martes, 8 de diciembre de 2015

VÉRONIQUE TADJO [17.726] Poeta de Costa de Marfil


Véronique Tadjo

Véronique Tadjo (París, 21 de julio de 1955) escritora de Costa de Marfil.

Se cría en Abidjan y ha recibido numerosos galardones, entre ellos destaca el que le otorgó UNICEF en 1993. Vivió un tiempo en Londres, pero después se fue a Sudáfrica.


Su infancia estuvo marcada por los numerosos viajes que realizó en compañía de sus padres y su hermano. Su padre, originario de Costa de Marfil, era un alto funcionario y su madre era pintora y escultora. Se doctoró en Estudios Afroamericanos. Ha realizado numerosos viajes por todo el África occidental, Europa, Estados Unidos y América Latina. Trabajó durante varios años en la Universidad Nacional de Costa de Marfil. Actualmente se dedica fundamentalmente a escribir y participa en talleres de escritura e ilustración de libros infantiles en varios países. Después de haber vivido algunos años en Kenia e Inglaterra, en el 2002 vivía en Sudáfrica.

Libros

1984: Latérite
1991: Le royaume aveugle
1992: A vol d'oiseau
2001: L' ombre d' Imana
2005: Reine Pokou, concerto pour un sacrifice
2006 : Champ de bataille et d'amour
2010 : Loin de mon père

Libros juveniles

Le bel oiseau et la pluie
Le seigneur de la danse
Mamy Wata et le monstre
Le grain de maïs magique
Nelson Mandela : « non à l’apartheid »
Léopold Sédar Senghor, le poète des paroles qui durent, À dos d'âne, coll. « Des graines et des guides », 2014.



Cocodrilo

No es la vida fácil ser un cocodrilo
especialmente si no quiere ser un cocodrilo
El coco que usted puede ver – en la página opuesta* –
no es feliz en su
piel de coco
Era su preferencia
ser diferente
Habría preferido
llamar la atención de
Los niños
y jugar con ellos
Platicar con sus padres
Dar paseos
por la aldea
Excepto, excepto, excepto…

Cada vez que sale del agua
Los pescadores
tiran lanzas
Los niños
huyen
Las muchachas
abandonan sus jarros

Su vida es
una vida
de soledad y de la pena
Vida sin cuate y sin cariño,
sin ningún lugar a visitar

En todas partes – Desconocidos

Ese cocodrilo
Vegetariano
Un cocodrilo
y bueno para nada
Un cocodrilo
que se siente un
Horror sagrado de la sangre

Por favor:
Escríbale,
Escríbale a:
Cocodrilo Amable,
Caleta número 3,
Cuenca del Rio Níger.

Traducción en español: Alexander Best



Crocodile

Ce n’est pas facile d’être un crocodile
Surtout si on na’a pas envie
D’être un crocodile
Ceui que vous voyez
Sur la page opposée
N’est pas bien
Dans sa peau
De croco
il aurait aimé
Etre different
Il aurait aimé
Attirer
Les enfants
Jouer
Avec eux
Converser
avec les parents
Se balader
Dans
Le village
Mais, mais, mais

Quand il sort
De l’eau
Les pêcheurs
Lancent des sagaies
Les gamins
Détalent
Les jeunes filles
Abandonnent leurs canaris

Sa vie
Est une vie
De solitude
Et de tristesse

Sans ami
Sans caresse
Nulle part
Où aller

Partout –
Etranger

Un crocodile
Crocodile
Végétarien
Et bon à rien
Qui a
Une sainte horreur
Du sang

S’il vous plaît
Ecrivez,
Ecrivez à:
Gentil Crocodile,
Baie Numéro 3,
Fleuve Niger.


Crocodile

It’s not easy to be a crocodile
Especially if you don’t want
To be a crocodile
The one you see
On the opposite page*
Is not happy
in his croc’s
Skin
He would have liked
To be different
He would have liked
To attract
Children
Play
with them
Talk
With their parents
Walk around
in the village
But, but, but

When he comes out
Of the water
Fisherman
Throw spears
Children
Take off
Young girls
Abandon their water jugs

His life
Is a life
Of solitude
And sadness

Without a friend
Without affection
Nowhere
To go

Everywhere
Strangers

A Crocodile
Vegetarian
Crocodile
And good for nothing
Who has
A holy horror
Of blood

Please
Write,
Write to:
Nice Crocodile,
Bay Number 3,
Niger River.



Nacida en 1955 en París, Véronique Tadjo pasó su infancia en Costa de Marfil. Vivió en EEUU, en Inglaterra, en México y Nigeria. Actualmente reside en África del Sur.

