miércoles, 8 de abril de 2015

TAREK ELTAYEB [15.439] Poeta de Egipto


Tarek Eltayeb 

(El Cairo, 1959), estudió Ciencias Sociales y Comerciales en la Universidad Comercial de Viena. Cuenta ya con ocho publicaciones en lengua árabe y cuatro libros en idioma alemán. Ha sido traducido a diez idiomas y ganado diversos premios y becas, entre ellos la Beca Elías Canetti de la Ciudad de Viena en 2005. Trabaja actualmente como profesor en el International Management Center en Krems y como encargado de curso en la Universidad Karl-Franzens en Graz.

Eltayeb es considerado uno de los más renombrados poetas y novelistas egipcios contemporáneos. Nacido en El Cairo en el seno de una familia de padres sudaneses y establecido en Viena, Austria, desde 1984, ha desarrollado una prolífica obra con una gran influencia en su lengua literaria, relacionada con el árabe clásico, de parte del dialecto sudanés de su padre, del árabe de El Cairo y  del lenguaje alemán, debido al lugar en que reside.


Obras 

Er in Erinnerung. Gedichte. Verlag Hans Schiler, Berlin 2012.
Das Palmenhaus. Roman. Verlag Hans Schiler, Berlin 2007.
Aus dem Teppich meiner Schattern. Gedichte. Edition selene, Wien 2002.
Städte ohne Dattelpalmen. Roman. Edition selene, Wien 2000.
Ein mit Tauben und Gurren gefüllter Koffer. Prosatexte und Gedichte, zweisprachige Ausgabe (dt./arab.), Edition selene, Wien 1999.

Becas y Premios 

Elias-Canetti-Stipendium der Stadt Wien, 2005
Großes Stipendium für Literatur (Literar Mechana), 2005
Buchprämie für Städte ohne Dattelpalmen, 2003
Reisestipendium des Bundeskanzleramtes, 2002, 2003, 2004, 2007
Großes Projektstipendium für Literatur, 2001, 2002, 2003
Arbeitsstipendium des Bundeskanzleramtes, 1996, 1998, 2000



dossier de poesía árabe contemporánea preparado por Álvaro Solís
http://circulodepoesia.com/2015/03/poesia-arabe-contemporanea-tarek-eltayeb/




EL PORTAL DE LA CIUDAD

Centenario, inmóvil,
torcido y medio abierto,
hondo en la tierra,
sobre él, dibujos,
letras corroídas,
rajaduras y raspones,
polvo sobre él
y colores macilentos,
impregnados en la madera.

Allí, me detuve,
sobrepasé su umbral
y volví a salir,
delante, fui de un lado al otro
y leí sus inscripciones,
comprendí sus dibujos,
acaricié sus rajaduras,
me quedé un tiempo
como un peregrino anciano.

Apareció una señora vieja
que dijo: – ¡Ven!
Y me alegré de ingresar en la ciudad.
A lo lejos, en un patio, vi camellos,
luego una casa, un muro
de hojas de palmera y barro.
Ingresé en un tiempo remoto,
me sumergí en él
y quedé cautivado.

El tono estridente de una bocina,
los coches, el gentío
y el barrullo,
el sonido metálico,
las caravanas del tráfico,
machacando con agresión,
el tintineo de los cafés,
la radio chillona,
una voz
que dejaba caer la desgracia gota por gota
me asustó;

lejos, alguien rezaba solo,
cerca, uno llamaba al vacío,
y todo el derredor temblaba de ruido.

En medio del tumulto,
me despertaron los ojos de un niño
que llevaba a un anciano
huraño detrás suyo.
Reía y se adelantaba contento
a la sombra
que se arrastraba como un anciano.
Alcanzó el viejo portal,
lo observó y se sorprendió
ante los dibujos, los raspones,
las rajaduras y las letras.

El niño se paró delante del portal.
Se apoyó en él
y el portal se inclinó.
Yo estaba muy lejos,
ensimismado,
y me seguía arrastrando
como un peregrino anciano
y también me incliné.






