miércoles, 8 de febrero de 2017

MARIA LÚCIA DAL FARRA [19.926]


MARIA LÚCIA DAL FARRA

Maria Lúcia Dal Farra (São Paulo, Brasil, 14 de octubre de 1944), es un poeta de Brasil. 

Es profesora de Literatura Inglésa de la Universidad Federal de Sergipe. Ganó el Premio Jabuti 54ª por su libro Alumbramentos.

Obras

1994 - Livro de Auras (Iluminuras)
2002 - Livro de Possuídos (Iluminuras)
2012 - Alumbramentos (Iluminuras)

Contos e crônicas

2005 - Inquilina do Intervalo (Iluminuras)

Crítica literária

1978 - O Narrador Ensimesmado (Ática)
1994 - A Alquimia da Linguagem (Imprensa Nacional/Casa da Moeda, Lisboa)


Oscuridades del feminismo

En el deseo de acoger al mundo dentro de mí y de tomar posesión de él a través de la palabra, he sido antes fecundada y poseída por él. Porque, finalmente, resulta que es sobre mi cuerpo, expuesto a la inscripción, que cada cosa que compone la vida deposita su ruido, su sello, su virus, sus sonoros arañazos, su grafismo imposible.

En esa intervención poética, que en verdad no pasa de un litigio amoroso entre palabras, ritmos y sonidos, proceso de traslados, de préstamos, de contaminaciones, de embates y fusiones de diferentes, mi cuerpo se ha convertido en un inmenso tema para ajenos, comunitario y abierto, que alberga de buen grado la amplia variedad del mundo, en busca de otorgarle voz y derecho de ciudadanía lingüística. Y es entonces cuando me encuentro en estado de gracia: en estado de casa, de morada dilatada, de maternidad redondeada y visceral; en situación de útero.

Mi don es ese: acoger lo otro para entregarlo, cabal y desinventado, incompleto y afásico, rebelde y trastornado, de vuelta a sí mismo.

Creo que, en ese oficio, trabajo para rescatar el alma perdida y atormentada de cada cosa. Que me esmero en aliar las pertenencias de la tierra con el lugar de mi más profunda intimidad, reconduciendo tales elementos al útero primigenio donde me siento, o en que me transformo –mientras me brindo entera a la privacidad del cosmos, en un tránsito de puro amor donde relampaguea el secreto parentesco entre lo dentro y lo fuera, lo bajo y lo alto, lo íntimo y lo público, lo individual y lo colectivo, reuniendo y reenlazando las astillas perdidas, la memoria sonora contenida en el murmullo de las cosas mudas.

Me interesan, pues, sobre todo los objetos rebajados a la mezquindad. Insisto en rescatar de ellos la propia dignidad que encierran en su intimidad tímida y apretada. Y ellos me retribuyen tocándome con sus cualidades táctiles, olfativas, gustativas, plásticas, sonoras que me entran por todos los sentidos, entrenando conmigo una auténtica privacidad amorosa.

Alguien podría decir que tal afecto por la naturaleza puede asociarme a un tal Virgilio, gran poeta latino que cuando una vez fue acusado por sus críticos de ser imitador de Ennio, llegó a afirmar que con ello no hacía más que extraer “oro” del “estiércol” ajeno.

En mi caso, mientras tanto, obtengo estiércol del oro de Virgilio, y me alegro de ese estado de penuria, mucho más concordante con la condición humana de mi siglo. Con eso pretendo precisar mejor los antihéroes en que nos trasformamos, las limitaciones que se nos han impuesto en estos tiempos crepusculares de síndromes de pánico por el futuro. Y digo esto con orgullo, no con pesar, pero sí como quien se satisface –franciscanamente– con poco, con lo que sobró de todo, con los restos, con lo descartable, con lo inútil.

Como para Plinio el Viejo, naturalista latino a quien también imité, creo que la función que nos cabe a nosotros, escritores de este tiempo, es la de inclinarnos sobre la erupción de esto que ahora constituye nuestro nuevo Vesubio. Pero no para morir en él, arrebatados por el conocimiento que podamos extraerle, como le sucedió al propio Plinio. Aunque para ser obstinado en esa condición paradójica de intermedio que nos fue legada, en ese estado de peligrosidad de estar al borde de, que nos lleva, por un lado, a zambullirnos en ese abrasador, movedizo y colorido abismo y, por otro, a mantenernos a salvo para poder registrar esa misma fascinación por el misterio que él encierra.

Y, así, ingreso definitivamente en un estado de oxímoron, en un estado imposible de negación y afirmación simultáneas, lugar que, aun siendo el de la mujer, en mi opinión también es el único donde todavía puede equilibrarse el poeta de hoy.



Dionea

Con las manos en concha te acojo,
huésped ansiado,
para que te deslices por mis palmas
(mi texto)
próximo a los pelos que seductores te rozan
en el antegozo de mi irremediable pozo.
Capturadora de alados,
en el trayecto en que poco a poco te absorbo
(mientras cierro mi ostra y en mi brea te envuelvo)
te auxilio con agua y luz intensas:
compañera de Zeus, madre de Afrodita,
y por lo luminosa y lúcida soy llamada de
afrodisíaca.

