jueves, 26 de febrero de 2015

ELISEO PÉREZ CADALSO [15.072] Poeta de Honduras


Eliseo Pérez Cadalso


Nacimiento 22 de septiembre de (1920) en El Triunfo, Choluteca, Honduras.
Falleció en el año 1999 en Tegucigalpa, Honduras.
Premios Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa
Eliseo Pérez Cadalso. Abogado, poeta, cuentista, político, diplomático y catedrático hondureño.

Estudios

Estudió Derecho en la universidad de su país natal, graduándose en 1946. Al año siguiente, becado por el gobierno de Colombia, se especializó en Bogotá. También realizó estudios en Brasil.

Trayectoria profesional

Diputado al Congreso Nacional (1948-1954), consejero de estado (1954-1956), embajador en El Salvador y Nicaragua, miembro de la Comisión Legislativa que preparó las primeras leyes laborales de Honduras (1950-1951), los proyectos de Reforma Penal (1954), la autonomía universitaria, también miembro de la Comisión Jurídica Nacional encargada de laborar la legislación civil, penal, administrativa, comercial y laboral (1969-1972), ministro de relaciones exteriores.

En 1949 en el congreso auspició legislación referente a los derechos políticos de la mujer, así como la creación de los Premios Nacionales de Arte, Literatura y Ciencia. De 1971 a 1973 fue director del diario La Prensa.

Asistió, representando a su gobierno, a la Segunda Reunión de la Organización de Estados Centroamericanos, celebrada en Managua, institución de la que fue director de Relaciones Públicas y director de Asuntos Culturales.

Ejerció la docencia en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y representó a Honduras en numerosas reuniones internacionales, en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York y ante el Consejo Interamericano de Jurisconsultos. Fue miembro del PEN Club de Honduras, del Colegio de Abogados, de la Academia Hondureña de la Lengua, de la Academia de Geografía e Historia de Honduras y de la Asociación de la Prensa Hondureña.

Reconocimientos

En 1952 obtuvo diploma como Administrador Público en la Fundación Getúlio Vargas de Río de Janeiro, Brasil.

Publicaciones

Se incluyen entre sus obras de poesía, “Vendimia” (1943), “Jicaral” (1947). Ensayo. “Poesía en y muerte en el camino de Martí” (1953), “Guillén Zelaya en el neomodernismo de América” (1953), “Voces de bronce” (1951), “Valle/ apóstol de América” (1954). Cuento. “Ceniza” (1955) y “La catarata” (1964).

Premios

En 1977 le fue conferido el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa.



POEMA DEL DESTERRADO

En el silencio de esa tarde trágica
las sombras alineaban su ejército invasor;
chorreaba por lo lejos la sangre del crepúsculo…
Pavor… desolación…
El indio cabizbajo, silente, melancólico,
miró a su alrededor:
la gloria vesperal de los maizales,
la tierra en prodigiosa gestación,
los caros, familiares horizontes,
el cielo bajo cuyas luminarias tantas veces soñó.
Habló con el idioma de los ojos
sacudiendo el misterio de la desolación…
Pobre piltrafa de la esencia humana
perdida entre huracanes de duda y de dolor.
Era la despedida. Miró por la vez última
su huerta, su bohío, sus fuentes y su sol,
testigos de sus íntimos afectos,
altares de telúrica oración.
¡Adiós, que para siempre los dejaba;
a todo, adiós, adiós!

