jueves, 6 de septiembre de 2012

ÁNGEL GAVIDIA RUIZ [7.722]


Ángel Gavidia Ruiz

Nació en Mollebamba (Santiago de Chuco) el 28 de Mayo de 1953 graduándose de médico cirujano en la Universidad mayor de San Marcos.  Publicó conjuntamente con Carlos Bueno y Hamlet Israels “Camino de los Sauces donde suele cantar la lejania” en Lima 1977.

Ha formado parte del Grupo literario “Raíz Cúbica” de Cajamarca, “Greda ” de Trujillo.

La producción literaria de Angel Gavidia es un constante fluir hacia la maestría de la palabra precisa y el significado sorprendente. Sus cuentos en “El molino de penca”, tiernos y concisos, son esbozos de precisión narrativa cuyos antecedentes expresivos se encuentran en sus anteriores poemarios “La soledad y otros paisajes” y “Un gallinazo volando en la penumbra”.

Esta vez, con un libro de cuentos singular como “Aquellos pájaros”, Gavidia recrea el paisaje rural peruano sin rendirse ante el reto de la realidad social ni de la pura imaginación. 

Vida cotidiana y anécdota extraordinaria conviven en el caserío que ve llegar por primera vez el avión, en la lucha enfebrecida contra un árbol de molle finalmente dinamitado, o en un río que, al ser vencido tras la construcción de un puente, se seca; además, amores locos, desventuras de un zorro doméstico sacudido por la inmigración, la soldadesca entre la guerra y el abuso, o las aventuras increíbles de una botija de vino, entre otras historias, sintetizan no sólo la vida del poblador en medio de su diaria lucha por sobrevivir, sino también la fantasía popular para enfrentar las adversidades de la naturaleza y la sociedad.

Gavidia nos ofrece una conciencia muy particular del quehacer literario, que antes sólo habíamos vislumbrado en la narrativa de Urteaga Cabrera. Esta conciencia se dirige a construir magistralmente el conjunto de elementos narrativos, de modo que nos sorprenda con su precisión y contundencia.

Además, el lenguaje ha sido elaborado con exigente cuidado. Estamos ante un estilista del idioma, que no retrocede ante los retos de la oralidad ni ante el registro infantil (notable el último cuento para niños “Jacinto, el jilguero”). Sin duda, esta maestría en el manejo de los relatos cortos y breves no se agota en la narración de los hechos principales (que sería suficiente para la mayoría de grandes cuentistas), sino que se deleita en recoger –como de pasada– elementos coloridos del paisaje o cualidades de los personaje populares que podrían haber sido considerados ociosos en otro tipo de registros, pero que en Gavidia iluminan y hasta dan sentido a una narrativa breve y al mismo tiempo intensa.

Podríamos agregar como características adicionales de esta narrativa el constante humor de Gavidia, que atraviesa incluso los momentos dramáticos de sus personajes; el cariño y la ternura para tratar a personajes del pueblo, tanto humanos como animales, así como un enfrentamiento a todos aquellos que abusan del poder en sus distintos niveles. Hay mucha solidaridad en sus historias, ironía y viveza que constituyen, en el fondo, la mirada de Gavidia hacia el pueblo que sufre y que goza las peripecias de la vida. Porque el mundo pintado ama la vida, lucha diariamente por salir adelante y esgrime la alegría para darle sentido a la existencia.

POETA DE LA NATURALEZA Y LA  SOLEDAD

Ha escrito tres libros: "Camino de los sauces donde suele cantar la lejanía", "La soledad y otros pájaros" y “Poemas encontrado” que ha reunido en la antología personal denominado "Poemas". Todos ellos inéditos, con excepción del primero.
Dos son los motivos centrales de la poesía de Gavidia: la soledad y la naturaleza. El primero como sentimiento ontológico, descubrimiento existencial, como abandono. Se puede vivir en compañía pero al mismo tiempo solo. Es el problema universal de la incomunicación la que clausura el mundo. El hombre nace y vive solo. Sin quererlo formula una premisa existencialista de tipo sartreano: el hombre es arrojado sobre el mundo. Hay mucho de asombro y silencio en su poesía. ¿No es la soledad acaso una eterna estupefacción ante la vida? Pero la soledad no es sólo un sentimiento existencial; advino al mundo como una realidad objetiva: nació antes que el hombre. La soledad nació con Dios, vale decir, no fue creada con el orden natural del mundo. Dios y la soledad nacieron y se amamantaron de la tristeza y es ésta la que aleja a Dios del hombre. El poeta nos habla entonces de la tristeza metafísica, más allá del origen, que nos aleja de nosotros mismos. Por eso expresa:


Quizás Dios no creó la soledad
quizás la soledad y Dios nacieron juntos 
juntos se amamantaron del seno de una pena que venía de lejos... 
quizás
quizás por eso 
la soledad fue triste 
y Dios se hizo distante.
(Quizás Dios no creó la soledad)


Pero a la vez, ese sentimiento de clausura conduce hacia el encierro, a un meterse en sí mismo —no se tratará de un autismo patológico—, que significa un desarraigo, un salirse del mundo para meterse" en lo más hondo" y ya no querer salir.
El sentimiento de clausura se apareja con el de la incomunicación humana.
En el sentimiento del poeta, el hombre está destinado a vivir en soledad, y éste es causa no sólo del desarraigo del mundo de la incomunicación social, porque somos "peces ciegos que se ignoran mutuamente" o "un pájaro cantor en un mundo de pájaros sin tímpanos".
Pero la soledad también es un camino para encontrarse a sí mismo, aunque sin esperanzas, porque dentro de un encierro no hay salida y en consecuencia, sólo es dable el abandono. En el mundo exterior "Solo los toronjiles tocan sus quenas verdes".
La naturaleza es el referente universal para la poesía. El universo vocabular del poeta nos remite al paisaje, silvestre y bucólico, de la comarca; en cada imagen concretaren los sustantivos y símbolos se advierte una vocación pan teísta trasuntada en el amor a los animales, quienes comparten el destino de los hombres en una complicidad ciega e inevitable, hasta humanizarse. Dos son los poemas donde mejor se expresa esta emoción. Primero:

