sábado, 26 de diciembre de 2015

ANUAR ELÍAS PÉREZ [17.815]


Anuar Elías Pérez

Nace en 1983 en Mexico D.F, Mexico
Vive y trabaja en La paz, Bolivia

Es artista interdisciplinario, semichef y costurero. Es mexicano cuando se le da la gana, boliviano cuando le conviene. En su haber tiene Explosición (2006), Efectos personales (2010), Textografías, Retrato del autor y Trampa para erratas (2011). Inéditos: Errografías, Entrevista de trabajo y Los delirios de Hano y el Eternauta. Fue Regresado de la Facultad de Artes (la que usted prefiera). Algún día será panadero, mientras tanto talla sus testículos con la alfombra roja y percudida de una galería de arte sin importancia. Muchas veces gusta de guardar silencio. Casi siempre agradece la brevedad.

Exposiciones individuales

2011 – Trampa Para Erratas – Centro Cultural Santa Cruz, Santa Cruz, Bolivia
2010 – Efectos Personales – Alianza Francesa, La Paz, Bolivia
2009 – Explosición – Palacio Astoreca, Iquique, Chile

Exposiciones colectivas

2011 – Filsa – Feria Internacional Del Libro, Santiago, Chile
2011 – Make A Forest – Savia – Centro Cultural Simón I. Patiño, Santa Cruz, Bolivia
2011 – Projeto Continentes 8ª Bienal Do Mercosul – Sede Do Navi, Porto Alegre, Brasil
2010 – Arte Joven – Museo Nacional De Arte, La Paz, Bolivia
2009 – Bienal Internacional Del Cartel – Espacio Simón I. Patiño, La Paz, Bolivia
2009 – Desordenario – Kiosko Galería, Santa Cruz, Bolivia
2007 – Muestra De Videoarte Boliviano – Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, Argentina
2006 – Muestra Colectiva De Poesía Visual – Goethe Institut, La Paz, Bolivia
2003 – Entre Líneas – Universidad Autónoma De Puebla, Puebla, México




ACERO INOXIDABLE
(La ubre amarga 2015) 



Acero Inoxidable


Sólo un amor verdadero
es capaz de distinguir
el acero falso del inoxidable.




Cada tanto ejecutamos el ritual
de mudarnos
a la misma casa
con la esperanza de contrarrestar
—inútilmente
el miedo a la imposibilidad
o al estancamiento

empacamos todo
corremos de lugar el mobiliario
y agitados por el vértigo
bailamos —hasta el agotamiento
la extraña danza
de la renovación

luego
al colocar todo como estaba
reparamos en aquello que con tanto empeño
seguimos llamando hogar
sólo un conjunto de pertenencias
las cuales
pasarán más tiempo juntas
que nosotros.

Siempre supiste aprovechar
muy bien los tiempos muertos
—donde se atan los cabos de la sospecha
por ejemplo ahora que duermes
en el asiento del copiloto
mientras volvemos a casa
después de una cena de rutina
montada en el ambiguo escenario
de la reconciliación

algo en el camino te despierta
estiras la mano y giras
lentamente la perilla de la radio
de pronto
un auto nos impacta
y tu cuerpo queda prensado contra el asiento

entonces me pregunto cómo fue
a sorprenderte de esa manera
—la muerte
con las manos adormecidas
la boca seca por el vino
y de fondo el sonido de una estación
que no habías terminado de sintonizar.


Cambiar la combinación de la chapa
era el único modo de renovar
nuestros votos
con el reparo de quien teme
sistemáticamente
al allanamiento

ese temor que se carga
como una llave inútil
que nos resistimos
a quitar del llavero cuando sirvió
para girar por cuenta propia
el mismo cerrojo.





Nunca imaginamos llegar al punto
en el que tocaría
renovar la loza —venida a menos
por el uso— o el plaqué
sin filo
que muy bien nos sirvió de arma
contra el hastío

entonces nos veremos
caminando sobre los blancos pasillos
del supermercado
agitados frente a lo irresistible
que siempre nos parecieron las ofertas
¡un juego de cuchillos en rebaja!
nos diremos entre dientes

al llegar a casa
abriremos la caja dominados
por el nervio de quienes frente a los metales nuevos
no contienen el impulso
de afilarlos —por primera vez
con el aliento 

segundos después —y sólo entonces
en el reflejo de sus finas hojas
nos daremos cuenta
que las cicatrices ya empiezan
—entre tantas arrugas
a disimularse.






Días en los que la novedad
es un espejismo
alteramos el orden
de la norma
asumiendo el riesgo
que implica toda transferencia

doblamos con esmero
la ropa sucia
antes de apilarla en el canasto
fregamos la vajilla con shampoo
le damos forma
al polvo

costumbres que sin duda
representan un pequeño triunfo
sobre cualquier ideal de convivencia
si se piensa la soledad como una pérdida
de tiempo
perfeccionando las técnicas
estrictamente orientadas
a la higiene.





Olvidar las fechas importantes
y limitarse
a celebrar el cambio de dígito
es lo único que importa
cuando la gracia de la evocación
se pierde
con el sentido de supervivencia

quién se acuerda
de la caducidad exacta de los enlatados
en el tarro a medias de
caviar en mal estado
en la espuma del champagne
rebalsando tazas de plástico
en las migas que ya nadie
quita de la comisura
el intento —o la suerte
de naufragar acompañado
a modo de salvarse.

Discutimos con lujo de violencia
esperando que la gravedad
—una vez más— nos empuje
irremediablemente
al coito

separados por el humo
de una colilla apagada
con desgano
hablamos del clima a solas
como manera de
provocación

pasaremos la noche
buscando entre ceniza
un pequeño indicio
entonces el guiño
de una brasa
—donde alguna vez ardió el
fuego de la complicidad—
en el contagio de un bostezo.

La humedad se expande
por toda la casa
como una enfermedad incurable
ya no queda refugio
ni escondite seguro para nosotros
en el descuido de una mancha
el agua se convirtió en
elemento inútil de sanación
o limpieza
agazapados a la calefacción
rendimos culto
al inventor del acero inoxidable.





La sabiduría de
anticiparse a la derrota
que implica quedarse solo
y descartar
por completo la idea
de familia
en la apuesta que se cierra
al momento de mudarse
bajo el mismo techo
por primera vez
como la suerte de los principiantes
que desaparece con frecuencia
en la partida siguiente.




Muchos años después de
la primera mudanza
un ataque inesperado de hipo
nos devuelve la risa
y con ello la incertidumbre
del próximo espasmo
que bien podría ser el último.







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