domingo, 20 de marzo de 2016

VICTORIA OCAMPO [18.265]


Victoria Ocampo

Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo CBE (Ciudad de Buenos Aires, 7 de abril de 1890 – Béccar, 27 de enero de 1979) fue una escritora, intelectual, ensayista, traductora, editora y mecenas argentina. Publicó diversos libros como La laguna de los nenúfares (1926), diez tomos de Testimonios y Tagore en las barrancas de San Isidro (1961).

Nacida en el seno de una familia aristocrática, fue educada con institutrices y su primer idioma fue el francés. En 1924 publicó su primera obra, De Francesca a Beatrice, editada por la Revista de Occidente con la ayuda de José Ortega y Gasset. Participó desde su juventud en las primeras manifestaciones de los movimientos feministas, intelectuales y antifascistas argentinos, lo que la llevó a fundar en 1936 la Unión Argentina de Mujeres.

Sus viajes a lo largo del mundo le permitieron entrar en contacto con los principales exponentes de la literatura y el ámbito intelectual; de esa forma, alentada por Waldo Frank y Eduardo Mallea, fundó la revista y editorial Sur en 1931, que promovió las obras literarias de importantes autores nacionales e internacionales como Federico García Lorca o Virginia Woolf hasta el cese parcial de su publicación en 1971. En 1941, se instaló definitivamente en su residencia Villa Ocampo —actualmente perteneciente a la UNESCO—, que se convirtió en lugar de recepción de figuras extranjeras como Rabindranath Tagore, Roger Caillois, Ernest Ansermet o Indira Gandhi, entre otros.

Única latinoamericana presente en una de las sesiones de los Juicios de Núremberg, militó activamente en la oposición al peronismo, motivo por el cual fue arrestada durante 26 días en 1953. Fue presidenta del Fondo Nacional de las Artes desde 1958 a 1973 y recibió diversas distinciones así como doctorados honoris causa por varias universidades y la Orden del Imperio Británico concedida por la reina Isabel II. En 1977, se convirtió en la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Argentina de Letras.

Ascendencia


Manuel Ocampo, su abuelo.


La familia Ocampo desciende de un paje gallego de Isabel la Católica, uno de los primeros habitantes de la isla de Santo Domingo. El tatarabuelo de Victoria, Manuel José de Ocampo, abandonó Perú a fines del siglo XVIII. También está relacionada por parte de la familia de su madre con el conquistador español Domingo Martínez de Irala, y Prilidiano Pueyrredón —retratista de los bisabuelos de Victoria—, y con el poeta y político José Hernández por parte de su padre. Su bisabuelo, Manuel Hermenegildo Aguirre (12 de abril de 1786-22 de diciembre de 1843), otorgó una gran fortuna al Cabildo de Buenos Aires para apoyar la causa de la Revolución de Mayo de 1810 luego de las Invasiones Inglesas y mantuvo una prolongada amistad con Domingo Faustino Sarmiento, quien lo visitaba en algunas ocasiones.

Uno de los tíos abuelos de Victoria, Enrique Ocampo, fue tristemente conocido por matar de un tiro a Felicitas Guerrero luego de descubrirla en un romance con Samuel Sáenz Valiente. La propia Victoria relató la historia en el primer tomo de su autobiografía: «Se encontraron con Felicitas tendida en el suelo, ensangrentada, y a Enrique con un revólver en la mano y cara de loco. No sabemos a ciencia cierta si se mató o lo mataron como a un perro rabioso... Mi abuela contaba que nunca olvidaría el grito de su madre cuando vio la cara deshecha del hijo».

Los padres de Victoria, Manuel Silvio Cecilio Ocampo (3 de noviembre de 1860-18 de enero de 1931) y Ramona Máxima Aguirre —apodada «La Morena»— (8 de enero de 1866-10 de diciembre de 1935), ambos pertenecientes a la clase alta, se conocieron el 11 de septiembre de 1888 durante el funeral de Sarmiento y contrajeron matrimonio el 26 de abril de 1889.12 La biógrafa de Victoria Ocampo, María Esther Vázquez, comentó que su padre era «un hombre alto, buen mozo, refinado y distinguido. Ingeniero especializado en la construcción de puentes y caminos, que levantó en el interior del país, fue un padre de familia conservador, preocupado por ella y amante de sus hijas. De humor generalmente bueno y amable, había en él cierta tendencia natural a la melancolía». Con respecto a la madre de la escritora, Vázquez elogió sus condiciones para ejecutar el violín, su pasión por las plantas y la definió como «una madre perfecta, cariñosa y protectora que suele resolver los problemas grandes y pequeños de la familia». Victoria siempre recalcó el sentido de honestidad de su padre y las rígidas normas que imponía su madre.


Nacimiento y primeros años


Las hermanas Ocampo durante su niñez.


Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo nació el 7 de abril de 1890 a las 16.30 UTC-3 en una vivienda ubicada en la calle Viamonte 482 —casi esquina San Martín— de la ciudad de Buenos Aires, frente a la Iglesia de Santa Catalina de Siena.6 Casualmente, las calles San Martín y Viamonte se llamaron hacia 1810 Victoria —por el triunfo de Argentina en las Invasiones Inglesas— y Ocampo —por sus antepasados— hasta que fueron renombradas. Victoria fue la mayor de seis hermanas —las demás eran Angélica (1891-1980), Francisca (1894-1967), Rosa (1896-1968), Clara (1898-1911) y Silvina (1903-1993, escritora y esposa de Adolfo Bioy Casares)—. De su hermana Angélica, Victoria expresó en su autobiografía: «... no imaginaba los juegos, las clases, los paseos, el comer, el dormir, el reír sin mi hermana. No imaginaba que ella no pudiera querer lo que yo quería... No había secretos entre nosotras. Nos ponían los mismos vestidos, los mismos sombreros, los mismos zapatos. Me hubiera parecido absurdo que pudiéramos vivir de otra manera que no fuera yo adelante y ella atrás... Yo exigía obediencia y ofrecía protección». Durante su infancia, Victoria también desarrolló un gran cariño por su tía abuela Vitola, que influyó considerablemente en su vida. Como era costumbre en las familias aristocráticas, recibió una educación privada con institutrices al igual que el resto de sus hermanas; estudió literatura, historia, religión y matemática con Alexandrine Bonnemason y lengua inglesa con Kate Ellis.

En 1896, ya construida Villa Ocampo, la familia embarcó a Europa por un año y recorrió París, Londres —donde presenció el Jubileo de Diamante de la reina Victoria—, Ginebra y Roma. El primer idioma que Victoria aprendió fue el francés, sucedido por el inglés y el español. Sobre París, ciudad que Ocampo admiraba y apreciaba, comentó: «He comprobado una vez más que aquella ciudad me pertenece tanto como a sus hijos legítimos, aunque yo sea su hija natural».

De regreso a Buenos Aires, comenzó a ser atraída por la literatura y ya adulta, confesó que de niña admiraba a Julio Verne, Arthur Conan Doyle, Charles Dickens, Guy de Maupassant, Daniel Defoe y Edgar Allan Poe. Paralelamente desarrolló una gran afición por el tenis y la música de Chopin. En 1901, descubrió en la escritura una forma de «desahogo» y fue así como redactó sus primeros artículos y relatos en francés, entre los que se hallan L’Ideal, Chopin, Fleur étrange, A Musset y una defensa de los bóeres en la guerra de Transvaal.

A la edad de 10 años, asistió a una obra teatral protagonizada por la compañía actoral de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza y poco después, a una de estilo clásico encabezada por Marguerite Moreno. Desde ese momento, sintió fascinación por el teatro aunque sus deseos de ser actriz fueron desaprobados rotundamente por su padre, que consideraba que la profesión no correspondía a su situación social. De hecho, llegó a decir que «si una hija mía decide seguir la carrera del teatro, ser actriz, ese mismo día me levanto la tapa de los sesos». Años después, Victoria confesó que «renunciar a esta vocación fue para mí un desgarramiento... consideré mi vida fracasada».

En noviembre de 1908, la familia Ocampo se trasladó de nuevo a Europa y Victoria, de 18 años, asistió a clases de piano, vocalización y filosofía —dictadas por Henri Bergson en el Collège de France— y a la Universidad de La Sorbona, donde estudió literatura griega clásica, literatura inglesa, los orígenes del romanticismo, historia de Oriente y la obra de Dante y Friedrich Nietzsche. De regreso a Buenos Aires, su hermana Clara, de apenas 11 años, murió a causa de diabetes infantil y su deceso sumió a Victoria en una depresión.


Amistad con Delfina Bunge

Delfina Bunge, c. 1920.


Entre 1906 y 1911, mantuvo una amistad con la escritora Delfina Bunge. Victoria le enviaba varias cartas en francés semanalmente en las que le transcribía sus propios poemas y le comentaba el avance de sus estudios y situaciones personales. María Esther Vázquez publicó que «vale la pena transcribir una de esas primeras misivas: "Perdón si te molesto. Has de tener cosas mejores que hacer... Solo te pido un poco de amistad a cambio de admiración y de la ternura que siento... El aislamiento moral es doloroso. Vos no conocés esta terrible sensación de soledad... Tengo dieciséis años y a esa edad uno necesita confiar en alguien, sino el corazón estalla. ¿Querés ser amiga mía? ¿Querés escucharme?... ». De acuerdo a Vázquez, Bunge consideraba a Victoria como una «criatura sufriente que no entendía el materialismo de la sociedad porteña».

Victoria tenía una personalidad y posición espiritual que discernía con la de Bunge, que se había formado intelectualmente en un ámbito religioso muy estricto. Sin embargo, ambas defendieron con métodos propios las causas femeninas. Durante la adolescencia de Victoria, Bunge —que contaba con más de veinte años— mandó a encuadernar los textos que le enviaba y se los obsequió dos años después. Victoria juzgó posteriormente esos relatos como una mezcla de «clarividencia, de perspicacia y de ignorancia, de orgullo y de humildad, de aciertos y de disparates, de raciocinio y de delirio, y de faltas de ortografía».

Bunge fue la elegida de Victoria para confesarle su firme deseo de no casarse y dedicarse plenamente al arte. En una de sus epístolas, le señaló que «esperaba demasiado de la humanidad... el mundo que quería vivir, no existe. Aquí abajo soy una extraña. He caído de un raro y divino país y... no hay nada que pueda satisfacerme o complacerme por completo... Quisiera fotografiar mi alma tal cual la veo, es decir, tal cual me siento». El casamiento de Bunge en 1910 disolvió progresivamente la relación de amistad hacia 1911. Bunge murió en 1952 y Ocampo lamentó su fallecimiento severamente.




Victoria Ocampo en una fotografía de 1913.


Matrimonios

Luis Bernardo de Estrada

El 8 de noviembre de 1912, contrajo matrimonio con Luis Bernardo de Estrada, apodado «Monaco», proveniente de una familia patricia extremadamente católica y conservadora. Se habían conocido en 1907 durante un partido de tenis en Villa Ocampo y él había comenzado a frecuentarla en 1911. Sin embargo, Ocampo tenía severas dudas respecto al matrimonio ya que consideraba que Estrada le exigía una dependencia absoluta. En oposición a su confesión a Delfina Bunge, rehusaba a permanecer soltera toda su vida como sus tías abuelas al igual que mantener una vida pasiva de mujer casada. Ocampo solía recordar con indignación el caso de su abuela, que portaba un anillo de oro obsequiado por su esposo con el lema grabado «Encadenada y feliz». Su profesora de teatro, la actriz Marguerite Moreno, le había advertido que el matrimonio podría interferir en sus aspiraciones y frustrar su deseo de actuar. En una carta a Delfina Bunge de 1909, manifestó: «temo que lo que me atrae de Jérome —manera en la que llamaba a Estrada— pueda también cegarme. Lo que de él conozco es lo que me da la gana conocer... no la verdad. Me gusta más la belleza de sus ojos que las cosas que dice. Por momentos veo claro en este amor. Pero el yo que se ha enamorado es impetuoso y joven. El yo que razona, le tiene miedo y se deja llevar a la rastra». En realidad, Ocampo creía que el matrimonio modificaría algunas de las actitudes posesivas y desconfiadas de Estrada pero no fue así.

El 15 de diciembre de 1912, el matrimonio partió hacia Europa para su luna de miel en compañía de «Fani», una de las mucamas principales de la familia. Ambos se separaron al poco tiempo luego de que Victoria descubriera una carta de Estrada a Manuel Ocampo en la que le aseguraba que los deseos de su esposa por ser actriz desaparecerían cuando quedara embarazada. Cuando regresaron a Buenos Aires en 1914, separados de hecho, se instalaron en un edificio de Capital Federal pero en distintos pisos y solo se mostraban juntos para asistir a reuniones sociales de relevancia hasta que concretaron la separación legal en 1922.

Julián Martínez

El 4 de abril de 1913, durante su luna de miel en Roma, conoció a Julián Martínez, un diplomático quince años mayor que ella y primo de su marido. Ocampo se sintió deslumbrada al verlo y temió no volver a verlo jamás: «En el momento en que lo vi de lejos, su presencia me invadió... miraba mi boca, como si mi boca fueran mis ojos... Duró un siglo: un segundo. Nos dimos la mano. La arquitectura de la cara era de una sorprendente belleza», manifestó en su autobiografía. Manuel Mujica Láinez comentó que «era un tipo estupendo, el hombre más buen mozo de su época».

