miércoles, 25 de junio de 2014

LUCÍA RICHARD DE PIEDRABUENA [12.038]


Lucía Richard de Piedrabuena

Lucía Richard de Piedrabuena (CHILE  1900-1969). Agradecemos al poeta Rodrigo Verdugo por facilitarnos la fotografía.




PERDÓNAME SEÑOR


Perdóname, Señor, si amo la tierra 
y pongo mis amores en las cosas, 
Tú sembraste de flores mi camino, 
de flores olorosas. 

Yo he sentido perfume en el sendero 
y he visto tras el monte luz del día. 
Espero que amanezca y busco flores… 
¡Señor, Tú las envías! 

Perdóname, Señor, si a veces miro 
la tierra con cariño y con ternura, 
aquí, Tú la creaste y bien lo sabes 
¡También hay cosas puras!”




Sursum corda
Autor: Lucía Richard de Piedrabuena
Santiago de Chile: Impr. Universo, 1925


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1925-12-28. AUTOR: OMER EMETH
Al abrir este libro, adviértese desde la primera estrofa que se entra en un jardín de delicias donde sopla una brisa fresca y todo habla de salud, vigor, esperanza y alegría de vivir. Aun cuando los versos fuesen malos (y me apresuro a decir que no lo son), la autora de “Sursum Corda” merecería mis más sinceros parabienes y toda mi gratitud por esa brisa y esa alegría…

No sé si, en esto, mis lectores comparten mi modo de sentir, pero lo confieso: yo estoy harto de leer versos pesimistas que parecen escritos en una prisión, en un hospital, en una tierra que, ni por broma, es copia feliz del Edén y donde la vida se ha vuelto purgatorio o infierno.

Repúgname aquello tanto por la falta de arte cuanto por la escasez de sinceridad. Algunos de esos lacrimosos poetas y poetisas cuyas jeremiadas destilan tanta tristeza, son en realidad gentes alegres que sacan buen provecho de su juventud. “Lo demás es literatura”, como decía cierto poeta francés.

La señora Lucía Richard de Piedrabuena confiesa su felicidad y la canta.


“Arriba corazones!
La vida es alegría.
¿Quién a llorar se atreve
cuando sonríe el sol?
Mirad, que ha salido
y está radiante el día
sin vientos y sin lluvias
sin nubes ni arrebol”.


No pensemos, empero, que la autora de esta estrofa sea incapaz de percibir la melancolía de ciertos paisajes y de ciertas horas:


“Yo adoro los paisajes imprecisos
que a la luz de la tarde se bosquejan
cuando todo es misterio y es penumbra
en el ambiente triste.

Yo busco las tranquilas soledades
donde se escuchan vagas melodías,
y las calladas voces de las cosas
evocan los recuerdos.
Y los bosques tranquilos y sombríos
donde murmura inquieta alguna fuente
y a través del encaje de las frondas
diviso las estrellas”.


Pero esos ratos de melancolía son brevísimos: la alegría de vivir vence hasta el extremo de engendrar escrúpulos.

Y así la poetisa, sintiéndose demasiado feliz, pide a Dios perdón.


“Perdóname, Señor, si amo la tierra
y pongo mis amores en las cosas,
Tú sembraste de flores mi camino,
de flores olorosas.
Yo he sentido perfume en el sendero
y he visto tras el monte luz del día.
Espero que amanezca y busco flores…
¡Señor, Tú las envías!
Perdóname, Señor, si a veces miro
la tierra con cariño y con ternura,
aquí, Tú la creaste y bien lo sabes
¡También hay cosas puras!”


Por primera vez en veinte años tropiezo con un poeta que confiesa ser feliz. Es este uno de esos días que el poeta romano marcaba con piedra blanca… ¡Alabado sea Dios!





Poesías de Lucía Richard
Autor: Lucía Richard de Piedrabuena
Santiago de Chile: Nascimento, 1938

CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1938-10-23. AUTOR: ANÓNIMO
La poesía que se ve con los ojos o la que se siente sin verla, es un antídoto, una ventana que se abre para respirar un aire más puro, una mano que se posa sobre la frente para calmar la fiebre de la angustia, a veces; en otras ocasiones, es el hada que puebla de ensueños la aridez o el disgusto de la vida.

Hada caprichosa, desde luego, porque no visita con igual frecuencia a todos los mortales y aún es de sospechar que se niega a entrar en relaciones con cierta clase de gente.

Para eso están los poetas y los artistas. Bello destino el de revelar la belleza. Pero hermoso por sobre todo cuando nos la dan en forma tan sencilla que nos parece hallarla a flor de piel y cuando, como en el caso de los poetas, nos la ponen al alcance de la mano entre las páginas de un libro.

Por eso, en presencia de un libro que se llama, sencillamente “Poesías” y cuyo contenido no defrauda, la primera palabra que acude a los labios debe ser de gratitud.

Decimos esto a propósito del libro en que la señora Lucia Richard de Piedrabuena ha reunido su obra poética de varios años, bajo el sencillo rubro que ya conocíamos.

La necesidad de belleza suele ser intensa y las condiciones de sentirla no satisfacen jamás, porque son inagotables. Cuántas veces, por ejemplo, en medio del ajetreo de la jornada, no quisiéramos sentir la caricia del silencio; en medio del tumulto de la calle, el encanto de la soledad; entre la turbamulta de expresiones hostiles o indiferentes, sentir la que nos alienta y nos comprende.

Esto que de improviso es difícil de realizar, cuando no imposible, puedo lograrse mágicamente con solo abrir el libro que comentamos:


“Para charlar un poco, con tranquilo abandono
basta un silencio quieto, bajar un poco el tono
y entornando los ojos, ponerse a recordar.
Así salen las cosas con sencilla elocuencia
y sin pensarlo mucho, en dulce confidencia
se nos pasan las horas en un grato soñar”.


En ese tono de “sencilla elocuencia” está escrito casi todo el libro. Gracias a la sencillez encantadora de sus versos, cuando la poetisa nos habla de una noche de luna, en el Atlántico Norte, a bordo del “Orazio”, nos parece escuchar la confidencia de una mujer, en un viaje maravilloso, que por soñado se calla.

Esas voces que surgen casi vividas de las páginas de un libro, ¿cómo podríamos escucharlas tan fácilmente?

Y si la poesía es también un espejismo, en buena hora lo sea si nos da hecha la imagen con la cual recrearnos y que en vano buscábamos entre la vulgaridad que nos rodea.

Así es como el lector de las “Poesías” de la señora Lucía Richard de Piedrabuena, podrá sentirse transportado a diferentes paisajes, visitado por el hada de los ensueños, arrullado por voces que ha oído con dulzura, gratamente acompañado aunque esté solo. Es la virtud de la genuina poesía. Suplir la falsa pasajera de ensueños poéticos. Quien los necesite, que los compre. ¿Qué cosa más sencilla?

Con razón la autora dice:


“Yo, como Ruth, me voy por los rastrojos
buscando las gavillas olvidadas
y aunque parezcan vanas mis jornadas,
así hallo paz y no cosecho enojos…”





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