sábado, 1 de septiembre de 2012

7656.- IMAR LAMONEGA





Imar Miguel Lamonega. Nació el 3 de Julio de 1934 en Berisso (Argentina). Escritor, poeta, militante, gremialista, integrante de grupos de cultura zonales, fue trabajador de YPF en la destilería de Ensenada, delegado del Personal. Padre de 3 hijos, abrió juntos a compañeros el Centro Cultural “Caprex” en La Plata, que contó con la participación activa de músicos como el Tata Cedrón, Quintango, Quinteto Tiempo, entre otros. También publicó artículos en la Revista Crisis. Fue despedido de YPF luego de una huelga en 1968 y apresado por sus actividades gremiales en las dependencias de la Comisaría de Berisso. Se exilió en 1970 en Cuba. Allí se desempeñó como director de la revista “Normas y metrologías”. Nombrado “Responsable de los argentinos” por el ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos), perteneció a la “Brigada Hermanos Saíz”, grupo de escritores jóvenes cubanos. Realizó varias publicaciones en la revista “El Caimán Barbudo”. En 1972, ganó el primer premio de la Federación de Mujeres con su poesía “Milonga al Machismo”. También fue finalista del Premio David de Poesía en 1973. Retornó a la Argentina en 1974, recuperó su empleo en YPF pero fue despedido luego del Golpe de Estado. No abandonó la actividad cultural. El 23 de diciembre de 1976 fue secuestrado por los militares en su hogar de Berisso, en presencia de su familia. Su esposa Rosa de Rabal y su hija Gabriela declararon en el Juicio por la Verdad, el 24 de mayo del 2000.



¿Qué alturas pisé ahí?

Me pareció petisa mi ciudad.
Mi Paraná emotivo corría embarrancado
a lo largo del centro
y al fin fluyó en su delta de barriada
de cinc.

Delante de mis pasos iba el galgo del ansia
y un rostro de mujer me conducía
a una dicha olvidada.

De pronto, boquiabierto, me encontré
ante el presidio.
¿Qué altura pisé ahí,
tirado en la humedad bajo la manta
qué olía a otras angustias ?
Seguro que no fue cuando llenaron
la cárcel de escolares
y me sacaron, adrede , para apagar las risas
y chocar con la triste mirada de mi pibe,
quien me colgó la mustia guirnalda del abrazo
y se alejó humillado.

¿Fue acaso en el banquito
con mi Rosa de un lado y un milico del otro
cuando vi que salía entera de su cara
la lumbre del amor
y por fin divisé
tierra de eternidad?






Ciclista extraviado

Sin gastados pedales de llegar
a vivac del coraje
mi manubrio no acierta,
por ciudades de exilio,
esa calle color bronca de bandoneón
donde pasa el cardumen de cantar
palambrunas del alma.
Quedo sauce llorón sufriendo en la raíz
embates del mar dulce, bajo solazo padre
que saca de mi tronco
hojas desmesuradas
y pone como moño
-cuando la culpa ahorca- dos cocos amarillos.






MAREA DE ELEGÍA 

El aire de la marcha es nuevo para todos.
Tengo aún la palabra; la ejerceré más alto.

Llegué con los escombros de un cielo sobre el rostro
y escucho crepitar hogueras de fervor,
fuegos poniendo en fuga bestias que me asolaban.

Nada impide que vea pasar incandescencias, 
que sienta una península como siento a mi padre, 
que vaya a mirar rostros que quiere la ternura
o el azogue de nada que me revela vida.

La marea está alta, acumula en Los Andes
Nilos como el de Cuba con limo para todos.

El corazón es patria soñada, prometida, 
del vuelo vagabundo de la sangre del hombre.

Todo obliga a explorar hasta el adiós final.







ARGENTINAZO

He vuelto.
Ni la luna naranja ni el velamen chinesco
me importan,
ni les pido a los focos del muelle
que hagan niños de niebla,
rondas que me conduzcan, jugando al Gallo Ciego,
a la infancia perdida.

Puerto, dame ruidos de güinches y anclas,
cataratas de trigo,
el rechinar de un tren que huela a estiércol,
el cencerro de la vaca judas
deshaciendo muuues de uno en fondo
por los bretes que dan al matadero.

Dame un fulgor de ocaso
(pon, si gustas, alguna nube lila, 
el parpadeo de la Cruz del Sur), 
que vaya dorando:
letrinas de cartón, techos de pajabrava, 
arrabales de cinc, chimeneas sajonas, 
palo mayor de un barco…

Y fuime con mi cóndor riesgo adentro,
buscando el epicanto del sismo del coraje,
el volcán del fervor.
Todos eran muchachos. Tenían en los ojos
un severo destello y llevaban la edad
barbada y miliciana.
Escapados del cerco de la droga y lo morbo, 
fueron formando oleaje, 
un trueno hecho de venas dilatadas en grito
rodando largamente por la urbe y el mapa, 
una carga suicida de amor loco y furioso
por sentir que los beses
emancipada, Patria,
contra la turbia horca de la traición
cerrándose
para quebrar sus himnos. 

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