Sin embargo, existía una antipatía recíproca entre Martínez y Estrada. En París, Ocampo convenció a su marido de invitar a Martínez a un espectáculo de los Ballets Rusos y, posteriormente, lo vio de nuevo en un evento en el Teatro Colón. Los rumores acerca de una relación amorosa entre ambos se acrecentaron y llegaron a Estrada, que se enfureció. Ocampo se comunicó con Martínez para investigar el origen de las habladurías y, a partir de entonces, se acostumbraron a telefonearse a menudo. El escándalo mayor se produjo cuando la mucama colocó una carta de Ocampo destinada a Martínez sobre el escritorio de Mónaco, lo que acrecentó su furia. A fines de la década de 1920 Ocampo y Martínez convivieron juntos en Mar del Plata durante dos meses y poco después, la relación acabó cordialmente luego de trece años.38 En 1939 volvieron a escribirse y él finalizó su carta diciendo: «Mis sentimientos hacia ti no tienen nombre. Tu recuerdo está en todo lo que alienta, y en todo lo que amo». Por esa época, Ocampo se convirtió en la primera mujer en obtener el primer registro de conducir en Argentina.

Comienzos literarios

Hacia 1917, Ricardo Güiraldes publicó su libro Xamaica, cuyo personaje protagónico, Clara Ordóñez, está inspirado en la propia Ocampo. El personaje de Clara transcurre la misma niñez que ella, como así también un matrimonio conflictivo. Güiraldes incluso le pidió autorización para incluir en la novela una de sus cartas.

Hacia esa época, Ocampo comenzó a sentirse identificada con Dante a tal punto que escribió «yo vivía a Dante». El 4 abril de 1920, apenas cuatro días después de su cumpleaños, editó su primera nota para el diario La Nación, titulada Babel, donde realizó un comentario del Canto XV del Purgatorio y escribió sobre las desigualdades entre los seres humanos. A pesar de que estaba separada oficialmente, firmó como Victoria Ocampo de Estrada.40 Los colaboradores de La Nación gozaban de prestigio y tenían un fácil acceso a una carrera literaria.

La llegada de José Ortega y Gasset a la Argentina en 1916 y su consiguiente amistad motivó el perfeccionamiento de Ocampo de su español. Si bien sentía mayor comodidad con la redacción en francés, fue calificada de «extranjerizante» por grupos nacionalistas y de izquierda, lo que la obligó a adaptarse a la redacción hispana. Hasta 1930 todas sus notas eran escritas en francés para luego ser traducidas. En 1924, después de su ida, Ortega le publicó su primer libro, De Francesca a Beatrice, traducido por Ricardo Baeza como segundo tomo de la Revista de Occidente, y redactó su epílogo. Luego de su lanzamiento, Paul Groussac definió la obra como un «desahogo dantesco» y juzgó negativamente la «pedantería» de Ocampo. Su amistad con Ortega, que la había apodado «la Gioconda de las Pampas», declinó cuando este le comentó a una amiga que Ocampo «perdía el tiempo encaprichándose con un hombre de un nivel intelectual inferior al suyo», en alusión a Martínez. Por su parte, la escritora señaló que «dejé de escribirle totalmente. Perder a Ortega era perder el único punto de apoyo serio que tenía en el mundo maravilloso de la literatura, donde aspiraba a entrar». La amistad entre ambos se reanudó a principios de la década de 1930 con la fundación de Sur.

La visita de Tagore



Victoria Ocampo y Rabindranath Tagore, en 1924, en el parque de Miralrío.


En 1924, Tagore fue el tema principal del cuarto artículo de Ocampo en el diario La Nación, La alegría de leer a Rabindranath Tagore. Los dos anteriores habían estado dedicados a John Ruskin y Mahatma Gandhi, a quienes la escritora respetaba y exhaltaba. En cuanto a su experiencia con Tagore, Ocampo había leído en 1914 una traducción de André Gide de su obra Gitanjali, su colección de poemas más reconocida.

Tagore llegó a Buenos Aires recién en 1924, había contraído gripe durante el viaje y al día siguiente de su arribo, Ocampo fue a visitarlo a su habitación del Plaza Hotel. Se ofreció a alojarlo en Villa Ocampo para su recuperación pero, ante la negativa de sus padres, Ocampo pidió prestada la quinta del marido de su prima, «Miralrío», ubicada también en San Isidro. Sin embargo, los ocho días previstos para su recuperación se convirtieron en dos meses, por lo que Ocampo debió alquilar la casa. En sus propias palabras, alcanzó a sentir una «vasta admiración y entrega espiritual» por Tagore, quien por su parte manifestó estar atraído por Ocampo e incluso llegó a dedicarle un poema poco después.

El 4 de enero de 1925, Tagore abandonó Buenos Aires y ambos comenzaron a enviarse correspondencia en la que Tagore hacía hincapié en su pena por no poder permanecer más tiempo en «Miralrío». En 1930, ambos volvieron a reencontrarse por última vez cuando Ocampo organizó una exposición con sus pinturas en la Galería Pigalle de París, que luego fue exhibida en Berlín y Londres. Tagore falleció once años después, en 1941.


La APO y su labor como recitante

En 1924, Ocampo quedó fascinada al asistir a un concierto brindado por Ernest Ansermet en Buenos Aires. Raquel Aguirre, la esposa de Juan José Castro, comentó que Ocampo solía invitarlos a comer y como broma les espetaba: «También viene el "Chivo" —apodo de Ansermet por su barba tupida—». La escritora y Ansermet solían discutir en esas reuniones sobre las «bondades interiores» de Marcel Proust.

Ansermet, contratado por Castro, había dirigido la APO —Asociación del Profesorado Orquestal—, cuyos integrantes no percibían un sueldo debido a que la pequeña subvención de la municipalidad apenas alcanzaba para cubrir los requerimientos del teatro y su director. Ocampo se interesó por la APO, tomó conciencia de su porvenir —hasta ese momento no había una orquesta estable en Buenos Aires— y comenzó a colaborar económicamente con ella, además de arengar al presidente Marcelo T. de Alvear a contribuir también. De esa forma, Ansermet logró trabajar de forma estable en Buenos Aires durante tres temporadas. Hacia 1927, la subvención municipal destinada a la APO había sido triplicada pero cuando la asociación estuvo dispuesta a financiar los honorarios de Ansermet y su orquesta, su contrato laboral se disolvió y optaron por llamar a otro director. Ocampo, indignada, renunció como socia protectora de la entidad.

A nuestra tierra lo atrajo sentirse útil, profundamente; poder ofrecer una ayuda irreemplazable para nuestro desarrollo musical en el período de su crecimiento. Como de costumbre, no supimos aprovechar (ni aquilatar) su maestría y su generosidad sino a medias.

Victoria Ocampo, octavo tomo de Testimonios.

En 1925, se estrenó en el Teatro Politeama, El rey David, de Arthur Honegger y, por medio de Ansermet, Ocampo logró conseguir el papel de recitante. Según Raquel Aguirre de Castro, «estuvo tan sensacional que se "comió" el espectáculo». Ocampo solía decir que «esa era la profesión para la que había nacido». En 1934, tuvo ocasión de presenciar la obra de ópera y ballet Pershépone de Ígor Stravinsky, y luego de la misma le organizó una gira por Brasil, Uruguay y Argentina. Stravinsky aceptó la propuesta pero pidió expresamente que oficiara de recitante durante la obra. Si bien al principio no fue autorizada para ejecutar el papel en Buenos Aires a raíz de un conflicto con la Iglesia, Stravinsky originó un escándalo a fin de que fuera aprobada y las autoridades finalmente cedieron.

Su relación con Keyserling



El filósofo alemán Hermann Graf Keyserling.

Ocampo supo de Hermann Graf Keyserling al leer una publicación de Ortega y Gasset en la Revista de Occidente en 1927 y quedó tan entusiasmada que leyó sus libros publicados en inglés. En El diario de viajes de un filósofo (1925), Ocampo halló la confirmación de lo que pensaba sobre la India y, según su biógrafa, «un sentido de la exaltación de la naturaleza que había experimentado hasta la emoción frente al paisaje de la pampa argentina». En El mundo que nace (1929) descubrió la atracción de Keyserling por los problemas vitales del hombre y fue ahí cuando pensó que el filósofo podía estar cerca de sus sentimientos y experiencias a tal punto de sentir una admiración equiparable con la que había tenido por Dante.

Cuando Ocampo se enteró por correspondencia con el conde de Keyserling que iba a publicar un nuevo libro en Alemania, Das Spektrum Europas, se contactó con su amiga María de Maeztu para comentarle sobre su deseo de que fuera traducido al español supervisado por Ortega y Gasset. En 1928, Ortega le envió una carta en la que plasmó: «Es mi destino... navegar hacia usted cuando usted está entregada. En 1916... ignoro qué la poseía, pero era usted una posesa. Ahora la encuentro "colonizada" por ilusiones de Alemania y recuerdos de la India», en referencia a Keyserling y Tagore.

Si bien Ocampo le imploró a Keyserling que arribara a Buenos Aires para ofrecer conferencias, su respuesta fue negativa debido a sus múltiples compromisos laborales; a pesar de eso, supuso que podría venir en un lapso de dos años, a lo que Ocampo respondió: «Imposible predecir si el entusiasmo durará hasta entonces». La correspondencia entre ambos, que perduró durante un año y medio, trató sobre la probable visita de Keyserling y los diversos aspectos de su obra. En enero de 1929, Ocampo viajó a París para encontrarse regularmente con el filósofo, que llegó a creer que la escritora estaba enamorada de él.

En su libro América liberada, Keyserling escribió que el hombre culto solo puede adquirir la esencia de su ser si unifica el espíritu masculino con la carne femenina. A partir de ese momento, la admiración de Ocampo por el filósofo se convirtió en desagrado y decepción, y más adelante diría: «Keyserling parecía creer que para establecer nuestras relaciones sobre una base sólida en la comunión espiritual, debía incluirse la comunión carnal». El filósofo no entendía la actitud de Ocampo a tal punto que decidió consultarle la situación al psiquiatra Carl Gustav Jung. Finalmente, Keyserling la acusó de «gozar de mi destrucción como había gozado de mi idolatría».

A su regreso a Buenos Aires, mientras estaba concluyendo los arreglos de su casa de la calle Rufino de Elizalde, Ocampo colocó sobre la chimenea un esqueleto de pescado, un detalle disparatado sobre el que su padre comentó: «Deberías pedirle a Keyserling que te donara su esqueleto y podrías ponerlo a la entrada. Quedaría muy bien». El filósofo llegó finalmente a Buenos Aires en el otoño de 1929 para una recepción y se instaló en una suite que financió la propia Ocampo. Para el cumpleaños de Keyserling, la escritora le regaló un poncho de vicuña, creyendo que la generosidad del gesto lo haría reflexionar; sin embargo, el filósofo le envió una carta de tono antipersonal en la que expresó: «En otros tiempos ese recuerdo de una persona que él había querido, le hubiera parecido precioso» y la llamó despectivamente «la india con flechas envenenadas». Ocampo, enfurecida, solicitó la devolución de todas las cartas que le había enviado y la Embajada de Alemania tomó intervención en el asunto a favor de Ocampo. En 1932, Keyserling publicó un libro llamado Meditaciones sudamericanas, en el que habló con odio de Ocampo y desarrolló una serie de teorías disparatadas sobre el continente americano.

Keyserling falleció en 1946 y hacia 1950, su viuda le envió a Ocampo una copia de las memorias que iban a ser publicadas, en las que dejó por sentado que la experiencia vivida con la escritora en París había sido lo más parecido a un «cuento de hadas». Ocampo, por su parte, escribió en 1951 El viajero y una de sus sombras: Keyserling en mis memorias.

Su relación con Drieu La Rochelle




Drieu La Rochelle.


En 1929, Pierre Drieu La Rochelle, luego de un almuerzo con Ortega y Gasset y Ocampo, le confesó a su esposa que había quedado enamorado de la escritora. Tras un segundo encuentro con Ocampo, comenzaron a verse frecuentemente y a realizar paseos por París. Por su parte, la escritora pensó que los lazos de amistad que podrían unirlos serían muy frágiles ya que todos sus referentes musicales y literarios eran rebatidos por Drieu, aunque fue por medio de este que conoció a Aldous Huxley y André Malraux.

Ambos visitaron Normandía antes de que Ocampo realizara un viaje a España y pocos días después de su partida, Drieu le escribió: «... Lamento sinceramente que te ocupes de un tipo malo como yo; eso te amarga y no corresponde a tu carácter cordial... No solamente no tengo corazón, tampoco tengo talento... Mi querida amiga, déjame amarte con mi corazón, que es menos loco que el resto de mí». Al mismo tiempo, la calificó en su diario como la «mecenas femenina que me auxilió con dinero en un momento económicamente caótico». En sus Testimonios y autobiografía, Ocampo se refirió en múltiples ocasiones al tema y reconoció que ella «sería siempre para él lo que pudo haber sido y no fue». En 1930, se reencontraron en París y visitaron juntos Berlín.

