jueves, 8 de diciembre de 2016

VÍCTOR ANDRÉS RIVERA [19.709]


Víctor Andrés Rivera

Popayán, Colombia,1980. Estudió música en la Universidad del Cauca. Junto con la música ha cultivado su interés por las letras publicando en varias revistas de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Cauca. En el 2007 gana el concurso de poesía universitario “Carlos Illera Benavides”. Posteriormente una parte de su poesía es seleccionada para el libro Llama de piedra, Poesía contemporánea en Popayán (1970-2010)del Ministerio de Cultura. En el 2011 publica con la editorial Gamar, su libro de poemas La Montaña sumergida. Recientemente ganó el Premio de Poesía Editorial Praxis 2016 por  Libro del origen.


POEMAS DE LIBRO DEL ORIGEN
PREMIO EDITORIAL PRAXIS DE POESÍA 2016


OBSIDIANA

…y tienen la misma sonrisa antigua 
Que tuvieron para la primera mirada del primer hombre 
Que las vio aparecidas y las tocó levemente 
Para saber si hablaban…
Fernando Pessoa

I

Por el aire que les diga la materia
irán tus manos persiguiendo las texturas,
mínimas hierbas que entraban a la noche,
brotes primitivos del erial y el deshielo.

Anchas hojas por instinto de la altura,
tu cuerpo de sombra y franca materia,
adivinando el contorno y sus réplicas,
como las formas que se abren al espacio.

Ante tus manos
el basalto en que se prueba la escritura,
todo por decir en las aristas,
donde sólo los halcones y la lluvia
han derramado el surco de sus voces.

Ahora, como antes,
no conoces la distancia entre las cosas,
y como un bosque desmedido
te levantas,
entre el sol y la estepa
sin saber la diferencia.

Regresas, como en un principio,
al ornamento que te precipitó
por el país de los altos lagos,
al espejo de luz que anegó tus ojos,
dándoles señorío,
sobre la creación inabarcable.

Rehaces esa manera de ver como los niños,
en tu jardín de cosas desbordadas,
en tu temblor constante ante la aparición
de formas altísimas.

Tú y el vértigo de ver brotar un valle de penumbra.
Tú y el asombro de estar por primera vez en la tierra,
como un animal liberado, gota de agua,
a la que la más mínima hierba sobrepasa.


II

Intentas el sonido con que caen las espigas a la tierra. 
Buscas la arcilla con qué hacer el instrumento 
que te de la imitación de lo que al aire se acerca.

Sin conocer el acento que devuelve 
el orden de las lluvias, 
haces tu creencia de llamar al agua 
con una música que se le parezca.

Trabajas con nuevo material
lo que desde un comienzo se hace antiguo:
incompletas melodías de un collar
como la sombra de las palmas 
en la mar que recomienza.

El misterio sobrepasa toda imitación
y te sorprendes tan vacío como una costa virgen,
mientras el jadear de tus potros hace surcos, 
moviendo pájaros que vuelan al paso.

Algún día bajo los guijarros, 
encontrarás la canción con que poblar la noche, 
en la ignota tierra de los mares y las selvas.


III

Si buscas lo semejante a la primera noche de tu cuerpo, 
acude al sesgo de la hierba que oculta 
la pupila de los corzos, 
al velo que esconde la mirada 
en espera de conocer lo nunca visto:

Horas de silencio 
en que sólo por partes 
se entrega cada presencia.

Tiempo de nacer al agua, 
a los ríos que llaman 
para ser tocados.

En barcos que por primera vez experimentan 
el espejo de los mares, 
haces los vértices de tu efigie, 
la libertad de tu velamen,
hoja minúscula, 
sobre el cristal más frágil de la tierra.

Lo semejante a la primera noche de tu cuerpo, 
está en todo lo que puede dar una bandada de pájaros, 
en una galería de huellas y de sombras
que te recuerdan el momento de ceder tu palabra 
ante lo que no conoces.


VI

La historia de los nombres se reúne en lo que tocas, 
y la letra con que señalas al valle Anáhuac, 
se debe a una lenta acumulación de sedimentos:

Así el nombre Lirio y el nombre Azor, 
sólo con tiempo han reunido vuelo y blancura,
bajo los glaciares y el légamo.