De los goces del amor, maestro anciano,
conozco de memoria toda la ciencia: la he pasado
por herencia a Venus. Flechas de mi nieto son los
espinos –las cerdas con que entonces te regalo
mientras te deslizas placentero por los líquidos
que fabrico para nuestra mutua orgía
–para que en mí puedas leer
la fiesta, los sortilegios.
Ah, dulces trayectos, senda de azúcar,
remolinos, limos, lenguas, disparadores,
libadores, garras, nervaduras, cera
–¡manteca!
Te conduzco viscoso a la vorágine,
al fondo del despeñadero
a lo incomensurable
–a la muerte,
la más sublime,
porque gozosa en ayes de orgasmo y de deleite.



Paisagem de Outono

 (leitura do quadro de Van Gogh)

O que a terra deixa escapar
se chama paisagem.
Em inglês se diz melhor
ao pé da letra
(equívoco de cognatos).
Mas para conhecê-la inteira
ângulos, pássaros
seus dons ocultos
é preciso pintá-la se
(para tanto)
confluírem o movimento dos dedos
a vontade das cerdas
as tintas que
(como as palavras)
fingem se entregar ao que são
só para atraiçoarem.
Se tal pacto houver
a natureza se deixará capturar –
escapulindo.



Autumn Landscape

 (after Van Gogh)

What the earth lets escape
is called “landscape.”
In English it’s best expressed
word for word
(a slip of the cognates).
But to know it whole
its angles, birds
its hidden gifts
it’s necessary to paint it 
102 Fórnix
if (to that end)
the fingers’ movement converges
with the will of the bristles
with the paints that
(like words)
pretend to surrender to what they are
only to mislead.
If such a pact there is
nature will let herself be caught
just
– as she slips away.

(Traducción: Julia Powers)



O gato

Uma palavra para o gato: ágil.
Também unha, preguiça, pupila.
O resto
é o que ele
(entre uma e outra delas)
preenche de charme delgado –
enigmático.

Adoraria poder nele apalpar o pêlo
e saber de que abstração é feito.
Mas (felino) ele se enrosca incisivo
no vão do meu pensamento
e dependura-se
(em telepática acrobacia)
nas suas prerrogativas.
Só me permite escrevê-lo
a contrapelo.


            
Boi no pasto

Boi no pasto não tem patas.
Bóia as banhas ondulantes
sobre as bordas do capim
que (marítimo de ervas)
em superfície o conserva.
Está no seu elemento
e todo esterco trescala
ao verde que ele abate –
ilhas já dessa paisagem.
É o campo que se alevanta
no negro musgo do estrume
por seu turno resgatando
a larva à própria lavra.

Boi no pasto não tem peias
nem a terra lhe é fronteira.



Callas na escala ascendente

Inteira,
tua voz é um cone,
torre de catedral,
coisa tátil, que se avista,
mutável como caleidoscópio. É fósforo,
poço de petróleo: força que se arremessa
das profundas da treva e que
(de chofre)
perfura com sua agulha as nuvens
para ganhar penugem de pássaro
e adejar (mui devagar)
sobre o espírito.

Foguete é tua voz em busca do buraco negro
(olho terceiro)
turbina que se aquece entre coração e cérebro
e desenha ogivas de ignoradas paragens –
onde leio flor, lâmina
arcaica letra grega
que não entendo
mas que se inscreve no mármore dos altares.




João e Joan

Quando fala João Cabral
da mão esquerda de Miró
é com destra que penteia
a crina das próprias sílabas
empinando seu poema
para o sertão dos garranchos:
as letras e algarismos
atraem-se por faísca –
pedra, lâmina e cal.
Amarelo fica o azul
da tanta luz que lhe infunde:
tal explica o canavial
assim perto ao cemitério.
A mulher e o seu pássaro
(de gaiola ela vestida)
é sim contra sim e não
pois que o diapasão é o mesmo.
A bailadora flamenca
(um alfinete e uma pena)
sapateia em Barcelona
(com saias de Andaluzia)
um xaxado nordestino;
o cacto é borboleta

diante do tom adotado,
rapaz com capa vermelha
(Manolete) é sertanejo.
Cada um visa a seu touro
no martelo galopado,
na madeira martelada:
nem um nem outro é canhoto.
                                   
De “Viveiro”, do Livro de auras. São Paulo: Iluminuras, 1994, respectivamente pp. 18, 22, 27 e 38.


            
Fruto proibido

Com suas nádegas lascivas de mulher
a maçã deita de costas
na cesta sobre a mesa.
Já de batom está pintada,
armadilha edênica no seu poço
– no ponto da voragem,
caverna de pevides.

Drácula, penetro
no seu espírito interdito,
no jardim das delícias.
Cometo (insensato)
a grande virtude capital.
                                   
De “Coisas de mulher”, do Livro de auras. Opus cit, respectivamente pp. 53, 60, 64.



