miércoles, 11 de mayo de 2016

INÉS PARRA [18.681]


Inés Parra

México, D.F., 1976
Licenciada en Comunicación por la UNAM. Algunos de sus textos han aparecido en revistas literarias como Curia, Deriva y La Siega de Madrid, España; en el Periódico de poesía de la UNAM, así como en la Antología Hasta agotar la existencia II de la editorial Resistencia en 2004. Tiene publicado el libro Pequeña Sonámbula, editorial Fridaura 2006, y ese mismo año obtuvo la beca Artes Por Todas Partes por su espectáculo de danza y poesía Pequeña Sonámbula. En el 2010 obtuvo la beca Red para el Desarrollo Cultural Comunitario del Gobierno del Distrito Federal por su espectáculo de poesía y danza: “Luz, luz enemiga”. En el 2011 publico su segundo libro de poesía Música de violín para suicidas en la Editorial Verso Destierro.


                             Para A. P.

Soy demasiado femenina para
alcanzar la estatura de tus huesos,
La mueca de esa fotografía en blanco
Donde la muerte está a punto
de seducirte.
Mi madre no me llamó Alejandra,
Me nombró niebla,
Y llenó mis rojos cabellos
de soles agonizando;
Aprendí a pisar con mis zapatillas
de lluvia lo más negro de la noche,
Todo, mientras veía a tu sombra
hurgar el cráneo del silencio,
Y descubrí que para hablar de luz
Hay que sacarte de entre los muertos.

  


De Pequeña sonámbula



Traía en la mirada el cansancio de los muertos,
La sed de los condenados.
Se vio sin lengua,
No volvería a gemir en las ventanas del abismo...

No comerás de mi lengua la palabra tumba,
No pasarás entre el nudo del suicida.
El silencio será la jaula exacta de tu bestia.
Señora tragedia,
Señora lamento,
Esconde las flores lloronas que escurren de tus piernas,
Esconde esa carta firmada por mi polvo.

No me verás hueso herido entre las astillas de tu corazón,
No me verás lluvia en el desolado paisaje de los que penan.
Señora miedo,
reza de lejos la letanía del infierno,
Llama a tus fieles perras,
Es hora de que abandonen las paredes,
Es hora de que dejen libre al espejo.

No me verás llorando entre amapolas,
No me verás tumbada entre claveles.
Ruega, para que me abandonen las hienas,
Ruega, para que no le prenda fuego a tu sombra,
Señora tragedia,
Escapa hacia las ruinas del olvido,
Ahí la tumba,
Ahí el manzano que alimentará a tus bestias.



*


Una de ellas, una de ellas, una de mis cartas,
Te llevará la noticia: he muerto.
Sólo así reanudaremos nuestra correspondencia.

Perder la razón en las ojeras
De un hospital moribundo,
Perder el vientre entre mujeres
Que dan a luz a estrellas ciegas,
Perder la cabeza en la habitación
Donde Dios habla secretamente con la muerte.

¿Te has olvidado de mí, señor?
Si fuiste tú quien sembró esta flor
Que no se atrevió a nombrarte.

Que paren de llorar las paredes,
Que los árboles ya no canten la canción de lluvia.
Me duele la sangre,
El espinado esqueleto de mi amor.
Que venga la enfermera
Y pinte mis labios de locura.

En estos pasillos se habla de cicatrices,
En esta blancura sólo vive la mancha de la ausencia.
Ángeles púrpura detienen mis piernas,
Quiero irme,
Quiero ver de nuevo el triste rostro de sol.

¿A qué hora comenzaron a llorar los árboles?
¿Quién los ha dejado entrar por la ventana?

Perder la razón delirando entre fantasmas,
Llamando a mi madre,
Blasfemando diminutos cadáveres,
Llenando el hueco de mi vientre
Con amarillas amapolas
Para que me dejen salir,
Para que me dejen de nuevo jugar
Al amor,
A la dama triste del hospital
Atada en una cama.



*


Ella es un espejo que al llegar la noche
Corre en busca de un rostro.
Ella sueña que en su vientre juegan muñecas,
Mueve con sus lágrimas la cuna del hijo que nunca estuvo.

Ella lleva bestias en su herida,
Les incendia la boca a los fantasmas,
Destroza las lunas con lo bruma de su diente.

Ella en su desesperación deshuesa flores,
Dibuja ángeles en los labios de las sombras.

Ella ama a los manzanos que crecen de sus ojos,
Abre la luz,
                         Ahoga al miedo.
                                    Ella es un espejo,
El astillado rostro en que se mira la muerte.



*


Ya no soy ni seré la calavera azul de tu tristeza,
No seré ese puñado de llorones huesos
Que locos arden por las calles de la rabia.

Seré, compañero, aquella que hilvana la sombra
A cuanto ángel pasa y blasfema por tus ojos,
Esa que en la tormenta junta nubes
Para mover las barcas del olvido.

No seré la sonámbula,
La que asesina espejos,
La que carga en sus labios los blanquísimos
Suspiros de una necia muerte.

Ya no soy ni seré el esqueleto roto,
La mordida justa de un corazón ladrante.

(En algún lugar, no lejano al abismo,
Suenan las notas de odio
Que me enseñaste para ahuyentar la sombra).



*


Aquí estoy con mi calavera de siempre
Y mis dudas rutinarias peinadas por la herrumbre.
Con mis huesos ya lejanos
Y las espinas apunto de volar.

Estoy con mi gemela manera
De no entender la noche,
Con mi profunda garra atada
                                                A nubes y peldaños,
Y la memoria tuerta por las mariposas.

No dejo de estar aunque tu hueco deje suelta a la fiera,
Y mi sombra duerma
En el florido cadáver de tus cartas.

Nunca olvido que mi lluvia es muy bestia
Y que anda
Entre el sueño y la garra,
Haciendo eco en tu niebla.



*


Dime, amado, ¿por qué las fotografías callan?,
¿Por qué el viento del norte en sus labios?.
Dime, amado, ¿por qué el retrato del espejo canta?

Clamo y lloro para que sean las fotografías las que se enfermen,
Y sufran esta angustia de niebla que llevo en el rostro.

Alguien le robó la voz a tus besos,
Acuchilló mi sombra mientras dormía.
Dime amado, ¿por qué no despierto?.



*


A los que no duermen se les llenan
Los ojos de sonámbulos girasoles,
Tulipanes enloquecidos les devoran los sueños,
La sombra.
Soles extraños les queman el esqueleto,
                                                El miedo.

Lo terrible de la luz
                        Crece bajo sus párpados.




Del libro inédito: Sonata para invierno

          
V

Tú que sólo sabes de oscuridad,
dame la mano,
y que la música detenga la tarde.
Las cuerdas del violín se tensarán sobre mi vientre,
el mar agitará lo azul de sus cabellos.
Todo será tormenta
para que tu primer rayo caiga,
como el llanto de tu ojo aún sumido
en el vientre de la noche.

          
VI

A las palabras tristísimas ni la lluvia se las lleva.
Es tu llanto el que baña los ojos de las flores.
La amargura de los días ni con el pan
y el agua se borra.
Eres dueño de la borrasca que me ata las manos a la noche,
a esa madrugada en donde el cielo perdió la razón
y hubo una loca para cada estrella.

          
XVII

Ni época,
ni tiempo.
Sólo te bastó el amor lleno de golondrinas tras la ventana
y domingos azules de frío.
Hubo una vez una mujer que amo a un hombre
que no recordaba el nacimiento de su sombra;
que sólo recordaba la neblina en los ojos de su madre
y esa flor que sembró en sus manos para no temerle a la muerte.



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