Es una viajera comprometida con todos los males que corroen su tierra africana. Su obra está compuesta de libros para niños, novelas, poemas, con un tema omnipresente: la ciudad africana. Una ciudad nefasta que no deja de crecer y donde los personajes se sienten extranjeros Libros para niños, poemas, novelas, cuentos, todo esto compone su obra, en la cual hay un tema omnipresente: la ciudad africana. Una ciudad nefasta que no deja de crecer y donde los personajes se sienten extranjeros “El calor paralizaba a los hombres y las cosas como si nada pudiese volver a la vida…”

Los libros de Véronique Tadjo hablan de la historia familiar (Lejos de mi padre), la historia nacional (Reina Pokou) y una de las tragedias africanas más crueles de nuestro tiempo como lo fue el genocidio de Ruanda (La sombra de Imana).

Ahogo, ceguera, estas palabras vuelven una y otra vez para hablar de la inercia, de la pérdida de voluntad de reacción. ¿Reaccionar contra qué, contra quien? Contra un poder ciego (el título Le royaume aveugle (El reino ciego) es simbólico), corrupto, separado de la masa popular.
En Le Royaume aveugle, Akiss, hija de un tirano, rey de los Ciegos, recupera la vista, después de pasar un tiempo en un poblado. Renace a la vida gracias a la “palabra-acero” profundamente anclada en los valores ancestrales. Pasa de la sumisión a la rebeldía. La tradición es aquí portadora de un saber que subvierte la tiranía sacando a la población de su amnesia colectiva.

Akiss, con la fuerza del conocimiento que adquirió en el poblado, tejerá los hilos de la memoria y luchará hasta el final para que caiga la dictadura de su padre.

Dará a luz a dos niños, mujer y varón. Este renacimiento muy bíblico recuerda a Adán y Eva que engendraron a la humanidad.



Véronique Tadjo se expresa contra las dictaduras pero, contrariamente a sus mayores cuya estética estaba influenciada por los autores latinoamericanos, no utiliza un estilo grotesco o carnavalesco. Su escritura es más púdica más lisa.

En 2000, Tadjo presenta La sombra de Imana, una suerte de diario de viaje al Ruanda del post-genocidio, y, en 2005, Reina Pokou, leyenda fundadora de Costa de Marfil, obtiene el Gran Premio Literario de África negra.

En Lejos de mi padre, Nina vuelve a Costa de Marfil para enterrar a su padre. Frente a la familia, los parientes, los amigos y aún los vecinos, Nina está sola. Las reglas y los usos del país que dejó hace mucho tiempo se le han vuelto extranjeros. A su alrededor está la guerra civil, Abiyán es presa del caos.

La novela es una inmersión en la hipocresía familiar, sobre los actos de aquellos intelectuales africanos anclados en las tradiciones más retrógradas a pesar de su modernidad aparente.

Esta ciudad me abofeteó






“Mirá esta ciudad que todo lo tritura, que no respeta ni a unos ni a otros, que no hace ninguna excepción. Mirá esas multitudes de rostros esculpidos por una historia demasiado pesada, demasiado reciente. Heridas en carne viva que no tuvieron tiempo de cicatrizar. Llagas que han supurado y que luego se cerraron guardando la brutalidad de los días pasados. Recuerdos apuñalando el alma y el corazón.

Y sin embargo todo ocurre como si mañana fuera seguro, como si ya no fuera necesario hablar de todo eso. Se dice que los jóvenes ya no quieren escuchar nada, que están hartos de tanta amargura. Pero, la impaciencia corre en sus venas y se vuelca en sus deseos, no conocen el descanso, tienen la impresión de que se les esconde algo.

Mentiras. Mentiras y silencios. Negación, indiferencia, hay que volver la página.

Sin embargo. Todos los que combatieron no han olvidado la ira, no han olvidado el llanto, no han olvidado los gritos, no han olvidado lo intolerable.

¿Quién puede garantizar el porvenir? Y, ¿de qué sirven los héroes de la guerra si el presente está podrido?


Grité en el interior de mi cuerpo

Grité en el interior de mi cuerpo
Las paredes de la habitación
Aplastan mi respiración
El sol sucio de moho aspira mi soledad
Y me devuelve frente a mi misma
Hago el aprendizaje de la cifra 1
El círculo de la noche está en llamas
Después del amor
La tempestas
Desde que te fuiste
Como los restos
De la vida
Hurgo en los desechos
Del tiempo.
Esto es lo que pienso aún,
Que mi lengua
Se apagó en mi boca
He aquí que mis gestos se quiebran
Que mi marada huye,
He aquí que la noche
Enturbia la mañana.
El amor viene
Y se va
El deseo nace
Y se mata
Estoy hecha
Para plantarme en la tierra
Y beber el agua del cielo
Para tocar la corteza de los árboles
Y comer fruta madura
Iré más allá de las montañas,
Más lejos que el horizonte
Levantaré día tras día
La casa clara
De nuestras risas de antes
Quiero celebrar la vida,
Captar el tiempo
Que nos abre la puerta
Dibujar
Sobre tu piel
Arcoiris
rayos




Las semillas de soledad

Las semillas de soledad crecen en mi cuerpo y un árbol con espinas
me hiere repetidamente
las semillas de soledad fecundan mi alma
con campos para desbrozar, con germinaciones interrumpidas
Las semillas de soledad crecen más rápido que el tiempo…
Las semillas de soledad se hunden mil leguas bajo tierra
Y el viento murmura historias de soledad que
hablan de la brisa, del soplo del mar
del eco de las montañas y del ruido de la lluvia
cuando suavemente la tierra se pone a vomitar.



