar a maestros, bibliotecarios, promotores de lectura, etc. Los niños deben comenzar a escribir a partir de algo, de un detonante -poético o narrativo- que les permita desarrollar un texto.



6. ¿Lees algo mientras escribes, o eres de los que se alejan de lo escrito por los demás durante el tiempo que están en proceso de creación?

Yo leo siempre, siempre. Porque esté escribiendo no dejo de leer. Normalmente tengo abiertos cuatro o cinco libros a un mismo tiempo: uno de poesía (que viene conmigo «a donde quiera que vaya»), uno de relatos o novela corta, otro de ensayo, dietario (Andrés Trapiello, por ejemplo), diario, memorias o estudio biobibliográfico (en este momento, Ligero de equipaje, de Ian Gibson, sobre Antonio Machado) y un libro de infanto-juvenil.
Es así, no lo puedo evitar. Si no leo, siento un vacío que me impide funcionar con normalidad. Y me da lo mismo que esté escribiendo o no. (La verdad es que, entre una cosa u otra, siempre estoy escribiendo). Y muchas veces lo que leo se me introduce en lo que escribo. Por ejemplo, una frase de una novela de Gonzalo Moure se me introdujo en el papel sin pedir permiso y dio lugar a un poema de Á sombra do lueiro de papel.
Versos de Rosalía han marcado el destino de algún poemario de manera absolutamente circunstancial, sin haberlo proyectado de antemano; Lorca, Alberti o John Lennon irrumpieron sin pedir permiso en A teima de Xan. Es hermoso, en verdad.
Y con lo que escucho, ocurre igual. Un fragmento de The Wall de Pink Floyd se coló en mi novela En voz baixa y se hizo fuerte en algunas páginas. Ni por asomo eso estaba pensado. Y lo mismo pasó con temas de Lester Young, Ben Webster o Coleman Hawkins que marcaron mi poemario de adultos Na agonía dos outonos en silencio. Siempre estoy abierto a estas influencias y me encanta que se acerquen y entren sin llamar. Me resulta verdaderamente fascinante.



7. Dime algo que te llame la atención sobre tantas cosas que se hayan dicho sobre literatura, lectura o el acto de escribir

Orhan Pamuk dice que la literatura es la experiencia más valiosa que el ser humano ha creado para comprenderse a sí mismo.
Esto, que he leído hace poco tiempo, vengo pensándolo desde que escribo. Escribir y conocerse son dos verbos íntimamente relacionados que, entiendo, han de mostrarse al ser humano para ayudarlo a entender que necesita leer con el fin, no solo de gozar, sino también de comprender quién es, qué está haciendo en este mundo y cuál es el compromiso que, como persona, ha de asumir en la sociedad. El gran escritor turco escribe en La maleta de mi padre (Literatura Mondadori) que «escribir es hablar de cosas que todo el mundo sabe pero que no sabe que sabe». Mi identificación con estas palabras es total. Lo que escribimos, una vez escrito o leído, lo sabemos. No nos coge de sorpresa. Lo tenemos presente y digerimos las situaciones presentadas o que nos presentan. Pero si las analizamos a fondo, llegamos a la conclusión de que no estábamos seguros de que lo sabíamos. Una vez leído o escrito, lo vemos muy claro y ello nos provoca satisfacción.
Dice Julio Ramón Ribeyro en Prosas apátridas (Seix Barral) que no es necesario buscar aventuras para escribir, teniendo en nuestra propia vida la más grande aventura. Y es cierto. Recordamos aquel muñeco que vive sobre la cama o sobre un estante en nuestra habitación infantil, el canto de un pájaro en la ventana, las flores que llenaban el jardín de nuestra infancia, la sonrisa de aquella chica en el autobús o la puesta de sol vista desde una roca en la playa. Son pequeños hechos que para nosotros tienen una gran importancia. Hay algo de imperecedero en ellos y, con el escritor peruano, afirmo que «el arte solo se alimenta de aquello que sigue viviendo en nuestra memoria». Así me ocurre a mí. Yo no suelo buscar información o documentación para escribir mis obras de narrativa. Suelo mirar hacia dentro y hacia fuera; hacia mí y hacia los demás, y no tardan en aparecer las ideas que van a conformar mis libros.
En la aventura interior, esa que todos llevamos dentro, tenemos un material excepcional que nos va a permitir escribir textos con una dosis de subversión, capaces de transformarnos a nosotros mismos cuando escribimos y a los lectores cuando se adentran y viajan por las páginas del libro.
Me encanta lo que dice, también, Ana María Machado. La gran escritora brasileña afirma que la literatura debe ser liberadora y subversiva.
Yo lo he pensado siempre así y me emociona cuando comenta que, en el universo del niño, las palabras existen por sí mismas y desarrollan vida propia. Sí, así es la magia de la palabra literaria.