Drieu también escribió un libro basado en un relato que Borges había hecho sobre un dictador sudamericano, en el que su personaje principal está inspirado en Ocampo. En mayo de 1932, invitado por Sur, Drieu llegó a Buenos Aires y entabló una sólida amistad con Jorge Luis Borges e incluso, surgieron rumores de que había mantenido un romance con la hermana de Ocampo, Angélica. Motivado por la escritora, inició un gira por el interior de Argentina donde trató temas tales como la crisis de la democracia.64 A principios de la década de 1930, Drieu se declaró abiertamente fascista y se convirtió en colaboracionista del nazismo. Se suicidó el 16 de marzo de 1945 luego de enterarse de la existencia de una orden de arresto contra él y previamente ordenó que su testamento llegara a Ocampo, que fue una de las tres personas que tuvo acceso al mismo junto con André Malraux.


La aparición de Sur

Durante una conferencia sobre Charles Chaplin, Ocampo conoció a Waldo Frank, quien le sugirió que lo visitara en Estados Unidos y fundara una revista literaria. Su visita a Estados Unidos fue el primero de una serie de viajes que realizó a lo largo de la década de 1930, en los cuales conoció a varias personalidades como Jacques Lacan, Ramón Gómez de la Serna, Leo Ferrero, Sergéi Eisenstein y Le Corbusier. A diferencia de los casos de Keyserling y Tagore, su amistad con Frank perduró hasta la muerte del escritor en 1967.



Victoria Ocampo como directora de Sur.

Frank sugirió que la revista a fundar tratara los problemas, las inquietudes y la literatura del momento. Cuando Ocampo le comentó el proyecto a su padre, le aseguró: «Te vas a fundir, Victoria». La escritora heredó tres fortunas a lo largo de su vida: la de su tía Vitola, la de su madrina —que había acumulado el dinero de sus dos maridos difuntos— y la parte proporcional del patrimonio de su padre, fallecido el 18 de enero de 1930. El dinero en su mayoría fue invertido en la compra de residencias y departamentos. Sin embargo, cuando Juan Domingo Perón impuso la ley de alquileres, los inmuebles dejaron de dar renta y fueron malvendidos en varias ocasiones. El proyecto de Sur requería de grandes inversiones constantes y, al momento de su muerte en 1979, Ocampo no tenía suficiente dinero para abonar sus impuestos.

El 1 de enero de 1931, apareció el primer ejemplar de la revista Sur, que contó con la colaboración de Drieu La Rochelle, Jorge Luis Borges, Waldo Frank, Eugenio d'Ors, Walter Gropius, Ernest Ansermet y Alberto Prebisch. La primera edición se agotó rápidamente con una tirada de 4000 ejemplares y fue vendida también en París y Madrid. Según su cuñado, el escritor Adolfo Bioy Casares, «... fue un desafío para ella, como abrir un camino en la selva». Las primeras ediciones fueron producidas en la imprenta de Francisco Colombo en San Antonio de Areco, donde se había editado la popular obra de Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra (1926). Si bien el nombre —Sur— había sido idea de Waldo Frank, Ocampo se había encargado del diseño simple de la portada que consistía en una flecha mirando hacia abajo.

Durante los primeros años, no había sumario que no fuera examinado, encargado por mí, de acuerdo con mis preferencias. Más tarde dejé mucha más libertad (a veces casi toda) en manos de amigos colaboradores en quienes confiaba. En 1929 habían clamado por una revista de calidad literaria: ahí la tenían, en marcha. Creo que nunca se apartó de esa línea, salvo en algún detalle sin mayor importancia para el conjunto. Las fallas fueron casi siempre de orden monetario y acarreadas por la falta de liquidez, como se dice ahora.
Victoria Ocampo, octubre de 1970.

Las críticas llegaron rápidamente y grupos nacionalistas sentenciaron la colaboración de personalidades extranjeras en la revista, alegando que Ocampo solamente quería satisfacer a lectores de otros países.

En ese momento, le escribió a su amiga María de Maeztu: «Tengo la impresión dolorosa de haber pasado un año trabajando en el desierto, para el desierto... Estoy deprimida. No se imagina usted lo mucho que he trabajado contra viento y marea». Hacia 1933 fue declarada «persona no grata» por la Curia, motivo por el cual su próxima actuación en un festival de beneficencia para ayudar a los pobres fue desautorizada. Tiempo después, una carta de la Iglesia al presidente de facto Agustín P. Justo reveló que la decisión había sido motivada por su amistad con varias personas consideradas «enemigas» de la Iglesia tales como Tagore, Krishnamurti y Malraux.




Josefina Dorado, Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges en Mar del Plata en 1935.

En 1931 aparecieron cuatro números de Sur, en 1932 la cifra se redujo a dos y solamente se produjeron tres entre 1933 y 1934. Durante el período de julio de 1934 a julio de 1935, la revista no salió a la venta. Desde 1935 hasta 1953, se publicó mensualmente, de 1953 a 1972 bimestralmente y desde 1972, sólo aparecieron ediciones especiales. A lo largo de su historia, tuvo entre sus colaboradores a figuras literarias como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, José Bianco, Waldo Frank, Walter Gropius, Alfonso Reyes Ochoa, Thomas Mann, Thomas Stearns Eliot, André Malraux, Henry Miller, Octavio Paz, Gabriela Mistral, entre muchos otros.6 Como secretarios de redacción participaron, además de Borges y Bianco, Guillermo de Torre, Raimundo Lida, Ernesto Sabato, María Luisa Bastos, Peregrina Pastorino, Nicolás Barrios Lynch, Enrique Pezzoni.

En 1933, Ocampo fundó la editorial Sur con el fin de ayudar a solventar la publicación y divulgar la literatura extranjera más relevante de la época. En el mismo año, la editorial publicó por primera vez en español la obra de D.H. Lawrence —algunas traducciones de Lawrence pertenecen a la madre de Borges, Leonor Acevedo—, como así también El romancero gitano, de Federico García Lorca, y Contrapunto, de Aldous Huxley. En 1936, se publicó La condición humana y, al año siguiente, Orlando y Un cuarto propio, de Virginia Woolf —traducidos por Borges—. Ocampo, por su parte, realizó algunas traducciones de autores como Albert Camus, Graham Greene, D.H. Lawrence y Dylan Thomas.

Sur significó una oportunidad de consolidación literaria para los escritores jóvenes. Julio Cortázar escribió que «... nos ayudó a los estudiantes que en la década de 1930 al 1940 tentábamos un camino, titubeando entre tantos errores, tantas abyectas facilidades y mentiras», mientras que Rafael Alberti dijo que «esa revista y esos libros nos ligaban al mundo de la cultura». Según Octavio Paz, «Sur no es sólo un revista o una institución: es una tradición del espíritu... [Victoria] ha hecho lo que nadie antes había hecho en América».

A principios de los años de 1930, Ocampo fue designada presidenta del directorio del Teatro Colón. Su permanencia en el cargo fue breve ya que renunció junto con el arquitecto Alberto Prebisch, Rafael González y Juan José Castro luego de que un miembro del Concejo Deliberante quisiera incorporar a una mujer de escasas condiciones artísticas en el ballet.

Entrevista con Mussolini y estadía en Londres

En septiembre de 1934, a pesar de que no simpatizaban con el régimen de Benito Mussolini, Ocampo y Eduardo Mallea fueron invitados por el Instituto Interuniversitario Fascista de Cultura a dar una serie de conferencias en diversas universidades italianas. La escritora mantuvo una entrevista con el dictador, donde le realizó una serie de preguntas con respecto a la condición de la mujer en el Estado fascista. Mussolini le dijo que el primer deber de la mujer era el de dar hijos al Estado, a lo que Ocampo le pregunto: «Pero, ¿podría la mujer colaborar de otra manera con el hombre?». «No», respondió Mussolini. En su ensayo La historia viva (1936), la escritora habló de su temor de que el Duce llevara a su país a una guerra y de que las mujeres produzcan hijos «para la muerte» como instrumentos de Estado.

Durante una estadía en Venecia, la prensa gráfica la definió como la «embajadora intelectual de un pueblo nuevo» y elogió su fluidez con el idioma italiano. Poco después, en noviembre de 1934, Ocampo conoció a Virginia Woolf, que calificó a la escritora como «la opulenta belleza de la millonaria de Buenos Aires». En enero de 1935, Woolf le envió una carta a Ocampo en la que le espetó: «... no permita que me hunda en la niebla. Cuénteme lo que hace, a quién ve, cómo es el país... Y por favor, nunca piense que soy fría porque no escribo. Me cansa tanto escribir». Ocampo invitó en varias ocasiones a Woolf y su marido Leonard a Buenos Aires pero su mala salud impidió concretar los encuentros. Según Borges, Ocampo se sentía en inferioridad de condiciones frente a Woolf «como el escolar frente al maestro sabio y severo, que lo está juzgando continuamente». En 1939, viajó a Londres y llevó a la fotógrafa Gisèle Freund para que le tomara algunas fotografías a Woolf, que luego se volvieron ampliamente conocidas. Su suicidio en marzo de 1941 dejó sorprendida a Ocampo y a modo de homenaje, en 1954 publicó Virginia Woolf en su diario.

La Unión Argentina de Mujeres

En su ensayo de 1936 titulado La mujer y su expresión, la escritora reflexionó acerca de la marginación de las mujeres en el contexto patriarcal y sobre su dificultosa relación con la cultura moderna, aspectos que de algún modo sintetizaban el problema de la búsqueda de una expresión femenina autónoma. Ella diferenció ese estilo de escritura al que aspiró como un modo dialógico de la expresión monológica que sería propia de los varones en una cultura androcéntrica.

En una entrevista con Danubio Torres Fierro para la revista Plural, Ocampo, que jamás estuvo afiliada a un partido político, le dijo: «No me hablen de nuestro deber como mujeres de ayudar al triunfo del marxismo o de lo que fuere con la promesa de que su éxito nos proporcione el goce de todos nuestros derechos. No, no, no. Primero tiene que cambiar la situación de la mujer en el mundo. Después vendrán otros cambios que surgirán de ese y no viceversa».

En marzo de 1936, fundó la Unión Argentina de Mujeres con ayuda de sus amigas Susana Larguía y María Rosa Oliver, al mismo tiempo que se llevaba a cabo la Guerra Civil Española. Poco después, le escribió a María de Maeztu: «Si el fascismo triunfa en España, estamos perdidos en América». A medida que el régimen fascista avanzaba en la Argentina, apareció la propuesta de reformar la ley 11 357 para que la mujer casada no gozara de los derechos civiles que le habían sido otorgados en 1926. De ese modo, no podrían disponer de su persona ni de sus bienes y dependerían para todo del género masculino. La finalidad de la Unión Argentina de Mujeres era impedir la promulgación de esa ley mediante la fuerza de presión ejercida por las mujeres de todas las clases sociales agrupadas en la UMA. Ocampo, conocida por su lucha como defensora por los derechos de la mujer, fue elegida presidenta de la UAM.

La UAM comenzó a expandirse y se formaron subcomisiones y filiales en ciudades del interior, a la vez que se ofrecían conferencias, reuniones públicas y se repartían panfletos donde se divulgaba la necesidad de obtener:
Los derechos civiles y políticos de la mujer.

El incremento de leyes protectoras de mujeres en la industria, la agricultura o el servicio doméstico.
Amparo a la maternidad.
Protección del menor.
Desarrollo cultural y espiritual de la mujer.
La paz mundial.
Disminución y prevención de la prostitución.

Los panfletos, algunos redactados por Ocampo, se vendían en las esquinas por dos centavos; uno de los más populares fue La mujer, sus derechos y sus responsabilidades. En una oportunidad, dos jóvenes encargadas de venderlos fueron detenidas y demoradas en la comisaría. El juez que intervino en el asunto aseguró que las hubiese enviado a la cárcel de no ser porque había 20 000 mujeres apoyando la UMA. Paralelamente, un presbítero acusó a Ocampo de propiciar la proliferación de madres solteras y un legislador declaró que se debía aconsejar a los maridos que descubrieran la falta de virginidad de sus esposas en el acto de consumación del matrimonio para que exigieran la anulación de su casamiento.

En agosto de 1936, propició un discurso radial transmitido simultáneamente en España sobre La mujer y su expresión con el fin de fomentar la solidaridad entre las mujeres de todo el mundo. Finalmente, la UMA logró su objetivo y el proyecto de la reforma fue anulado. En 1938, renunció como presidenta de la UMA al descubrir que las socias comunistas estaban utilizando la organización para beneficio propio.

Lawrence de Arabia



Lawrence de Arabia, en 1918.

Ocampo publicó dos libros sobre el militar y escritor británico Lawrence de Arabia: 338171 T.E. (1942), un ensayo traducido al francés y al inglés, y Lawrence de Arabia y otros ensayos (1951), publicado por la editorial madrileña Aguilar. En seis de sus diez Testimonios, habló sobre él reiteradas veces. Según Ocampo, los hombres que más la impresionaron a lo largo de su vida fueron Lawrence y Gandhi: «Incrédulo uno, el otro creyente... Ambos convencidos de que solo la energía espiritual obra milagros. Ambos fieles durante su vida y hasta la muerte a ese ideal», dijo.