Tengo la memoria

Tengo la memoria de un hombre
Medio caballo, medio toro
De quien tomé mucho
Y que nada me dio
Que me dejó los fundamentos
De un sueño inquebrantable

Se parece a mi país
Con su piel soleada
Y sus ojos intensos
Se parece a la esperanza
Cuando siento en él
Las ganas de luchar

La raíz de las piedras
Se hunde muy lejos en el olvido
Se alimenta de las memorias
Que la tierra rechaza

Yo abría el portal
Entraba
Golpeaba la puerta
Eran gestos simples
Tan simples
Y sin embargo
Me llevaban
A vos

Rodar en el pasto
De tu boca entreabierta
Y partir al asalto de la noche
Entera

Me acuerdo aún
Haber gustado su cuerpo
Y haber entrado en sus ojos
Haber observado
Los pliegues de su rostro
Y oído resonar su voz
Recuerdo
Haber compartido con él
Un momento del tiempo
Creado un punto en el espacio
Recuerdo
Un lugar eterno
Donde habíamos bautizado
A los minutos

Era
En la estación
Del corazón liviano
En el país
De los grandes juramentos

Era antes
Cuando reías
Mucho
Era antes
De la gran decepción.
A medio camino, L’Harmattan


Una historia que cuentan en Kigali

Una mujer viuda vivía sola en su casa. Su marido había muerto durante el genocidio y había vistop a si vecino matar a su único hijo. Había sido violada por los milicianos y abandonada al borde de la ruta. Pero había sobrevivido.

Al final de la guerra había vuelto a su barrio, a su casa. El vecino había retomado su vida, sus actividades de antes.

Un día, cayó gravemente enferma. Y fue ese hombre, enfermero de profesión, quien vino a cuidarla. A fuerza de cuidados terminó por curarse. En el transcurso de las visitas un amor nació entre ellos. La viuda se le entregó. Entonces, los habitantes del barrio se ofuscaron. “¿Cómo podés vivir con el que mató a tu propio hijo?  » Y ella contestaba: « ¿Dónde estaban ustedes cuando yo estaba enferma y sufría? Ese hombre me salvó la vida. Desde la guerra no ando bien. ¿Quién sabe si no tengo sida? Este hombre comparte el sida conmigo. ¿Quién de ustedes hubiera hecho esto por mí? »

La historia no dice si la mujer vive siempre con el hombre, si viven aún, si están ahora muertos o si el vecino fue denunciado por otros y encarcelado.

No se precisa tampoco si el hombre sabe que la mujer conoce su crimen. Tampoco se sabe por qué se ocupó tanto de ella. ¿Sabe que tenía probablemente sida?
(…)

¿El amor de esta mujer es acaso condenable? ¿El hombre se redimió?
Este amor nació de la muerte. La muerte es su comienzo y su final. La muerte es el amor, el lazo.

Dirigiendo el miedo y el odio contra los tutsis, los organizadores esperaban forjar una solidaridad entre los hutus. Pero más llá de esto, tenían la intención de construir una responsabilidad colectiva por el genocidio. La gente era animada a cometer junta las matanzas., como los soldados de un pelotón de ejecución que reciben la orden de tirar al mismo tiempo de manera que cada individuo no pudiese ser individualmente o enteramente responsable de la ejecución. “Nadie mató sola a otra persona», declaró un participante. Cierro el libro y lo pongo sobre la mesa. Mi respiración es profunda. No puedo dejar de releer el título: Ningún testigo debe sobrevivir, el genocidio en Ruanda.
Sí, recordar. Atestiguar. Es lo que nos queda para combatir el pasado y restaurar nuestra humanidad.




Niños del genocidio, son la herida que podría hacer morir de nuevo al país pues su sufrimiento es amargo y su porvenir no va más allá del final de la calle. Crecerán con la rabia en las tripas y que importa la partenencia, la vida no es cara, la vida vale poca cosa. Morir no es un asunto importante ya que ocurre al borde de la ruta, en el polvo o el barro. Los que vendrán a armar sus brazos y enrolarlos en un ejército de miserables sabrán encontrar las palabras justas para llenar el vacío de sus días vagabundos. Son las llagas abiertas de la memoria, el mal que supura.
La sombra de Imana, Babel.

Imposible dormir.





Nina había pensado que la caída del sol le traería un poco de serenidad. Sin embargo, después de haber irradiado el cielo de púrpura y de oro, los astros habían comenzado a derretirse del otro lado del horizonte. Ahora, todo había terminado. Sólo quedaba la oscuridad, densa e inquietante. Desvió la mirada del agujero negro, cerró el ojo de buey, inclinó su asiento e intentó dormitar. Las alas del avión cortaban la noche.

