sábado, 23 de abril de 2016

IRINA OJEDA BECERRA [18.498]


Irina Ojeda Becerra 

(Santa Clara, Cuba, 1976). Poetisa. Además del verso libre, cultiva la décima y la poesía infantil. Ha publicado los libros: Temblando bajo la fronda (Editorial Sed Belleza, Cuba, 2005) dedicado a la temática amorosa, Sobre la bestia blanca (Reina del Mar Editores, Cuba, 2005) y La casa del vacío (Editorial Sed de Belleza, Cuba, 2012). Primera Mención en Poesía (Encuentro Debate Provincial de Talleres Literarios, Villa Clara, Cuba, 1998), Gran Premio en Poesía (Festival Provincial de Artistas Aficionados de la FEU, Villa Clara, Cuba, 1999), obtuvo la beca de creación El Girasol Sediento (Cuba, 2004). Aparece en diversas antologías: Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo (Editorial Letras Cubanas, 2000), Los parques (Ediciones Reina del Mar Editores, Cuba, 2001), Antología de la poesía cósmica cubana (Frente de Afirmación Hispanista, A.C., México, 2002), Palabras en la arena (Ediciones Libera, México, 2006), Queredlas cual las hacéis (Ediciones Abril, Cuba, 2007), Faz de tierra (Editorial Letras Cubanas, 2010), Rosa Caribe (Ediciones La Mancha, Venezuela, 2011), La catedral sumergida (Editorial Letras Cubanas, 2012) y El árbol en la cumbre (Editorial Letras Cubanas, 2015). Poemas suyos figuran en revistas de varios países: Umbral, El Caimán Barbudo, Brotes, Cartacuba, Guamo, La Jiribilla, El Cuervo (Puerto Rico) y Alhucema (España).


Poema escrito sobre la soledad de mis manos

De ti sólo tengo la súplica del viento
contra el ventanal que no abriré por nada.
Un postrero y frágil parpadeo de esta
tarde que al irse te llevará consigo
y en la noche mi palabra se tuerce,
se enclavará sobre este cuello moribundo
porque al dejar mi mano irás con tu pecho
descubierto para que tempestades hoscas
se te encimen; y cómo curar esos ojos
siempre desgarrados si yo sólo soy
una forastera melancólica
como alguien me nombró tal vez; una endeble
gitanilla que prefiere irse lejos
y adormecer el llanto sin ser vista.
Cuando la luna me persiga de cerca
indetenible hasta donde se reclinan
sobre mí los troncos y suelo escurrirme
en el silencio, enredándote en tus penas
para suave obligarme a danzar.
Un coche te espera en las márgenes del río
donde solían amarse nuestros corceles,
bajo nostalgias y yerbas una silente cabaña.
Te dirán: estuvo merodeando entre los rosales.
en sus brazos un libro viejo y sola caminaba.
Podrán decirte: estuvo anoche tomando
té con galletas y pesares. Estuvo sola.
Cuando la ventisca te voltee en tu lecho
búscame en el bosque.
Yo guardaré bajo veladas hojas
el recuerdo del tenue dorso de tu mano.


Luz de agua

Desde que tengo memoria
con el filo de la navaja
siempre llego a herirme.

Los días pasan
como un caer de lluvia sobre las piedras cortantes
como un náufrago que gira al mismo agujero del mar.
No lo sé bien aún;
por él escapó un niño con su reloj
y entre dedos ofrecía llameante agua.

Si logro esculpir en esa luz,
el viento ya no será anciano que gime
y con uñas desgarra los árboles.

Hasta la cima su frágil cuerpo lleva el animal
enredando cabellos en ramas latentes.
A qué espacio me guían estos bosques no sé.
Ignoro cuándo no aullará mi pecho en el tejado;
cazar poemas al borde de la cama un juego sea.

Y este vestido que no cesa de gotear;
una, cinco, seis, una, se desploman,
se desploman mis hombros.
¡Qué tibia paja suelen las horas de una silla desmigajar!

Si reconoces lo que veo
en la mar de tu pintura,
color negro no me elijas,
pintor que invades los huecos de la ciudad.

Quiero sólo una gota, mínima, de agua
que a mi mano rehúye.
Mas, aún sigo caminando,
caminando sobre el filo de la navaja.



El amante y la trampa

Usas collar de uvas para endulzarme
el pecho y lo haces florecer.
Dime, cómo nutres un labio sin riendas,
cómo, dime, tus ojos de tallo suave
logran deslavazar el vino que me recoge,

me inicia.
Punteas el furor así, bajo una fugaz hoja.

Edén que mora en mi sábana,
no anhelo el amparo, el juego de boca fluyente.
Aún me obceca hallar estanques y adormecidas trampas.

Hoy gira sobre mi lecho, amante.
Caballero sin hada del ayer,
toma estas crines que bajan a lamer tu espalda inmensa,
donde alójanse fatigas y unicornios:
y despierta por mi cintura un colibrí agobiado.

Tu figura
es un ademán sencillo, tan sencillo
que en templos el rostro enjuagas.

Para ti muy fuerte, me dices,
esta lírica danza sobre claveles, rasante.
¿Por qué dudas?
Es mi temor acaso.

Pues temo, sí...
a estos dedos con ganas por deshojar tus cumbres,
so pena de ser ahogadas
entre arroyos y chubascos.


Ciana

Pudiera ser la mía tu historia,
si no fuera porque esa vez
el silencio de unas manos alzó mi pecho.

Una mujer
que corre, se aparta en valles de quietud.
¿Apalearla?
A su favor hay testigos:
cuadernos, astros, fábulas...
y hablan «desnudas historias
allí donde mariposas acuchilla».

Una mujer
de puñaladas víctima;
gira, ufana en su juego.
Sueña una voz exótica,
mientras abriga el muslo de acero tanto follaje.

Yo soy de sus confesiones el libro:
sólo me pregunto, mujer,
qué habrá después del horizonte.



Una mano helada

Irascible el viento
por debajo de la puerta se desliza
y busca;
me busca, extinguidos los velones.

Una mano helada percute en mi pecho.



En el foso

No tendrás morada.
Como extraña
entre ajenas paredes,
por pasillos,
alrededor de un lecho alquilado.
Tus bienes dejarán de ser tuyos.
Invadirán la mesa, el suelo, sábanas.
Y asistirás inmutable;
obediente con los dueños,
conteniendo el gesto.
Habituada a fingir la sonrisa,
el sí,
entregarás un hijo
en fecha que dispongan.
No tendrás morada sino en los ojos,
semejantes a un foso interminable.



El negror del boscaje

Ya no estoy entre los convidados.

Sé bien que es imposible
acercarme a su festín.
Con los ojos esplendentes,
embebida por el negror del boscaje,
ahora soy
la que acecha.



Instante de agonía

a E.

Volverse pueden dos años un minuto
por voces anónimas calada,
palabras que no entiendo,
figuras cual relumbres.

También yo estuve allí
donde ni siquiera mis manos ver lograba.

Dos años podrían ser
el minuto de agonía
de quien no consigue abrir los párpados.




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