EN UN CALLEJÓN ANGOSTO

En este callejón angosto estás obligado
a estrujarte una vez por la derecha
y la otra por la izquierda a través del gentío.
Estás obligado
a saludar a los que pasan,
a empujar a algunos.
Pronto discutes con este,
te disculpas con aquella.
Estás obligado
a chocar las rodillas contra niños pequeños
que juegan en el callejón.
Estás obligado
a ir más despacio,
a esquivar un animal pasando a trote.
Estás obligado
a cambiar de lado
para eludir el calor.
Estás obligado
a acelerar la mente,
a aminorar el paso

en tu camino a casa.

Y, al final, estás obligado
a consentir las invitaciones de los propietarios de cafés,
a tomar asiento en una de las mesas.

Observas la vida en el callejón,
pides un té y una pipa de agua
y, del agobio del camino, te ríes.







ESTRELLAS

Había una vez un niño afable,
le decía a las estrellas
dulces palabras.

Fue creciendo.

Su voz se volvió áspera,
cayeron sobre sus hombros las estrellas,
gravitaron sus pasos,
su corazón y su voz.






LA PERSISTENCIA DE LOS BURROS

Con cuerpos de burros
soportamos los latigazos,
cargamos la locura plomiza,
subimos a la montaña con una antorcha
en la oscuridad del camino.
Jadeamos y nos arrastramos a cuatro patas.
Ladran perros.
Les tiramos un libro,

los perros huyen y no se acercan más.

Trepamos agobiados,
se quiebran nuestras espaldas,
se gastan las pezuñas,
los lobos aúllan.
Les tiramos un libro,
pero ellos se acercan.

Les tiramos otro libro,
lo despedazan, gruñen,
nos cercan y nos muerden las piernas,
enfurecidos y voraces
por el sabor a tapa forrada en cuero.





CAFÉ Y AGUA

Cien veces al día repite:
– Tengo que volver. Aquí reina la inclemencia.
Allí hay bondad y calor y …
Entonces callé.

Le pregunto,
– ¿Allí?, ¿dónde es?
Señala cualquier lado.
Adusto su rostro,
calla.

Le tomo de la mano.
Nos sentamos a la mesa
en un rincón tranquilo de un bar.
Pido un café para él
y un agua para mí.

Le hablo en árabe
y mezclo el agua con el café.
Se irrita: – ¿Estás loco?

Intenta quitar
el agua del café.

Lo intenta.

Intenta devolver
el agua al agua.





EL TORO

El toro no sucumbe
por estar en época de ofrendas,
no sucumbe
por el filo de la cuchilla en el templo
ni ante las garrochas de la Plaza,
ni ante el inminente resplandor de las espadas,
ni ante la impiedad,
ni ante la fiesta o el ruido,
ni ante el gemido del recién carneado,
ni ante el eclipse lunar de la última noche,
ni siquiera ante los sanguinarios perros,
ni ante ...
ni ante …

El toro sucumbe
por olvidar
que los dioses, al decaer su veneración, al final
son carneados
para
comérselos.




LA SOMBRA DEL OTRO

Los dos van juntos, uno al lado del otro.
Cada uno ve la sombra del otro,
sin embargo, no la propia.

Ella dice
que en su sombra ve
un tanque y fuego,
una enorme montaña de metal,
y que escucha
estallar disparos,
un niño que llora.

Él dice
que en su sombra ve
rosas rojas y granadinas,
una luna intentando librarse
del manto gris de nubes,
que huele el aroma de limones
y oye el repiqueteo de la lluvia.

Y, por no pisar la sombra del otro,
se distancian.




OÍAMOS Y OÍAMOS Y OÍAMOS …

En la escuela coránica*,
el jeque leía para nosotros –
con las piernas cruzadas,
balanceando la cadera,
recitaba la retahíla
y, a la par,  su abaya** odulaba
ida y vuelta.

En la escuela
el maestro leía para nosotros –
de pie,
él, como un tigre en la jaula,
nosotros, como el ganado en el establo.