Cuando el lobo de aquel santo de Asís me dio posada y vi como abrigaba 
de tremenda ternura su guarida
Y cuando el cactus me dio su corazón de planta buena y me dijo 
"perdón por mis espinas... de pura soledad fueron creciendo"
Y cuando la tierra árida se puso alegre al verme y a manos llenas 
me dio de su esperanza
¡Qué ganas de llorar... qué ganas!
Y este otro, que es uno de los más logrados de su producción: 
Es un conejo gris de pelo corto, algopez, algo viento.
Es un conejo gris de ojos vivaces hechos para mirar entre la hierba.
Es un conejo gris que no es conejo, ni pez, ni viento, ni fuga intempestiva, 
ni nada que puede sugerirnos un conejo.
Es un conejo gris este conejo que salta sin tocar mis palabras 
sin siquiera rozarlas con su hocico cruzando limpiamente mi frontera.



Cuando el lobo de aquel Santo de Asís 
me dio posada

Cuando el lobo de aquel Santo de Asís me dio posada
y vi como abrigaba de tremenda ternura su guarida

y cuando el cactus me dio su corazón de planta buena
y me dijo “perdón por mis espinas… de pura soledad fueron creciendo”

y cuando la tierra árida se puso alegre al verme
y a manos llenas me dio de su esperanza

¡qué ganas de llorar…qué ganas!

De “La soledad y otros paisajes”



Para llegar a Maya

Para llegar a Maya
hay que oler en el viento su presencia
estar atento
descubrir sobre el trébol su pisada
y enrumbar hacia el norte velozmente
con la mirada alerta
en todo lo que sueñe o cante o ría:
¡divisarla!
ir dejando la ropa en el camino
desnudarse de todo hasta ser bueno
y llegar mansamente
hasta rozarla apenas…como el viento
¡Maya!
y ya no decir más
dejar que las bandadas se alboroten
que los trigos expriman su dulzura
dejar correr lo tuyo por su sangre
como locos venados por la pampa
dejar…que Maya sabe
sobre el trébol en flor o entre los cedros
Maya sabe querer como la tierra.

De “La soledad y otros paisajes”



Poema encontrado en el bolsillo de un saco 
olvidado en la playa

Qué es esto
que crece como pulpo
en el pecho voraz
y estira sus tentáculos queriendo detenerte.
Qué, este tiempo
que me empapa de ti
y que no se conduele de los búhos hambrientos
que enloquecen
persiguiendo tus huellas.
Qué, del puerto
si el muelle se ha poblado de ataúdes
y lontananza es una boa parda
que se muerde y se muerde hasta hacerse sangrar.
Y qué, de mi
si ahora que recuerdo
sólo he visto en la playa a un ser extraño
que vino y que se fue
dejando sobre el pelaje hirsuto de la tarde
sus ojos
su cerebro
su libreta de apuntes…

De “Un gallinazo volando en la penumbra”



La tarde

Una pelota ajena
perdiéndose
-de rebote en rebote-
irremediablemente
tras los cerros .

De “Un gallinazo volando en la penumbra”



Autorretrato

La terrible certeza de unos pasos perdidos en el mar.

De “Un gallinazo volando en la penumbra”



La casa derruída

COMO una herida
vive a la orilla del río
la casa derruída.

¿Qué de mí encuentro en ella?

Será lo que aún queda
o lo que ya se fue...
(La soledad y otros paisajes)



En la posada donde, cuentan, pernoctó 
el viejo Darwin

FUE menester que el duro corazón
larga y pacientemente se escarbara
hasta hallar como el canto
o como el agua
la ternura brotando de la especie.
(Un gallinazo volando en la penumbra)




Poema encontrado en un viejo estante junto 
a un libro de Eguren

La niña trenza sus trenzas
en el chorro de la aldea.

El chorro husmea a la niña
como zorrito con hambre.

Los duendes
-que el chorro habitan-
se zambullen en el agua
como piojos de colores
en la pelambre del zorro.

Trenza sus trenzas la niña
en el chorro de la aldea
el zorro la está lamiendo
como zorrito con hambre.

(Fuera de valija)




Ángel Gavidia: TODA SU POESÍA.

Arando en el mar (1996)


No sólo por el exterminio
no sólo se trataba de morir 
(fue miedo nuestro pan de cada día)
sino que con dos pies ya no podíamos
caminar. Era grave 
esta vergüenza 
de ser hombres
iguales 
al desintegrador y al calcinado.
           
Pablo Neruda


Un minuto después de la última explosión,
 más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, 
el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, 
y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo.

Gabriel García Márquez

ATRÁS,
muy atrás,
más allá de los saurios,
en el agua,
algo
atisbaba la vida entre las sombras,
palpitante,
inasible,
emocionado,
juntando con el dolor del primer parto
–arista con arista–
su laborioso rostro diluido.
Hoy,
que sembramos la tierra,
que hacemos poemas a la amada,
que torcemos  el rumbo de los ríos para hacerle justicia
a los desiertos,
un grueso error de Dios
amamanta en las jaulas a los átomos
y les pone collar
y los adiestra
para morder la yema de la vida
hasta volverla nada.


