lunes, 28 de enero de 2013

JULIA GIL [9.112]


JULIA GIL

Julia Gil López nació en Santa Cruz de Tenerife en Agosto de 1936. Falleció el 11 Junio 2017.  Estudio Filología Románica en la Universidad de La Laguna.  Hacia los 24 años entró como profesora interina en el Instituto de Santa Cruz de Tenerife y en 1963 saca la oposición de agregada de Lengua y Literatura española en Jaén, donde permanece un curso.  De allí a Las Palmas de Gran Canaria y a Madrid, donde prepara la Cátedra, que obtiene en 1967 para Santa Cruz de La Palma; al año siguiente retorna definitivamente a Tenerife, en cuyo IES. Tomás de Iriarte imparte clases hasta su jubilación.  A partir de los 80 colabora activamente con colectivos pacifistas y de solidaridad, especialmente con pueblos centroamericanos.  Ha escrito en diversas etapas a lo largo de su vida pero es a finales del siglo XX cuando se decide a publicar.  En septiembre de 1999 saca en edición alternativa y a beneficio del proyecto MediCuba, un libro de poemas titulados “Tiempo de Pasión, Tiempo de Destrucción”.  En diciembre de 2000 el Centro de la Cultura Popular Canaria publica “Grabados en mi infancia”, también en versos.  Asimismo figura en la antología publicada por Radio ECCA y el Centro de la Cultura Popular Canaria Poesía de Canarias en viva voz.  La voz de los poetas, 1988-2002.  En julio de 2003 la misma editorial publica un nuevo poemario titulado “Vuelo, posada, remanso” y en diciembre del 2004 otro con el título “De olvidos y de existencias”.  En diciembre del 2006 Ediciones Ideas publica su novela corta “Como tú eres así”.  En Junio del 2007 y publicado por el Ayuntamiento del Puerto de La Cruz, en Tenerife, sale a la luz un nuevo poemario “Ciudad de Espumas”.  En mayo de 2009 presenta en el XIV Festival de Poesía Solidaria en La Habana el poemario “Palestina, al otro lado del dolor”. En septiembre de ese mismo año, Ediciones Idea publica el poemario en haikus “Ruta de las setas”. En 2010 publicó el libro de relatos “Once Trapecios al Trasluz” y en 2011 “Remando travesía hacia la paz” a beneficio del proyecto Vacaciones en Paz de la Asociación de Amigos del Sahara, que fue presentado en mayo de 2012 en el Festival de Poesía Solidaria en La Habana (Cuba), 2012: La Niña y Yo y Simbiosis con Bruno (2016). Ha participado en el libro Poetas en el Hierro, promovido por el colectivo Poetas del Mundo por la Paz (WPM) y en el recital mundial contra los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez (México). 




VII

La caída del sol
fue interminable despedida.
Nos teñimos de cobrizo de rojo de violeta
y la barca también. Petrificados
parecíamos barro vegetal.
Nos serenaron los colores
mientras su lentitud nos inquietaba.
Larga puesta de sol…
¡y teníamos prisa!
Pero el cobrizo se quedaba
y el rojo se pegaba a nuestras ropas
y el violeta se hacía nuestra carne,
salpicada de vuelco a las entrañas.

Poco a poco nos escondimos en la noche
o fue la noche quien nos atrapó.




XVI

He perdido mis montañas mágicas
mis lagos misteriosos
mis cálidos mamíferos
y hasta mis fieras.
Y todos ellos me han perdido a mí.
He desaparecido de mis padres dolientes
hermanos agotados
mujeres tristes parcheando penas
niños de alas heridas.
Ellos también se me esfumaron
en polvaredas de distancia.

Al menos en la prisión tenía un número.
Crecían unas matas
 y algún olivo tras de los barrotes.
Bajo estos plásticos ardientes
crecen las hortalizas
pero mi nombre ya no lo recuerdo.
Puedo morir en este instante
pero no muero porque ya no existo.



XXI

Quiero pasar las arenas
y también las aguas
porque tú me esperas,
algo tristes tus manos azules
en la lejanía.
Pasan charloteando las cigüeñas
por sus altos puentes.
Yo en mi camello blanco.
¡Que iluminen tus ojos mis senderos de luna! 



Pájaros en Ciudad Juárez

Ciudad Juárez
en las afueras de sus plazas blancas
sus edificios y sus arrabales
tiene un pozo de llantos
y encima del brocal una ventana
vestida de velero
que abre las alas marazules
para volar por esos mundos.

En Ciudad Juárez
en las afueras de sus miedos grises
y de su rebeldía ensangrentada
hay una cueva de lamentos broncos
que avanzan de salida
por una red de vías
tortuosas y trenzadas
que alcanzan horizontes y confines.