La angustia crecía en ella, brutal. En algunas horas estaría en casa. ¿Pero sin él, sin su presencia, qué quedaba? ¿aredes, objetos y algo más? Debía reevaluar sus certidumbres.

“¿De hecho, qué es un país? le había preguntado a Frédéric en la víspera de su viaje.

— No lo se, confesó éste con mirada perpleja. Los recuerdos, supongo.”
Sí, los recuerdos… la calidad del cielo, el gusto del agua, el color de la tierra. Los rostros. El tiempo del amor y de las decepciones. Un país era todo eso. Sensaciones irisadas, acumuladas en el transcurso de los días.

¿Pero cómo contar con los recuerdos? El país ya no era el mismo. La guerra lo había acuchillado, desfigurado, herido. Para vivir allí ahora, había que negar la memoria anticuada y las ideas perimidas.
Se había ido hacía demasiado tiempo. ¿Cómo no tenerle rencor? Había pensado que podía viajar libremente por montes y valles hasta la hora del retorno. ¿Volver? Todo habría sido como de costumbre, cada cosa en su lugar. Sólo tendría que haber dejado sus valijas y retomar su vida allí donde la había dejado. Recibida con los brazos abiertos, sería rica de todos sus viajes.


A fines de su vida, el padre había restringido sus movimientos.
Sólo iba de su habitación al comedor, luego al escritorio.
El resto no le interesaba. .
Podía haber goteras, azulejos rotos o cortinas desgarradas, eso no tenía importancia para él.
Se había progresivamente separado de todo lo que estuviera fuera de su espacio.
Vivía en el interior de su soledad poblada por pesares cuya verdadera naturaleza sólo él conocía.
Machacando heridas y ajustes de cuentas consigo mismo, se había opacado.
Nina se peleaba entonces contra esta porquería de vida. ¿Frotar, limpiar, lavar, que había que hacer para borrar el tiempo?
A pesar de su amor, había sido incapaz de proteger a su padre.
Así como no había sabido salir de su encierro.
Lejos de mi padre, Actes Sud

Cuando se detenga la guerra






Antes pensaba que la ciudad me amaba. Tenía la impresión de que daba siempre un poco más, que distribuía sorpresas sin esperar los días de fiesta. A la mañana se aliaba con el sol para llenarnos de regalos. Me parecía muy bella con sus ojos brillando de porvenir. Una verdadera princesa, la perla de las lagunas. Siempre pensé que tenía suerte de vivir allí, en esa ciudad que se abría al mundo sin cambiar su propio carácter.

Ciertamente, las calles de la Meseta ya parecían demasiado seguras de sí mismas y Abiyán gustaba compararse con las más bellas capitales del mundo, pero era sin maldad, sin gran rivalidad. La mañana se despierta temprano en Abiyán y los edificios puntiagudos brillan con mil luces. Pero cuando cae la noche, los grillos paren la oscuridad y le dan ese dulzor de los tiempos pasados. Me gustan también los murciélagos que se dispersan por el cielo como bancos de peces por el mar. (…)

Pienso en nosotros. Cuando te conocí, ya te conocía hacía tiempo. La ternura que me das viene del espesor del pasado, de la intensidad de nuestros suspiros. Veo el hueco de tu nuca y me quedo sin aliento. Me das otra oportunidad de amar. Ya no se cuando comenzó nuestra historia, el momento exacto en que acariciaste mis cabellos, tomado mi nuca entre tus manos. El día en que me besaste en el jardín verde claro. A nuestro lado, unos niños comían mangos. Con ternura venciste todas mis incertidumbres.

Me acuerdo exactamente del momento en que mi cuerpo se volvió blando. Ese día, cruzamos el barrio de la mano y las vendedoras nos saludaron riendo. En tu habitación, mis brazos se cerraron a tu alrededor como para beberte. Al instante siguiente, decidiste inundar lentamente mi ser, venir a explotar en mi cabeza con mil electrones libres. Desde entonces, conservé la sal de tu piel y el gusto de tu sudor sobre mi lengua.



Cuando la guerra haya terminado, podremos reconstruir, lejos del desorden de nuestro desastre. Sí, volveremos a apoderarnos de la ciudad. Caminarás inclinado levemente hacia adelante, como siempre. Avanzarás con pasos largos y te pediré que me esperes. Me mirarás entonces sorprendido e irás más lento.

Cuando la guerra haya terminado, volverá el orden. Nos dejaremos llevar por nuestras ganas. Nos detendremos para tomar una copa allí o para comer algo allá. Carne asada, a veces alocco que quema los dedos. Sobretodo remontar el ritmo pausado del tiempo, volver a encontrar esas horas de antaño. Perderse en la ciudad, dejarse llevar por su fuerza. Con vos, yo se que volveré a encontrar la belleza, que tendrá nuevas formas. Necesito tu mirada nueva, tu mirada antigua.

Cuando se detenga la guerra, las heridas habrán cicatrizado. Podremos poder volver a pensar en los otros y ya no sólo en nuestra supervivencia. Cada rostro, cada nombre cuenta una historia. Nuestros ojos se hablan, nuestras manos se acercan.