Para qué, entonces,
para qué,
lo difícil,
las hormigas,
el color,
el silencio que se fue haciendo trino.
Para qué, entonces,
el mañana en los ojos del desesperado
y la porfía del vendedor de baratijas
y el niño lisiado sujeto a su muleta, caminando.
Para qué,
si ya no habrá mañana
                        ni ayer
porque habrán roto el origen de raíz.


Las piedras,
los manantiales,
los peces,
las cucardas,
los más ocultos árboles,
pagarán por nosotros,
por dejarnos crecer,
por ayudarnos,
por no impedir a tiempo la malvada neurona procreando.


¿De dónde vino esto?
¿Con quién?
¿Cómo llegó?
No lo sabemos.


Diferente es el tigre desgarrando al venado,
la bacteria,
el volcán
o la tierra chocando con un cuerpo celeste.
Diferente.
   

Y los viejos camellos
y los huacos recónditos
y los más viejos árboles
¿qué dirán?


El musgo
lactando de los pechos de la piedra,
tan callado,
tan verde,
tan pequeño,
sin hacer daño a nadie,
ni al roble,
ni a la hierba,
ni al gusano,
ha de caer también acribillado.


Las ballenas,
las azules,
las verdes
y las negras;
las profundas,
las distantes;
las amas y señoras;
las que canta cuando aman,
cuando lloran,
cuando extrañan;
las de las grandes cóleras,
las escasas;
las que se va muriendo y aún no mueren;
las de los cielos líquidos y las pampas verticales
deben de haber tenido una opinión.


El viento sepultará a las aves.
¿Y el canto?
El viento no podrá con las aves y su canto.
No podrá con él mismo.
No podrá.


¿El fuego?
¿Qué será del fuego?


Quiénes irán por los caminos,
las calles,
los cafés,
las iglesias vacías,
las viejas bibliotecas sin respuesta.


Y las grandes preguntas:
¿Dios,
la libertad?
Peor que absurdo calcinado:
Nada.
Los duendes que habitan los helechos,
las brujas que aman a los diablos y tuercen los caminos,
los fantasmas,
las almas que no hallaron reposo en los sepulcros,
sucumbirán también
junto con Pulgarcito y Blanca Nieves.


Las cartas,
las heroicas,
las románticas,
las perversas,
las primeras:
    letra a letra  formando la palabra zurcida a una lágrima,
ya no tendrán razón;
como tampoco,
la suerte del venado esquivando al disparo, 
ni el túnel del convicto
que dista de la calle apenas el asfalto.


Los trenes
y más que los trenes, la nostalgia;
la huella que no es huella sino para los hombres;
lejos,
cerca;
ni lejos ni cerca,
para qué.


La esperanza
acaso
elija
al Mar Muerto
(su hijo más pobre y más querido)
para
morir
con
él.


También morirá la soledad
o, eterna como es, quizás escape a la hecatombe
y sea la viuda de los hombres vagando por el Cosmos.


La palabra
aquí
y allá
palideciendo,
encrespándose,
tensa
como un tambor,
como un arco de nervios,
como un hombre,
abriendo los brazos,
fuerte,
débil,
fuerte.

Arando en el mar.




Ángel Gavidia Ruiz (Mollebamba, Santiago de Chuco, Perú)

“Nací en Mollebamba, Santiago de Chuco, en 1953. Pasé mi infancia en un caserío que en el incario se llamó Cundurmarca, después se llamó La Yeguada y durante la guerra interna el ejército le puso por nombre Pampa Hermosa. Creo que ahora ha vuelto a llamarse La Yeguada. Era una pampa mágica poblada de pardelas extrañas, grillos de colores y retazos de pantano que temblaban, en donde alguna vez aterrizó un avión. Esa pampa, que en las tardes sabía ponerse intensamente sola, me tomó de la mano para garabatear mis primeros poemas y probablemente todo lo demás. Estudié medicina humana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y ahora me desempeño como médico internista en el Hospital Belén de Trujillo y como docente en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de esta ciudad en donde resido. Es decir, la poesía y la medicina batallan en mí, no sé si irreconciliables, exigiéndome cada una su ración urgente de vida y de sangre, su parte de conocimiento teórico y práctico, su porción innegociable de tiempo. He publicado cuatro libros de poemas: La soledad y otros paisajes, Un gallinazo volando en la penumbra, Fuera de valija y El centro de la tierra, cuatro en prosa, tres de cuentos: Aquellos pájaros, La cita y otras ausencias y Los días y el viento y otro de difícil clasificación, El molino de penca. He escrito, así mismo, dos ensayos: “El cólera en la ficción de García Márquez” y “Ribeyro y Santiago de Chuco”. Con respecto a Un gallinazo volando en la penumbra está constituido, en realidad, por cinco pequeños poemarios: Poemas encontrados, Arando en el mar, Un gallinazo volando en la penumbra, Los caballos del retorno y Libreta de apuntes. Finalmente, quiero decir que considero que un buen poema ha de tener dos características fundamentales: capacidad de síntesis y capacidad de sugerencia, además, obviamente, de ese oxígeno especial que, a modo del aire que insufla los huesos de las aves, predisponga al vuelo, al luminoso vuelo.” 

