viernes, 25 de julio de 2014

LUIS BACIGALUPO [12.478]


LUIS BACIGALUPO

Luis Bacigalupo nació en Buenos Aires, Argentina, en 1958. Es poeta, narrador y editor. Ha publicado en poesía Trogloditas (1987), Yo escribía un poemita (1988), El relumbrón de la claraboya (1989), Madagascar (1989), Las purpurinas (1989), El océano (1992), Elíptica del espíritu (1995) y Mixtión (2014); en narrativa, la novela Los excomulgados, precedida por La deuda (2000).  





99 NUBES 

Frente a esa pared he permanecido mirando
el interior de la cáscara:
el embrión allí descansa en su posibilidad.

La postura inmóvil vibra en su quietud
mientras persiste la mirada en la posibilidad
que reposa en el interior de la cáscara.

He pensado el pensamiento real
vestido de otros pensamientos
pero no he pensado ante esa pared sino 
en textura y porosidad.

Es grato sentir la huida de las piernas
en la certeza de que permanecen mirando también 
el interior de la cáscara.

99 nubes han pasado sobre mí
pero he contado apenas una
(si me adormezco no he de renunciar
a revertir el orden de los principios
mientras la pared persista en mirar
el interior de mi cáscara)
y su disolución.

                      inédito







HERÁCLITO 
                                                                                         
                           Nadie se baña dos veces en el mismo día


Para el ojo del resentimiento
no sería ni más ni menos justo tal
o cual devenir.

Prevé el ojo del resentimiento
que las hormigas forniquen sin recato
y
medio atolondradamente dentro
del cerco paradigmático del romero.

Un ovillo hormigueante de sexualidad
nos es dado glosar
hoy
con gorgoritos de escolar ramplón
del manual de las perversiones seglares.

Escribir o pasar a mano
en mano
la escudilla de guiso fácil
asqueada de sobras poco menos rancias
que esa pócima que conserva la tía
en reposo
muy heteróclita además
en su nutrida alacena.

Allí también el brebaje se descompone
claro 
si no lo agitas.

                                                   inédito





HELIOGÁBALO 

                                     
      Una cosa nombrada es una cosa muerta, y muerta porque está separada.
                                                                                                                                               Artaud


No es lo correcto
sin esta intensidad no se podría.
Es inútil insistir
llueve, pero podría no llover.
En la despótica discursividad de un mundo
sin filiación
lo correcto sería entonces dejar
el heliotropo en el Perú.

Contingencia necesaria del morir.

Dejemos pues el heliotropo allí
en el falo solar del dios invicto.

¿Las rosas?
Elipsis de una perplejidad lunar.

Pero si un día he de morir
que sea en el Perú
pero si nunca muerte alguna me llama
como el heliotropo quiero vivir
en tu jardín, tendido al sol,
dominado por la gula y la crueldad.


                                                  inédito





COSTUMBRES DE LOS AHORCADOS 

                                                
                            Tenía los ojos fijos en el hombre que iban a ahorcar…
                                                                                                                     Anaïs Nin


Estoy colgado de un móvil de Calder
y la impresión es análoga a la sujeción.

La rotación irregular del ojo orbita el amor
como todos los caminos conducen a roma.

Qué feliz disposición a la suspensión acrílica del ala 
percibo en mi ombligo.

Reflejos y sombras cavernarias no cotizadas aún 
al valor del vértigo.

Si el mundo me dispensara su eje
enfocaría el ojo en un haz iridiscente.

Pero la visión es inestable 
en su deriva ondulatoria

enrarecida por un aire conmovido
por diásporas de grasa y numen.

Indecencia de esa mueca típica de ahorcados 
con fines artísticos.

Indecencia 
sin fines de lucro.

                                                             inédito 
                         




                                                 

HILITOS DE SANGRE
                                                             

                                                                    Perdóname 
                                                                    estaban deliciosas

                                                                        William Carlos Williams


Deja el dilema atado a la verdad 
en vez de comerte las ciruelas 
antes de irte
es razón fehaciente trazada
en ecuación tan dulce
en su dulcificada dificultad 
y en su inconveniencia
cuando el deseo queda en ayunas
desde un comienzo y no 
según te lo imaginas.

Ya no dejes de hacerlo
y aunque nunca dejes de actuar en la voracidad
persiste en el papel suasorio de la alondra
en su veracidad
o muere como ella
sedienta sobre el espejismo
de azul caudal que apura el torrente
al mar
donde nos gusta hacer lo que nos gusta
premeditada
precipitadamente
comerlas sobre la aspereza del pedernal
por si al fuego aspira el santo 
un alud de dulzura tal vez convenga
pero visto que no conviene al triste sino tristeza
atardeceres viciados de ti 
con tus miserias de hilván.

