martes, 3 de julio de 2012

IRMA ELENA MARC [7.196]



Irma Elena Marc 

Argentina, 1951.
Irma Elena Marc reside en Corral de Bustos, provincia de Córdoba, ha ganado varios premios y distinciones, tanto en poesía como en narrativa, en 2010 fue una de los 50 poetas convocados para la edición 2010 del Festival Internacional de Poesía de Rosario. Publica en revistas, páginas y blogs del país y del extranjero.



El gigante

“¡Usted se alimenta de muertos!
Gustave Flaubert 
                                                                               
Ella hace de la infancia su único alimento, 
sin ceremonias, sin sentido, 
el cuerpo es un pan coagulado, 
es difícil que allí vuelva a fluir sangre verdadera 
(el muerto es el alimento). 
En sus ojos se enciende el espectáculo, y dice: 
No dan ganas de jugar aquí, 
sólo de estar sentada en esta silla con las piernas colgando, 
¿Quiénes la dejaron sola? ¿Dónde están las otras? 
Está sola como yo. Es raro, no está rota para estar acá, 
¿las nenas son sillas abandonadas en una habitación? 
Me gusta como baila el aire en los rayos de sol 
que entran por la ventana, 
hay cositas que flotan, no tienen piernas, 
no tocan el piso, son nenas hermosas con vestidos de plumetí. 
Soy una nena hermosa con un vestido de plumetí, 
sentada en una gran silla, las piernas no tocan el piso, 
la cabeza no llega al techo. 
Si estuviera rota, el plumetí tendría motitas color ciruela . 
Las lucecitas que bailan también son nenas vestidas 
de plumetí. No tocan el techo. No llegan al piso, 
bailan en el aire espumoso, 
meto los dedos en las nenitas hermosas que están solas y bailan, 
se vuelven locas, bailan más rápido, cambian de baile. Canto. 
Bailan. Grito. Rozo el aire. Concierto de cuerpos, la lágrima que cae 
es un arpa de luz, muevo los dedos, me cubro de brillantes. 
Me gustan tanto los amarillos, son como los ojos de mi papá, 
son papá sin ojos. Los ojos se escaparon. Se pusieron a bailar 
para mí. No les tengo miedo, les tengo lástima, no tienen cara. 
La cara de mi papá andará buscando los ojos, los tengo yo 
en la palma de la mano, los escondo, los dejo escapar, se van. 
Mi padre se quedó sin ojos. Puedo hacer lo que quiero. 
Esa planta se llama hiedra. Crece, 
crece. Sube por las piernas hasta el cielo. 
No entiendo, de una planta chiquita, como yo 
crece una cosa enorme, larga, que te lleva a la casa de un gigante. 
¿Es esta la casa de un gigante? 
El espejo tiene tres nenas. Somos Ricitos de Noche, 
venimos de abajo, del mundo, 
me cansé de ocultarme, vengo a ver la casa del gigante. 
En esta casa hay un solo gigante, por eso hay una sola silla de gigante. 
¿Dónde andará el Gigante? 
Trepé por la hiedra de la planta de las habichuelas para entrar 
a la casa del Gigante, las puertas son para el Gigante, 
para que entre y salga cuando quiera, para que se vaya dando un portazo. 
¿Si la hiedra rompe el vidrio de la ventana me envolverá? 
Cuando la hiedra envuelva la casa será de noche. 
Las manchas de la luna son hojas de hiedra que la van comiendo. 
Todo es oscuro cuando devora la hiedra. 
La hiedra es un gigante. No te das cuenta porque las hojas 
son insignificantes, mirás las hojas de a una y parecen cositas. 
¿Cómo de un poroto puede crecer un Gigante? 
¿Por qué? ¿Para qué? Para comerte mejor. 
Si me muevo rápido con las cositas que bailan en la luz 
el Gigante hiedra no podrá tragarme. 
(El espectáculo que se repite, y es seductor, y atadura, y muerte, 
la mano que se tiende como un brillo añadido a su belleza. 
Es difícil que allí pueda volver a fluir sangre verdadera, 
imposible avanzar hacia ninguna parte). 

del libro El Gigante, Editorial Ruinas Circulares-2007.






EL CHARCO DE LÁGRIMAS

Yo le hablo, pero mis palabras ya no surten efecto,
se oyen como leídas por la voz de una ahogada,
hablo para que me oiga, como si Ella oyese.
Fui tras Ella a la comarca de las Mujeres Mudas,
usando una sombra como polvo enmudecedor para vocecitas
de la penumbra. Caí en un charco de lágrimas y Ella dijo:
¡Oh, ratón!, ¿sabes cómo salir de este charco?  Estoy muy cansada
de estar nadando por aquí.  ¡Oh, ratón!
Se oyó decir:
                      Toda habla es falsa y, como tú, cae.
Con un relampagueo de agujas tembló mi voz depositada
a sus pies como una ofrenda .
Toda mi vida es algo que jamás comprenderás,
grité desde la orilla  del charco.
Ella pareció comprender
y haciéndome esperar la noche
soltó mi voz que ardía
dando vueltas con el movimiento de las sombras.