Ángel Gavidia

"La soledad y otros paisajes es una muestra extraña no solo por su brevedad aparente, sino y sobre todo, por su extraordinaria profundidad y belleza. Dice en los cinco primeros versos a  manera de pórtico: Luego de ti / y de la bulliciosa población que te habita / torno a la soledad / como alguien que regresa a su querencia  / después de tanto tiempo... Estos versos tan libres y transparentes como el rayo de luz que puede recorrer el infinito, están expresando el concepto mayor de la Vida […] Y regresa no a la soledad del renunciamiento, sino a la poderosa soledad original y creadora, desde la cual el Poeta y el hombre están ya desplegando las ilimitadas potencias de su corazón y de su espíritu. "  

                  Julio Garrido Malaver  

"En Fuera de valija corre la sangre y la emoción de un poeta verdadero. Sus poemas son instantáneas de aquella oculta verdad que en el plectro del bardo parece estar más cerca de la revelación que en los otros mortales. Poesía de alta tensión, de fuego abrupto, pero también de sosiego, de égloga y silencio. ¡Cuánto del viejo haravec, del caminante, y del hombre que sabe posarse sobre un libro, merodea estos versos!"   

                                                                             Alberto Alarcón


PALABRAS PRELIMINARES
Carlos Santa María Ruiz

Un poema no solo debe ser bien escrito, debe además ser bien sentido. Cada poeta es un lente único que refleja al mundo tal como le ha tocado verlo y vivirlo. Pero para que esto se logre, la palabra exige de sus cultores lo que Vallejo llamaba “honestidad espiritual”. Esa suerte de despellejamiento del que poco o nada se aprende en las bibliotecas.

Esto lo entiende muy bien Gavidia; quien, desde sus primeras entregas, marca las pautas que normarán su poética. Qué de las palabras./ Una/ a/ una/ formando el muro/ al que hay que conseguir/ un par de buenas alas. Son precisamente estas “alas” las que le permiten a su palabra tomar una altura distinta, por encima de otras, aparentemente mejor vestidas, pero que no se atreven al diálogo entre el vuelo y los abismos, por el riesgo de perder su vestimenta y mostrar su piel.

Temían los antiguos que llegase el momento en que el truco sea tomado por magia. Y temían con razón. En tiempos donde el histrionismo se confunde con rebeldía, el pesimismo con lucidez y la verborrea con hondura, casi se le agradece a Gavidia ese verso sencillo, claro y fresco, que fluye como un riachuelo de aguas cristalinas frente a nuestra mirada. Noche que te deshojas como si fuera otoño,/ en gruesas penas/ que las he de pisar aunque no quiera,/ perdona, tengo prisa./¿No ves mi ropa limpia?/ ¿Sientes mi cuerpo fresco?/ Es que tengo noticias que ha salido el sol/ y voy a verlo. Cada verso impacta, no por su retórica, sino por esa naturalidad con que baja las escaleras. El poeta no habla de; habla desde. 
Desde un caserío asentado en la pampa y la penumbra, como bien señala en su primer poemario. Con luz y con sombra. Pues el mismo riachuelo de aguas transparentes que mencionamos líneas arriba deja entrever, en algún punto de su cauce, un origen de aguas encrespadas, más tórridas y turbulentas. Urgido por una pesadilla/ tomo el estetoscopio/ y voy de frente al corazón/ -mi corazón-/ que a esta hora canta/ como un trágico búho/ desde la enrevesada fronda/de mi vida. 

Las cosas, afirmaba Pessoa, son el único sentido oculto de las cosas. Y no le faltaba razón. Aceptarlo, sin embargo, implica cierta simpleza que consideramos deshonrosa. Los artistas parecen formados para pensar que el sentido de las cosas se encuentra oculto, cuando muchas veces salta a simple vista. Afortunadamente, no es el caso del autor que nos congrega. Directo. Puntual. Conciso. Más allá del tema que emprende, su presencia se percibe en cada cosa que dice. Algo les faltaba a mis manos/ (estas concavidades cargando su vacío)/ hasta que hallé las dunas de tu espalda/ y coseché la dicha y este canto. 

No quiero extenderme más de la cuenta. Agregaré tan solo que Gavidia es, como él mismo suele recalcar, un “experto en soledades”. Un ser que se sumerge y a veces se extravía dentro de sí mismo para ver el mundo con mayor claridad. Ahondar sobre los tópicos que aborda su poesía requeriría ya la presencia de un crítico, lo cual me exime de esa tarea. Diré sin embargo que, sea cual fuere el tema que enfrente, que los hay muchos y con notable acierto, lo hace siempre bajo dos ópticas: la de la nostalgia por el ambiente serrano del niño que aún lo habita Era una casa/ a la orilla de un río,/ un árbol, / un camino,/ cerros color marrón,/ y unas aves volando/ sin destino. O la del estudiante que arrastra por las calles de una ciudad extraña su desencanto. [...] mi cuarto,/ mi mesa sin amigos,/ mi libro fatigado,/ en la vieja pensión,/ fueron, supongo,/ como un poste sin luz/ o una grada innecesaria en su orilla más áspera.

Nada más, maestro. Un abrazo. Y que el libre caudal de la emoción siga fluyendo como un potro chúcaro que zapatea en la página en blanco, tira abajo el tintero y sigue pa’ lante.

Ángel Gavidia: la sutil profundidad del silencio
y la intensidad poética
 Dr. Gonzalo Espino Relucé
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

La pequeña comarca aparece como un recurso que emerge, que lo atrapa, que no lo deja: grata, íntima, plena de armonía, inocencia y felicidad. Desde ese lugar, el sujeto lírico se construye, pero se ve desafiado, mejor aún, interpelado en una suerte de contrapunto a lo largo de Toda su poesía, una voz que desdobla al yo y lo escinde. Su contemporaneidad y su referencialidad se asocian a la ciudad poblada de vacíos, desencuentros e inestabilidades, a la que el sujeto lírico sobrevive y enfrenta. Los desplazamientos por ambos espacios –y tiempos– advierten la voz de un sujeto dividido que estructura el poema. Una poesía que se reelabora perfecta y continuamente en torno a la soledad. La soledad –y el campo semántico que ella evoca– impregna toda la poesía de Ángel Gavidia, que va de la ternura a una irreverencia borrascosa, y que Danilo Sánchez (2010) supo aquilatar como poesía donde la “emoción, conmoción y crisis” se convierten en una sucesión de “hazaña(s) del lenguaje”. Si bien resulta exagerado e impreciso hablar de Toda su poesía, al mismo tiempo constatamos que se trata de los poemarios ya publicados y de un grupo de poemas que el autor ha decidido disponer para sus lectores. Ni el autor ni su editor indican cuáles son los criterios para hablar de esa totalidad, en todo caso, no deja de ser interesante esta práctica en tiempos en los que las primeras ediciones se vuelven inaccesibles, de manera que voy compartir mi lectura de la poesía que ofrece este extraordinario poeta liberteño. 