Cuando se detenga la guerra, te pediré venir a vivir conmigo. Ya no tendremos que escondernos, que mentir o que robar mendrugos de tiempo. Abriré todas las puertas y ventanas de mi casa. Mirá como hice reparar el techo, como cambié la madera comida por los termitas. Mirá como pinté las paredes para que siempre haga fresco. Las flores habrán crecido de nuevo en el jardín y el césped será espeso. Dormiré cerca de vos sin miedo de perder todo. Tu piel me será familiar, tu cuerpo bien adaptado al mío. Mis despertares ya no me parecerán estériles y las nubes ya no serán sucias y opacas.

Hay ciudades, como Abiyán, que siguen haciendo promesas en sus menores detalles, pero sin acumular pruebas. La paz es un sueño exquisito y cálido. Entre el mar y la laguna, la ciudad se dejará acariciar por el aliento húmedo del país.



Née en 1955, à Paris, d’un père ivoirien et d’une mère française, Véronique Tadjo passa son enfance en Côte d’Ivoire. Elle a vécu aux États-Unis, en Angleterre, au Mexique et au Nigéria. Elle habite actuellement en Afrique du Sud.
C’est une voyageuse concernée par tous les maux qui rongent sa terre africaine. Son œuvre est composée de livres pour enfants, de romans, de poèmes, avec un sujet omniprésent: la ville africaine. Une ville néfaste qui ne cesse de croître et où les personnages se sentent étrangers. “La chaleur paralysait les hommes et les choses comme si rien ne pouvait retourner à la vie...”
Les livres de Véronique Tadjo revisitent l´histoire familiale (Loin de mon père), l´histoire nationale (Reine Pokou) et l´une des tragédies africaines les plus cruelles de notre temps que fut le génocide du Rwanda (L´ombre d´Imana).
Étouffement, aveuglement, ces mots reviennent une fois et une autre pour parler de l’inertie, de la perte de la volonté de réagir. Réagir contre quoi, contre qui? Contre un pouvoir aveugle (le titre de son roman Le royaume aveugle est symbolique), corrompu, séparé de la masse populaire.
Dans Le Royaume aveugle, Akiss, fille d’un tyran, roi des Aveugles, recouvre la vue, à la suite d’un séjour dans un village. Elle renaît à la vie grâce à cette “parole-acier” profondément ancrée dans les valeurs ancestrales. Elle passe de la soumission à la révolte. La tradition est ici porteuse d’un savoir qui subvertit la tyrannie en sortant la population de son amnésie collective.
Akiss, forte de la connaissance qu’elle a apprise au village, tissera les fils de la mémoire et se battra jusqu’au bout pour que tombe la dictature de son père.
Elle donnera naissance à deux enfants, une fille et un garçon. Cette renaissance très biblique rappelle Adam et Éve qui engendreront l’humanité.


Véronique Tadjo s’exprime contre les dictatures mais, contrairement à ses aînés dont l’esthétique était influencée par les auteurs latino-américains, elle n’utilise pas un style grotesque ou carnavalesque. Son écriture est plus pudique, plus lisse.
La ville endort les hommes, les empêche peu à peu de réagir. Arrive alors la solitude, l’extrême solitude. L’homme se sent hors de la réalité, hors de lui-même.
En 2000, Tadjo présente L’ombre d’Imana, une sorte de journal de voyage dans le Rwanda de l’après-génocide, et, en 2005, Reine Pokou, légende fondatrice de la Côte d’Ivoire, obtient le grand prix littéraire d’Afrique noire.
Dans Loin de mon père, Nina revient en Côte d’Ivoire pour y enterrer son père. Face à la famille, les parents, les amis et même les voisins, Nina est seule. Les règles et les usages de ce pays qu’elle a quitté depuis très longtemps lui sont devenus étrangers. Tout autour c’est la guerre civile, Abidjan est en proie au chaos.
Le roman est une plongée dans l’hypocrisie familiale, sur les agissements de ces intellectuels africains ancrés dans les traditions les plus rétrogrades malgré leur modernité apparente.

