martes, 7 de octubre de 2014

FRANCO SALCEDO DEL RÍO [13.580]


Franco Salcedo del Río 

(Chincha, PERÚ   1974)
Egresado de Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. 

Ha publicado: Entre Ceros Unos - breve antología de literatura y fotografía (2004); Como Dulce Trueno — palimpsestos (El camino de las Tardes, 2008); El Solitario - Crónicas de viaje (El camino de las Tardes, Enero 2010); Homo Demens, novela (Estruendomudo, Septiembre 2010). En la actualidad está en la edición de El Enemigo; y de la novela Amo a Ximena por el culo -Breve Historia de la Física. 

Menciones: Residencia Artística en Zona 30, Lima. Plataforma de Procesos artísticos: “Work in progress. Tema: Distancia / Ausencia”.23 / 01 /2012 – 8 /02 /2012. Invitado al evento internacional “El Tren de la poesía”, organizado por la Fundación Pablo Neruda. Lectura de Poemas. Parral – Temuco - Santiago; Chile 2006. Ganó el Primer puesto en los juegos florales de la Universidad Católica.



Se escribe un poema…

Se escribe un poema para no sentirse el centro del mundo.
Se escribe un poema para hacer más fraternos a los hombres,
O sea para intentarlo,
O sea para que la poesía sirva para alguna cosa.
Se escribe un poema para ahuyentar a una muchacha.
Se escribe un poema para ayudar a la revolución.
Se escribe un poema para que los maridos nos odien mucho más.
Se escribe un poema para que el poema nos acompañe,
Para no estar tan inexplicablemente solos.
Se escribe un poema para duplicar el orgasmo
O al menos para ponerle un espejo delante.

Se escribe un poema para no tener tiempo de hacer otras cosas,
Como por ejemplo para no tener tiempo de sufrir.
Se escribe un poema para que nuestra tía más querida
Pueda decir a todos que tiene un sobrino que escribe un poema.
Se escribe un poema para rascarse la barriga en la playa,
Para emborracharse en Cruz verde
Sin que a uno lo asalten los pirañas,
Para darse un descanso entre polvo y polvo,
Para hablar de ello en el Instituto Italiano de Cultura,
Para que a uno lo consientan todo,
Para que a uno no le consientan ni un comino.
Se escribe un poema para que los psiquiatras no nos cobren,
o para que nos cobren más
Y para que aquella rubia se sienta inmortalmente poseída,
Y se escribe un poema para viajar a los congresos de escritores
Con todos los gastos pagados,
Y para ponerle el cascabel al gato,
Y para poder comer con la mano en los salones
Si nos viene en gana,
Y para morirse de hambre
Y también para no morirse de hambre
Y para quedar como un perfecto cojudo en todas partes,

También se escribe un poema para no afeitarse nunca,
Para ir al baño sin remordimientos,
Para ir al comedor sin remordimientos,
Para ir al dormitorio sin remordimientos,
Y se escribe un poema para sentirse culpable de todo
Y con esos materiales llegar a escribir algún poema.

Y también se escribe un poema para reírse a gritos
Y para vivir también se escribe un poema.
Y para tener un pretexto para no vivir, etcétera.
Y a propósito de etcétera:
Se escribe un poema para no escribir cosas peores,
Como cartas de amor, cartas financieras,
Facturas por pagar, tratados de filosofía miraflorina,
Y se escribe un poema por incapacidad,
Cuando se ha fracasado como delantero en la
Selección del colegio, cual es mi triste caso.
Y se escribe un poema para intensificar la vida,
Como dice Stéfano Varese.
Y se escribe un poema, finalmente,
Se escribe un poema para que en algún lugar del mundo,
Mañana o dentro de veinte años
La pareja que está por suicidarse alcance a leerlo, y desista,
Desista por lo menos unos días,
Y comprenda que la vida
Es siempre hermosa
A pesar de la vida… y a pesar del poema.




De Como dulce trueno (2008).

El humo se ha vuelto espeso y violeta, el mar está más cerca y por la ventana crece un rumor enfebrecido. Las horas dan vueltas, oscurece. Marie se marea y vomita. Ahí se detienen siempre, cuando Marie se marea vomita y todo vuelve a parecer normal. Un gato salta sobre la cómoda y lo mira.

(Nunca se iría, se quedaría en su departamento, lo llenaría de flores, su piel se adheriría a las sábanas, su cabello revuelto reflejaría las paredes de otros colores, su voz cantaría las mismas canciones)

La mujer se viste, se pasa el cepillo, se coloca el labial frente al espejo. Él la observa tumbado sobre el piso. Desde su horizontalidad, todo sucede como un ensueño, una zona velada de la realidad desde donde podía verse a sí mismo como actor de una película que transcurre oscura y fragmentada.

(Los consejeros se reúnen de emergencia, sudan, analizan las variantes con el miedo en sus pupilas. El rey sube a la torre que le queda y observa el panorama: una cosa es segura: alguien tendrá que ser sacrificado)

un especie de callejón sin salida. Cuando llegamos, para desilusión suya, encontramos casi escondida una única escalera que descendía quebrándose sobre su centro, como una flor aplastada.

Abajo, un jardín, un par de bancas; a lo lejos, una avenida poco transitada. Tuve que consolarla todo el trayecto a casa. Al llegar, su llanto se transformó en sonrisa; entonces supe que era el momento de marcharme.

(Una fotografía es una fotografía, de tanto ir mirándola es obvio que se distorsione, que ardan al contacto de miradas profundas, que se deterioren al roce de objetos semejantes en textura. El juego de luces y sombras no disimula nada, la chica de frente amplia con el cabello húmedo, corto, oscuro, la cara sin maquillaje, una ceja semi encorvada, los ojos mirando el plato, un cigarrillo cuarenta y cinco grados en la mano izquierda con el humo delgado izándose vertical como el antebrazo. En la derecha un tenedor intenta pinchar las últimas uvas de un plato casi vacío, aunque lo mismo podrían ser trufas o ravioles... suena una canción que tardamos en reconocer)

No sé si es un sueño o es el mar, la consistencia es parecida, un letargo salado, lleno de ruidos amortiguados que vienen de un lugar lejano.

Llego a la orilla. Observo los pequeños aullidos del mar cuando oscurece, pálido, desde el muelle artesanal, malva o azul... y a veces negro.

— Franco, quítate la ropa —dice una voz.

No sé por qué le hago caso, entro tibiamente entre las olas llenas de espuma, braceo largo rato. Cuando volteo, ella ya no está. Su vestido yace arrugado junto a una piedra.

Le he prendido fuego en esa ominosa oscuridad, hay voces que arrullan la noche o son las flores de su vestido que se despiden de nosotros, de ella y de mí.

(En mi mochila llevo algunos vestigios, pequeñas piedras, un cuaderno viejo. Siempre es invierno o primavera, siempre es desierto o es el mar. En el camino, trazos incomprensibles, fragmentos de una melodía que no alcanzo a descifrar)

— Franco, qué pasa, por qué no duermes...

— Hay ruidos, Marie, ¿No los oyes?

— Los oigo, sí, vuelve a la cama y quédate tranquilo. Duérmete, son los fantasmas… nada más que los fantasmas...





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