jueves, 22 de mayo de 2014

MANUEL MARÍA PINTO [11.771]


MANUEL MARÍA PINTO 

(Chulumani, La Paz, Bolivia, 1872 – Buenos Aires, Argentina, 1942).- Poeta e historiador.
Abogado con estudios en la UMSA, ejerció en Buenos Aires, Argentina, en el bufete de su padre. Allí se contacto con los modernistas Darío, Lugones y Jaimes Freyre. Dirigió la revista ‘Resurgimiento’ (1899).
En términos de Alfredo Guillén Pinto, Pinto “con el espíritu firmemente situado en el medio, cantó a nuestra naturaleza, hizo poemas con temas y emociones nativos, sin dejarse subyugar por la moda de lo exótico. Le corresponde, pues, el dictado de primer poeta folklorista boliviano, siendo del caso mencionar su obra ‘Uca-pacha’, que responde precisamente a ese género”.
A decir de Yolanda Bedregal, fue un precursor del movimiento modernista: "Su mayor mérito fue el haber incorporado a la lírica decadentista y ajena de los románticos, nuevos y propios elementos en el tema y en el verbo. Tomó el paisaje boliviano, el indio, la mitología como motivo de sus versos".
El poema ‘Huankaras’ es considerado por Juan Quirós como uno de los cien mejores poemas de la literatura boliviana, mismo que expresa en la parte final: "Y dice: pacha-mama, mama huakachaquita: / Tú, fuente de la vida, conserva mi existencia. / Y dice: Pacha-mama suma juyra churita: / Tú, sangre de la sangre, da a las mieses tu esencia. / Y beben aullando como sedientos cerdos, / los hombres y las hembras; revientan las huankaras / sus distendidos parches, y beben los aymaras / y con sus ebrias lágrimas enturbian sus recuerdos".

LIBROS

Poesía: Acuarelas (1893); Palabras (1898); Viridario (1900).
Historia: El conflicto del Pacífico (1918); La revolución de la Intendencia de La Paz (1942).





LETANÍA 

En tu camarín de plata 
que un monje te cincelara, 
vegetaría la rara 
y espléndida crisobata. 

Y contando sus plegarias 
en la rica orfebrería 
cada gema te diría 
 su armonía, lapidaria. 

La ligura como un lampo 
de apacible sol de Jonia: 
La pálida calcedonia 
al lado de un crisolampo. 

El jaspe azul y el zafiro, 
la celeste zafirina 
con marco de aguamarina 
sobre púrpuras de Tiro. 

Como un cielo de Corinto 
que oscura nube atraviesa; 
en la celeste turquesa 
proyectándose un jacinto. 

Como una pálida brasa 
la crisolita relumbra, 
y como un lago deslumbra 
la más bella crisoprasa. 

Fuera tremante pistilo 
en un lirio de amatistas 
con sus vetadas aristas 
la violeta del berilo. 

Egranate que reintegra 
El anhelo suspirado 
de los rubís; incrustado e 
en la calcófana negra. 

La sardónica sangrienta 
en la crisólita gualda 
llorará, por Ti, Esmeralda 
suplicándote crüenta. 

De las ágatas en las favetas 
incrusta sus lampos rojos 
el carbunclo – los enojos 
de los ardientes profetas. 

Como obligatorio elipsis 
el ónix del ofertorio 
buscando propiciatorio 
para el rudo Apocalipsis. 

En tu camarín de plata 
que un monje te cicelara, 
vegetaría la rara 
y espléndida crisobata. 







QUIA SUNT 

Son Ellos, llegan fatigados, llegan 
de las opuestas playas. Y en acentos 
lúgubres extraños nos entregan 
himnos que vuelan a los cuatro vientos. 

Con las alas abiertas peregrinan 
las zonas, como cóndores erróneos, 
y riegan las semillas que germinan 
bajo el arco de triunfo de los cráneos. 

Es tiempo. La simiente reverbera, 
anida muchos soles en su seno, 
y se extiende feraz la amplia pradera 
con su pulmón exuberante y pleno. 

Cosecha. ¿Es el Indus que recoge 
la sazonada mies? –Es que la planta 
derrama el fruto dentro el limpio troje- 
(cerebro secular como arca santa)? 

Escucha: ¿Son los ecos del abismo 
que desespera con clamos profundo 
cuando, bajo el siniestro cataclismo, 
crujen todas las vértebras del mundo? 

¿son acaso los perros de la Fata 
Morgana; de los antros corroídos 
que en el cielo sin luz del Mahabarata 
amedrentan con lúgubres aullidos? 

¿O es acaso ese gran diamante lucio 
cuya uniface como hornalla brilla 
cuando al son de sus cánticos, Confucio 
amamanta la ergástula amarilla? 

Es que en el Sinaí las tablas labra 
Moisés. Es que derrama su ubre 
leche la vaca egipcia. Y la palabra 
ideales Atlántidas descubre. 