Extraits
Cette ville m’a gifflé

Regarde cette ville qui n’hésite pas à tout broyer, qui ne respecte ni les uns ni les autres, qui ne fait aucune exception. Regarde ses foules aux visages sculptés par une histoire trop lourde, trop récente. Blessures à vif qui n’ont pas le temps de cicatriser. Plaies qui ont suppuré et puis qui se sont refermées gardant la brutalité des jours passés. Souvenirs poignardant l’âme et le cœur.
Et pourtant, tout se passe comme si les lendemains étaient acquis, comme s’il n’était plus nécessaire de parler de tout cela. On dit que les jeunes ne veulent plus rien entendre, qu’ils sont lassés par tant d’amertume. Mais l’impatience coule dans leurs veines et se déverse dans leurs envies. Ils ne connaissent pas le repos. Ils ont l’impression qu’on leur cache quelque chose.
Mensonges. Mensonges et silences.
Négation, indifférence, il faut tourner la page. Cependant, tous ceux qui se sont battus n’ont pas oublié la colère, n’ont pas oublié les pleurs, n’ont pas oublié les cris, n’ont pas oublié l’intolérance.
Qui pourrait donc garantir l’avenir? Et à quoi servent les héros de la guerre si le présent est pourri?
J’ai peur de ce qui pourrait arriver à notre famille. L’éclatement, l’absence. Tant de choses ne tiennent qu’à un fil dans ce pays, trop d’événements vont dans le sens inverse du bonheur.
Je déverse mon cœur dans une mare boueuse. J’offre mes tripes à une meute cannibale. Je révèle mon visage à des spectateurs blasés. Je bousille ma vie de sang froid. Certains diront, “Tu n’es pas à blâmer, nous aurions fait la même chose”.
D’autres, au contraire, lanceront: “Tu as risqué trop gros. Ta mise était trop lourde. Pourquoi mettre sa tête dans la gueule du lion?”
Je n’ai rien à répondre à cela. C’est connu, cette ville tient un peu du Far West. Le danger court les rues et il faut toujours s’accrocher à sa bonne étoile ou à son ange gardien. On ne peut pas s’y promener le nez en l’air (…) Cette ville n’est pas vraiment une demeure. Qui s’endormirait contre les flancs d’un fauve même s’il était apprivoisé?”

Je crie à  l’intérieur de mon corps

Je crie à l’intérieur de mon corps
Les murs de la chambre
Écrasent ma respiration
Le sol sali de moisissures aspire ma solitude
Et me renvoie face à moi-même
Je fais l’apprentissage du chiffre 1
Le cercle de la nuit est en feu
Après l’amour
La tempête
Depuis que tu es parti
Je mange les restes
De la vie
Je fouille les détritus
Du temps.
Voilà que j’y pense encore,
Que ma langue
S’est éteinte dans ma bouche
Voilà que mes gestes se brisent
Que mon regard s’enfuit,
Voilà que la nuit
Brouille le matin.
L’amour vient
Et s’en va
Le désir naît
Et se tue
Je suis faite
Pour me planter dans la terre
Et boire l’eau du ciel
Pour toucher l’écorce des arbres
Et manger des fruits mûrs
J’irai au-delà des montagnes,
Plus loin que l’horizon
Je bâtirai jour après jour
La maison claire
De nos rires d’avant
Je veux célébrer la vie,
Capter le temps
Qui nous ouvre la porte
Dessiner
Sur ta peau
Des arcs-en-ciel
éclairs

Les graines de solitude

Les graines de solitude poussent dans mon corps et un arbre à épines
me blesse à répétition
les graines de solitude fécondent mon âme
de champs à défricher, de germinations inachevées
Les graines de solitude poussent plus vite que le temps …
Les graines de solitude s’enfoncent à mille lieux sous terre
Et le vent murmure des histoires de solitude qui
parlent de la brise, du souffle de la mer
de l’écho des montagnes et du bruit de la pluie
quand doucement la terre se met à vomir.

J’ai la mémoire d’un homme

J’ai la mémoire d’un homme
Mi-cheval, mi-taureau
A qui j’ai pris beaucoup
Et qui ne m’a rien donné
Qui m’a laissé les fondations
D’un rêve inébranlable

Il ressemble à mon pays
Avec sa peau ensoleillée
Et ses yeux intenses
Il ressemble à l’espoir
Quand je sens en lui
L’envie de lutter

La racine des pierres
Plonge très loin dans l’oubli
Elle se gave des mémoires
Que la terre rejette

J’ouvrais le portail
J’entrais
Je frappais à la porte
C’étaient des gestes simples
Si simples
Et pourtant
Ils me menaient
A toi

Rouler dans l’herbe
De ta bouche entrouverte
Et partir à l’assaut de la nuit
Tout entière

Je me souviens encore
D’avoir goûté son corps
Et d’être entrée dans ses yeux
D’avoir observé
Les plis de son visage
Et entendu résonner sa voix
Je me souviens
D’avoir partagé avec lui
Un moment du temps
Créé un point dans l’espace
Je me souviens
D’un endroit éternel
Ou nous avions baptisé
Les minutes

C’était
Pendant la saison
Du cœur léger
Dans le pays
Des grands serments

C’était avant
Quand tu riais
Beaucoup
C’était avant
La grande déception.
A mi-chemin, L’Harmattan

