martes, 14 de abril de 2015

JUAN CARLOS BAUTISTA [15.590]


Juan Carlos Bautista 

(Tonalá, Chiapas, México 1964) es poeta, periodista y narrador. Estudió Comunicación en la UNAM. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y del Fonca en el área de Jóvenes Creadores en dos ocasiones. Autor de los libros de poemas Lenguas en erección (1990; Quimera, 2007), Cantar del Marrakech (1993), Bestial (2003) y del libro de varia invención Aluvión de pensamientos inútiles y sublimes (Quimera, 2010). También es coautor del libro México se escribe con J. Una historia de la cultura gay (2010). Parte de su obra ha sido publicada en antologías de poesía en México, España y Colombia y traducida al portugués. Dirigió el videodocumental Amor chacal (2000), que ganó el Premio del Público en el Festival Mix de diversidad sexual. Sobre Bautista, escribió Sergio González Rodríguez: “Agudeza del cuerpo, sabiduría del sexo, sarcasmo del deseo, el extraordinario libro de Juan Carlos Bautista Aluvión de pensamientos inútiles y sublimes lo convierte en uno de los heterodoxos más brillantes de la literatura mexicana de los últimos años” (“El ángel” suplemento cultural del periódico Reforma).



PUTO DECÍA EN LAS FRENTES,

puto en las paredes pompeyanas del inodoro,
puto en las manos cebosas
y en los muros ignorados, escrito con odio:
pe de puto en los ojos cuando hacían esas hipérboles,
esas elipsis.
cuando se iban al techo, a la nuca,
la niña desmayada entre secreciones y ronca risa:
puto en esas visiones repentinas,
en esos gestos movedizos,
en la cadera, su abrupta estatua,
sus lentas, desaforadas descripciones:
puto en la locura doliente desde los ojos
como pájaros escapándose
a un cielo que respira su trágico y su cómico,
y se deja caer por el lujo de contemplarse en esa prisa:
y el dedo que rayaba las sábanas,
tan triste y tan digno,
luego removiéndose entre risas,
detenido en el aire, diciéndolo:

»pues sí,
morena (y puto) soy porque el sol me quemó,
¡oh, hijas de israel¡

No hablemos de Amor, queridas.
El Amor es una convalecencia demasiado efímera.
Hablemos de Sexo, ese horror inacabable.

este cuerpo
tu cuerpo helado
esta noche infame de tu cuerpo
cae como una lluvia fina
en medio de nuestro bosque de paredes chorreantes

y sexos como frutas que huelen a podrido

y aúlla la perra-loba.





Rezo coral por la tamalera asesina

Señor: perdónala Tú,
perdona a la mujer que hizo tamales al marido.
A la mujer que no lloró
y, antes bien, se dobló de placer
al hundir los dedos en la masa
y la manteca.

Perdónala:
era sólo una golosa
y en todo caso, una arrebatada,
una delirante.

¿Quiénes somos nosotros para juzgar su locura
cuando los tamales estaban buenísimos?

Perdónala:
no es poca cosa lograr delicia
de una carne embrutecida y vil.

No la juzgues a ella,
juzga su obra: la mezcla perfecta
de la carne del cerdo con la salsa dulce y picante del morita.

¡Perdónala! ¡Perdónala!

Retén su gesto de Verónica
cuando los periodistas llegaron
y le pidieron, para la foto,
que blandiera el cuchillo como una trágica.

¡Temblaba, Señor, temblaba
porque los olores la transían aún,
y ella iba abriéndose a las intuiciones de su lengua





‎El Cantar del Marrakech (fragmentos)

Tras cortinas de nervios y mareos,
catedral hundida en su sueño
entre onirias agazapadas,
estaba el Marrakech.
Las rocolas echaban a volar sus cuervos
y las locas,
de risas lentejuelas
empapaban el aire de miradas.

Las liosas, las dulces,las tibias, las acedas:
nacidas de su amor asustadizo
y del humo triste de la sodomía.
Con sus gestos como puños
y las manos llenas de fervor, ladraban:
vírgenes berriondas
de tardes en declive y noches sin tregua, 
tendidas bajo el sol bajuno de las lámparas.
En el Marrakech eran soberanas,
cerraban las piernas como señoritasy reían como putas.
Oscuras y alegres como algo que va a morir.
Ellas,
las sin vértice,
con el vinagre siempre en la enagua
y la sed, 
y el ardor de esa sed.
Iban al Marrakech inhalando olor de puertos
y ciudades de noche.
Reinas amarillas,
amoratadas,
subidas de color.
Reinas de melancólico fumar 
que oteaban descaradas el pez de los hombres,
tras pestañas egipcias y dolencias abisinias.
Henchidas de presentimientos,
fieles a su embuste,
ligeras y estridentes como plumas,
paseaban su oído, su ternura,
su culo espléndido,
entre el azar de las mesas,
girando con el hábito furioso del insecto.