El desprecio por el dinero, el renunciamiento de Lawrence a su grado militar y su libro Los siete pilares de la sabiduría, entre otras particularidades, llamaron la atención de Ocampo, que viajó a Estados Unidos en 1943 y obtuvo una copia depositada en la Biblioteca del Congreso de Washington de su manuscrito The Mint, donde Lawrence narró sus experiencias como soldado raso en el cuerpo de aviación y tanques. La escritora dijo que «la emoción de ese encuentro, con que había soñado,... me paralizaba a tal punto que pasó algún tiempo antes de que abriera el volumen». Ocampo tradujo ocho capítulos de The Mint en 1951 en colaboración con Enrique Pezzoni y Ricardo Baeza. Debido a que Lawrence murió prematuramente a causa de un accidente inesperado en 1935, no tuvo ocasión de conocerlo personalmente pero en 1946, visitó por primera vez al hermano y la madre de Lawrence, lo que le permitió entrar en contacto con detalles íntimos de su entorno familiar y vida personal, como el dato curioso de que el apellido que utilizaba era ficticio.

Peronismo y arresto




Ejemplar de la revista Sur nº 217/18 de 1952.

Cuando el presidente Perón anunció el 26 de julio de 1946 que aprobaría la ley de sufragio femenino, Ocampo se indignó al pensar que obtendría un derecho a través de un gobierno «antidemocrático».

En 1951, una cruz fue pintada en la entrada de su residencia Villa Ocampo, lo que la señalaba como «oligarca disidente» del peronismo. Temiendo que allanasen sus propiedades y destruyeran sus papeles y correspondencia, despachó todo el material en una serie de valijas que envió a sus hermanas, amigos y demás familiares cercanos. Las cartas dirigidas a personas fuera de la Argentina las entregaba en mano a allegados que viajaban circunstancialmente en ese momento.

El 8 de mayo de 1953, menos de un mes después de que estallaran dos bombas en Plaza de Mayo durante un acto de la CGT, Ocampo fue arrestada y allanada durante una estadía en Mar del Plata por cinco oficiales de policía y un comisario, y posteriormente remitida a Buenos Aires. Fue interrogada largamente en el Departamento de Policía y permaneció dos días sin ingerir alimentos hasta que fue trasladada como presa política a la cárcel femenina de El Buen Pastor en San Telmo. Ahí convivió con prostitutas y demás criminales femeninas recluidas, procesadas o condenadas por delitos comunes. Ocampo, en referencia a ese episodio, comentó que «en la cárcel uno tenía la sensación de que tocaba fondo, vivía en la realidad». Dos días después de su arresto, su amiga Susana Larguía, compañera fundadora de la UAM, fue encarcelada98 y con anterioridad, Norah Borges y su madre, Leonor Acevedo, de entonces 77 años, habían sido arrestadas acusadas de escándalo en la vía pública.

La noticia de su arresto llegó al extranjero y Aldous Huxley en conjunto con Waldo Frank encabezaron el Comité Internacional para la Liberación de los Intelectuales Argentinos, mientras que The New York Times publicó una nota de protesta exigiendo la libertad no solo de Ocampo sino también de muchos autores como Francisco Romero, Adolfo Lanús y Roberto Giusti. El primer ministro de la India Jawaharlal Nehru insistió en la liberación de la escritora y Gabriela Mistral le envió un telegrama a Perón el 27 de mayo con el mismo fin. Finalmente, Ocampo fue liberada en la noche del 2 de junio luego de 26 días de arresto. Desde su salida hasta el derrocamiento de Perón en 1955, fue vigilada estrictamente y padeció limitaciones de diversa índole; de hecho, cuando Stravinsky le pidió en dos ocasiones que fuera recitante de nuevo en Perséphone en Italia y Estados Unidos, la policía no le otorgó el certificado de buena conducta para renovar su pasaporte.

Sus problemas económicos paralelamente fueron en aumento debido a sus grandes inversiones en Sur. El asunto quedó registrado en una carta que Ocampo le envió a Gabriela Mistral luego de que esta declinara una invitación que le realizó en 1956 para que la visitara. Ahí, le confirmó la pérdida neta de 85 000 pesos argentinos en el 25º aniversario de su revista.

Vida posterior

Reconocimiento y renuncia de Bianco

En 1958, fue designada presidenta del Fondo Nacional de las Artes y en 1962, Francia la nombró Comendadora de la Orden de Artes y Letras, en una ceremonia donde pronunció: «... Una vez más he saboreado material y espiritualmente a París... Lo que los franceses me dan lo acepto como un certificado de amor a Francia... A mi amor se dirige, y es mi amor, no yo, quien se siente digno de él».

Al mismo tiempo, José Bianco renunció a su puesto después de una severa discusión con Ocampo originada por su viaje a Cuba en 1961, dos años después de la Revolución Cubana. Bianco rehusó a declarar que no realizó ese viaje como representante oficial de Sur sino de forma privada e invitado por la Casa de las Américas. Ambos se reconciliaron poco después y en una entrevista a Primera Plana, Bianco declaró que Sur era una revista «apolítica y ampliamente abierta». Según Ocampo, «las visiones políticas se agudizaron de manera alarmante. Sur llegó a sufrir el descuartizamiento de Ravaillac, sin merecerlo. Tal vez algunos se figuren que lo mereció... Amigos muy queridos pidieron, por razones extraliterarias, que borráramos su nombre del comité de colaboración. El primero fue Drieu La Rochelle, el segundo Ortega y Gasset... lo mismo Sabato, que luego pidió que lo reintegráramos». A comienzos de los años de 1950, Pablo Neruda había acusado a Sur de publicar obras de «espías internacionales y colonialistas». Ocampo respondió a la crítica con una nota breve de tono humorístico y, por su parte, Neruda le dedicó un poema titulado Ahora canta el Danubio donde la apodó «Madame Charmante». Diez años después, Neruda se convirtió en un ferviente admirador de Ocampo a tal punto que la elogió en una reunión del PEN Club en Nueva York y publicó un poema de Oliverio Girondo en Sur.

En 1962, colaboradores, amigos y admiradores de Ocampo le rindieron un homenaje. Las cien colaboraciones reunidas fueron adjuntadas bajo un volumen titulado Testimonios sobre Victoria Ocampo, con comentarios de Jawaharlal Nehru, Leonard Woolf, Graham Greene, Jacques Maritain, Le Corbusier, Marguerite Yourcenar y T.S. Eliot. En 1964, la revista rindió homenaje a Ezequiel Martínez Estrada con motivo de su muerte. Ocampo había tenido un último gesto de generosidad para con él al contratar un médico reconocido para tratar su rara enfermedad dermatológica y sustentar los gastos médicos en colaboración con Héctor A. Murena.

A lo largo de la década de 1960, los reconocimientos hacia Ocampo fueron en aumento. En 1965, al recibir el premio María Moors Cabot, recalcó «la lucha contra la invasión de elementos políticos que en este momento intervienen en todo y premian la entrega de las conciencias así como castigan toda actitud independiente». En el mismo año, fue condecorada junto con Borges con la Orden de Comendador del Imperio Británico por la reina Isabel II. Además, recibió el premio Vaccaro, fue declarada miembro de la Academia de Roma en 1966, se le otorgó el doctorado honoris causa de la Universidad de Harvard en 1967 y el Instituto Popular de Conferencias le entregó el premio Alberdi-Sarmiento. En 1968, recibió en Villa Ocampo a la primer ministro Indira Gandhi, que luego le entregaría el doctorado honoris causa de la Universidad de Visva Barathi.

En uno de sus viajes a Estados Unidos a lo largo de la década de 1960, Ocampo fue testigo del gran apagón de doce horas en el noreste estadounidense de 1965. La experiencia quedó registrada en el relato Manhattan a vela del séptimo tomo de sus Testimonios, dedicado a su hermana «Pancha» que murió repentinamente en octubre de 1967, unos meses antes que su otra hermana Rosa.

Enfermedad

En 1963, durante un viaje a París, comenzó a padecer fuertes dolores en su boca y al año siguiente, diagnosticada con cáncer bucal, debió ser intervenida quirúrgicamente en el Instituto del Diagnóstico. A partir de ese momento, debió utilizar una prótesis que le permitía comer, beber y hablar. Se mantuvo estable hasta que años después, en un viaje a Estados Unidos, sufrió una recaída y debió someterse a una operación y tratamiento nuevos. En marzo de 1968, se fracturó una pierna y debió guardar reposo en su residencia de Mar del Plata.

Últimos años

En 1970, tras años de posposición, le dedicó tres números de Sur a la mujer —326, 327 y 328— reunidos en un volumen que se publicó en 1971, con comentarios de Indira Gandhi, Golda Meir, Alicia Moreau de Justo, Ernesto Sabato, Roberto Arlt, entre otros. Además se incluía una encuesta anónima destinada a indagar qué pensaba la mujer de su papel en el mundo y otra realizada a mujeres relevantes de la Argentina, en lo que se refería a las leyes que deben regir el control de la natalidad y el aborto.108 Doris Meyer declaró que «por su espíritu de orientación este número especial de Sur se anticipó en cuatro años a los objetivos del Año Internacional de la Mujer... transmitía un mensaje de solidaridad».108 En noviembre de 1970, un artículo publicado en el diario La Nación informó el cese de la publicación de la revista Sur. Sin embargo, diez meses después apareció el ejemplar número 326-328 en el cual se anunciaba como revista bianual, pero se trató de la última edición activa realizada en vida de la escritora, ya que los demás números se dedicaron a reeditar antologías de trabajos ya publicados.




Victoria Ocampo en sus últimos años.

En 1973, las hermanas Ocampo se precipitaron a donar sus residencias de Villa Ocampo y Villa Victoria a la UNESCO ante los graves problemas económicos y su clara intención —en especial de Victoria— de que ambas propiedades fueran conservadas «para ser utilizadas, con un sentido vivo y creador, en la producción, investigación, experimentación y desarrollo de las actividades culturales, literarias, artísticas y de comunicación social tendientes a mejorar la calidad de la vida humana, la cooperación internacional y la paz entre los pueblos». Desde ese entonces, la UNESCO se hizo cargo del mantenimiento de las viviendas y las hermanas Ocampo lograron un acuerdo que les permitió residir en ellas hasta su muerte. En el mismo año, Ocampo renunció al Fondo Nacional de las Artes, alegando: «Por desgracia, en arte popularidad no es invariablemente sinónimo de calidad. Y sin calidad no hay arte... En cuanto a mí, lo poco que he agregado a la labor de ustedes ha sido inspirado por el deseo de servir a mi país».

En 1975, fue invitada como huésped de honor al congreso llevado a cabo con motivo del Año Internacional de la Mujer pero decidió no asistir debido a las tendencias marxistas de la celebración y en cambio, envió un mensaje por medio de Fryda Schultz. En junio de 1977 se convirtió en la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Argentina de Letras por votación de sus pares.6 Desde noviembre a diciembre de ese año, se llevaron a cabo en Villa Ocampo las Jornadas del Diálogo de las Culturas, cuyo material fue reunido en la edición 342 de la revista Sur. Si bien asistió a todas las jornadas, su salud había desmejorado considerablemente. Según sus allegados, se negaba a ingerir los calmantes para mitigar el dolor ya que la obnubilaban. Sin embargo, continuó recibiendo escasas visitas como las del sacerdote Eugenio Guasta. A pesar de su delicado estado de salud, logró publicar en 1978 una traducción de Oda jubilar, de Paul Claudel.

Fallecimiento[

Ocampo pasó sus últimos meses postrada sobre su cama y transcurrió Navidad y Año Nuevo prácticamente sola. Su sobrina, Dolores Bengolea, relató que «yo la vi una semana antes de morir... tenía unida la boca con la nariz, estaba horriblemente dolorida, sufría mucho... Victoria no hablaba, tenía una pizarrita donde escribía». El 24 de enero su salud se agravó. Según Miné Cura, «esa mañana había venido un médico para darle una inyección; imagino que sería una especie de quimioterapia. Ella no quería; al fin, cuando aceptó, le dijo al médico que lo hacía bajo su exclusiva responsabilidad. Pero no la pudo soportar». En la madrugada del 27 de enero, ingresó en coma y falleció a las 9 UTC-3 a la edad de 88 años. Sus restos fueron sepultados al día siguiente en la cripta familiar del cementerio de la Recoleta. Durante el funeral, Ángel Battistessa, presidente de la Academia Argentina de Letras, pronunció un discurso: «A veces basta la desaparición de una persona para que toda una generación quede disminuida». Por su parte, Borges publicó una nota en la que aclaró: «En un país y en una época en que las mujeres eran genéricas, ella tuvo el valor de ser un individuo. Estoy agradecido personalmente por todo lo que hizo por mí, pero sobre todo, estoy agradecido como argentino por todo lo que hizo por la Argentina».

Ocampo dispuso que después de su muerte, a modo de autocensura y de respeto por sus más íntimos pensamientos, se cumpliera su deseo expreso de quemar determinados manuscritos, cartas y carpetas, entre ellos los relativos a su salud. Su amiga y administradora en sus últimos años de vida, Matilde Díaz Vélez, y la prima de la escritora, Josefina Dorado, junto con el personal de Villa Ocampo, se encargaron de cumplir con la petición. Entre 1979 y 1984, de acuerdo a su pedido, se publicó su autobiografía —dividida en seis tomos—, la cual había comenzado a escribir en 1952. Su hermana Angélica le sobrevivió apenas un año y falleció el 21 de enero de 1980.