En Ciudad Juárez
hay un pantano atroz disimulado
por los billetes y por las pistolas
y por brazos monstruosos.
Los pájaros del mundo y los juarenses
vamos a tomar tierra de las nubes
y lo estamos secando con velas de firmeza
con canales de cáñamo labrado
con voces claras y de piedra santa
con canciones de viento y corazón




Celebraciones

Si una mujer negra,
traída desde el África Subsahariana
a un prostíbulo en Marsella,
se siente con los mismos cromosomas
que una mujer blanca y vestida,
esa negra merece el galardón
de Poeta del Mundo.

Si un hombre amarillento y campesino
es enviado largas horas
a un comercio barato en Alcalá
y, aún así, se siente con las mismas neuronas
que sus clientes blancos y elegantes,
ese hombre asiático recibe el premio
de Poeta del Mundo.

Si una mujer y madre latinoamericana
cruza el Atlántico en avión
por trabajar la tierra en Almería
y se siente con la misma tensión arterial
que la Diosa Miss Mundo
en la revista del Domingo,
esa luchadora indígena
celebra el nombramiento que le otorgan
de Poeta del Mundo.

Si un muchacho Papúa
que trabaja en Sidney
en una empresa de la construcción
se siente y sabe a ciencia cierta
que su sistema genital
funciona igual exactamente
que los de sus patrones,
ese joven migrante exhibe hoy
el reconocimiento
de Poeta del Mundo.

Si una chiquilla marroquí,
incluso con pañuelo
en la escuela francesa,
sabe que su familia
no quiso mutilarle el sexo
y ella se acepta y lucha
por los mismos derechos que sus compañeros,
hoy recoge la beca,
por seguir estudiando,
de Poetas del Mundo.

Y nosotras que nos llamamos
los Poetas del Mundo,
creceremos y nos abrazaremos
como la verde laurisilva.





TE GUSTA EL AGUA DE LA FUENTE,
lanzada a espumas
desde la boca del león.
Te gusta el agua de la piscina,
sus cuatro chorros paralelos
y horizontales
y la pelota que los burla
por el espejo.
Te gusta el niño
que se pone el collar florecido
en la cabeza.
Te encanta columpiarte,
tan diminuta, suavemente,
viendo un rayo carnoso de la tarde
en la verde melena.

La niña y yo. Ediciones La Palma, Ministerio del aire, Madrid 2012.



La niña y yo

DIÁLOGOS PARA ILUMINAR LOS DÍAS GRISES

Por Cecilia Domínguez Luis

Este título se me ocurrió nada más terminar de leer el libro La niña y yo de Julia Gil, porque la infancia, la suya, la de su nieta y también la nuestra, es la región de la claridad, de la inocencia, de la curiosidad y las preguntas y, por tanto, de lo poético. Y es que, como todos sabemos, la poesía no nos da respuestas, sino plantea preguntas sobre la existencia, sobre todos y cada uno de los que habitamos este tiempo y este lugar.

Julia Gil ha vuelto al territorio de la niñez – ya había transitado por él en libros como Grabados de mi infancia o, el más reciente, Once trapecios al trasluz- pero esta vez lo hace, teniendo como pretexto un diálogo con su nieta, con el que nos sumerge en ese mundo que habitamos alguna vez.

La curiosidad, como característica inseparable de la infancia, llega ya desde el primer poema, cuando afirma: “Niña pequeña/ quieres aprenderlo todo,/enfocas tus ojitos telescopios/a los astros del universo…”, y, desde que leemos estos versos nos hacemos compañeros de un viaje que no ha hecho más que empezar, y en el que vamos a encontrar esa mezcla tan constante en los textos de Julia Gil: el humor y la ternura.

Por otra parte, la autora sabe bien que el niño vive, no recuerda, está siempre en el aquí y el ahora, y construye su universo como si se tratara de un juego en el que es capaz de poner sus propias reglas y con el que intenta cambiar un mundo- el de los adultos- que no entiende ni le gusta. Juego con el que también conjura sus miedos, y así leemos en los últimos versos del  poema 22 : “Y columpiamos los temores/ Saltas ingrávida en las aguas/sobre mis piernas trampolín/¡Y a volar!/Nos reímos./ ¡APULÁ!/ Más nos reímos/ ¡APULÁ!” .Unos últimos versos que nos ratifican en la libertad de la niñez, demostrándonos que los niños son seres completamente libres, aunque no sepan que lo son, porque saber lo que es la libertad es parte de ese mundo adulto, en el que comprobamos, dolorosamente, cuánto de ella hemos perdido.