Une histoire qu’on raconte à Kigali
Une femme veuve vivait seule dans sa maison. Son mari était mort pendant le génocide et elle avait vu son voisin tuer son fils unique. Elle avait été violée par des miliciens et abandonnée sur le bord de la route. Mais elle avait survécu.
A la fin de la guerre, elle était retournée dans son quartier dans sa maison. Le voisin avait repris sa vie, ses activités d’avant.
Un jour, elle tomba gravement malade. Elle pensa qu’elle allait mourir. Et ce fut cet homme-là, infirmier de profession, qui vint la soigner. Il s’occupa d’elle pendant plusieurs jours. A force de soins elle finit par se rétablir. Au fil de ses visites un amour naquit entre eux. La veuve se donna à lui. Alors les habitants du quartier s’offusquèrent  » Comment peux-tu vivre avec celui qui a tué ton propre fils.  » Et elle de répondre :  » Où étiez vous quand j’étais malade et que je souffrais ? Cet homme là sauvé la vie. Depuis la guerre je ne me porte pas bien. Qui sait si je ne suis atteinte du sida ? Cet homme partage le sida avec moi. Qui d’entre vous aurait fait ça pour moi ? »
L’histoire ne dit pas si la femme vit toujours avec l’homme, s’ils sont morts maintenant ou si le voisin a été dénoncé par d’autres et mis en prison.
On ne précise pas non plus si l’homme sait que la femme connaît son crime. On ne sait pas pourquoi il s’est tant occupé d’elle. Sait-il qu’elle avait probablement le sida ?
(…)
L’amour de cette femme est-il condamnable ? L’homme s’est-il racheté ?
Cet amour est né de la mort. La mort en est le début et la fin. La mort est l’amour, le lien.

En dirigeant la peur et la haine contre les tutsis, les organisateurs espéraient forger une solidarité entre les hutus. Mais au-delà de ça, ils avaient l’intention de bâtir une
responsabilité collective pour le génocide. Les gens étaient encouragés à se livrer ensemble aux tueries, à l’instar des soldats d’un peloton d’exécution qui reçoivent l’ordre de tirer en même temps de sorte qu’aucun individu ne puisse être individuellement ou entièrement responsable de l’exécution.  » Aucune personne seule n’a tué une autre personne  » déclara un participant.
Je ferme le livre et le dépose sur la table. Ma respiration est profonde. Je ne peux
m’empêcher de relire le titre : Aucun témoin ne doit survivre, le génocide au Rwanda  »
Oui se souvenir. Témoigner. C’est ce qui nous reste pour combattre le passé et restaurer notre humanité.



Enfants du génocide, ils sont la blessure qui pourrait faire mourir encore une fois le pays car leur souffrance est amère et leur avenir ne va pas plus loin que le bout de la rue. Ils grandiront la rage au ventre et qu’importe l’appartenance, la vie n’est pas chère, la vie ne vaut pas grand-chose. Mourir n’est pas une grosse affaire puisque ça se fait au bord de la route, dans la poussière ou la boue. Ceux qui viendront armer leur bras et les enrôler dans une armée de va-nu-pieds sauront trouver les mots justes pour combler le vide de leurs journées vagabondes. Ils sont les plaies ouvertes de la mémoire, le mal qui suppure.
L’ombre d’Imana, Babel.



Impossible de dormir.

Nina avait pensé que le coucher du soleil lui apporterait un peu de sérénité. Pourtant, après avoir irradié le ciel de pourpre et d’or, l’astre s’était mis à fondre de l’autre côté de l’horizon. À présent, c’était fini. Il ne restait plus que l’obscurité, dense et inquiétante. Elle détourna le regard du trou noir, ferma le hublot, inclina son siège et tenta de s’assoupir. Les ailes de l’avion tranchaient la nuit.
L’angoisse monta en elle, brutale. Dans quelques heures, elle serait à la maison. Mais sans lui, sans sa présence, que restait-il ? Des murs, des objets et quoi d’autre ? Elle allait devoir réévaluer ses certitudes.
“Qu’est-ce qui fait un pays ? avait-elle demandé à Frédéric, la veille de son départ.
— Je ne sais pas, avoua celui-ci, l’air perplexe. Les souvenirs, je suppose.”
Oui, les souvenirs… la qualité du ciel, le goût de l’eau, la couleur de la terre. Les visages. Les temps d’amour et les déceptions. C’était tout cela, un pays. Sensations irisées, accumulées au fil des jours.

Mais comment compter sur les souvenirs ? Le pays n’était plus le même. La guerre l’avait balafré, défiguré, blessé. Pour y vivre aujourd’hui, il fallait renier sa mémoire désuète et ses idées périmées.
Elle était partie depuis trop longtemps. Comment ne pas lui en vouloir ? Elle avait pensé qu’elle pourrait voyager librement par monts et par vaux jusqu’à l’heure du retour. Revenir ? Tout aurait été comme d’habitude, chaque chose à sa place. Elle n’aurait eu qu’à poser ses valises et à reprendre sa vie là où elle l’avait laissée. Accueillie à bras ouverts, elle serait riche de ses voyages.