Personalidad y carácter

Juan José Sebreli manifestó que «Victoria Ocampo era una oligarca, pero no todas las oligarcas fueron como ella. En tiempos en que las mujeres tejían, bordaban, iban a misa con los ojos mirando al suelo, Victoria quería ser actriz, escribía obras de teatro, se bañaba en las playas de Mar del Plata, montaba a caballo, bailaba tangos, fumaba, manejaba autos y, por supuesto, se declaraba atea».

A pesar de sus diferencias ideológicas, el político Arturo Jauretche le reconoció varios méritos y valores y, por sobre todas las cosas, su sentido del humor. La fotógrafa Sara Facio coincidió en ese punto y manifestó que «era muy graciosa y muy suelta para hablar. Físicamente imponente —medía 1,72 cm—, alta, grande. Muy libre para vestirse, usaba trajes sueltos, le gustaba ser natural e independiente». En la década de 1960, sus exóticos anteojos —padecía miopía— de cristales verde oscuro con armazón de color marfil, fabricados en la década de 1940 por la óptica neoyorquina Lugene, se convirtieron en un distintivo de su estilo personal.

Ocampo era conocida por sus ocurrencias y su irascibilidad. Su biógrafa María Esther Vázquez relató que en una ocasión «Borges veraneaba en lo de los Bioy en Mar del Plata; yo también pasaba allí unos días. La casa es vecina de la de Victoria, quien acababa de volver de Londres entusiasmadísima con los Beatles. Tal era su fervor por el conjunto que se trajo el primer disco, que acababan de grabar, y una peluca idéntica a la cabeza de John Lennon. Nos había invitado a comer a Borges, a Adolfito [Bioy Casares], a Silvina y a mí junto con otras personas, sólo para hacernos escuchar después el disco... el entusiasmo de Victoria la llevó a pedirle a Borges que se probara la peluca; él se negó con pasión. Después de un tira y afloja en que las voces de ambos se elevaron varios decibeles por encima de lo normal, ella, muy enojada, le dijo: "Usted, che, con lo empacado que es, nunca va a llegar a nada"».88 Muchos allegados y autores coinciden en su tendencia a la irascibilidad y autoritarismo, sobre todo para con Borges. En otra oportunidad, durante una estadía en Mar del Plata, el hijo de su mucamo —por quien Ocampo sentía gran aprecio— casi arriesgó su vida por salvar a una persona en el mar. Cuando la escritora se percató que casi muere, se enfureció, lo increpó y acabó abrazándolo, mientras lo seguía llamando «estúpido».

Ayudó a mucha gente. Recogió a chicos huérfanos y les dio educación. En la Segunda Guerra Mundial mandó tres toneladas de alimentos y ropa a la Europa ocupada, sobre todo a Francia. Fue una mujer muy sensible y generosa en el ámbito de la cultura. Borges, que no le tenía gran simpatía, dijo que ella educó a su país y a su continente.

Fue la primera mujer en obtener un registro de conducir en Argentina, la única latinoamericana en asistir a los Juicios de Núremberg, la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Argentina de Letras y una de las principales figuras en la lucha por las causas de la mujer al impedir la reforma de la ley 11 357. Como directora de Sur, difundió a los más importantes escritores del mundo y promovió a talentos locales, como los casos de Borges o Julio Cortázar, a quienes dio a conocer entre los lectores de habla hispana. La premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral le aseguró a Ocampo que había «cambiado la dirección de lectura de varios países en Sudamérica».

Un retrato suyo preside el Salón Mujeres Argentinas en la Casa Rosada, inaugurado en 2009 por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, junto a otras figuras femeninas de la historia argentina como Juana Azurduy, Eva Perón, Lola Mora, Cecilia Grierson y Mariquita Sánchez de Thompson.

Testimonios

Testimonios, 1ª serie. Madrid: Revista de Occidente, 1935.
Testimonios, 2ª serie. Buenos Aires: Sur, 1941.
Testimonios, 3ª serie. Buenos Aires: Sudamericana, 1950.
Testimonios, 4ª serie. Buenos Aires: Sudamericana, 1950.
Testimonios, 5ª serie. Buenos Aires: Sur, 1954.
Testimonios, 6ª serie. Buenos Aires: Sur, 1962.
Testimonios, 7ª serie. Buenos Aires: Sur, 1967.
Testimonios, 8ª serie. Buenos Aires: Sur, 1971.
Testimonios, 9ª serie. Buenos Aires: Sur, 1975.
Testimonios, 10ª serie. Buenos Aires: Sur, 1977.

Autobiografía

Autobiografía I: El archipiélago. Buenos Aires: Sur, 1979.
Autobiografía II: El imperio insular. Buenos Aires: Sur, 1980.
Autobiografía III: La rama de Salzburgo. Buenos Aires: Sur, 1981.
Autobiografía IV: Viraje. Buenos Aires: Sur, 1982.
Autobiografía V: Figuras simbólicas. Medida de Francia. Buenos Aires: Sur, 1983.
Autobiografía VI: Sur y Cía. Buenos Aires: Sur, 1984.
Traducciones[editar]
Albert Camus: Calígula. Buenos Aires: Revista Sur, números 137-138, marzo-abril 1946.
Colette y Anita Loos: Gigi. Buenos Aires: Sur, 1946.
Dostoievsky-Camus: los poseídos. Buenos Aires: Losada, 1960.
William Faulkner-Albert Camus: Réquiem para una reclusa. Buenos Aires: Sur, 1957.
Graham Greene: el cuarto en que se vive. Buenos Aires: Sur, 1953.
Graham Greene: el que pierde gana. Buenos Aires: Sur, 1957.
Graham Greene: la casilla de las macetas. Buenos Aires: Sur, 1957.
Graham Greene: el amante complaciente. Buenos Aires: Sur, 1959.
Lanza del vasto: Vinoba (en colaboración con Enrique Pezón). Buenos Aires: Sur, 1955.
T.E. Lawrence: El troquel. Buenos Aires: Sur, 1959.
Dylan Thomas: Bajo el bosque de leche (en colaboración con Félix della Paolera). Buenos Aires: Sur, 1959.
Graham Greene: Tallando una estatua. Revista Sur, junio de 1965.
Jawaharlal Nehru: Antología. (selección y prólogo de V.O.). Sur, diciembre de 1966.
Mahatma Gandhi: Mi vida es mi mensaje. Buenos Aires: Sur, 1970.
Graham Greene: La vuelta de A.J.Raffles. Buenos Aires: Sur, 1976.
Paul Claudel: Oda Jubilar. Buenos Aires: Sur, 1978.

Otras obras

De Francesca a Beatrice (con prólogo de Ortega y Gasset). Madrid: Revista de Occidente, 1924; Buenos Aires: Sur, 1963.
La laguna de los nenúfares. Madrid: Revista de Occidente, 1926.
Domingos en Hyde Park. Buenos Aires: Sur, 1936.
San Isidro (con un poema de Silvina Ocampo y 68 fotografías de Gustav Thorlichen). Buenos Aires: Sur, 1941.
Le Vert Paradis. Buenos Aires: Lettres Francaises, 1947.
Lawrence d´Arabia (publicado en francés e inglés). París: Gallimard, 1947.
El viajero y una de sus sombras (Keyserling en mis memorias). Buenos Aires: Sudamericana, 1951.
Lawrence de Arabia y otros ensayos. Madrid: Aguilar, 1951.
Virginia Woolf en su diario. Buenos Aires: Sur, 1954.
Habla el algarrobo (Luz y sonido). Buenos Aires: Sur, 1959.
Tagore en las barrancas de San Isidro. Buenos Aires: Sur, 1961.
Juan Sebastián Bach, El hombre. Buenos Aires: Sur, 1964.
La bella y sus enamorados. Buenos Aires: Sur, 1964.
Diálogo con Borges. Buenos Aires: Sur, 1969.
Diálogo con Mallea. Buenos Aires: Sur, 1969.
Páginas dispersas de Victoria Ocampo. Números 356/357 de la revista Sur: enero-diciembre de 1985. Buenos Aires, mayo de 1987.

Película sobre su vida

Cuatro caras para Victoria (1992), aspectos de su vida.

"Yo pensaba que si América es joven, el mundo no lo es
 y que nuestro continente se parece a esos niños
 cuya infancia se marchita de vivir siempre entre adultos.
 América no cree ya en los cuentos de hada, pero lleva en sí
 la eterna necesidad que los hizo nacer. Como necesita creer
 en ellos acabará por inventarlo de nuevo. Y ése será su milagro."

Victoria Ocampo.


“Mi única ambición es llegar a escribir un día más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer.”

(Testimonios 1º, 1935)



"(...) Te escribo como siempre para quejarme y decirte que la vida es
estúpida, el mundo injusto, el destino ciego, la sociedad idiota, y
nada más... tengo casi todo lo que se puede tener; una cosa me molesta:
la inteligencia."

(extracto de una carta a  su amiga a Delfina Bunge) 



"Yo pensaba que si América es joven, el mundo no lo es y que nuestro continente se parece a esos niños cuya infancia se marchita de vivir siempre entre adultos. América no cree ya en los cuentos de hada, pero lleva en sí la eterna necesidad que los hizo nacer. Como necesita creer en ellos acabará por inventarlo de nuevo. Y ése será su milagro."



"En el momento en que lo vi de lejos, su presencia me invadió...
sólo nos saludamos esa noche, entre mucha gente.
Pero yo lo miré como si temiera no volverlo a ver."



(...) Nacerá una unión, entre el hombre y la mujer, mucho más verdadera, mucho más fuerte, mucho más digna de respeto. La unión magnífica de dos seres iguales que se enriquecerán mutuamente puesto que poseen riquezas distintas.



(...) Pero yo no soy una escritora. Soy simplemente un ser humano en busca de expresión. Escribo porque no puedo impedírmelo, porque siento la necesidad de ello y porque esa es mi única manera de comunicarme con algunos seres, conmigo misma. Mi única manera.



Rescatan poemas de Victoria Ocampo

Son tres textos inéditos, escritos a los 16 años para exaltar a la soprano Krusceniski y al poeta Rostand


Por Susana Reinoso De la Redacción de LA NACIÓN



Tres poemas inéditos de Victoria Ocampo, escritos a los 16 años fruto de la admiración que sentía por la soprano ucraniana Salomea Krusceniski y el poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand, así como de su exaltación espiritual, fueron rescatados por la Fundación Sur.

Las piezas -escritas a mano, en francés y en papel de seda- pertenecían al acervo de los herederos de María Mercedes Carranza, quien, junto con su hermana Matilde, fue muy amiga de la adolescente Ocampo. Cada texto lleva como firma el diminutivo "Victorita", y llegaron hace unos días a manos del presidente del Consejo de Administración de la Fundación Sur, Juan Javier Negri.

Las piezas se encontraban en perfecto estado de conservación. Estuvieron durante casi un siglo en un sobre identificado con la leyenda "Pour la Negra et Petite" (" Para la Negra y la Pequeña" ), apodos escritos de puño y letra por Victoria Ocampo, de cuya muerte se cumplirán 30 años en enero de 2009.

Negri precisó que, apenas la Fundación Sur concluya la negociación con el Proyecto Villa Ocampo, en manos de la Unesco, para unificar los archivos sobre Victoria Ocampo, "copias de estos poemas estarán en ese centro documental". La idea, explicó, es que el centro documental unificado del Proyecto Villa Ocampo y la Fundación Sur esté "al alcance de los investigadores en forma gratuita. La obra de Victoria no puede estar arancelada".

Reflexiones de Victoria

Cada uno de los poemas exhibe, señaló Negri a LA NACION, "la independencia de criterio, la libertad intelectual, la exploración de nuevas fronteras del arte y la cultura, el hilo conductor en la vida de Victoria".

La célebre fundadora de la revista Sur pudo conocer poco después en Europa a los protagonistas de su entusiasmo. Y pese a que, por su timidez, no se atrevió a dirigirles la palabra, por lo menos dejó expresado en los sonetos su deslumbramiento por Krusceniski y Rostand.

Victoria compartió, a los 16 años, lecciones de piano con las hermanas Carranza. Ninguna de ellas asistía a la escuela, pues eran educadas en el hogar. Negri sostiene que fue en esas restringidas ocasiones en que las amigas coincidieron en clases de piano cuando Victoria entregó los poemas a las hermanas Carranza.

Misteriosamente, ese testimonio escrito se salvó de las sucesivas "podas" que la propia Victoria Ocampo infligió a sus escritos y documentos, según confiesa en su Autobiografía . Su intercambio epistolar adolescente con Delfina Bunge fue casi el único acervo documental de su adolescencia que sobrevivió.

En el papel con membrete circular que registra las iniciales RVO (Ramona Victoria Ocampo), en el soneto dedicado a Krusceniski, la mecenas escribió en francés "que tu me plais, ô timbre étrange" ( "cuánto me gustas, timbre de voz extraño" ). Victoria escuchó a la soprano por primera vez en 1906, cuando Krusceniski protagonizó "La Wally", de Cilea, con la dirección de Toscanini, en el viejo Teatro de la Opera [aún no existía el Colón], según el relato de Negri.