La niñez se basta a sí misma para hacer un mundo a su medida, donde la magia inunda lo cotidiano y se hace presente en cada mirada. Por eso Julia escribe: “Miras al aire/ cuando llegan los pájaros./ Quieres la calle/ cuando cruza el perrito…”, un poema lleno de ingenuidad y sencillez, cuya combinación de versos de 5 y 7 sílabas nos recuerdan los haikus, una de las estrofas preferidas por la poeta y a la que dedica  por entero su libro: Ruta de las setas.

Pero volvamos al libro que hoy presentamos.

Julia continúa el diálogo con su nieta, pero lo hace sin perder la perspectiva. Es indudable que recuerda la niña que fue, pero tiene muy presente que es otra niña quien la observa y escucha. De ahí esa mezcla de ternura y humor- a veces levemente irónico- que recorre cada poema.

Si he mencionado la ironía es porque aparece, aunque muy suavizada por ese toque de sensibilidad que imprime la autora a sus versos, pero que no pasa desapercibida a los lectores. Un ejemplo es el poema 6 del libro, que dice: “No te arañes la oreja/ que se va a estropear/ y las mujeres deben ser bonitas,/para atraer al hombre/ y cumplir su función./No te olvides de usar/ zapatos de tacón”… Aparece un doble espacio, como parte de ese juego irónico, y después el contrapunto final : “Esto decía mi abuelita” que echa por tierra el supuesto consejo “femenino” que a más de una les resultará familiar. Un poema que, como es de esperar siempre en su autora, esconde el deseo- acaso utópico- de que la función de la mujer, de todas las mujeres sea, algún día, diferente.

Pero, como dije antes, es la ternura la que invade la mayoría de sus poemas. Una ternura atemperada con el humor, con la alegría que sólo es posible por el asombro de la niñez ante su descubrimiento del mundo que está en ese “desbarajustar las cremalleras” o en “desalojar la caja de orejones”.

Porque, entre otras cosas, la niñez es también aprendizaje y Julia estimula ese afán por descubrir de su nieta y se hace su cómplice para contemplar cómo “va asimilando los peligros/ en tu (su) vertiente quebradiza”, y aprende a dar las gracias y a decir hasta luego, al mismo tiempo que observa cómo su madre está atareada “templando cuidadosa/ la sombra rumorosa de los álamos.”, unos hermosos versos finales del poema 12, que nos remontan a un paisaje machadiano.

E, inevitablemente unido a la ternura, surge ese deseo de compartir, petición que la autora, o mejor, la otra protagonista de este diálogo, hace a la niña para que se sume a sus viajes vitales, a sus aspiraciones, sus sentimientos, al conocimiento de su propio corazón, al asombro que supone el existir.

Surge la separación, y esa distancia física se quiere suplir con el recuerdo, pero tal parece que no basta, y la ausencia se siente, como si, igual que los cuentos, tuviésemos que empezar con “erase una vez”, para dejar  constancia de la lejanía, aunque, en esta ocasión, atesoremos la esperanza del regreso. Una vuelta a la niñez a través de la palabra; a la niña que se echa de menos “por las rosas,/el trompo, los teléfonos,/las campanas, las risas…/

Y es que, la presencia de la niñez trae consigo la magia por la que “se deslumbra todo el firmamento”, hace posible viajar hasta la luna y descubrir que es la risa “el sonido más feliz”. Por eso, en la última estrofa del poema número 30 que cierra el libro, Julia escribe:”Me gusta especialmente tu ejercicio/ de reír o llorar en cada trance/según las circunstancias./Y que lo quieras compartir conmigo.”

A medida que nos adentramos en sus poemas, nos damos cuenta de que Julia Gil nos está descubriendo o recordando algo que ella sabe desde hace tiempo: que nada deja mayor huella que la palabra, y por eso la cuida especialmente.

De esta manera, con un lenguaje sencillo, pero lleno de imágenes, de colorido y sensualidad, combinando los elementos líricos con los narrativos, el diálogo y la reflexión, nos rescata y nos hace valorar las pequeñas cosas, lo que a simple vista nos parece insignificante, para que lo contemplemos de nuevo con esa mirada de la infancia que imagina, inventa, viaja…,en definitiva, vive con intensidad su momento.

Así Julia consigue, no solo recuperar su infancia en la de su nieta, sino ofrecérnosla para que la disfrutemos, iluminando con la palabra los días grises, para que olvidemos, siquiera por unos instantes la realidad que, muchas veces, nos golpea, y volvamos a ese tiempo misterioso y mágico de la niñez donde todo es posible.





La poeta canaria Julia Gil y Fernando Sabido Sánchez — en Triángulo (Madrid).







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