Cercas de alambre, ruido de fusiles,
insultos y amenazas y gritos de puñal
representan las leyes que a los hombres
plugo un día inventar.
Hipócritas, impíos, ambiciosos,
lo arrojan de su hogar sin más ni más.
Y de sus ojos que jamás lloraron
ni en el tormento ni en la adversidad,
que han visto el batallón de la miseria
sin huir, protestar ni blasfemar,
de esos ojos, tranquilos, nostálgicos, boyunos,
como fuentes de rústico metal,
emanaron dos lágrimas, rondando
sobre la pétrea, inconmovible faz.
El alma de la tarde retorcíase…
que un indio no se ve llorar jamás.
Al indio de la faz color de ruina
– voz de una raza claudicante ya –
poco le importa dónde pernoctará mañana…
La vida es tan traidora y tan banal.
Pero, eso sí, solloza por la tierra
– los campos florecidos, las fuentes y el hogar –
la tierra palpitante en las leyendas,
la tierra maternal
donde un día crecieron y murieron
los bravos de la casta singular;
la tierra que es un himno de esperanzas
donde agita su grímpola el maizal,
la tierra gestadora de optimismos,
precursora de frutos y felicidad,
alfa y omega de la indiana médula,
oasis de bondad, ubre de paz.

La mágica, insondable pupila de obsidiana
midió los horizontes de lo que antaño fue
la comarca feliz de sus abuelos
florida como fúlgido vergel…
Pupila que nostálgica,
audaz, retrospectiva echó a correr…
la montaña del tiempo… los ríos del recuerdo…
dorados de estelar esplendidez.
Rezaba el paria silenciosamente,
pidiendo, interrogando, quemándose de fe
y al instante en lenguaje cabalístico
otra voz empezóle a responder.
Era la voz de los antepasados
fresca como la copa para arrancar la sed.

Mágicamente abrióse de los siglos dormidos
el ventanal; y el indio pudo ver:
los esplendores de la antigua vida,
la luz maravillosa de todo lo que fue,
los hombres que eran diáfanos como el cristal del río,
libando las ternuras del Edén.
Con ojos deslumbrados, abismáticos,
hundíase  en el mundo del ayer…
Oh, mundo sin prejuicios y sin castas,
nutrido con la leche mirífica del Bien.
De ese recinto la palabra augusta
como una llama se llegó hasta él:
– “Sufre. Valor. Los dioses no te olvidan
porque los buenos tiempos por fin han de volver…

“Nosotros fuimos siempre los dueños de esta tierra.
Atmósfera de amor y de felicidad;
bebimos cantaradas de alegría;
trabajando, vivíamos en paz.
Y día de los días se admiraba
la gloriosa esmeralda del maizal;
todos para uno y uno para todos
y en nuestra mesa nunca falto el pan.
Entonces no existía lo que hoy llaman dinero
– negra simiente de mendicidad –
y la pascua frutal de las cosechas
todos la celebrábamos
en triunfal y feliz comunidad.

“Así como las flores en la aurora,
nuestra alma reventaba de aromas y color:
era una cuerda ardida de entusiasmos,
era el ave que aprende las lecciones del sol.
Entonces no lloraba la marimba,
la frase en nuestros labios jamás se marchitó;
no había ni codicia, ni envidia ni soberbia
que engendran cataratas de dolor.
El pan se repartía a manos llenas
y de hambre nunca nadie padeció;
paz, respeto, armonía,
eran el sabio credo que Dios en nuestra venas escribió.

“Éramos tantos y tan bien vivíamos…
tan difícil por cierto el bien vivir –
El lenca, el chorotega y el azteca,
el mame y el pipil.
Con invisible devoción sembrábamos
el cacao, el tabaco y el maíz:
el tabaco que pone sobre el músculo
fuerte dosis de esencia varonil,
el tabaco que enciende perspectivas
en su fuga sin fin
y el maíz que engendró la recia arcilla
del hombre con destino de raíz…
Así, alejados de complicaciones,
sacudimos el trémulo cordaje del sentir:
la vida era una eterna maravilla
multiflora. sensual, color de abril…
Éramos tantos y tan bien vivíamos…
¡Tan difícil por cierto el bien vivir!