He aquí el secreto de porqué las cosas resuenan si se nombran, 
de porqué los juncos se inclinan al oído 
que por primera vez escucha
su conversación con el viento.

La historia de los nombres está en lo que tocas, 
en el collar de reliquias que queda de la vida que apagas, 
en el bisonte que expira bajo el filo de obsidiana, 
y rezuma en su estertor una estampida de siglos.

Aunque ignores cuánto le ha costado al tiempo 
hacer la coreografía del cardumen, 
cuántos nombres se han hecho 
con el azul que sostiene el sueño de las ciudades,

en la gota de saliva está la sal de los océanos, 
en la vela que enciendes el sol de los espacios.



EL MUNDO DEL AGUA

De tierras vírgenes, allá lejos, entre un alto perfume 
De humus y de hojarascas,
De tierras vírgenes, allá lejos, bajo extensiones de las 
Más vastas sombras de este mundo…
Saint-John Perse

I

He reunido entre las líneas de mi mano
marcas de agua que hablaron de mi origen,
arroyos puros que hablaron de mi muerte,
lo que recobra el agua de las orillas inmersas.

Para ser el río y el mar y el nacimiento,
intercambié mi cuerpo con la tierra,
imaginando que mis dedos alcanzaban
el principio y el fin de las corrientes.

No contento con saber que mi destino
era el de todo hombre que desaparece,
arrojé a la suerte los límites de mi sombra,
buscando pertenecer a algo que me sobrepasara:

Era la región más húmeda del mundo
deshilvanando poco a poco
mi cuerpo y la montaña ,
era un brazo turbio de sonido y hielo,
llevando mineral para las tierras bajas,

surcos evaporados
tras el hilo que los vuelve
al desnivel donde nacían,
al techo blando de las plantas que regresa
lo semejante con lo semejante.

Colmado,
me acerqué a las formas que se hacían
en el taller secreto de lo minúsculo,
entre pequeños charcos,
entre guijarros que rodaban
por las paredes del tiempo.

Así tuve el silencio de lo que siempre está por concluirse,
el aire para el aire,
el agua para el agua,
la boca persiguiendo una palabra.

En la infinita variación de los sistemas,
di golpes en las puertas de la tierra,
en las secretas capas de los materiales.
Mis latidos y el sonar de lo terrestre
escribiendo la canción de los orígenes.



VISIÓN DEL ORIGEN

Extranjero de otro tiempo,
habla del sueño que tuviste en el oráculo
cuando la Sibila acarició tu frente
para hacer dulce el sopor de la mandrágora.

Cuenta lo que viste más allá de las ruinas,
en el lugar donde Apolo no recibió con agrado el sacrificio de las vírgenes,
y Arcadia fue yerma
ante otro licor que borró las uvas de Baco.

Habla del imperio de los ríos
y el comercio con la sal de la tierra,
del reino donde los hombres se someten a la ley del limo y el fermento,
de los altos reyes en tronos de cedros aromáticos,
de los remansos que invitaban a detenerse
para retomar el sentido original de las ideas.

Habla de la cúpula de árboles que no daban espacio a tus razones,
de los coros brillantes del apareamiento,
bajo lluvias nunca vistas en la región de Ática.

Cuenta amigo de la Pitia,
desertor del Olimpo y culpable como Sócrates,
de lo que viste allende al país de los Atlantes:

De ese sueño primitivo
en que tu toga viril, apenas desenvuelta,
sorteó peligros que mejoraron la suerte de tu pensamiento.

Di si es verdad que debiste renunciar a comodidades y privilegios,
a cambio de una claridad sólo vista en tiempos de Homero:
La mirada del artista ingenuo.

Habitante de los tiempos,
habla de lo que viste en la espesura del trópico,
y di si es cierto lo que cuenta la vestal que no deja ver tu cuerpo,
que no regresarás de ese sueño que te lleva más allá de las ruinas,
que te deja en una isla allende al país de los Atlantes,
que te pierde para siempre en la majestad de las florestas.



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