Vers la fin de sa vie, le père avait restreint ses mouvements.
Il ne se déplaçait que de sa chambre à la salle à manger, puis au bureau.
Le reste ne l’intéressait pas.
Il pouvait y avoir des fuites d’eau, des carreaux cassés ou des rideaux déchirés, cela n’avait plus d’importance pour lui.
Il s’était progressivement détaché de tout ce qui se trouvait en dehors de son espace.
Il vivait à l’intérieur de sa solitude peuplée par des regrets dont il était le seul à connaître la vraie nature.
Ressassant des blessures et des règlements de compte avec lui-même, il avait terni.
C’était donc contre cette saleté de la vie que Nina se battait. Frotter, essuyer, laver, que fallait-il donc faire pour effacer le temps ?
Malgré son amour, elle avait été incapable de protéger son père.
Tout comme elle n’avait pas réussi à le sortir de son enfermement.
Loin de mon père, Actes Sud

Quand la guerre s’arrêtera

Avant, je pensais que la ville m’aimait. J’avais l’impression qu’elle donnait toujours un peu plus, qu’elle distribuait des bonnes surprises sans attendre les jours de fêtes. Le matin, elle s’alliait au soleil pour nous apporter des cadeaux plein les bras. Je la trouvais très belle avec ses yeux pétillant d’avenir. Une vraie princesse, la perle des lagunes. J’ai toujours pensé que j’avais de la chance d’habiter là, dans cette ville qui s’ouvrait au monde tout en gardant son air bien à elle.
Certes, les rues du Plateau avaient déjà une mine trop sûre et Abidjan aimait à se comparer aux plus belles capitales du monde, mais c’était sans méchanceté, sans grande rivalité. Le matin se lève tôt à Abidjan et les buildings pointus brillent de mille feux. Mais quand la nuit descend, les grillons enfantent l’obscurité et lui donnent cette douceur des temps passés. Ce que j’aime aussi, ce sont les chauves-souris qui se dispersent dans le ciel comme des bancs de poissons dans la mer. (…)
Je pense à nous. Lorsque je t’ai rencontré pour la première fois, je te connaissais déjà depuis longtemps. La tendresse que tu me donnes vient de l’épaisseur du passé, de l’intensité de nos soupirs. Je vois le creux de ta nuque et j’ai le souffle coupé. Tu m’offres une autre chance d’aimer. Je ne sais plus quand notre histoire a commencé, le moment exact où tu as caressé mes cheveux, tenu ma nuque entre tes mains. Le jour où tu m’as embrassée dans le jardin vert clair. A côté de nous, des enfants mangeaient des mangues à pleine bouche. Avec tendresse, tu as vaincu toutes mes incertitudes.
Je me souviens exactement du moment où mon corps est devenu mou. Ce jour-là, nous avons traversé le quartier main dans la main et les vendeuses nous ont salués en riant. Dans ta chambre, mes bras se sont refermés sur toi comme pour te boire. L’instant d’après, tu as décidé d’inonder lentement mon être, de venir éclater dans ma tête en mille électrons libres. Depuis, j’ai gardé le sel de ta peau et le goût de ta sueur sur ma langue.
Quand la guerre sera terminée, nous pourrons reconstruire, loin du capharnaüm de notre désastre. Oui, nous réinvestirons la ville. Tu marcheras en te penchant légèrement en avant comme tu le fais toujours. Tu avanceras à grands pas et je te demanderai de m’attendre. Alors, tu me regarderas, surpris, et tu ralentiras.


Quand la guerre sera terminée, tout rentrera dans l’ordre. Nous irons au hasard de nos envies. Nous nous arrêterons pour boire un verre par ici ou pour manger un morceau par là. De la viande grillée, parfois de l’alocco qui brûle les doigts. Surtout remonter le rythme aisé du temps, retrouver un peu de ces heures d’antan. Se perdre dans la ville, se laisser emporter par sa force. Avec toi, je sais que je retrouverai la beauté, qu’elle prendra de nouvelles formes. J’ai besoin de ton regard neuf, de ton regard ancien.
Quand la guerre s’arrêtera, les blessures auront cicatrisé. Nous pourrons recommencer à penser aux autres et non plus seulement à notre survie. Chaque visage, chaque nom, raconte une histoire. Nos yeux se parlent, nos mains se rapprochent.
Quand la guerre s’arrêtera, je te demanderai de venir vivre avec moi. Nous n’aurons plus à nous cacher, à mentir ou à voler des bribes de temps. J’ouvrirai très grand les portes et les fenêtres de ma maison. Vois, comme j’ai fait réparer la toiture, comme j’ai changé la boiserie mangée par les termites. Vois, comme j’ai repeint les murs pour qu’il fasse toujours frais. Les fleurs auront de nouveau poussé dans le jardin et la pelouse sera épaisse. Je m’endormirai près de toi sans peur de tout perdre. Ta peau me sera familière, ton corps bien calé contre le mien. Mes réveils ne me sembleront plus stériles et les nuages ne resteront plus sales et délavés.
Il y a des villes, comme Abidjan, qui continuent à faire des promesses dans les moindres détails, mais sans accumuler de preuves. La paix est un rêve exquis et chaud. Entre mer et lagune, la ville se laissera caresser par l’haleine moite du pays.

https://lachansondelacigale.wordpress.com/2015/07/





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