1. Trasgresión de las fronteras

La poesía de Ángel Gavidia participa de una constelación de prácticas poéticas que no siempre ha sido leída desde la ciudad que se solaza en determinar lo hegemónico del país. Tal lógica para la poesía peruana de los últimos tiempos tiene una fuerte carga de exclusión; convierte al poeta que vive en el interior de la nación en un incidente pasajero y, en muchos casos, en un fenómeno aislado, aunque de poca importancia y trascendencia para aquello que llamamos Perú. Cuando sucede todo lo contrario: son precisamente estos procesos los que nos interesan, se dan en espacios que no corresponden al centro, y aun cuando estos pertenecen a lugares con historia, no siempre asoman como parte de la configuración del imaginario del país. En términos pragmáticos, estoy volviendo sobre la idea de región como lugar de enunciación y como un territorio de palabra cargada de realidades, ficciones, sueños, sensaciones, sentidos, reclamos, maneras de sentir la condición humana, con una tradición que se forja a sí misma como parte de una dinámica identitaria, y que suele trazar lazos con otras culturas y espacios. Y este es el caso de la poesía que se mueve con autonomía, que no se resigna a la distancia (periferia a centro) y que se reinventa permanentemente. Tiene, por cierto, una larga data en la poesía trujillana para la escena nacional: los grupos "Norte", "Trilce" y "Nuevo Amanecer", y a más de tres poetas en plena circulación: Alejandro Romualdo, José Watanabe y Arturo Corcuera; a más de un clásico: César Vallejo, y una figura anticanónica como la de Leoncio Bueno. Carta de presentación que se vuelve a su vez más interesante si se toma como referencia el premio Poeta Joven del Perú que definió un buen tramo de la poesía peruana contemporánea, hoy sustituida por el Copé. De hecho, no puedo dejar de subrayar la pesada sombra que ofrece nuestro clásico; por ello, difícil concebir el desarrollo de la poesía regional sin que se pase por esa figura tutelar, sin parricidios o lealtades bobas. 

La poesía de Ángel Gavidia deja entrever esa problemática, sin embargo su respuesta no corresponde al barullo de farándula ni a los pliegos ya trazados en los medios de comunicación masiva, se limita al trabajo paciente y feliz de hacernos descubrir en la palabra lo que no solemos concebir como simples mortales, hacer decir aquello que alguna vez el lector ha querido expresar y lo encuentra en una palabra gestada por la poesía. 

Su proyecto poético ha ido invadiendo los circuitos literarios –no el comercial–. Esto explica en parte su exclusión sistemática de las antologías nacionales y los procesos que implican la difusión del mercado y de esa perezosa crítica que mira exclusivamente la poesía que se hace y difunde en/desde Lima como la poesía peruana, y tal como en esta comunicación se indica, las más importantes notas y recensiones no provienen de sitios vinculados a la Academia. Gavidia, no parece interesarse por el lugar que ocupa en el espacio de la poesía sino cómo su poesía conquista ese espacio a despecho de lo que la crítica puede decir ahora.

No representa a un grupo, a un sentimiento, no parece tener espíritu gregario, se le sabe de sus aventuras en Greda (Carbonel 1986, Espino 2011), pero no hay más que eso. La inserción de Gavidia en el entorno poético puede considerarse tardía, aun así, pertenece a la más destacada promoción de escritores que circula en estos tiempos: Bethoven Medina Sánchez y Luis Eduardo García que, con Ángel Gavidia, resultan lo más relevante de la poesía del Norte del Perú. 

2. El carné poético

Así escribí en febrero del 2011: Ángel Gavidia nació en las alturas de Mollebamba (Santiago de Chuco, Perú) en 1953. Su autorretrato se parece a una metáfora: "La terrible certeza de unos pasos perdidos en el mar." (:136); la imagen de esta figura poética lo desdibuja: "terrible" y al borde de la indefinición en una especie de retrato hecho de bruma, en "pasos" perdidos. Así el poeta se autopercibe, en algo que no lo agrupa, que lo deja suelto sin contornos; solo lo identificamos con la voz que aparece en sus poemarios, una voz que pugna con la soledad. Lo sabemos moderno. Gavidia escribió “Pasé mi infancia en un caserío que en el incario se llamó Cundurmarca. Era una pampa mágica poblada de pardelas extrañas, grillos de colores y retazos de pantano que temblaban, en donde alguna vez aterrizó un avión. Esa pampa, que en las tardes sabía ponerse intensamente sola, me tomó de la mano para garabatear mis primeros poemas y probablemente todos los demás.” (Urbanotopía 2006). Bucólico, de ensoñación, es el espacio de la infancia, y deja entrever dos trazos: como palabra memoria de la voz –en ello diremos ritmo y música– del tiempo, y como palabra-inscripción,  letra que acaso lo salva de la contingencia del presente y del tiempo. Médico de profesión y profesor universitario, su sensibilidad se asocia a un cuerpo que escruta (material e insensible) y a un cuerpo que vive (material y sensible).  