El que ahora lee para nosotros,
está sentado,
no domina la recitación
ni se mueve,
no comprende nada.

Siempre nos sentamos
y oímos y oímos.
Nunca atinamos
a animarnos a leer en voz alta.
Las canas reptan por nuestras cabezas
y todavía seguimos oyendo
y repitiendo lo leído en voz alta.

*Aquí se refiere al Kuttab, una escuela coránica a la que van niños a la edad de cuatro a seis años.

**Abaya es un manto que sirve de abrigo.




ESTACIONES DE UNA PALMERA TRASPLANTADA

Fui primavera,
cuando aterricé en Viena,
en mi mente,
una palmera trasplantada.
En dos años, sus retallos
se convirtieron en hojas.

Llegó el otoño
recaudando sus bienes.
Pero yo ya recogí antes
la hojarasca que había
caído sobre mi cabeza.
La oculté
para mi reposo y mis mejillas.
En el sueño era una palmera,
al despertar, una almohada.

Me fui haciendo verano.
Bajo la presión de mi mente
oigo el susurro.
Murmura al oído de mis sueños.

Y comencé
a temer el invierno.




PALABRAS DE PLOMO

Imagina
palabras de plomo
cayendo sobre una niñita dormida,
reposada feliz en el jardín.

Imagina
su padre reprendiéndole
por caer al mundo de los sueños
sin atenerse a sus palabras.

Imagina
la niña con mucho peso,
cargando consigo su cuerpo agazapado
por tenaces maldiciones.

Imagina
la niña haciéndose mujer,
corva, clavando
los ojos siempre al suelo.

Imagina
toneladas de plomo en su cabeza, durante
cuarenta años, y toda su vida, maldiciones
que la mutilan.

¡Imagínatelo!





MI DESTINO EN LOS DÍAS DE DIOS

Divido los días de dios
en soleados
y días sin sol.
En los soleados estoy
alegre y sereno.

Sin embargo, ahora hace meses
ya hace los otros días.
Ninguna máscara me facilita
una ilusión,
ningún recuerdo,
una imitación,
ni siquiera un sueño.
Los días en que estoy sin sombra
se repiten
y se repiten
hasta hastiarme
de mi destino
en aquellos días de diós.

Ahora divido los días de dios
en normales y días normales.
Poco a poco me acostumbro
a ser en los unos
como en los otros.




ZAPATOS DE PLOMO

¡Malditos zapatos!
Me arrastran a un sitio
que desconozco.
Me jalan,
y yo los llevo como plomo.
Olfatean,
y yo sigo el rastro,
en el suelo blando lamen
gramilla,
hojarasca,
arena,
lodo,
asfalto,
restos ensangrentados de una liebre muerta
y plumas dispersas de una paloma.

Vienen y van conmigo,
me llevan de arriba a abajo.
Sólo les preocupan sus pasos,
sin atender los menesteres
del ojo o del corazón,
y jamás se atienen a ellos.



MI IMAGEN en el espejo,
mi imagen en la pared,
mi sombra que me
rodea como un faro,
y todo esto es mío,

pero,

no es.





EN UN CAMINO SIN SOL

Me arranqué
de mi sombra violentamente
luego de compartir la vida
por cuarenta años.
Me había cuidado,
cobijado,
rodeado,
acompañado,
marcándome el tiempo
como un cuadrante
del que yo era el índice.

Luego de cuarenta años,
mi sombra un día –
sin que yo lo quiera –
se había marchado a la nada,
en un camino sin sol,
hasta sin luz ni fuego.

La dejé.
Siguió sin despedirse,
abandonada y perdida.
Y me fui sin remordimientos,
pero mi mitad estaba triste.




LOS CONSEJOS DE MI ABUELA

Los consejos de mi abuela,
cuando era chico,
fueron:
„Come bien, para crecer y llegar a grande“
– y crecí –
„bebe mucha agua,
no salgas mucho de noche,
no fumes, para que tengas una vida larga“.
Salí mucho de noche,
fumé,
y no me morí.

