miércoles, 4 de febrero de 2015

KATALINA RAMÍREZ [14.687] Poeta de México


KATALINA RAMÍREZ

Katalina Ramírez, (Puebla, México).  Estudia Literatura y Filosofía en la Universidad Iberoamericana de Puebla y labora como Editor Junior en EDAF México, colaborando en eventos masivos en pro de la lectura.





POESÍA


1

tengo una boca en el beso,
tengo una lengua,
tengo unas palabras en el beso,
en el beso que te digo.


2

necesidad de ti,
locura de ti,
de ser el agua que sale de tu boca.



3

quiero dormir en tu boca,
fundaré una ciudad en tu cuello.



4

quiero que todos los días tengan tu nombre,
que cada uno sea una parte de ti,
que tu cuello sea lunes,
que el martes sea tu boca,
el miércoles tu ombligo,
al jueves lo dividirán día y noche tus pezones,
tu cintura, viernes,
el sábado tu sexo
y el domingo oficiaré misa en tu cuerpo, templo de agua y piedra.





CUENTO

De perros y conejos

Yo te quería morder, comerte rápido y de un bocado, pero estabas tan dulce ahí tendida, con los pechos fuera del sujetador blanco que solita te sacaste.

Tenías tantas ansias, temblabas de deseo contra mí y yo dudaba si debía morderte los pezones, los muslos, si morderte el corazón; tanta ingenuidad en los párpados; tanto miedo entre las piernas, que se abrían rojas al roce de mis manos.

Te abría poco a poco con mis dedos, estos dedos insolentes y fríos. Te abría, pero no me atrevía a tomar las flores que vibraban dentro de tu sexo.

Como el perro que devora al conejo, te lamí con el hocico ensangrentado. Te retorcías de placer, pidiendo, exigiendo la miel que aguardaba.

-Hazme tuya- repetiste mordiéndome la oreja y comenzaste a bailar sola, como esas muñequitas con tutú de las cajas musicales. Me gustaba mirarte, jugueteando torpemente, con esa risa nerviosa tan tuya. Me acerqué y comenzamos a dar vueltas, a girar al ritmo de una canción muda que componían nuestros cuerpos. Intenté dirigir tus movimientos, pero te escapabas y corrías al otro lado de la habitación, escabulléndote graciosamente de entre mis garras. Los labios se buscaban húmedos, los dientes mordisqueando. Bailábamos sudorosos, exhalando a la velocidad de un tambor. Forcejeamos un rato hasta que las dos figuras se amoldaron, formando una sola boca, un solo torso, un solo par de piernas y de brazos.

Cuando menos lo esperaba, me mordiste. Trepaste sobre mi cuerpo y cayó de tu cadera la castidad que te estorbaba. Una y otra vez te agolpaste salvaje contra mí y la noche toda se condensó en un instante.

Terminamos nuestra danza y nos separamos sin mirarnos. Ahora soy yo el que tiembla como un pequeño conejo debajo de las sábanas, contemplando pálido cómo las flores cubren tu cuerpo mientras fumas un cigarro.



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