Iban al Marrakech y lo llamaban alegremente:El Garra
El Marrakech o El Marranech.
Hechizadas ante ese nombre crispado y su conjuro.

-Vamos al garra, querida.

Hay una loca que da vueltas.
Hay una bicicleta que camina sola.
Hay un hombre que se hinca frente a su verga
como frente a una cruz.
Hay esfínteres que son grandes oradores.
Hay un cábula lamiéndoles las ínfulas.
Hay un gandul con la garganta a media furia.
Hay un niño con los ojos cerrados.
Hay paredes pasándose de verdes.
Hay una loca que camina sola,
como una bicicleta sola,
tan sola que da miedo.

-Vamos al Marrakech, queriiida.

Y las nalgas se inflaban.
Y los culos se abrían como boquitas.

...


Adentro
Sin peso
Cada quien era su cuerpo
Libre de amor
Sin odios ni recuerdos.
Cada quien era su carne
Viva como una rosa animal
Única moneda en nuestras manos.

Y nos entregábamos porque sí
Por vernos la agonía
Mondados los huesos
Y desnuda la sangre.
Era delicioso callar nuestros nombres
Era bendito mentir
Abrazarnos fuertemente
Como si nos fuéramos a caer.

Y caíamos.




Lenguas en erección
Quimera Ediciones (Colección Bitácoras), México, 2008.



DECIR PARA NO TOCAR:
      nombrar su cuerpo para conjurarlo.

Mis palabras picotearon su carne
antes de que mi deseo le alcanzara.

Este texto ya lo suplantó,
esparció su imagen
como un montón de hojas por mi sábana.

Escribir es el placer de los eunucos.

Amores que saben a libro
Sólo son lenguas en erección.





SERÍA BUENO MORIRSE DE AMOR,
pudrirse deveras sin remedio,
meterse al culo tibio de la muerte,
                                            derrumbarse,
repartir nuestra flor entre los deudos,

acostarse a esperar esa muerte 
sin barbitúricos y sin navajas,
sin nada más que las ganas.

Sería bueno morirse de amor,
enredarse entre las sábanas como un taco,
sudar y sudar hasta que el otro
decida morirse de culpa,

para no estar aquí, junto al teléfono,
dando vueltas al aire del día
con los puños apretados en balde.



Sobre un poema de Juan Carlos Bautista
  Por Sergio Téllez-Pon

La otra noche, caminando por las calles solitarias de la ciudad, le leí a Él uno de mis poemas predilectos, “Caín y Abel” (en Lenguas en erección, 1990; 2da., ed., Quimera, 2007), de Juan Carlos Bautista.



            Trepado en mí
                        casi no hacía ruidos,
            pero desaforadamente
                        su bestia comía de mi culo.
            Un hombre silencioso en tiempos de guerra.

            Este hambriento –dije– es mi hermano.
            Y me abrí delicadamente
                                   como un jacinto a la pisada del buey.

            Le di agua de mi boca,
            manos que fueron pañuelos para su frente,
            mi espalda como un pan
            y ojos que supieron cerrarse a tiempo.

            Trepado en mí,
dije este hombre es mi hermano
y lo quiero
porque somos igual de pobres
y estamos igual de hambrientos.

—Habla de un incesto—contestó Él cuando terminé la lectura.

—Sí —respondí con cierta resignación.

Leí ese poema por primera vez en la antología de poesía erótica gay que publicó Víctor Manuel Mendiola bajo el sello de Plaza y Janés en 2001.Desde entonces no sé cuántas veces lo he leído y releído en voz alta hasta aprenderme algunos de sus versos y medir la inflexión de mi voz para acentuarlos.

Digo que le contesté a Él con cierta resignación porque su respuesta me pareció una obviedad: para empezar, el título es muy evidente, luego, ese antecedente hace una lectura sesgada, más cuando dice: “Ese hombre es mi hermano”, y el categórico final no deja duda. Tal vez a base de tantas lecturas, creo encontrarle otro sentido. Antes diré que las imágenes del poema me deslumbran, pero una en particular me fascina: “Y me abrí delicadamente/ como un jacinto a la pisada del buey”: cada vez que leo el poema me deleito diciendo esos versos.

No se sabe quién habla, bien puede ser Abel, bien puede ser Caín (puede deducirse que es Abel, pero el poema no se llama “Abel habla a Caín” o algo parecido). Así que “ese hombre” al que se dirige el hablante es su hermano, un hermano que lo sodomiza, es decir, lo humilla casi de forma fratricida, pero de cuya humillación ambos obtienen placer. La oración “ese hombre” se repite dos veces, estratégicamente, desde mi punto de vista:  así empieza el poema y luego, al estar al principio del último párrafo, es la inflexión que conduce al final arrebatador. Ese hombre es, pues, para mí, el compañero, el amado de un amante que da, que provee: “mi espalda como un pan”.El amado, por otra parte, que se vuelve un hermano, más cerca de la consanguinidad. Una relación amorosa que roza la fraternidad. Ese hombre-hermano con el que, gracias a la convivencia, se está en igualdad de condiciones y en igualdad de circunstancias, justamente como termina el poema: “estamos igual de pobres/ y estamos igual de hambrientos”.