                           


EN LO FEROZ

Ella habla en los sitios donde yo era una persona
que no está más.
Ella habla de zonas más allá.
En el caos, en el estupor de donde proceden mis sueños, desguaza mi corazón
y manda al mundo las carnecitas a modos de pulsaciones de la ausencia.
Ella trata de conmoverme con el recuerdo de la infancia
(no es tan fácil, amiga mía, no es tan fácil).
Ahora intenta elevarme a la contemplación de lo maravilloso
(Ella trama conflictos cuando se pone sentimental).
Y dice: “Alguien me hizo comprender que el sexo está acá”
y gatilla sobre su sien un dedo descargado.
(Cómo explicarle mi incertidumbre de lo que es carne,
de lo que no).
Con palabras líquidas como las formas del sueño digo:
“Ven”
               (El deseo es pulpa inhabitable,
                carneviva cavada en lo feroz del cuerpo,
                cómo- de qué modo- quién- cuándo- me llamó,
y es pavor  y dulzura
el llamado del amor). 

de El gigante - Editorial Ruinas Circulares - Buenos Aires - 2007 





La Intemperie

A la intemperie, siento un dulce animal
respirar aquí, entre amapolas,
las flores le parecen algo extraño, el animal no.
Cálidamente protegida de todo o que debía tocarla
Ella escribe unos versos
con una pena de pájaro.
El pájaro hace nido en la cáscara de mis párpados
dispuesto a quedarse aquí.
Ella contempla su mano como una isla de luz
entre las amapolas.
Bajo los párpados ya es un sueño lejano,
abre la sombra y toca un rizar de insectos
Ella sueña
como si este día no fuera gema de púrpura
del animal que me respira tierno y apagado
en su país inocente.

(Corral de Bustos, provincia de Córdoba, Argentina)








Pierángeli descubre la eternidad


–Está bien, lo comeré –dijo Alicia–. Si
me vuelvo más grande, podré alcanzar
la llave; si me vuelvo más chica, podré
colarme por debajo de la puerta. ¡Pase
lo que pase, entraré al jardín!

Lewis Carroll


La soledad de Pierángeli encerrada en su Babel,
busca el Jardín de los Niños Perdidos,
imposibilitada de crecer como Peter,
porque no hay corazón,
hay un torso sin corazón,
carcomido el corazón
por el garfio del miedo,
ni ángeles de la guarda,
ni estampitas,
sólo los sueños
donde es posible detener el tiempo y que sea por siempre  la hora del té,
y se agoten y se colmen
las tazas.

(En el Jardín de Nunca Jamás todos hablan la misma lengua y sueñan
idénticos sueños).

Cuando la nena se cayó del útero
empezó el tormento reservado
a los prisioneros del Arrecife del Dolor,
tuvo que conservar ojos y corazón límpidos
para divisar cualquier balsa que la llevara a tierra firme
o un cochecito de bebé para salir volando rumbo al Jardín más allá de la puerta.

El viento pasa y arroja de Babel
las palabras que no existen,
perdido el lenguaje en la más eterna inmensidad.

Bajo la lluvia,
al atardecer,
Pierángeli juega sola,

la Nena está ensimismada porque ha perdido el último diente de leche.

En Los ojos 
Bs. As., Ediciones Ruinas Circulares, 2013



El linaje de Pierángeli

La niñez es un cuchillo atascado
en tu garganta, imposible de arrancar…
Diálogo del filme canadiense
“Les Jumeaux (incendie)”
Hubo una vez
al sol y a la intemperie,
otra muñeca,

se llamaba Elenita,

hundía sus raíces en el sueño
y el nombre
en ciertas leyendas familiares.

Elenita tenía ojos muy brillantes,
para conjurar la negrura del bosque,
que amenazaba con gritos de grandes bocas
en los alrededores.

La muñeca oía
lo que las nenas educadas
no deben escuchar,
a cambio, la Nena la abrazaba, apretándola fuerte
sobre su corazón.

La muñeca era lo único apetecible para la Nena.

Cuando una miraba a la otra,
un destello azul las volvía incandescentes,
bajo esa luz,
y mientras ninguna parpadeara,
estarían protegidas,
pero cuando el sueño iba a buscar a la Nena,
la noche se derramaba
como sangre seca
en recipientes de cristal

               (a veces los rugidos
                de las grandes bocas
                del bosque,
                los hacían tintinear hasta romperlos).

Una noche,
tanta sangre ahogó a Elenita.

Subió una bruma
hasta la Nena
al final del arco iris,
porque mientras se ahogaba,
Elenita
le regaló sus ojos,
que al encontrarse con los ojos de la Nena,
se transformaron en arcoiris
para que pudiera huir

del bosque sangriento.

La voz de la Nena cantó toda la noche el memorial de la muñeca:

carrozas negras arrastradas por caballos
ávidos de silencio
cruzaban el canto,
flores calientes y débiles
que se deshacían en la noche
silbando como murciélagos

y un corazón
doblado sobre sí mismo,

que la Nena nunca más
abrió.

En Los ojos 
Bs. As., Ediciones Ruinas Circulares, 2013

                    

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