Ponte de Langlois com senhora 
de guarda-chuvas

Linhas frágeis sustentam a travessia sobre as águas.
Milagre de vôo
levitação suspensa por tênues fios
e por uma mulher incrédula:
a sombrinha aberta não a protege apenas do sol
mas da eventual hipótese de a mágica não funcionar.
Em última instância
é como pássaro que espera se defender.



            Pinheiro e figura diante 
do Asilo Saint-Paul

Debaixo do pinheiro
um homem aguarda. Sua inquietude
(domada no aperto dos punhos
dentro dos bolsos da calça)
se transfere para o turbilhão que avassala
folhas e galhos da árvore. Mesmo assim
a imagem plácida do asilo
lembra o convento –

quem sabe uma escola
onde se aprende a lutar com a dor.



            Noite estrelada (Cipreste e vilarejo)

Tantos sóis na noite escura
e tão baixos
que afrontam (com seus bojos)
as pontas da torre que se alça
dos pés da igreja
para alcançá-los.
Tão irrequietos se mostram
que mal se equilibram na abóboda celeste,
torturados por movimentos espiralados
de quem quer vasculhar
as profundas do horizonte.
Há mesmo um tornado de luz se formando
que traga tudo que brilha
em seu turbilhão de infinito.

Apenas um cipreste resiste
(incólume)
com sua secreta sabedoria
de chama da morte.
                                   
De “Van Gogh”, do Livro de possuídos. São Paulo: Iluminuras, 2002, respectivamente pp. 16, 17 e 40.


            Maçã

A maçã na mesa: pomo da discórdia.
Abuso da minha inteligência
porque quero conhecê-la com dentes,
escavá-la até a longínqua estrela.
Saliva a saliva
procurar-lhe nomes,
no afunilado umbigo aprofundar a língua.

A presença hierática pede respeito
mas profano-a:
tenho de escolher entre ser
boa ou má,
quebrar a dormência – que não
para bela adormecida fui nascida.

Ouso, caio,
começo de novo o mundo,
exilo da fruta o sabor do amor celeste –
sou (por fim) mortal.

Debaixo da macieira
(ah dourada mediocridade!)
a sombra saboreio da vida ufana.
Não aguardo, com Arthur,
que os cavaleiros me livrem
do jugo estranho, e nem vou
(a pé, com Merlim)
aprender mágica no pomar.

Quero conhecer o mal e suas ramas.



            Manga

Ela está sobre a mesa –
nua
e fechada em si
como uma urna.
O elegante perfil convoca outras formas
para torná-la única:
pêra, pêssego, abricô – o coração, afinal,
de onde irrigam a candura
e o aceno para afagá-la com duas mãos.

De modo que a boca quase treme
(hesitante entre beijá-la e mordê-la)
quando dela se achega
sem saber se se entrega ao domínio do cheiro
ou à volúpia de lambê-la –
mesmo antes de (com unhas)
fender-lhe a pele vermelho-verde.

Ah, sulcar a carne macia com o arado dos dentes
deixando que neles se enrosquem os cabelos
que a fruta
 (aflita)
não pode conter diante do torvelinho dos sentidos –
do cataclismo que o desejo encena
no afã de conhecer-lhe o rosto!

Sôfrego, salivo abocanhando a polpa
(esse manancial de sucos que me lambuza,
espirra, goteja e baba)
que chupo exaurindo a fonte dos deleites
dessa mulher que
por fim consentiu
(pudica e fogosa)
de a mim se entregar.



            Cebola

Gosta dos dias longos
esta milenar senhora!
Memorialista,
enrodilha-se na lembrança das próprias folhas
em permanente esforço de perpetuá-las.
Preferida dos faraós,
deve (por cero) ter inspirado a técnica
em que se eternizaram.

Objeto arqueológico de todas as idades,
esta esfinge
foi dita em sânscrito, persa,
latim, grego. Guarda por exemplo
(em gravidez poliglota)
a nostalgia do antigo lar egípcio,
a travessia do deserto, a ausência da mesa,
a carência de alento –
o fundo pranto hebreu que ainda hoje
(inadvertido e fortuito)
compartilha
com quem lhe devassa a alma.

Percorre com faca teu ventre sagrado
é topar com inscrições inauditas,
passagens secretas,
falsas portas,
inesperadas relíquias.

Que apenas a maldição que eu mereça
recaia sobre mim!
                                   
De “Vergilianas”, do Livro de possuídos. Opus cit, respectivamente pp. 63-64, 73-74 e 79-80.



            Retrato de mulher de frente

De tanto esperar pelo meu olhar,
enrubesceu. Aguardou-o
anos a fio
mas emana dela ainda
a mesma timidez
igual esperança. Há
(quem sabe)
uma indagação impossível
na boca rubra e natural.

A aura do objeto
mistura-se a seu cabelo
como se a existência
tivesse transcendido o momento
em que por certo nos encontraríamos.

Malgrado estar eu aqui –
tudo nela ainda espera por mim.

                                   De “Klimt”, do Livro de possuídos. Opus cit, respectivamente pp. 130 e 133.







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