***

La editora Mónica Braun, quien impulsa el sello Nieve de chamoy comparte con los lectores de La Otra una selección del libro El horroroso caso y otros poemas del chiapaneco Juan Carlos Bautista.


(DIABLA LA GRANDE)

No era bonita Diabla la Grande, 
había en su cara bestialidad 
y la recorría ponzoñoso un viento sin recodos. 
Y, sin embargo, 
era un caballo-lirio vestido de mujer, 
un montón de rosas oscuras 
         reclamando caricia en las espinas.

Diabla reía 
y su risa era un ensimismamiento de piedra viva, 
un relámpago en la noche inútil del Marrakech.

Larga, 
como una serpiente su cuello, 
                  tumbada en camastros de hotel, 
               desatada del mástil del día, 
                           entre risitas roncas 
y colores a punto de pudrirse, 
amando su perdición, 
                  el alcohol de su sangre 
                       y su muerte. 
La recuerdo olorosa a cerveza y vómito 
el día que la dejó Pascual 
                           y supo 
que los oscuros solo de amor quieren morir, 
y de vergüenza.



LA MAESTRA DE BAILE

El baile también es una forma sagaz de volar 
para quien carece de alas.

Es una forma del arrebato para quien carece de locura.

Es un modo de escapar para quien no tiene puertas, 
pero tiene un cuerpo, tiene dos cuerpos, 
y una manera erecta de arder.

Esto, claro, me hace recordar el triste 
caso de la maestra de baile.

La maestra, la sola, 
que se ponía una gardenia sedienta en el peinado 
y un vestido nupcial de corto vuelo, 
para ejercer el baile en el temor de sus días 
como una garza en un campo minado.

La maestra, ojos de extravío, 
nerviosita, 
un poco bebida a veces, 
con esa forma de reír tan agobiante 
y su aristocracia de solterona, 
lamida por el molusco de la virginidad, 
todos los días, todas las noches.

En el salón de baile entraba como una reina, 
casi loca, 
preciosista hasta la autodestrucción,

para después ir cayendo, 
golpeándose contra otros cuerpos, 
contra la oscuridad, 
contra la música.

La hallaron desnuda 
en la sala de su departamento, 
con los tacones calcinados, 
vacía ya la lumbre roja de ese charol, 
y la gardenia pisoteada.

Sólo las huellas delataron al asesino 
—¡no era un bailarín natural!—, 
huellas del rebusque y de la fuga, 
mojadas en sangre, 
machacadas en el piso 
                           1-2-3 
                               1-2-3 
(vuelta) 
                  1-2-3 
con la precisión dogmática de una lección de baile.



Trepado en mí 
casi no hacía ruidos, 
pero desaforadamente 
su bestia comía de mi culo. 
Un hombre silencioso en tiempos de guerra.

Este hambriento —dije— es mi hermano. 
Y me abrí delicadamente 
                  como un jacinto a la pisada del buey.

Le di agua de mi boca, 
manos que fueron pañuelos para su frente, 
mi espalda como un pan 
y ojos que supieron cerrarse a tiempo.

Trepado en mí, 
dije este hombre es mi hermano 
y lo quiero 
porque somos igual de pobres 
y estamos igual de hambrientos.






Poemas tomados del libro El horroroso caso y otros poemas, de Juan Carlos Bautista (México, Nieve de Chamoy, 2017), que reúne poemas de los tres libros que Juan Carlos Bautista ha publicado hasta ahora, más algunos del poemario inédito El horroroso caso, inspirados en la obra del fotorreportero Enrique Metinides. Brutales al mismo tiempo que compasivos y tiernos, sórdidos y otras veces llenos de humor, los poemas de Bautista retratan un México nocturno y bárbaro, desmesurado y amoroso, irremediablemente trágico. El mundo gay y el mundo de la nota roja se nos muestran sin pudor y trascienden la otredad: todos somos ese asombro y esa pasión que son también desamparo y violencia. La selección fue realizada por Mónica Braun. Con este poemario inicia la colección de poesía Bajo Cero de Nieve de Chamoy.

Nieve de Chamoy es un sello editorial independiente surgido en 2014, solo en formato digital, que edita sus libros también en papel desde 2017. Sus títulos comprenden narrativa, ensayo y poesía de autores mexicanos y latinoamericanos, lo mismo de autores consagrados como de talentos aún desconocidos, con especial predilección por las propuestas audaces.






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