Su producción poética tiene de instinto y devoción, y su narrativa está pegada a una continua presencia poética. Sus primeros poemas fueron desechados por la sabiduría de un hombre que goza de la palabra: no hay que levantarle la falda a la realidad por gusto; en cada levantada un hijo, o sea un buen poema, le habría dicho Max Silva Tuesta (Sánchez Lihón 2010, Espino 2011). Algunos de sus poemas aparecen en  “Raíz Cúbica”, revista de los jóvenes poetas de Cajamarca, por los 80. Publica con la gente de la revista  “Lluvia” y en Trujillo con el grupo literario  “Greda”, al que pertenecieron también Erasmo Alayo y Lizardo Cruzado. Todos sus poemarios saben de la exigente labor del poeta, y su primer libro, La soledad y otros paisajes (1987) define los trazos que se reinventan a lo largo de estas dos décadas de persistente producción poética: la crónica soledad del yo-poético, los tránsitos espaciales (comarca/ciudad), la concentración e intensidad lírica y la brevedad del verso libre. La escritura de Gavidia pelea contra la pereza, contra el facilismo y se impone la exigencia de hablar con tono renovador, esto explica por qué sus textos son relativamente tardíos. 

3. Las piedras del zapato

La poesía será un acto permanente, devoción; la soledad lo atrapa y constriñe. La poesía es vida: la soledad lerda, perezosa y muerte. Reclama para la poesía fidelidad casi religiosa, apego libre a la escritura y  disciplina en el trabajo poético. Le exige que sea sincera, al mismo tiempo que sea “buena poesía”. Sus libros se han publicado en Lima por editoriales que no se asocian necesariamente con el mercado del libro; sus circuitos son otros, pertenecen a eso que he llamado lectores de poesía, cofrades de la poesía.

Si los registros poéticos de Ángel Gavidia pueden ser caracterizados por “el predominio de la imagen, la sugerencia y la metáfora, al servicio de una poesía que no declara, sino que insinúa” (Lozano 2011) y en la que “lo sensual y terrenal, se plasma en una extraordinaria e insuperable visión cromática y plástica”, estos adquieren otra dimensión en la estructura poética que, como indiqué, viene gradualmente sucedida de traslaciones espacio-temporales entre la comarca y la ciudad, la de una voz escindida y moderna, un sujeto lírico que prefiere la soledad, que incorpora asociaciones dislocadas, humor negro y parodia, por lo que resulta  revés complementario de la armonía sugerida por Saniel Lozano.
Su primer libro, La soledad y otros paisajes (1987), cimenta las características de su poesía: brevedad y concentración temática que van acompañadas por una rigurosa elección del tono y el ritmo en cada poema. El hablante de este poemario deja traducir la extensión corrosiva de la soledad en la intensidad poética. Los objetos y espacios están tocados por ella, aun cuando se hable de seres y referentes amados: "Quizás Dios no creó la soledad [...] Quizás... quizás por eso/ la soledad fue triste/ y Dios se hizo distante." (:35) La sencillez de estos poemas se ve reforzada por pares contrarios que le dan una vitalidad desconcertante: nacimiento/ muerte, día/ noche, alegría/ tristeza, como ocurre en los diez versos del poema “Noche que te deshojas como si fuera otoño” donde la tensión poética se produce por la presencia de un yo retenido, aun cuando aspira salir de la quietud y la oscuridad: "¿Sientes mi cuerpo fresco?/ Es que tengo noticias que ha salido el sol/ y voy a verlo." (: 52)

Con Un gallinazo volando en la penumbra (1996) los poemas parecen acercarse a la opacidad de aquello que no es asible. El poemario está dividido en cinco cuadernos. Cada uno mantiene independencia. La voz del yo poético que articula al poemario es la de un sujeto escindido: habla como si estuviese danzando en la fiesta patronal. Se trata de una embriagante celebración de la palabra, que, basada en el ritmo, predica la "sinceridad de la poesía". Lejos del panfleto, lejos de la poesía fácil, su registro intenta también ser un testigo lírico de las cotidianidades y la soledad como queja que se replica en desigualdades. La soledad se expresa como ritual, en la condición del ser como humano: [...] ni llanto/ ni nada que me diga que he andado y sufrido/ desafinan con mi alma". (:67)

El tono del cuaderno cuatro –que coincide con el título– se caracteriza por un espacio poético definido por la fuerza de la brevedad. La concentración nos hace recordar a los haiku: el lector los lee como instantáneas, pero tras estas se ha condensado una gama intensa de sentidos. Si el lector alcanza el detalle, distinguirá la riqueza de estos poemas. Gavidia ha extremado su sensibilidad, ha llegado al límite del enunciado poético: un verso. Tal realización le es posible porque su voz atiende a la intensidad, y el ritmo a una economía poética poco estudiada, como ocurre con "Autorretrato", o este poema, “Río”: 

¿A dónde irá mi sangre? (:125)

Veamos otra vez el título del poemario y de la sección ahora convertido en poema:

Un gallinazo volando en la penumbra
¿De qué lado tristísimo del mundo se deprendió esta astilla? (:122)