8. ¿Qué les dices a los niños y niñas en los encuentros cuando le preguntan qué hay que hacer para escribir bien?

Cada vez que tengo un encuentro en un colegio, planteo siempre esta cuestión. Cada vez que doy un taller para maestros, abordo este tema con claridad y entusiasmo.
Hemos de partir, como dice Gabriel Janer Manila, de que la escuela, los maestros no tienen que hacer de sus alumnos escritores. Lógicamente, ese no es el objetivo ni debe serlo. Pero sí han de hacer niños y niñas que amen la literatura. Alumnos que escriban bien, con imaginación, con criterios más o menos claros e inteligentes.
Por ello, yo les comento cinco puntos claros que yo tengo al respecto.
En primer lugar, que lean, que lean todo lo que puedan. Sin leer es imposible escribir bien. Se necesitan referencias, conocer estilos, enriquecer el léxico... Así que este es el punto inicial, sin el cual todo lo demás sobra.
Lo segundo que les digo es que anden por la vida con los ojos muy abiertos y los oídos muy atentos a lo que ocurre a su alrededor. La vida es la mejor generadora de temas y el que escribe ha de ser curioso y ha de estar preparado para cazar temas al vuelo, a partir de las pequeñas (o grandes) cosas que laten en el día a día.
El tercer punto es que escriban. Que vayan cogiendo oficio de escribir bien. Que escriban de todo. Un diario, por ejemplo, puede ser un inicio magnífico para desarrollar textos interesantes. En el diario puede caber de todo. Es una caja que puede contener poemas, pequeños relatos, ideas, reflexiones...
Incido en que no se deben limitar a escribir solamente lo que se les manda en la escuela.
Lo siguiente que les comento, el cuarto punto, es que no tengan prisa para escribir. Que tengan paciencia, que no corran, que cuiden la manera de expresar por escrito lo que quieren decir. No hay necesidad imperiosa de acabar pronto. La escritura también necesita reflexión. Hay que escribir desde la tranquilidad, sin agobios. Hay que leer lo escrito, volver atrás para seguir avanzando. Que busquen la claridad expositiva y la precisión en el lenguaje. Que midan los tiempos, que marquen un ritmo sosegado en su proceso creativo, que ordenen las ideas. En definitiva, que pongan la pulcritud literaria como un objetivo importante de su acto creativo, a partir de la paciencia.
Y para terminar, el quinto punto es que corrijan. Los niños tienden a escribir a toda velocidad y el concepto de corregir está relacionado con la buena letra y la presentación. Les insisto en que corregir es buscar el orden en la construcción de las oraciones y párrafos; es puntuar correctamente, elegir los términos más adecuados, no repetir palabras o expresiones, etc. Que lean en voz alta lo escrito y notarán que no suena demasiado bien. Entonces, que busquen lo que desentona y vayan limando el texto, para que lo narrado/versificado adquiera mayor claridad y consistencia. No es fácil desarrollar este punto, pero es absolutamente necesario cuando intentan contar algo o crear un poema que suene bien.



9. ¿Qué le pides al lector cuando se enfrenta a tus libros?

Yo le pido que se introduzca en el texto y que se sienta un explorador, un buscador de conocimiento personal. Que desarrolle lo que está comprendiendo y que lo comparta con su otro yo (el que no aparece tan a menudo) y con los demás. Que viaje por ese mundo que el autor le propone. Si conoce ese mundo, que aprecie las maravillas a las que es capaz de acceder. Si no lo conoce tanto, que disfrute en la búsqueda del pacer de lo desconocido, de lo misterioso; aquello, capaz de subyugar a través de la experiencia personal tanto del autor como del lector.
Vuelvo a estar de acuerdo con Orhan Pamuk cuando dice que «la literatura es la capacidad de hablar de nuestra propia historia como si fuera la de otros y de la de otros como si fuera la nuestra».
Esa es la magia de lo palabra literaria. Nos permite empezar un camino a partir de la experiencia propia o ajena y desarrollar un discurso poético o narrativo influido por esa historia personal, la del ser humano, en general.