Victoria pudo conocerla tres años después, una tarde en París. "No pude articular palabra en su presencia. Esto al parecer conmovió a la Walkiria de mis sueños", escribió, encendida, la adolescente Ocampo. La soprano le regaló una foto autografiada en francés.

En tanto, el poema "¡Blancheur!" ( ¡Blancura! ) no tiene un destinatario específico y recoge su anhelo profundo hacia "el infinito del ideal".

Para Negri, los poemas revelan que "Victoria, una escritora en francés, era capaz de expresar ideas y conceptos desde muy temprana edad". Y mostró, ya a los 16 años, una alta sensibilidad hacia las artes.

Más información. La opinión de Negri y una galería de imágenes. www.adncultura.com.ar

A monsieur Edmond Rostand

El segundo soneto está dedicado "a monsieur Edmond Rostand", dramaturgo y poeta francés (1868-1918), autor de numerosos dramas y comedias, entre ellas Les Romanesques, de 1894, y Cyrano de Bergerac, de 1897. Hacia 1910, Rostand sería considerado el mayor dramaturgo francés.

Soneto

Me gusta, triste, soñar por la tarde, cuando tañe la hora,
Sea con el céfiro perfumado de la primavera
o de un invierno helado la brisa monótona
que de las campanas me trae un sonido claro y vibrante.

Me gusta imaginarme en una playa bretona
Con su arena de oro y el océano inmenso
Y la queja sin fin de las olas que resuena,
Esas olas de tono glauco y espaldas de espuma.

Amo esos días de verano donde el sol cálido brilla,
el pájaro vuela borracho de luz y gorjea,
las flores perfumadas lo embalsaman todo y el prado es tan verde!

Pero lo que llega más a mi alma sensitiva,
lo que la hace llorar y la cautiva
es escuchar, oh Rostand, cantar su alma en verso.




Identidades en el espejo.
Diálogos entre Gabriela Mistral y Victoria Ocampo

Por Alicia N. Salomone[1]
Universidad de Chile

“El genio-hombre la embriagó siempre,
pero el genio-mujer la intrigaba...”

G. Mistral, “Victoria Ocampo” (1942).


1.      Introducción.

Gabriela Mistral, comentando un libro de Victoria Ocampo relativo a la vida y obra de Emily Brontë, nos advierte sobre la extrañeza de la escritora ante un personaje inusitado para los cánones genérico-sexuales de la época victoriana, quien había logrado producir una escritura genial en medio de un paisaje físico y social inhóspito. Motivada por una sorpresa e intriga semejante, intento acercarme en este trabajo a la relación entre Gabriela Mistral y Victoria Ocampo, centrándome en los diálogos intertextuales que estas escritoras sostuvieron durante casi tres décadas de amistad y vinculación intelectual. Si las voces de mujeres sólo recientemente comienzan a ser rescatadas para el discurso cultural latinoamericano, los entrecruces dialógicos de esas voces apenas han sido revisados. En este sentido, me interesa rastrear ciertas líneas de esas presencias que, en gran medida, aún continúan siendo ausencias.

El trabajo lo voy a realizar a partir de una serie de textos que ambas escritoras se intercambian entre 1930, después de un primer encuentro personal en Madrid, y 1957, año de la muerte de Mistral. En este lapso, Mistral y Ocampo mantienen una intensa correspondencia[2], se dedican varios textos en prosa (recados y testimonios) y un poema. De este amplio corpus, que debería completarse con los escritos donde Victoria se refiere a Gabriela con posterioridad a 1957, seleccioné los siguientes textos para focalizar mi análisis: de Mistral, el recado en prosa “Victoria Ocampo” (1942); el “Recado a Victoria Ocampo en la Argentina” (1937), poema incluido en Tala (1938); y ciertas cartas. De Ocampo, “Gabriela Mistral y el Premio Nobel” (1945), editado en Testimonios Tercera Serie (1946); “Gabriela Mistral en sus cartas” (1957), publicado en la Sexta Serie de sus Testimonios (1962); “Y Lucila le hablaba al río” (1957).

El período comprendido en el estudio (1930-1957) es casi coincidente con el que Grinor Rojo define como la primera transformación de nuestra modernidad (1920-1950), el cual, desde el punto de vista de una genealogía de mujeres intelectuales, es clave. Es que, en ese momento, es posible pesquisar un conjunto de voces que emergen en el discurso intelectual latinoamericano, a través de los textos de Mistral y Ocampo, Alfonsina Storni, Amanda Labarca, Juana de Ibarbourou, Teresa de la Parra, Antonieta Rivas Mercado, entre otras, y que ya no suponen un fenómeno excepcional ni aislado. Como dice Rojo:

“... obstinarse en atribuirles demasiada importancia a los ejercicios femeniles de poder paralelo que nuestra historia registra con anterioridad al estreno de la era moderna, a nosotros por lo menos nos parece más un consuelo especulativo que un indicio de conocimiento. Ahora bien (...) desde la segunda y tercera década de este siglo hasta los años cincuenta más o menos, según el grado de desarrollo del país o la región de que se trate, las mujeres de nuestro hemisferio que cruzan al territorio de El Padre ya no son la excepción”(Rojo, 1997:60).

Estas voces de mujeres son portadoras de nuevos saberes y nuevos discursos que, según lo planteado por Aralia López González, pueden ser definidos como femeninos (la mujer hablada y pensada por la mujer) y/o feministas (expresión de una contra-Razón), y se constituyen en pugna frente al discurso de lo femenino, que elabora la lógica patriarcal (López-González, 1995:19-24). De este modo, las mujeres de esta generación llevan adelante su intento por quebrar lo que Victoria Ocampo llamaba el “monólogo masculino” de nuestra cultura (Ocampo, 1936:13-14), desplegando lo que Jean Franco caracteriza como una “lucha por el poder de interpretar”; lucha que suele captarse menos en el nivel abstracto de la teoría, que en los “géneros no canónicos de la escritura”, como cartas, historias de vida o en denuncias (Franco, 1993:11). En el caso de Mistral y Ocampo, el uso de estos géneros discursivos se remite a cartas, recados y ensayos-testimonios, los que incluyen un énfasis particular hacia lo oral, lo conversacional y el dialogismo, según lo entiende Mijail Bajtín[3].

En este marco, los objetivos que pretendo desarrollar en este trabajo apuntan a revisar, en los textos de Mistral y Ocampo, dos aspectos relacionados: por una parte, las maneras en que se construye en ellos la identidad genérico-sexual femenina, disputando y negociando nuevas representaciones, en el marco de las visiones sociales dadas; y, por otra parte, estudiar cómo, desde esa diferencia sexo-genérica, se conforman visiones particulares sobre la identidad cultural americana en el período histórico considerado. Afirmo que ambos aspectos están vinculados pues la subjetividad femenina y la identidad social emergen en el marco de una experiencia historizada y no responden a una concepción abstracta de lo femenino: la “identidad genérico-sexual femenina”, por tanto, se conforma como una posición particular y relativa a un contexto histórico-social siempre cambiante (López-González, 1995:15). Del mismo modo, la noción de identidad cultural tampoco se asume desde una perspectiva esencial y ahistórica, sino que se entiende como la forma que ciertos/as sujetos,  históricamente determinados/as, dan cuenta de su pertenencia a una comunidad/nación/región, construyendo sentidos con los cuales se pueden identificar (Hall, 1997:55).

Las hipótesis en que me apoyo sostienen que, en los diálogos intertextuales de Mistral y Ocampo, se ponen en juego ciertos mecanismos de construcción de la identidad sexo-genérica, entre los cuales tiene especial importancia el establecimiento de relaciones especulares entre la emisora y la destinataria, que permiten observar cómo estas sujetos buscan autoafirmarse, en el contexto de una cultura de diferencia sexual jerárquica que no las reconoce como tales. Por otro lado, en estos textos se expresan visiones que, al situarse desde esa experiencia de la diferencia sexo-genérica, y dadas ciertas condiciones epocales de producción, circulación y recepción de los discursos de mujeres, nos entregan representaciones alternativas a las hegemónicas acerca de la identidad cultural americana.


2. Identidades femeninas: la una, la otra y el espejo.

Una pregunta que surge de inmediato al seguir la relación de estas dos escritoras es cómo logran establecer un vínculo tan sólido y duradero, a pesar de que se vieron sólo unas pocas veces (en Madrid, 1930; en Mar del Plata, 1937; en Nueva York, 1956; quizás otro encuentro en Europa) y de las perceptibles distancias de clase, etnia, nacionalidad, cultura e ideología entre ellas. Sin una mirada que ahonde en la dimensión genérico-sexual, esta pregunta sería de difícil respuesta y así lo señala Doris Meyer en su estudio del epistolario de las escritoras. Para Meyer, la relación se sustenta en los fuertes vínculos intelectuales y afectivos entre ambas, quienes como otras mujeres de letras de América Latina:

“... crearon entre ellas un ambiente de cariño y de apoyo en el que ellas, como mujeres con conciencia de su género, podían compartir pensamientos y sentimientos sin tener que disfrazarse o ‘desexualizarse’ a sí mismas...”(Meyer, 1996:89).

El enfoque de Meyer es interesante, en la medida en que busca penetrar el “inexplorado espacio de la comunidad intelectual femenina” de nuestro continente (Meyer, 1996:89). Considero, sin embargo, que no profundiza suficientemente su perspectiva, lo que conlleva el riesgo de hacer una lectura superficial o desproblematizada de la relación entre las escritoras. La clave, a mi entender, pasa precisamente por ahondar en cómo logran articular ese ámbito de comunicación alternativo entre mujeres, que les permite hablar de sí mismas y de sus experiencias con mayor libertad.

Desde mi punto de vista, los textos que unen a Mistral y Ocampo revisten singular interés para observar de cerca la construcción de ese espacio de mutua indagación en torno a la identidad sexo-genérica, apelando a las múltiples identificaciones que la otra, en tanto espejo, posibilita a la hablante. Así, ellos nos muestran cómo cada emisora percibe y proyecta en la otra una parte de sí, con la cual se identifica, y otra/s parte/s de sí, con la/s cuales pugna, construyendo una relación especular y complementaria que, naturalmente, está atravesada por tensiones y conflictos. Así, en estos textos, van emergiendo imágenes que remiten a una multiplicidad femenina que confronta (de forma consciente e inconsciente) con las representaciones patriarcales que históricamente han nombrado a las mujeres de manera unívoca, impidiéndoles acceder a una singularidad (subjetividad) que esté más allá de las oposiciones binarias que las limitan (Violi, 1991:155).

En el recado en prosa de Mistral (1942), estas operatorias quedan claramente expuestas a través de un debate que gira en torno a la identidad genérica y cultural de Victoria Ocampo, a los territorios que Mistral juzga más propicios para el desarrollo de su escritura y a los conflictos que se le presentan a Victoria dada su dependencia frente a la tradición canónica y al uso de lenguas extranjeras. El texto se inicia con una deconstrucción del discurso oficial que comienza a fijar a Victoria (ya poderosa en el mundo cultural de los 30s, en su calidad de editora de la revista Sur) en una serie de representaciones mitificadas[4]: su “leyenda negra”, dice Mistral (1978:50). A Gabriela, en cambio, se le presenta como una sujeto que se resiste a definiciones únicas y que ella logra percibir en toda su complejidad, más allá de las opiniones dominantes y de las estrategias de enmascaramiento (“jugarretas”[5]) con las que se (en)cubre la propia Victoria. Así, le dice en una carta:

“Vino su libro, que mucho le agradezco. Y ahora no faltan sino esas pags. de Infancia para garrapatear a mi Victoria, a la mía, que no es exactamente la de los otros” (carta s/f)

Y esta misma idea la desarrolla posteriormente en el recado en prosa:

“En Victoria ha de haber muchas Victorias, pues yo me conozco cuando menos cuatro... Una es la ahijada de Francia que se saben todos (...). Y hay al costado acá de esta fiel al Sena y a Racine una ‘advertida’ de que el Sena no vale para todas las cosas (...). Esta Victoria que se hace la escapada hacia el canal, llega al otro lado y se aposenta en la orilla diez veces opuesta (...). Y hay detrás de estas dos Victorias de mente prestada a la extranjería, detrás de estas dos grandes veleidades, que unos le tienen por vicio y otros por niñerías, una formidable argentinaza que, en cuanto tira ese espejo donde se mira y se desfigura a todo gusto, se nos quedan los suyos en la más radical y desusada argentinidad, riéndose de los que les creímos las jugarretas...” (Mistral, 1978:49).

Este fragmento, que nos devuelve a una Victoria compleja y contradictoria, ya no blanca o negra, también permite volver la mirada hacia Mistral, y reconocer en esta emisora que reclama en la otra el reconocimiento de una subjetividad menos codificada y más plural, a quien entonces también pugna por encontrar lugares de enunciación que le permitan ir más allá de los espacios que admite para ella el discurso oficial, sea como amante y madre frustrada, maestra o la portavoz de un indoamericanismo simple. Al respecto, Adriana Valdés ha comentado que esta búsqueda de la sujeto mistraliana en pos de esos lugares nuevos ya se hace expresa en Tala. Si en su libro primero, Desolación (1922), la subjetividad femenina se construye a partir de la mirada/deseo del Otro/Dios, en cambio, en el texto de 1938 (contemporáneo a los diálogos con Ocampo) la sujeto transita desde el vacío dejado por el Otro ausente, hacia nuevas identidades/máscaras/personas que toman la palabra alternativamente y de manera inestable. Como dice Valdés, Tala pone en evidencia:

“... encontradas piezas (...) de una identidad particularmente difícil. Collage, yuxtaposiciones, extrañamientos, exilios, desplazamientos, codos para el miedo, nexo y énfasis. Un sujeto extranjero, culturalmente migratorio, ubicado en la intersección de culturas distintas y haciendo entre ellas sus movidas de supervivencia, un sujeto particularmente latinoamericano, no en su afirmación, en su despojo. Un sujeto particularmente mujer (...) que roto el espejo de esa mirada [la del Otro], yerra, vaga, gestualiza el duelo de esa pérdida”. (Valdés, 1995:226).