Hay una ampliación semántica en la nominación del par gallinazo-penumbra, signado por la oscuridad y aquel espacio distante que está fuera de nuestro alcance. Luego viene la pregunta que reformula el enunciado, si “astilla” resulta metonimia de “gallinazo”, los sentidos se amplían. Astilla se asocia a un elemento que hiere y que viene de un espacio calificado como “tristísimo lado”.  La metáfora de humor negro, el primer verso, se convierte doblemente en un lugar hostil, que golpea. La elección de yo-poético se extiende a una situación superlativa, pues se trata de ese universo que corresponde a la absoluta tristeza, no a su contrario (alegría). Una estructura magistralmente trabajada como dístico, de un ritmo perfecto,  de humor negro –modernísimo– posible por la combinación de la vocal fuerte /a/ con la lateral /l/, en primer verso; y por las vibrante /r/ con las fricativa /s/ del segundo verso, que hace una impresión poética cautivadora por su perfección. Lo que fluye no es solo el juego de palabras: es la propia humanidad. De esta manera, todo el poemario se caracteriza por su intensidad poética, basada en la brevedad y el ritmo, en cuyo marco se instala una acepción propia de nuestra modernidad. Habla como si la palabra, por primera vez, se asombrara del mundo, como si fuera la primera vez que se nomina con ese tono del hombre que se ha visto tocado por la soledad. 

Libro rescatado, dirá Alberto Alarcón, Fuera de valija (2010) es un conjunto de poemas que trasgrede la vida bucólica que lo ha tenido capturado, para enfrentar el caos de las travesías de la ciudad.  La singularidad de sus versos viene de la amplitud de registro; y la unidad del poemario está dada otra vez por la concentración del poema. Aunque los versos libres estructuran los poemas, cuya expresión mínima será el dístico y máxima los 26 versos. La palabra no solo es artefacto bello sino que se carga, necesariamente, de sentido. Forma y contenido vuelven sobre la transparencia del poema, la buena poesía. Transciende el ejercicio y nos acoge precisamente porque las palabras pueden decir algo al otro. En sus poemas hay una perfecta combinación de la tradición andina y la poesía moderna: en "Origen" se aprecia la estructura dual, típica de la copla andina, un enunciado proposicional y luego una conclusión sorpresiva: "Qué de los cascos retumbando en la pampa", cuyo final es "[...] la primera palabra/ de una voz que no es mía/ pero que habla por mí" (:162).

Mientras que en El centro de la tierra (2011) se declara terrenal, se apropia de un cuerpo sensible que colma todo. Sensual. El goce del cuerpo se parece a la obsesiva soledad a la que nos tiene acostumbrados el yo-lírico. El suyo es un cuerpo que goza: toca, ve, siente, percibe, pero siempre se vuelve bruma. Inasible atmósfera,  se diría. Un cuerpo que desborda euforia y parece –acaso perece– atrapado en sus límites 

(“Ocho”):

Tu columna vertebral,
una palmera.
Tu cuerpo,
una palmera.
El huracán nace de ti
y me rompe como a un cristal,
como a una bandada de pájaros
piando. (:208)

Cuerpos provocativos que se desvanecen, difícil asir: “Tus caderas, / el fiel del universo, / el péndulo que sigue su rumbo alucinado.” (“Once”: 211). O como dirá más adelante: “Tu espalda tiene el sabor salado de las playas desiertas” (“Quince”: 215). toda esta sensualidad, goce, tiene algo de frustración y vuelve sobre el desarraigo, la imposibilidad de una par feliz, tal como queda connotado, manifiesta el goce pasajero y selectivo al que no se vuelve, queda casi al borde; un “tú” que no parece acompañar al yo-sensual que se presenta en el poema, y en este poemario: 

Yo soy el náufrago 
varado sobre ti después de la tormenta. (:215)

Otros poemas simplemente reitera la grandeza de la poesía de Ángel Gavidia. La brevedad contingente, la palabra musical y la soledad aparecen como marcas inevitables de su poesía. De esta suerte podríamos leer tres poemas: el primero es la niñez que vuelve como vital, completa y tierna, lugar ido que el poeta retiene, acuña como signo de vida y se contrapone a “Apunte a lápiz” (:221) en que se revela otra vez un sujeto cercano a la sombra, no es ya el hombre, el sujeto vital; pero “En la esquina de un parque, él espera”, traza a un hombre que camina vacío y circunstancial, un sujeto moderno.

4. Trazos de la poesía de Gavidia

En general, la poética de Ángel Gavidia participa del encanto y la aventura de las experiencias modernas de la poesía contemporánea, y deja entrever el flujo de una tradición como saber necesario en el hacer de la poesía. Y toda ella asociada a la soledad que no lo abandona, todo lo contrario, lo rodea, lo atrapa, lo estruja, convirtiéndose en una justificación de su existencia que se rinde a la poesía, como par del ser que la hace posible, y que en palabras de Juan Paredes Carbonel se expresa como “sentimiento ontológico, descubrimiento existencial, como abandono. Se puede vivir en compañía pero al mismo tiempo solo.” 

Apunte a lápiz

Simplemente
la imagen de un hombre
construido de esperas. (: 221)

La soledad es su marca y hace que su poesía asuma estas características:

1. El ritmo musical se aprecia en la forma cómo se eligen las palabras del poema. Los versos parecen construcciones que se amparan en el viejo precepto modernista, del que toma la música como realización del verso: “Un relincho demente galopa por mis tardes/ y, a veces, / un silencio que trina todo lo ausente que eres” (:38). La asociación, por demás de estirpe surrealista, intensifica la condición sonora del verso: relincho, sonido fuerte, demente, desordenado, en un movimiento que coincide con el momento final de la luz del día. Lo que viene luego denota cohibición e incertidumbre, aun cuando el silencio sugiera tranquilidad. Se trata de una metonimia acústica que se vuelve interesante precisamente porque se trata de opuestos (:38).