Al anochecer mi vida,
con la tele prendida,
estuve viendo un día
cómo zapatos pesados
desolaban el mundo,
escuché una infinita enumeración
de aquellos que abandonaron la tierra,
vi la carrera de entierros precipitados.
Desde entonces, casi no duermo.

En otro canal,
las mismas imágenes,
tuve que tragármelas,
aunque en otro idioma,
otro canal más
y otra lengua.
O sea, sólo mis ojos,
absorbían todo aquello.
Contra mi rostro, se precipitaban rayos
y yo ya no dormía.

Entre las noticias, los comerciales:
me aconsejaban:
cosas buenas para el estómago,
cosas refrescantes para mi humor.
Pero, ¿cómo volver a dormir?

Abuela, me puse viejo
en estos días,
tuve que envejecer,
cuando me puse a pensar,
para comprender,
que estos nímios gigantes
salen
a rastrillear la toda tierra.
Hasta revuelven el universo,
para complacernos con noticias
de nuevos zapatos pesados
que siguen avasallando el suelo.

Abuela, ya no duermo:
aquí, la redundancia de alimentos,
aquí el hambre,
aquí la absurda redundancia de agua,
aquí la sed
y aquí y allí,
la redundancia de noticias!

¡Abuela, nadie quiere
comprender estas noticias!
Los rostros se abalanzan
contra los escaparates,
se suspenden  balanceando
en un vaivén de un péndulo:
rostros ávidos,
a la busca de zapatos adecuados
para la emisión en vivo y en directo.




EN EL CAUCE DE LOS PENSAMIENTOS

Le costaba
cargar sus pensamientos.
Yo la alivié,
y la acompañé hasta su meta.
Ella me lo agradeció
y me regaló uno de sus pensamientos.
que iba de izquierda a derecha.

Aún sigo en el esfuerzo
de traducirlo,
para que vaya de derecha a izquierda.






Tarek Eltayeb (from: A Large Blot on the White Page)



Poverty’s Terror

They gave him a hoe,
planting him among African women farmers,
portraying him as if he were a harvest deity.
He smiled, having no idea
what a palm tree was.

He held a child in rags in his arms
and wanted to take its picture,
not knowing anything about the child’s situation.
He seemed to be kind to the poor,
like some compassionate, merciful god.

He was taken from one poverty to the next,
being content with this game
that finally took him back north,
into the pleasant,
where the difference was cruel,
where the poverty that had not yet arrived
would be much more cruel.

[Novi Sad; September 2nd,2006]
Translated by Wolfgang Astelbauer



Since

Since these many hard words have been written,
these letters left unfinished or lost,
since the writing of my hair has begun
to lose its ink and fade,
since names sink deeper and deeper into my memory
and I must almost close my eyes
to see them,
since I have begun
paying attention to the shadow of the second hand,

since then I started to realize
the lost words,
the faded hair,
the names lost sight of,
I, grey and stooping,
started to at least pay attention
to these circular repetitions.

[Weitersfeld; October 13th, 2002]
Translated by Wolfgang Astelbauer



Circus

The circus is set up with care
Rain falls through
The tent’s shredded grey fabric
Now and again in the pale light 
Somnolent spectators
Applaud the bear-trainer
A girl on a rope turns somersaults through the air
A girl on the ground yells into the microphone
A clapping clown rolls on a ball
A man pours sweat as if he’s praying …

A donkey in the corner stomps the ground in boredom
A lion’s trapped behind the bars
A tiger leaps through loops of flame
Elephants walk in a circle
A dog barks, a musician barks
And it’s raining

I was sitting in the middle of the listless crowd
When the stranger beside me suddenly 
Nudged me to applaud:
I didn’t.
And so a man arrived, a wonder to see
With a tie and a butterfly and a funny hat
Looking like he’d just emerged from some chicken coop
He angrily asked for my ticket
And when he saw it he cried:
“You’re sitting in the wrong place!”
He led me off and sat me down behind a pole
Where all I could see was the donkey in its distant corner
Sill stomping the ground in boredom.

[Vienna; March 14th, 2001]
Translated by Kareem James Abu Zeid



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