Volviendo a Victoria, cabe preguntarse cómo se representa Mistral en su discurso. Para ella, Gabriela cubre una ansiedad de referentes femeninos con que busca afirmar una identidad que le resulta muy costosa y que le ha demandado mucho tiempo de constitución: la identidad de mujer escritora. Tensionada entre su vocación literaria y las restricciones que le impone su medio social, Ocampo inicialmente busca apoyos masculinos y canónicos, intentando legitimarse como escritora en el campo intelectual argentino: José Ortega y Gasset, a mediados de los años 20s, fue su principal referente y mediador en la publicación de su primer libro: De Francesca a Beatrice (1926). Frustrada en sus expectativas de reconocimiento, Ocampo asume una doble estrategia en los 30s: por un lado, se convierte en editora y mecenas de Sur, consolidando una posición de poder en el mundo de la cultura; y, en términos de su propio proyecto escriturario, reorienta su búsqueda de referentes hacia las mujeres intelectuales, en particular, Virginia Woolf y Gabriela Mistral[6]. Relatando los encuentros iniciales con las dos escritoras, Victoria siempre refiere a cómo es definida por la mirada del Otro: ojos que la observan y la juzgan, colocándola en un lugar subalterno; es la exótica sudamericana, para Woolf, y la europeizada que niega su lengua materna, para Mistral; en ambos casos, la imagen con que se autorrepresenta es la de una discípula fascinada pero temerosa, delante de Maestras distantes y exigentes.

Frente a Woolf esa sensación de insalvable alteridad que percibe Victoria nunca se disipa, como queda explícito en los diversos testimonios que escribe acerca de ella[7] . Esto no le sucede con Mistral: si ante Gabriela siente el peso de una jerarquía intelectual, sin embargo, logra establecer la corriente de afecto y aceptación que necesita para autoafirmarse. Victoria retoma varias veces el primer encuentro de ambas, siempre introduciéndole modificaciones, suplementos. En el relato de 1945, es la escritora inexperta que, entre rebelde y sumisa, acepta la palabra autorizada de Gabriela y le agradece el gesto legitimador involucrado en un regalo, un recado en verso:

“Gabriela reconocía de pronto que a pesar de mi Francia yo era tan fatalmente, tan ineluctablemente americana como la planta más humilde, como la especie de pájaros más común de la región. De pronto me perdonó el lugar de mi nacimiento y lo que mis primeros años de clase habían dejado de imborrable en mí. Me dio su poema como quien da un espaldarazo. Además del placer, ¡qué alivio!” (Ocampo, 1946:175).

En el relato de 1957, la distancia jerárquica ya casi no existe, disuelta en el recuerdo del cariño:

“Normalmente, debí de impacientarse ese día [por las recriminaciones de Mistral]. Pero no. Por arte de encantamiento, como vulgarmente se dice, la oí con inusitada mansedumbre. Y así como a veces se puede percibir desprecio o condescendencia bajo el elogio  [alusión a Ortega], sentí bajo la cometividad de Gabriela un benéfico calor amistoso ya activo. (...) Gabriela sonreía. La sorpresa cambiaba el dibujo casi amargo de los labios tristes y subía hasta los ojos, hasta las orejas en media luna que daba al rostro quieto una leve expresión de sorpresa, de incredulidad. Nunca, frente de mí, le conocí otra reacción. Yo era una de las tantas calabazas transformadas por ella en carrozas” (Ocampo:1957).

Por su parte, Gabriela percibe, ironiza y juega con los temores de Victoria frente a la escritura, convocando imágenes de su propia infancia: “en el negocio de escribir ella es la miedosilla de mi valle elquino”, dice en su recado (1978:51). ¿Qué asusta y detiene a Victoria, parece preguntarse Gabriela? ¿La tradición cultural, la deformación de los maestros europeos? Si esto le parece indudable, también percibe un anudamiento interno, un miedo a verse arrastrada por la fuerza intensa de su corporalidad/naturaleza, hacia terrenos insospechados e inseguros. Así, en textos y cartas la urge a dejarse llevar por la riqueza interior que la habita -“ancha como el Paraná en avenida” (1978:50)–, hacia una escritura arraigada en su experiencia femenina y en la materialidad de su cuerpo, del mismo modo que la impulsa a hacerlo en la vida. En este sentido, es significativa una carta donde Mistral contesta unas confidencias de Ocampo, entrelazando el cuerpo de Victoria con el cuerpo de su escritura:

“Porque ha de pasarle a Ud. en esto del cariño cosa parecida a lo de su obra. Ud. es  una mujer de pasión que no quiere soltarla en el papel, porque o se le ocurre que eso, la pasión no debe llevarse al papel o es que prefiere las famosas ideas a las pasiones. Puede que [Eduardo] Mallea conozca de verdad la trampa que conocen los lectores: la de que Ud. no menta lo mejor de Ud. misma. Para qué? Yo lo ignoro. Mezquindad no ha de ser. Ud. tiene una generosidad desatada de Ríos Amazonas. ¿Es miedo? Y para qué cree Ud. que el Repartidor le dio precisamente la pasión? (...) para ponerla en latas de conserva?” (Mistral, carta s/f).

No deja de sorprender que sea precisamente Gabriela, la que reprime la pasión y oculta el cuerpo, la guardadora de secretos, según explica en su trabajo Raquel Olea (1998:67), quien le exija a Victoria (como a su contracara) justo aquéllo que aparentemente no puede hacer. Se permite transgredir, sin embargo, en su escritura, mediante ciertos juegos deseantes, que Alberto Sandoval Sánchez descubre leyendo los cuerpos de mujeres en los textos mistralianos. Al respecto, dice Sandoval, que el cuerpo reprimido de Mistral retorna en una serie de imágenes donde la hablante posa una mirada transgresora, de mujer a mujer, cara a cara, que descentra la mirada patriarcal que sólo procura poseer y someter al cuerpo de la mujer, y se detiene en un juego gozoso con el cuerpo femenino, en un deleite de la mirada que se da sólo en el plano de la fantasía (1990:55). El cuerpo de Victoria también se convierte en objeto de esos juegos y así circula en muchos de los textos de Gabriela como, por ejemplo, en una larga carta desde Lisboa:

“... desde Abril se que es cierta la Primavera. Ya la tiene entera sobre Ud., en sienes, hombros y tobillos. A mí me falta verla así con la Primavera. No se si ella la ponga más feroz o si la funda a medias –que entera, ni la fragua de Vulcano... Curiosa mujer helada que le da a una de pronto ciertas sorpresas de la Cordillera, largarle un rodado de nieve que, de impetuosa, parece de fuego...” (carta s/f).

y se despide diciéndole:

“Ahora te paso la mano por los cabellos lejanos y blancos, perdona, perdona. Gabriela.” (carta s/f).
O bien, en el recado en verso que Gabriela le regala en Mar del Plata, el día del cumpleaños de ambas (el 7 de abril de 1937). En este texto, tras hacer un recorrido por la casa de la amiga, su entorno, su fruta y su pan, los niños que la habitan, la emisora termina por centrarse en esa mujer cercana y fraterna, retratándola en imágenes que captan un cuerpo femenino lúdico, vital, sensual, ajeno a las representaciones del cuerpo como cautiverio o destino (cuerpo-para-otros), dominantes en el imaginario de la época:

“La casa y el jardín cruzan los niños, (...) / y  te enredas con ellos en hierbas locas
o te caes con ellos pasando médanos.” (...)

“Te quiero porque eres vasca / y eres terca y apuntas lejos (...)
 y porque te pareces a bultos naturales / a maíz que reboza la América
–rebosa mano, rebosa boca- / y a la Pampa que es de tu viento (...)

Te digo adiós y aquí te dejo, / como te hallé, sentada en dunas.
Te encargo tierras de la América /¡a ti tan ceiba y tan flamenco,
y tan andina y tan fluvial / y tan cascada cegadora
y tan relámpago de la Pampa!... ” (Mistral, 1989:147-148)


3. La identidad americana: el continente como una casa compartida.

La casa de Mar del Plata, donde Mistral y Ocampo compartieron unas semanas en aquel otoño de 1937, tiene hondo significado en esta relación de ambas. Gabriela la describe en su poema como un territorio de acogida en tierra extraña, pero más tarde vuelve a convocarla en momentos especialmente dolorosos, tras la muerte de su sobrino/hijo Yin Yin (1943), asociada al recuerdo de la amiga ausente:

“Es curioso” -dice en una carta a Victoria- “que en los días en que has estado en cama, yo he tenido en el hospital una curiosa entrada en tu casa de Mar del Plata. De los cuartos poco me acuerdo, pero sí de la lavanda sentada en cada uno de ellos (...) Me duele la decepción de que no vengas” (carta, s/f).

Victoria también recupera aquellos momentos compartidos, en un texto donde se despide de Gabriela, tras la muerte de ésta:

“¡Los higos y los duraznos de aquel año! Los veo, elegidos especialmente para ella y puestos en un canastito, entre hojas de hortensias, cada mañana. Esas mañanas de la tierra, esas mañanas del mar que jamás volveré a compartir con Gabriela!”. (Ocampo, 1962:82).

Los significados de esa casa no se resuelven, sin embargo, en la mera denotación de un ámbito privado/íntimo entre amigas. En mi opinión, ellos exceden hasta connotar un espacio común, abierto y público, en la que estas dos mujeres, con identidades diversas, pueden dialogar y convivir. Así, esa casa se constituye en un territorio potencialmente utópico donde construir (o re-construir) proyectos para los cuales las mujeres, en tanto sujetos carentes de ciudadanía y de legitimidad intelectual plena, no estaban habilitadas en el contexto de su época. Por ese mismo camino, aquella casa llega a constituirse en una metonimia de América, un continente “in the makining” lo designa Ocampo (1941:8), apropiado para que unas sujetos (también “en construcción”) lo hagan suyo, como lugar de encuentros y desencuentros, amistades, exilios, logros  y despojos, de heterogeneidades y diferencias que deben aprender a coexistir.          

Ahora bien, definir ese espacio discursivo común en torno de los significados de lo americano supone, en el caso de Mistral y Ocampo, pasar por un proceso de conocimientos y re-conocimientos que implica conflictos y mutuos acomodos, a lo largo de muchos años. Ya desde su primer contacto personal, Gabriela instala entre ellas el debate sobre la identidad cultural, recriminando a Victoria por el lastre de los modelos europeos adquiridos en la educación elitista de su infancia, en especial el francés, los que la limitan para asumir su doble alteridad: como escritora y como iberoamericana. Ese mismo lastre que, por otra parte, ve socavarse en la materialidad del cuerpo de Victoria, donde se le impone la marca indeleble de una naturaleza americana. ¿Qué bando resultará vencedor de esa confrontación discursiva en el cuerpo/texto de Victoria? Mistral, desde un papel muchas veces asumido de vieja sabia, la interpela buscando plegarla hacia el bando propio:

“Estas culturas extrañas son unas de tus llaves, pero no son todo, yo lo sé. Sigo creyendo que Racine y Cía. tenían que alejarte fabulosamente de la expresión que te dictaba tu cuerpo y tu temperamento, que les entregaste los jugos más fuertes de tu ser, que les hiciste una especie de holocausto de sangre, parecido a los judíos, que les hiciste una especie de juramento de echar atrás al escribir tu lengua, la tuya personal, que es mejor que la mía en frescura y color, y en plasticidad y movimiento.” (carta s/f)

En otros escritos, sin embargo, el tono polémico se alijera, dejando en claro cómo Gabriela también se mueve de la posición anterior, buscando atraer y articular, dentro de su propia construcción de una identidad americana, a la vertiente cosmopolita, que ve representada en Victoria. Ello, sin dejar de consignar las diferencias que, en términos de etnia y clase, también las separan:

“... yo necesitaba saber, saber, que el blanco completo puede ser americano genuino. No puede Ud. entender cabalmente lo que esto significa para mí!  Luego yo precisaba saber también que la literatura no destruye o carea (de cariar) a la mujer, que no la destruye en su esencia, que no le arrebata cierto tuétano sacro (...) Tal vez lo que en Ud. me falta no sea sino un lote de experiencias comunes. Las de la pobreza, la de la pelea, en sangre y barro, con la vida. (...). Durezas, fanatismos, fealdades, hay en mí de que no podrá hacerse cargo ignorando como ignora lo que son 30 años de mascar piedra bruta con encías de mujer, dentro de una saya dura.” (carta s/f).