10. ¿Qué sentiste en Medellín?

Mi estancia en Medellín fue una de las experiencias más hermosas y excitantes de mi vida.
Llegar a un lugar castigado por la violencia durante tanto tiempo y encontrarme con una gente abierta, cariñosa, deseosa de saber, de dar lo que tiene para que la comprendas mejor, fue una sensación emocionante. Reunirme con personas que están trabajando a fondo en toda clase de situaciones resultó muy gratificante para mí.
Yo fui dispuesto a dejarme el alma. Yo iba dispuesto a compartir, no a enseñar. Y ese fue el espíritu que me guió durante mi estancia en la capital de Antioquia. ¡Cuánto recibí! Entendí perfectamente las inquietudes de las personas con las que conviví. Aprendí de su solidaridad, de sus planteamientos inteligentes. Conocí proyectos que me sorprendieron agradablemente, como el Taller de Letras de la Fundación Sierra i Fabra, el Proyecto Gulliver, la Red de Escritores Escolares... Me sentí vivo, porque palpé la vida a mi alrededor. Me perdí en sus sentimientos y no me arrepiento de nada. Me dieron mucho, mucho. Ellos decían constantemente «gracias por venir» y yo tenía que contestarles de manera sincera y emocionada «gracias por permitir que viniera». Ojalá les dure siempre esa ilusión que contagia. La necesitan de verdad y es un ejemplo para nosotros, que parece que estamos de vuelta de casi todo. No tengo palabras para expresar lo que sentí, dentro del Festival de la Poesía de Medellín, al recitar dos poemas en gallego en un auditorio con miles de personas vibrando con la palabra poética. La lluvia caía de forma incesante y ellos seguían allí, ajenos a ella, emocionándose con cada poema recitado por poetas de los cinco continentes. Algo inenarrable, maravilloso, que marca profundamente.



Algunos poemas con comentarios
por Antonio García Teijeiro



La orquesta


La trompeta
       trom
       petea
    El piano
       pia
      nea
Violines escondidos
violinan
   violi
      nean

¿Y el oboe?
      o
      b
      o
      e
      a

Pianea la trompeta.
El piano violinea.
Los violines escondidos
trompetean oboean.

Es la orquesta
de mis sueños
la que ea
    orquestea.

La trompeta oboea.
El piano trompetea.
Los violines pianean.
El oboe violinea.

¡Oh, que lío!

Ya no entiendo
a esta orquesta
que orquestea.


[Del libro Versos de Agua Ed. Edelvives]                


Lo lúdico, lo rítmico, lo musical, lo humorístico... ocupan un lugar importante en la poesía para niños. Esos ecos de la poesía popular dan frescura a las obras poéticas dirigidas al mundo infantil.
Yo amo la música y quise escribir para decir en voz alta, para jugar y dramatizar, un poema loco con instrumentos musicales que se funden en una orquesta.
El recurso principal: inventar verbos a partir de nombres de instrumentos. ¿Qué hace la trompeta? Pues trompetear. ¿Y los violines? Los violines violinan, e incluso violinean. Y así, el mismo recurso, con los demás elegidos. Un paso más consiste en atribuir esas acciones cambiadas a distintos instrumentos. Pianea la trompeta, el piano violinea... Humor, confusión, ritmo frenético (que se puede exagerar al decirlo en voz alta) y una rima desordenada, al servicio de los verbos inventados, provocan en el poema un desarrollo muy vivo. Un desarrollo que termina con la orquesta orquesteando, algo que sume jocosamente al lector en un desconcierto simpático, lleno de expresividad, a lo que contribuyen preguntas, exclamaciones y alguna interjección disfrazada de simple apoyo rítmico.