“Un día los oráculos marcaron
fatídicos presagios para la indiana grey;
siniestras tempestades, torrentes de dolor y de miseria
vendrían por doquier.
Nos olvidó el destino, habíamos de vernos
en torva noche y con grilletes al pie.
Muy pronto aparecieron a lo lejos
terríficos centauros en bélico tropel;
sembraban el terror por la montaña,
eran los emisarios de un poderoso rey.
Y hubo ríos de sangre…
La savia de Lempira, la de Copán Calel,
fundidas en crisoles de sin igual pureza…
– ¡sucumbir o vencer! –
¡Sangre que da la entraña de la tierra,
integérrima, brava, sin doblez!
¡Sangre de los quetzales, sangre de los jaguares,
sangre del que se sabe defender!

“Retumbó por los campos la metralla,
las flechas perforaron el azul
y la sangre de fuego de tus nobles ancestros
hizo espumar la copa fatal de Tonatiuh.
Noches de angustia, días de tormento,
la muerte aquí y allá; al norte, al sur…
No comprendimos nunca por qué nos olvidaron
los dioses; siempre fuimos tan fieles al tabú!
¿Por qué se permitió que nos ataran
al infame destino de cruenta ingratitud?
Luchamos como fieras por este amado suelo:
sobre el peñol enhiesto cortándose en la luz
la figura del bravo Señor de las Montañas
erguíase en su bélica actitud…
hasta que un día, víctima de la traición artera,
rodó bajo la carga mortal del arcabuz.

“Muerto aquel que mandaba los ejércitos
– truncada la patriótica ilusión –
rugieron tempestades y centellas
sobre la cima augusta del secular peñol.

Los pechos arrugáronse de miedo
ante la tremebunda anunciación.
Interrogamos en la voz del viento,
en el vuelo del cóndor y en el giro del sol
y tan sólo pronósticos funestos
martillaron en nuestro corazón;
mares de angustia, selvas de tristeza,
huracanes de odio, cadenas de miseria y de dolor,
torrentes de improperios y amenazas
y fuetes y fusiles en manos de un patrón.
Desde entonces el alma del indígena
– maravillosa cuerda templada a pleno sol –
el alma del indígena que era un laboratorio de alegría
por siempre enmudeció.

“Desterrados los ídolos de nuestras devociones,
su sitial otros dioses vinieron a ocupar,
en la tierra que amamos con todas nuestras fuerzas
–la tierra saturada de leche maternal –
trabajamos porque otro enriqueciera,
languideciendo de hambre, bajo el golpe brutal del capatáz…
Quienes que se asfixiaron de nostalgia,
al verse encadenados, sin campos, sin hogar;
quienes que fueron a encontrar su tumba
en las fauces del fiero mineral.
El indio cuya sangre legendaria
- sangre de roble, sangre de quetzal –
el indio que antes fuera señor de esta comarca
aún no rompe su yugo secular.
Lleva sobre los hombros su fardo de tristeza,
sufre de hambre y de frío y – lo que es mas –
sabe de la condena del destierro
– perder sus suelos y perder su hogar –
nazarénico, manso, porque en su barro hierve
sangre de eternidad.

“Hoy te arrojan – impíos – de tu suelo,
mas, ten serenidad
que el fallo sucio y vil de los de arriba
no puede perdurar.
Guarda la fe en tus antepasados
como maravilloso talismán,
que sea como el áncora cuando en horas difíciles
en tu alma se desate la torva tempestad;
no olvides que la sombra es más pesada
cuando el alba está pronta a despuntar.
Es cierto que hay angustias y miserias,
mas todo esto muy pronto acabará…

Ha de llegar por fin el nuevo día,
sentarán sus imperios el amor y la paz,
tornarán las edades de grandeza…
La libertad absuelta… triunfará la verdad…

y sobre ese horizonte de redención humana
el bien y la justicia por siempre brillarán”

La voz de abracadabra, voz profética
saturadas de luz y eternidad,
apagóse en el bosque de las sombras
mientras caía el agua de un silencio mortal…
El indio resignado, silente, melancólico,
– henchida el alma de esperanza y paz –
borró la pedrería de sus lágrimas
y hundiéndose en la noche, sin rumbo empezó a andar…
¡Oh, paría desterrado de tus lares!
¿Cuándo, Dios mío, te amanecerá…?