En este marco de cercanías y distancias, Gabriela visualiza para Victoria un papel de mediadora dentro de la cultura americana: entre Europa y América, pero también entre las distintas Américas (la blanca y la no blanca; la ibérica y la sajona), haciéndola portadora de una misión, que debe ejecutar tanto a través de su escritura como de la tarea estratégica de difusión cultural realizada desde Sur:

“... algunas gentes a quienes preocupa el hecho americano como unidad la necesitamos y solemos sentir que Ud. nos falta. (...) yo sé que, a través de Sur principalmente, Ud. llega y obra sobre nuestros mozos sudamericanos. (...) Vagamente comprendo que Ud. teme caer –y hacer caer a Sur- hacia ese criollismo de pellones y espuelas anchas y mate o tango, en el que cayeron y se encenegaron otros. Háganos Ud (...) una americanidad a la vez clara y firme (...) Tal vez sea ese su encargo de este mundo: trasponer la argentinidad a unos limos más cualitativos. La americanidad no se resuelve en un repertorio de bailes ni de telas de color ni en unos desplantes tontos contra Europa. (...) Hay mil direcciones y sendas posibles dentro de ella y Ud. puede escoger, con su tino sutil, las más insospechadas.” (carta s/f).

En “Gabriela Mistral y el Premio Nobel” (1946), Ocampo asume la discusión a la que ha sido conducida por Mistral, haciendo un deslinde entre una vocación americanista conscientemente asumida y la imposibilidad de renunciar a su contacto con las lenguas/culturas extranjeras, que ya son parte constitutiva de su identidad cultural tanto como, en Gabriela, lo es el mestizaje indoespañol:

“Gabriela se había propuesto firmemente regalarme América” - dice Ocampo. “Tiene fantasías como ésa. Pero exigía en cambio que yo regalase a América -flaca retribución- mi propia persona, sin reservas. Sospecho que ya existía un entendimiento entre América y yo y que nos habíamos adelantado un poco a sus deseos. De otro modo, ¿la hubiera yo comprendido tan pronto? Lo dudo. Gabriela no se descifra, no se explica sin la clave de este Continente: el suyo, el mío.” (Ocampo,1946:174).

Si por un lado Victoria parece afirmarse con fuerza en su diferencia, por otro lado, un movimiento opuesto parece atraerla hacia una dirección contraria, a un acercamiento e  indagación en la vertiente otra de lo americano, que ella no reconoce en sí misma (la indígena, la popular), pero que puede percibir sin rechazo a través del cuerpo/texto de Gabriela. De este modo, como en un gesto recíproco al que recibe de Mistral, Ocampo también parece reconocerle a ella una misión mediadora que pasa, en su caso, por el acercamiento de lo indígena a lo blanco, completando aquella identidad unitaria que reclamaba para América. Y, como si buscara probar performativamente esa posibilidad, la emisora construye una textualidad en la que las voces de Victoria y de Gabriela tienden a imbricarse, hasta terminar casi confundidas en la alusión a la casa /espacio compartido o, en una temporalidad distinta, utópica, a ser compartido:

“Es que en Gabriela la preocupación de la tierra y de la raza es intensa y urgente. (...) Gabriela se enorgullece de la sangre india que se mezcla en sus venas a la sangre española; se enorgullece porque ama a los indios de los cuales desciende y porque ve, hoy, en esta raza, a los desheredados de la tierra. Los niños y los desheredados serán siempre su verdadera patria.

En el campo de Mitla, un día / de cigarras, de sol, de marcha,
me doblé a un pozo y vino un indio / a sostenerme sobre el agua
y mi cabeza, como un fruto, / estaba dentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía, / que era su cara con mi cara
y en un relámpago yo supe / carne de Mitla ser mi casta.
Gabriela está aún como embriagada de ese recuerdo de infancia; embriagada de haber bebido, mezcladas en un agua pura, esos dos rostros. Ese instante la rodea aún como un mar del cual ella sólo sería la isla. Ese gesto, esa sed, ese sol, esa frescura duran aún.

Empiezo a no dudar de esta forma de eternidad. Gabriela está aún en este cuarto que fue el suyo. Come higos azules y rojos en un plato de borde turquesa. Me habla del Valle de Elqui, de México, del Mediodía de Francia. Contempla conmigo los tilos y las lambertianas cuyos verdes contrastan con tanta felicidad”. (Ocampo, 1946:175-176).


4. Discursos de mujeres: transiciones entre lo privado y lo público.        

Gabriela Mistral y Victoria Ocampo desarrollan estos diálogos interetextuales en un período cruzado por la redefinición de los proyectos socioestatales en América Latina, lo que torna álgida la discusión acerca de la identidad cultural. Ello se evidencia en muchos textos, que, desde distintas ópticas, producen autores como José Carlos Mariátegui, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Ezequiel Martínez Estrada, Samuel Ramos, Pedro Henríquez Ureña, Mariano Picón Salas, Octavio Paz, entre otros (Oviedo, 1991).  Los textos de mujeres, sin embargo, no son asumidos por la recepción crítica como parte de ese debate, lo que contribuye a crear la imagen de una cierta alienación de las escritoras de la época frente a los temas públicos, políticos e ideológicos.

Esta visión, que sólo empieza a revertirse desde hace poco, encierra la escritura de mujeres dentro de una literatura femenina, en la que sólo se percibe la dimensión discursiva de lo íntimo o lo sentimental. Esto se expresa en la manera en que la crítica considera las producciones líricas de las poetas, pero lo mismo sucede con los textos ensayísticos, los que se leen fuera de toda conexión con el mundo histórico-social. Es interesante, en este sentido, revisar un comentario de Pedro Henríquez Ureña, escrito en 1942, donde se refiere a los testimonios de Victoria Ocampo:

“Sólo de lo que muy personalmente le interesa habla Victoria Ocampo. De lo demás, para qué. Para dar testimonio de su interés no se le ocurre mejor manera que contar cómo se le despertó. El despertar va unido, en su memoria, al color y sabor del momento: si llovía, si zumbaban abejas y moscas, si se oían campanas, si la maestra estaba de buen o mal humor, si era tiempo de cerezas” (Henriquez Ureña, 1942:65-66).

Con agudeza, el autor advierte en los textos de Ocampo un discurso otro, una discontinuidad, dentro de ese discurrir ensimismado en vivencias personales y en un trato íntimo con las cosas: “una sola actitud históricamente condicionada: la protesta contra la condición proletaria, todavía proletaria, de la mujer en la sociedad occidental” (Henriquez Ureña, 1942:65). Una interpretación de sentido patriarcal, sin embargo, controla el corte, devolviendo a la emisora a su lugar de emotividad y pasiva resignación:

“El único tema que Victoria se empeña en tratar objetivamente es el de la situación de la mujer pero, bajo la aparente objetividad, qué sofocado temblor de irritación contra la estrechez mental, engendradora de la injusticia. Y al fin, la resignación: ‘nuestros sacrificios -los de las mujeres actuales- están pagando lo que ha de florecer dentro de muchos años, quizás siglos...” (Henriquez Ureña, 1942:67).

A partir de estos códigos (que circunscriben la palabra de las mujeres a la manifestación de la intimidad y reducen las demandas de igualdad genérica a un problema femenino que no supone cuestionamientos sociales globales) es posible comprender las dificultades y conflictos que deben enfrentar las escritoras de la primera mitad del siglo para instalar discursos otros en sus respectivos campos intelectuales. Por ello, desde la perspectiva de una historia cultural crítica, es importante atender no sólo a los contenidos enunciados en sus discursos sino al tipo de estrategias discursivas a que apelan en su expresión, productivizando ciertos territorios textuales para desplegar, individual y colectivamente, su propia disputa por el poder interpretativo.

En este marco, los textos que unen a Mistral y Ocampo me parecen un espacio relevante donde observar la constitución de un circuito de comunicación intelectual entre mujeres, por el cual fluyen nuevas miradas acerca de la cultura, que desplazan los límites impuestos a lo femenino por las visiones dominantes. Así, estos textos permiten apreciar las maneras en que los discursos de mujeres, enclaustrados social y culturalmente en la esfera de lo privado, buscan penetrar e insertarse en el mundo público.

Los diálogos intertextuales entre Mistral y Ocampo hacen visibles esas dinámica, en el despliegue de una escritura que, partiendo del ámbito privado y haciendo uso de un género discursivo que expresa ese espacio: el epistolar, se transforma luego en escritura pública a través de recados y testimonios, politizando (de forma consciente o inconsciente) la dimensión privada de esa experiencia/escritura originaria, que, de hecho, continúa siempre presente. Es que, como afirma Jean Franco a partir de lo planteado por Josefina Ludmer, en la medida en que lo personal, privado y cotidiano se constituye en punto de partida para otros discursos y prácticas, desaparece como aquéllo meramente personal, privado y cotidiano (Franco, 1986:39).

Estas transiciones entre las esferas privada y pública, me parecen esclarecedoras de las maneras en que las intelectuales de la época (incursionando en el territorio de El Padre) buscan canales de intervención en los debates públicos, desafiando las exclusiones que pesan sobre ellas. Por otra parte, ese fluido espacio transicional parece propicio para ejercitar mecanismos de autorización (de autor-ización), como se evidencia en las mútliples relaciones especulares puestas en juego entre nuestras dialogantes. El problema de la autovalidación no es menor pues, como afirma Francine Masiello, una de dificultades mayores que deben enfrentar las escritoras del período, en su pugna por acceder al campo de la cultura letrada, es la carencia de certeza epistemológica con la cual legitimar la autoridad de su palabra (Masiello, 1991:145).

A partir de lo dicho, no puede extrañar que el debate acerca de la identidad cultural americana, según surge de los diálogos entre Gabriela Mistral y Victoria Ocampo, esté absolutamente imbricado con la indagación acerca de la identidad genérico-sexual femenina. A mi entender, allí radica una parte central de la diferencia que muestran estos discursos frente a las visiones dominantes, en la medida en que ellos se articulan desde una óptica/vivencia generizada, que estas sujetos poseen y expresan acerca la experiencia cultural.


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Notas

[1] Magister en Historia (Universidad de Santiago de Chile-USACH). Profesora de la Universidad de Talca e Investigadora del Instituto de Estudios Avanzados de la USACH. Email: <asalomon@lauca.usach.cl> Trabajo realizado en el marco del Proyecto Fondecyt 1.000.213/2000.

[2] El epistolario Mistral-Ocampo aún está inédito. Pude consultar muchas de las cartas de Mistral en Buenos Aires, por gentileza de la Academia Argentina de Letras, pero no tuve acceso a las de Ocampo. Unas pocas de estas cartas fueron publicadas o aparecen citadas en textos de la autora y en ciertos estudios críticos y biográficos.

[3] Para Bajtín, “toda palabra (discurso) está dirigida a una respuesta y no se puede evitar la influencia de la palabra-respuesta anticipable”, de acuerdo a la naturaleza dialógica del pensamiento humano. Ahora bien, en el caso de las cartas, éstas incluyen de modo composicional la respuesta anticipada del otro. (Bajtin, 1986:254-288) Lo mismo podría decirse de los recados y testimonios de Mistral y Ocampo, en los cuales es explícita su cercanía con la forma epistolar y la oralidad-conversación. Al respecto, cfr. Doll y Salomone (1998).

[4] Tempranamente el discurso oficial comienza a tejer representaciones en torno de esta mujer de inusual poder en el espacio público del período: amazona de las Pampas, rica salonnière que atesora intelectuales de fama; europeísta insensible a América Latina; muchos no la consideran más que una snob sin méritos intelectuales. Mistral desautoriza esas visiones en una carta a Ocampo: “A mí no me importaría mucho su caso si tuviese la deshonestidad de los y las literatoides que le niegan a Ud. categoría de escritor. Pero desde que leí su primer libro ("De F. a B.") yo supe que Ud. entraba en la escritura literaria en cuerpo entero. Si yo creyese, como los mismos envidiositos, que su radio de influencias no es sino el de un grupo de señores zurdos, no perdería mi tiempo escribiéndole. La casta de los snob me importa menos que el gremio de los filatélicos” (carta s/f).

[5] En el juego de mutuas y múltiples identificaciones que nos propone este texto, Mistral alude a “jugarretas” para referirse a las estrategias de Victoria, lo que nos devuelve a su propia escritura y estrategias. Como explica Jean Franco, Mistral escribe dos series de “Jugarretas” (en Ternura y en Lagar), una forma asociada a juegos infantiles, adivinanzas y trabalenguas; la jugarreta es una “mala jugada” y, en esos textos, la bromista es la propia Mistral, burlándose o ironizando sobre ciertos códigos tradicionales (Franco, 1997:39-40).

[6] Es preciso destacar que, en este período, Ocampo también se vincula de forma activa a los movimientos de mujeres y feministas. En 1936, funda y preside la Unión de Mujeres Argentinas, organización que surge a raíz del enfrentamiento a una serie de medidas del gobierno conservador de la época, que pretendía imponer restricciones a los derechos civiles femeninos. (Meyer, 1979:221-227).

[7] Al respecto, cfr. Ocampo, Victoria, Virginia Woolf en su diario, Sur, Buenos Aires, 1954; “Carta a Virginia Woolf” (1934), en Ibid. (1954); “Virginia Woolf en mi recuerdo”, en Lawrence de Arabia y otros ensayos, Aguilar, Madrid, 1951.






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