La danza del silencio

Y la mujer tenía los ojos tristes, muy tristes. Y bailaba sola una danza sin música, sin ritmo, sin sonidos.
Un baile de color negro -ni siquiera gris- como es el color de los muertos, de los desaparecidos. Un baile con la rabia, con la angustia tallada en su cara. Ella sola intentando gritar Libertad sobre el rostro de aquellos que hicieron invisibles a sus seres queridos. Y Sting, con sus palabras mojadas, va marcando para ella la única forma de protesta permitida: el silencio. Y ella baila y baila susurrando con una voz tan apagada como demoledora. Es la voz de los que piden justicia dejando lejos el miedo. Y todos bailamos con ella.


Tras escuchar estos versos en una canción de Sting:
¿Por qué están esas mujeres bailando solas?
¿Por qué tienen los ojos tristes?

[Del libro Palabras envoltas en cancións. Ed. Galaxia]                


Escuchas una canción. La música es bella. Tienes la letra traducida en tus manos. Algo te dice que de ahí puede salir algo. Te fijas en dos versos. Los que se señalan. Y decides hacer un minirrelato poético. Ves las imágenes muy claras: mujeres bailando solas y con los ojos muy tristes. Sabes de qué va la cosa. Intentas crear una atmósfera cálida. El baile del silencio, sin música, en medio de la tristeza. Imaginas la situación y echas mano del color (el negro) para relacionarlo con la impotencia. Buscas alguna sinestesia (palabras mojadas) que indique la desesperación. Incides en la actitud (silencio). Todo se hace en silencio o en voz muy baja. Se crea la atmósfera buscada: negrura, baile sin música, angustia, protesta silenciosa, búsqueda de la justicia. Y para terminar, nos unimos a la mujer que intenta gritar la palabra «libertad» sobre los que se la robaron.



Sen ti

Hai unha voz sen verbas
A que todos ouvimos no silencio.

Luz Pozo Garza                



Voz sen verbas:
silencio.
Mar sen auga:
deserto.
Sol sen raios:
misterio.
Luz sen brillo:
coitelo.
Man sen man:
un berro.
Dor sen laios:
o tempo.
Eu sen ti:
inferno.


(Voz sin palabras:
silencio.
Mar sin agua:
desierto.
Sol sin rayos:
misterio.
Luz sin brillo:
cuchillo.
Mano sin mano:
un grito.
Dolor sin quejas:
el tiempo.
Yo sin ti:
infierno.)


[Del libro Nafogueira dos versos. Ed. Xerais]                





Sueños


El mar es un sueño sonoro.


Antonio Machado                



Un sueño que vuela: el viento.
Un sueño sonoro: el mar.
Un sueño contado: un cuento.
Un sueño soñado: paz.


[Del libro Todo es soñar. Ed. Brosquil]                


Dos poemas que buscan imágenes sugerentes.
En uno se habla de amor, incluso amor desgarrado.
En el otro, de paz.
En ambos se parte de versos leídos por azar.
En el primero, unos versos profundos de Luz Pozo Garza que nos dice que «hay una voz sin palabras que todos oímos en el silencio».
Esos contrastes me llevan a utilizar estos versos. Buscas fenómenos físicos o atmosféricos: voz, mar, sol, luz, para enlazarlos con elementos afectivos/amorosos: mano, dolor, yo. Y juegas con los conceptos de la falta de algo. ¿Qué es el mar sin agua? Puede ser muchas cosas. Para mí, aquí, un desierto Y las imágenes se van formando a partir de palabras que inundan el pensamiento, e incluso el corazón. Y riman en asonante, para que haya un ritmo interno evidente. Todas ellas se convierten en respuestas para terminar el poema con una profunda declaración de amor.
En el segundo poema hablamos de sueños. El procedimiento es casi el mismo. Un sueño que vuela, que suena, que canta, que sueña. Versos que riman en consonante (1.º / 3.º) y en asonante (2.º / 4.º). Lo más importante son las imágenes que se crean: el viento como sueño volador o el sueño que se sueña; el sueño que parece inalcanzable pero que se desea: la paz. Este poema nace a partir de un verso/metáfora de Antonio Machado cuando dice que el mar es un sueño sonoro. El verso del que partimos toma nueva vida en el poema escrito por mí y llama a los otros versos para quedar imbuido en ellos y fundirse como parte importante de la composición poética.


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