Es que Dios a las glebas miserables 
dormidas en sus místicos beleños, 
les enseñó los mundos inefables, 
los mundos encantados de los Sueños. 

Y tuvieron sus ritmos las montañas, 
y tuvieron sus cánticos los ríos; 
 la tierra en sus prolíficas entrañas 
cantó al sol con la fiar de sus estíos. 

Y los hombres crearon sus altares 
e hicieron de los símbolos ideas 
del estrépito ronca de los mares 
el himno colosal de las mareas. 

E hicieron de sus lenguas atalayas, 
de sus roncas gargantas grandes faros, 
e hicieron emerger las flores gayas 
en los desnudos mármoles de Paros. 

Y al bosque secular le abrieron brechas 
al dulce son de cítaras ufanas: 
con florido carcaj lleno de flechas, 
recorrió el bosque la inmortal Diana. 

Y alumbró los cerebros en su pleno 
fulgor el Arte - padre de las Gracias - 
cantó a la luz el Partenón sereno, 
la sacra luz que amaneciera en Asia. 

Emigraron los Dioses y los Mitos. 
Los tiempos florecieron como brotes 
de extraña flora e inventaron ritos 
los geniales, Poetas-Sacerdotes. 

A los ojos se abrieron los benignos 
secretos: y las cosas en su idioma, 
en la rara liturgia de los signos, 
dijeron del amor de la paloma. 

Del amor que florece en primavera, 
del amor que se abisma en el abismo, 
del amor secular que unce a la fiera, 
y del amor de Todo, de Dios mismo. 

En la boca inspirada fue cauterio 
la palabra. Y contrajo nupcias sacras 
en el bendito templo del misterio 
con los cielos, las flores y las lacras. 

Y dijo en los exámetros de Homero 
(pirámide soberbia, eterna y fuerte), 
las luchas del Amor de Aquel guerrero 
que lucha cara a cara con la Muerte. 

Con las alas abiertas peregrinan 
las zonas, como cóndores erráneos 
y riegan las semillas que germinan 
bajo el arco de triunfo de los cráneos. 

Como una sombra gigantesca asoma 
por el cielo. Destacan sus siluetas 
las victoriosas águilas de Roma 
ungidas por la luz de sus poetas. 

Cantan la loba que nutriera el Lacio: 
Ovidio con sus églogas de exilio; 
con sus vibrantes dáctilos Horacio, 
con sus visiones místicas Virgilio. 

Y antes que baje de su solio Roma, 
mientras roen los bárbaros su muro; 
bañada en termas de inmortal aroma 
hace surgir el arte a su conjuro. 

Y ritman los poetas argenteos, 
los grandes bardos de la edad de plata, 
evocando los rojos Himeneos 
de las Gracias, cantando el alma oblata. 

Pasan siglos. Envuelta en el Misterio 
de los oscuros tiempos medioevales; 
surge en la soledad del monasterio 
y alumbra como un sol las catedrales. 

Paloma que trayéndonos la oliva 
arrulló en las basílicas de piedra, 
y puso sobre el marco de la ojiva 
junto al acanto la impasible hiedra. 

Y como un gran poema de granito, 
como una catedral soberbia: El Dante 
en su visión genial del infinito 
construyó la pirámide gigante. 

Son ellos. Llegan fatigados, llegan 
de las opuestas playas, y en acentos 
lúgubremente extraños, nos entregan 
himnos que vuelan a los cuatro vientos. 

¡Hosanna al hombre que la idea labra! 
¡Salve a la magna y nutridora urbe! 
¡Coronemos de mirto a la palabra 
que ideales Atlántidas descubre! 








HUANKARAS 

Enteramente rítmicos son los pausados pasos 
de las dulces tokjoris, las púberes imillas; 
con las pfantas al brazo, con azules almillas 
y polleras con cintas pompadour de áureo raso: 

Y la huanka tejida con afilado hueso 
del huri o de la alpaka que murió en su belleza, 
con añil, cochinilla, con la roja corteza 
del nogal de las selvas: teñida con exceso.

(El verde es preferido y el blanco de la espuma, 
casi rojo el naranja, y el rojo, rojo, rojo, 
pero siempre prefieren el verde del abrojo, 
verde de la totora, verde de la tutuma). 

La pichica con tullma de irisados colores. 
Artístico, redondo, turgente el alto seno. 
Con la vara trigueña, con los ojos morenos, 
color de vino añejo los labios como flores. 

Y con el paso rítmico, rítmico enteramente, 
al son de las huankaras, de las grandes huankaras, 
las púberes tawakos, las brillantes pankaras 
se enlazan con los huaynas que aman eternamente. 

Los traviesos kusilus, los traviesos bufones 
hacen reir la risa de la alegría humana, 
la risa del sarcasmo, la risa que engalana 
los cadáveres fríos de tantas emociones... 

Ya callan las huankaras. ya callan los pinquillus, 
se paran las imillas, callan los corazones, 
y radian en los ojos antiguas ilusiones, 
y callan las huankaras y callan los kusillus. 