2. El texto poético reclama al paratexto como parte de su estructura. Títulos, llamadas o referencias necesitan ser leídas como parte del poema. La voz poética parece repartirse en todas esas instancias y demanda del lector su restitución en el todo. El poema se lee como un todo: el título, el texto, el epígrafe, las estancias, etc., no se pueden leer solos. Si se leen con autonomía estas reclaman su necesaria inserción en ese todo que los asocia, pienso en “La casa derruida” (:37-41).

3. Si bien la voz poética aparece como una sola, esta suele asumir diversos tonos y tiempos en un mismo escenario. El recuerdo puede apelar a un estadio lejano, pero en el ahora cambia de tono y resulta desconcertante. En el mismo texto, “La casa derruida”, apreciamos: (a) la disposición espacial de los poemas y ofrece, a su vez, elementos de una modernidad poética; (b) una escritura donde cada segmento tiene autonomía y, al mismo tiempo, (c) se correlacionan como un todo.  

4. La intensidad continente y la brevedad del poema. Los poemas de Gavidia se caracterizan porque su palabra logra contener, en la brevedad de su realización, imágenes, sensaciones y situaciones que de otra forma se difuminarían. De esta suerte la palabra se vuelve sencilla y transparente. No necesita de otros elementos, salvo cuando esta opta por el par contrario.

5. Las asociaciones paródicas –humor negro– corresponden a los trastrocamientos propios del tratamiento moderno de la poesía. La escritura poética de Gavidia exhibe en sus textos el humor negro que fluye con apariencia de una inocua inflexión poética que resulta absolutamente corrosiva. Esta misma situación pone de relieve su condición moderna: apela a lo paródico que ingresa como un tono característico, acaso aprendido del cancionero andino, y que hace que lo esperado se desvanezca y este yo sorprenda, incomode o se burle del lector; de esta forma, el poema se vuelve irreverente y se asocia al par contrario. 

El último poema de Toda su poesía (:224) vuelve sobre lo dicho como característica de la poesía de Gavidia:  

En la esquina de un parque, él espera 
Él o el tiempo, 
una cuerda 
que
a modo de infinitas golondrinas 
va poblando el silencio.

En principio, volvemos sobre la tonalidad del poema que se estructura, como dijimos, sobre varias esferas: una secuencia tonal más o menos larga, que luego se condensa y en la que el paratexto, se integra al poema. “En la esquina de un parque, él espera” o una cadencia que fluye, que retiene en sus tonos ritmos que calan como sensaciones comprimidas, y en la que advertimos un singular equilibrio en los cinco versos, solo posible, otra vez, si se leen con el título del poema. De esta manera ser y tiempo se asemejan a una cuerda (v.1, v.2), a la finitud fugaz, pasaje de la vida que se replica en la noción de espacio cuyo centro es el “silencio” (v.5) y que en “a modo de infinitas golondrinas” (v.4) explícita su apego a la tradición poética, a la metáfora que nos recuerda un continuo movimiento entre el venir y el ir, entre el estar y la ausencia, otra vez la soledad. Si el ser del silencio, el paratexto, revela al sujeto de carga poética, un sujeto por quien transcurre el tiempo, que pese a su espera se sabe escindido y permanentemente solo, no puede ser separado, y esa es una característica de esta poesía. No sabemos si el yo poético quiere referirse al otro o al tiempo. El rasgo paródico de su lenguaje disocia y trasgrede la unidad del ser, él no es el otro, pero al mismo tiempo lo es y lo será porque este sujeto lírico privilegia la soledad cuyo campo semántico alberga a “silencio”.

5. Lectura inconclusa

Si sus referentes pueden explorarse en ese espacio idílico del tiempo remoto, de la estancia en la comarca andina y en su continuo desarraigo, que cerca la ciudad o todas las contingencias de la realidad, la voz poética apuesta por la palabra que nunca concluye. Es decir, sale de la esfera de una cotidianidad que va más allá de su estancia; por ello, su exploración poética vuelve sobre temas trascendentes como el amor, la muerte, la propia existencia, como aupadas por la marca de una poesía que, siendo música, es al mismo tiempo significado. No sorprenden por eso las palabras de Garrido Malaver "extraordinaria profundidad y belleza", aunque resultan más precisas las de Alarcón: "Sus poemas son instantáneas de aquella oculta verdad que en el plectro del bardo parece estar más cerca de la revelación que en los otros mortales. Poesía de alta tensión, de fuego abrupto, pero también  de sosiego, de égloga y silencio" Los poemas de Ángel Gavidia son íntimamente modernos, estos textos tienen en su construcción el aprendizaje vanguardista, en especial del surrealismo. Toda su poesía explora un ritmo musical que se emparenta a la serenidad de las formas andinas, ecos casi desdibujados, pero que operan en el poema. En la preferencia por el verso libre y su extrema concentración, en la contemplación y la intensidad, en la manera cómo atrapa al lector. Se trata definitivamente de una poesía que, realizada en el lar norteño, se piensa desde la universalidad de una palabra que circula para el mundo, una poesía que desborda la contingencia de su escritura tentadora y tentada  por la trascendencia del poema. 


Referencias bibliográficas:

Del autor:

Gavidia, Ángel. Los días y el viento. Lima: Pasacalle Editores, 2012. (Cuento)
. El centro de la tierra. Lima: Arteidea Grupo Editorial,  2011. (Poesía)
. Aquellos pájaros. 2ª ed. Lima: Ediciones Altazor, 2010. (Cuento)
. Fuera de valija. Lima: Arteidea editores, 2008. (Poesía)
. El molino de penca. 2ª ed. Lima: Arteidea editores, 2003. (Narrativa)
.Un gallinazo volando en la penumbra. Lima: ed. de Luis Alarcón, 1996.  (Poesía)
. La soledad y otros paisajes. Lima: Lluvia Editores, 1987. (Poesía).




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