1942.





LA COSECHA

Mientras llovía sol sobre mi frente,
me habló la voz del horizonte amigo:
“ – Debes sembrar con entusiasmo ardiente
y pronto habrá de frutecer tu trigo.

La duda, la indolencia y la tristeza
Harán  a tu labor fatal desierto
y alguna vez la pérfida maleza
ha de querer ensombrecer tu huerto

Los torvos, alevosos huracanes
Podrán  barrer tu edificante idea;
no  obstante con más brío en los afanes
comenzarás  de nuevo la tarea.

Más de una vez el agua ha de faltarte;
con el verano arreciarán las penas.
Queda un camino aún: sacrificarte
y dar la sangre de tus propias venas.

La siembra es dura; en tan difícil paso
encontrarás  adversidades muchas;
mas,  con el tiempo el vacilante brazo
se hace hierro en la escuela de las luchas,

Cuando logres por fin romper la brecha,
cesarán  los ciclones, los martirios;
y al saberte Señor de la cosecha,
ha  de abrirse tu ideal como los lirios.

Debes darles a todos,  pues la vida
es dar y recibir, no importa cómo;
por la áurea espiga frutecida
tal vez recibas oropel o plomo…

A manos llenas brindarás los trigos;
serás  el cese ya de los que gimen.
Los tristes, los avaros, los mendigos,
si se les da la mano, se redimen…”

Hasta aquí la oración del horizonte:
voz convictita, etérea, dulce, fuerte,
a cuya majestad temblaba el monte
y bien pudo temblar la misma muerte.

Tembló de eternidad el alma mía
ante esa voz astral, superhumana
y  pude ver que mi esperanza ardía
sobre  el alba dorada del mañana..





SONETO A LA MUJER Y A LA TIERRA

Para María Teresa

Obedeciendo a mandamiento arcano,
volvió  hasta ti mi corazón  doliente
y hoy tiembla de pasión entre mi mano
tu  bella flor. ¡Oh, tierra providente!

Serán en el undívago océano
de  nuestro provenir, norte y oriente
la virtud clara y el amor cristiano
que dan derecho a levantar la frente…”

“… Y con su nombre triunfarás. Tu  estrella,
tu  fuente y tu dolor están en ella.
La tierra y la mujer hacen la vida…”

Estaba escrito en el celeste manto.
¡Dios la bendiga porque me ama tanto
y me ha devuelto la canción perdida!





SONETO DEL RECUERDO

Las manos dadivosas y la intención florida,
Hacia las lejanías el alma siempre abierta.
Brazo, emoción y canto para afilar la vida
y abrir con ella el flanco de la victoria cierta…

Hurgaba el horizonte con la mirada alerta.
Avión el pensamiento de vuelo sin medida.
Los surcos arteriaron la entraña de la huerta
y ardió en plegarias  blancas la sangre frutecida!

Y fue su juventud un pan de fuerza y gloria;
Su amor, eterno faro sobre el mar de la historia;
Su voluntad, el hacha para el bregar fecundo.

Amigo humilde aquél… ¡Tan clara fue su vida!
las manos dadivosas y la intención florida.
creció y murió esperando la redención del mundo!.





BALADA DE LA JUVENTUD

La muerte agorera se llegó a mi puerta
con voz imperiosa y fatal:
– pobre peregrino de mirada incierta,
pronto tenemos que marchar…

Yo le dije: vuelve y entonces te espero;
aún no he pensado en partir,
pues soy fruto de una mañana de enero
y apenas voy dejando abril…

Se abrirá a su tiempo la flor de la espera
– le dije con todo valor –
si hay en tus imperios sol de primavera,
yo soñaré mucho mejor.

Sin embargo tiemblo pensando que un día
la pálida habrá de volver.
Tornará a secarse la palabra mía
y ya no podré responder.