Ya se sienta la rueda y en círculos oscila. 
En pequeños tilinquis el licor se derrama. 
Con el pulgar y el índice saluda a Pacha-Mama 
el de cabellos ralos demacrado achachila. 

Y dice: Pacha-Mama, mama-huakaychaquita: 
tú, fuente de la vida, conserva mi existencia. 
Y dice: Pacha-Mama suma yujra churita: 
Tú, sangre de la sangre, da a las mieses tu esencia. 

Y beben aullando, como sedientos cerdos, 
los hombres y las hembras: revientan las huankaras 
sus distendidos parches, y beben los aymaras 
y con sus ebrias lágrimas enturbian sus recuerdos. 






LOS AJUSTICIADOS 

Llegamos... Era tarde... Y en la villa 
el sol de los crepúsculos sombrío, 
ponía hacia el poniente su áurea quilla. 

¡Cuán hondo y cuán sutil era aquel frío! 
¡Cómo las sombras en bandada oscura 
prodigaban su intenso calofrío! 

El viento sollozaba de amargura: 
pasaba en el silencio, misterioso, 
el Cuervo, mensajero de tortura. 

En el templo -cuartel y calabozo- 
velando su dolor, los condenados 
pálidos, mustios, flacos, silenciosos. 

Eran aquellos rústicos soldados 
que la justicia -¡militar justicia! 
los condenara a ser ejecutados. 

Soldados que tuvieron la codicia 
de buscar, renegando de la oliva, 
del sangriento laurel rama propicia. 

Soldados que en las hordas impulsivas 
siguieron el impulso y olvidaron 
que eran de humilde grey, bestias pasivas. 

Y carne de cañón que idiotizaron 
la bacanal, la corrupción impía 
de la gleba ruin que sustentaron. 

La carne de cañón, carne de orgía 
y carne de borrascas: carne inerte 
que condenó a morir la hipocresía. 

Soldados que miraron a la Muerte 
cara a cara en los campos de batalla: 
y que en la buena o en la adversa suerte

acompañaron su bandera, y valla 
le hicieron de sus pechos generosos 
contra el extraño y contra la canalla. 

Pálidos, mustios, flacos, silenciosos: 
Solos con su dolor, solos y a solas 
sentían los minutos presurosos 

batir en sus cerebros como olas 
que rasgaran sus negras contexturas 
en un salmo de afónicas violas, 

de tristes y dolientes amarguras: 
en una lasitud de dulce ensueño, 
en una lasitud de ansias oscuras. 

¡Acudiera el Olvido con beleños! 
¡Cómo hubiera siquiera un refrigerio 
para la fiebre! ... Se aproxima el Sueño 

con la fría caricia de un salterio, 
con sus helados pavorosos dedos 
indicando el país del gran misterio, 
el país del Misterio y de los miedos. 

El toque de llamada vibra hiriente, 
percute el tambor con sordo ruido: 
con la mirada vaga, alta la frente, 

continente marcial, el busto erguido, 
solemnes en su rústica inconsciencia: 
van canino del mal desconocido. 

¡Quién viera en el doble de esas conciencias! 
¡Quién viera marchitadas ilusiones 
revivir ilusorias florescencias! 

Y para envilecer, degradaciones 
infamantes, mancillan esas suertes, 
esos nobles, soberbios corazones. 

La explosión de la cólera se advierte 
en esos impasibles rostros rudos 
que ven su infamación más que su muerte. 

Fríos y estoicos, ríspidos y mudos, 
contemplan profanados sus despojos 
que fueron para la Nación escudos. 

Y se advierte la cólera en sus ojos, 
en el soberbio rictus de sus bocas; 
y en esa contracción de sus enojos 
donde rodaron como fieras locas. 







BAUDELAIRE 

Aroma de flores del mal, y fragancias 
de opulentas carnes, de opulentas pomas: 
en cáliz de lirios, sangre de palomas; 
ansias virginales y priapescas ansias. 

Alcobas radiantes de las elegancias 
donde rojas rosas esparcen aromas 
de besos de sangre que dicen Sodomas, 
besos de sangre que pueblan la Francia. 

Como alegre trío de abejas de oro 
que labran panales que el Arte repuja 
con el polvo de oro de áureo meteoro; 

así este Poeta, virtuoso cartuja 
del Arte, sus "Flores del Mal" como un coro 
de crótalos rima. (Le inspira una bruja). 







IN ILLO TEMPORE 

Benditos los que creen. Y mil veces 
benditos los que saben que su ciencia 
principia con el credo; y su conciencia 
no la embarcan en cáscaras de nueces. 

Y benditos los Santos que en las heces 
de la duda moral y su inclemencia 
no infestaron las almas; y a la esencia 
del Bien final – de Dios - dieron sus preces. 

Y bienaventurado el que ha creído 
que sabe que no sabe; y que es locura 
no creer que es limo lo que limo ha sido. 

Y bienaventurado el que la impura, 
la insana corrupción ha resistido, 
Quijote de la mística aventura. 



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