viernes, 3 de marzo de 2017

JUAN JORGE AYALA [19.982]


JUAN JORGE AYALA 

MÉXICO. PUEBLA
Correo electrónico: alaimparediciones@yahoo.com.mx
Director de la editorial independiente Ala Impar dedicada a la publicación de literatura regional.
Cursó estudios de pedagogía y se desempeña desde hace más de 10 años como editor independiente

PUBLICACIONES

La casa de enfrente y otras realidades (1982)
Catálogo de criaturas licenciosas (1998)
Del inútil combate (Sitios) (2000)
Permanencia en el vértigo (2002)
Ala impar. Dos décadas de poesía en Puebla (2004)
De claro en claro... Poemas sobre el Quijote (2005)
Caracol al oído, Ediciones de Educación y Cultura, 2008
Rumores de machete (relato para niños), BUAP 2012

Reconocimientos y premios

Premio Nacional de Poesía Normalista (1982)




En la mesa con Robert Graves

Sus trabajos, sus actos, sus amores,
todavía se comentan en los círculos literarios.

Excluido del padrón de creadores,
retoza mimado por sus dánceres
–Megara, Hipólita, Deyanira–
en un bosque de espejos;
desuella corazones como descorcha botellas,
de escribir con pulcritud métrica alardea
y pincha acentos en su antebrazo
con prosódicas agujas.

Pero de no escribir también se jacta,
pues ningún estribillo –lírico, pastoril–
pudo nunca frente al guiño trovador
de un “te saco de trabajar”, “te pongo casa”.

Y llega al cenáculo con la astrosa piel
de su reputación a medio hombro,
increpa a las subyugadas huestes:
“Nunca inicien guerras que no habrán de concluir”.




Paresia

Dice que su coágulo es apenas menor
que la punta de un lápiz Ticonderoga del número 2,
y que ese vórtice sorbe con elegancia sus ideas
como si paladeara un vermut
en alguna mesa de Les Champs-Élysées.

Pero yo digo que es el miedo a irse de bruces,
de resquebrajarse y perder la compostura
lo que mantiene a flote de sebo sus neuronas,
como aquellos nenúfares que recuerda
girando a la inversa en la fuente matinal de su terruño.

Ahora lo he dejado quieto en el solar
porque gusta lustrar sus huesos
con la luz aséptica que se filtra por el dreno,
y cosa vulgar es –dice– dejarse mirar
mientras la vida va jalando los pellejos.




Liras

Pero lírico, deveras lírico, Gutierre de Cetina;
con la entretela expuesta depone la espada
como si fuera el monto del premio,
la mesada de la beca –de tajadas hablamos–,
musita el nombre de la doña,
sangra el disfavor de su querencia.

No da para tanta teoría literaria el encono amoroso,
pero cómo corre tinta tras las palabras desoídas
por la mustia provinciana; o vuela,
según sea el grado de lirismo
con que la pluma se dilate.

(Bueno es que la medida del amor no sea el verso,
pues hay cadencias impropias de la cintura para abajo
que la harían exclamar con mesura: “por ahí no me gusta”).

¿A qué batirse cuando ya la Plaza
inhumó suspiros con grasientas lajas,
si no hay estrofa que embelese
ni paño rojizo, ni zapatillas volandas?




Totalmente circunstancial

–Señor, ¿pidió sopa?
Sí, la sopa es buena para robustecer cartílagos,
cura la hinchazón de las rodillas
y restaura densidad a la sangre;
consagra la saliva de los desempleados
que se reúnen en las bancas del parque
a beber a pico de botella, mientras otros,
deudores del Estado de bienestar,
recorren andenes ocultos 
y engrasan los pistones molares del Sistema.

Las ciudades pobres se derriten sobre los brazos del río
como pasteles de lodo; coletean sábanas, colchas raídas.
El cerco policiaco maquilla la catástrofe
y el puto judicial allana los caldos más espesos
en busca del pelo sedicioso, pues el descontento civil
hierve antes que la sopa en los peroles.

En el fondo de las ollas grasientas
se subvierten estrellas municiones letras
–pocas metáforas para tanta hambre–;
se tupe a ras la desdicha 
porque del plato a la boca está la muerte cuchareando,   
a oscuros lengüetazos consumiendo las sobras,
como si no fuera bastante triste sentarse a comer solo.

En la madrugada, durante el desalojo,
la excavadora topó con un cerdito de barro
hambriento de propinas.

–¿Pidió sopa?




Blues jeans

Puedo hacerte feliz, sí,
pero un rato.
No me pidas que siempre
porque un día vendrán por mí
o yo iré por ellos.
No me digas
que todo lo puede el amor,
si nunca estamos de acuerdo
en qué camino elegir
o en qué amigos confiar.
La noche recoge
sus aves negras en un puño,
y tú quieres que nos acurruquemos
para morir juntos y felices;
pero yo estoy balanceándome
en la ventana,
con los dedos contando
cuántos pájaros caen.
Y ya ves: ahora debo sentarme
a escribir a oscuras
y ponerme triste.
Puedo hacerte feliz
mientras no golpeen la puerta
y ordenen que salgamos
con las manos en alto;
porque, nena, no me quedaré
a oírte sollozar
mientras la ciudad se hunde.




Resfrío

Gimo por mi yo metatísico
de andares carrasposos,
que aletarga las más agudas contradicciones
con buenas dosis de fenilefrina,
que no sabe qué quién cómo es
antes del primer cigarro de la mañana,
y al que le son intramusculares
las causas como los efectos.




Mielómano

Le dije llegando a la esquina:
“regresa, no me abandones”,
pero ella con paso digno
cruzó de frente la calle,
cual rezagado Beatle
en Abbey Road. 




Cristo en Angelópolis

Las sobras que los comensales pudientes
dejan en el viacrucis
que va de La Oriental hasta Italianni´s
no son mi cuerpo,
ni serán entregadas
para saciar el antojo
de la mesera
que ya empuja su hambre
hacia el contenedor de “desechos orgánicos”.







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