CANCIÓN SUTIL DE LA AUSENCIA

Siempre pascaba así, etérea, luminosa,
con su vapor de música junto a mi corazón.
Quiso arrancar la flor azul de este silencio
para darla a los vientos de una nueva emoción.

Racimos de alegría sobre mis días blancos,
saturados de hastío y soledad:
corrió la vida indómita por la arteria del alma,
abierto arco de luz hacia la eternidad.

Y mis sueños temblaban y mis manos ardían
cuando pasaba así, deslumbradora, fúlgida como una anunciación.
Con las alas rozaba las cuerdas de mi espíritu
y regaba la miel de su canción.

Undívaga, vestida con su lino de ausencia,
mirífico jazmín crepuscular,
nuestras vidas pudieron ser las copas del brindis…
¡Lo duro es resignarse y olvidar!




EL CANTAR DE LOS CAMINOS

Caminos que enredaron la música del tiempo
Cuerdas de sol y pájaros tendidas al azar;
Fontanas milagrosas, arterias de esperanza
Con sed de lejanía: La Sierra, El Valle, El Mar…

Caminos que fecundan la planta del viajero,
Ebrios de luz y viento como mi corazón,
Que alegres han sentido vibrar en las entrañas
La savia desbocada de la áurea anunciación…

¡Caminos que se pierden rompiendo las distancias;
Por ellos, vocingleras las ilusiones van
Y al filo de una tarde de pálidas nostalgias
Triunfales o vencidas, por ellos volverán!

Caminos de la vida con música de estrellas,
Abiertos pentagramas hacia la inmensidad;
Aceros de alegría, torrentes de optimismo
Tras el divino fuego de la inmortalidad…

Caminos del silencio tendidos al olvido,
Yunque donde las manos se dan el bien y el mal;
Aquí amasaron estos el sol de su victoria
Y aquellos trituraron la carne de su ideal…

Caminos de la muerte cuajados de espejismos;
Nos hieren las pupilas desde antes de nacer
Y encierran-altos hornos de tristeza humana-
La clave taumatúrgica del ser y del no ser…

Mi espíritu sediento de cielo, sol y pájaros,
Jocundo, libre, fuerte, por fin se echó a volar.
¡Caminos! ¡Oh, delirio! ¡Son tantos, luminosos,
y yo solo uno busco para poder llegar!




SONETO PARA LA HIJA
EN SU PRIMER AÑO FLORIDO

Frontera de la leche y la canela,
milagro real en cera de castilla.
Tu miel de palo y tu inocente arcilla
están  a seis inviernos de la escuela.

Crisálida del alba; cinderela
de un cuento de esperanza y maravilla;
suspiro de campánula sencilla,
centinela de azúcar, centinela.

Capullo de maíz, torcaz morena,
yema  de amor en mi jardín de arena,
libelular  y santa me iluminas.

Y cuando llegue el último verano
será tu breve y delicada mano
la rosa que ennoblezca mis espinas.





IDIOSINCRASIA PUEBLERINA

Alejado del mundo, sin historias ruidosas,
el pueblito se ofrece con su todo y su nada…
Los abuelos pretenden saber todas las cosas,
sentados en la roca de su vida pasada.

Ahí todo se encuentra sabiamente dispuesto:
el astrónomo, un viejo sembrador de patatas;
es el médico, un tuerto curandero funesto
y el sacristán impone confesión a las beatas…

La suprema Voluntad del señor secretario
es la ley que se acata con ciega idolatría
y – faltando los cines, la revista o el diario –
el barbero divulga las noticias del día.

La más rica matrona con su lengua de espada
disecciona la incauta placidez del vecino…
Todo el tiempo no obstante se la ve arrodillada
en la iglesia, pendiente del Mensaje Divino…

Yo con todo prefiero la estultez pueblerina,
encerrada en el cuenco de su propio pasado,
a las grandes metrópolis de boato y cantina,
saturadas de vicio, podredumbre y pecado.




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