Hilitos de sangre viste el tiempo
amebas 
y más aún de lo dicho alude 
al pomposo vestir del paramecio
ya desflecado en su modo arcaico de reciclar
cilias en los pubis recamados 
del placebo carnal de los postreros
de una postrimería impune dirás
perdóname, perdóname
es que estaban tan dulces
tan deliciosas
como la masacre de un rostro sin máscara
a la luz de una peregrinación
cáscara de una bacanal
de un carnaval leproso
de una pérdida de sentido allí
en el guijarro del lecho mismo del limo
donde perla u oro palpitan bajo el lado acorazado 
del roce
pulido carozo
ante la inminencia del amor trepida
encendido de ardor porque para un necio 
nada mejor que una ameba
que sofoque el foco en la cópula de quien copula
con una ciruela 
precisamente
pero no, no es asunto de tu incumbencia
que la comiera ella o la comiese yo.

                                                                                  inédito 

        


                                                                                   

LA PIEL

La luz se avergüenza 
de la mancha roja de la sábana.

Boqueo el ahogo de una lunática exaltación.

El sol se alisa los pelos con el pie del hombre
y arroja al fuego una salivilla llena de escrúpulos.

Arde una ilusión y es un siseo de luz de luna,
una estela divagadora,
una ráfaga terca de orates.
La mañana augura un tizne,
la luz, avergonzada aún, clava en tu monte
su mentón.
Beber allí un almíbar libre de ansias
salva el día. Luego,
como el grillo en la noche amanecemos.

¿Qué hace un grillo en la noche?
Quisiste saber.

                                                                           inédito         
                                                                               






DESDE AQUÍ

No hay necesidad que resista la ráfaga de esta vida
en el desfiladero donde la necedad tiende la emboscada.
Se habla demasiado poco al cabo del ciclo
de lo que depara el futuro en el desfiladero.
Se habla demasiado de aquello
que el porvenir depara a los hombres de fe.

En el salón bebemos el vino y la leche de un mismo cuenco.
Resudan las piedras de la gruta un oscuro licor.
Y bebemos con la dispendiosa boca de las alabanzas
a Dios y a la resaca.

Se puede ver desde aquí el camino que conduce a la perdición, 
es breve como una vida partida en medio.
Algo de mí se va por ese camino
mientras algo de mí se queda.
Y en la maraña que se puede ver también desde aquí
lo que de mí se va se pierde en lo que queda.

Se enciende la luz del atardecer en las maderas.
Y el horizonte cercenado por la ventana
desde donde el paisaje disuelve el vuelo de un pájaro
que se embiste contra la niebla.
Tiembla y propaga su voz alta y peyorativa
al morir ante los muros sustentados por el arrecife de oro.

Se puede ver desde aquí la maraña y la telaraña,
la viscosidad de un sexo tramado sólo para entrampar.

El día teje al alba su argucia
con una voluntad enclenque y cazadora
y una buena provisión de huesos en el carcaj
pero resignado a un coto sin presas
que convenga a su estirpe y a sus tripas.

El bosque es oscuro
pero hay un claro
un claro de voces pavoroso.

Se puede apreciar desde aquí
la luna en horas que arde
junto a la zarza y el juncal.

                                                                       inédito
                                                                            





TREINTA

Bajo el sol que reseca el musgo del mundo
tiendo mi esterilla y duermo
puertos ocres
que declinan por la quilla
del viejo velero nipón.

No alcanza la mudanza del paisaje
son garras tiesas que ajustan las amarras
de un cielo en caída
y la sonaja incorde de un insecto parodia
el silbo de un zorzal.

Qué intenso dolor se cuela por aquí
en el flanco inerme del muelle.

En su muela hostigada por la caries
de un mascarón
rígido como el carrillo de una cariátide.

Quién blande el vago rodeo del timón
mirándole el pie sin miramientos.
¿Soy yo?

Una niña agita un banderín
una lengua íntima
amada y muda.

Con esa niña sueño ahora
cuando aún no los he cumplido.


                                                                               inédito









LA COSA

                                            
                                                      En esta subzona que ven mis ojos
                                                      la entrada a tu cuerpo, está la salvación.


el amor es una galería de concreciones carnales
donde la zorra rupestre es una falsa ilusión
hoy con la demolición del mundo lo sabemos
la cosa sin embargo
el deseo que es la cosa yace
en un abismo en perpetua ablución
donde la zorra rupestre nuevamente
es un signo que algún jurásico infame congeló en
la piedra jurando su asesinato a dios (bien muerto)
en nombre de ALGUIEN
                                        siempre el mismo
quien se complace en redactar la partida de
defunción (redactar un grafiti)
porque el amor es eso
un sistema subterráneo
donde la zorra finalmente
es un signo obsoleto.

                                                                      
                                                               de Trogloditas, 1987









3


Hazme caso entonces niñín
y dile a tu papá
que no te mande a la escuela

Y aunque creas que eres niño
–tontuelo aún–
hazme caso y dile ya
–¡viejo pelafustán
no me haz de obligar!

Dile también
–¡badulaque y haragán
no me hinches los garbanzos
y ve tú
si trincar tiernas doncellas
en verdad es lo que quieres!

Y si en remojo
haz de poner mis legumbrillas
ponlas ya
botarate y vil rufián
antes de que atice el fuego
donde he de arderte
de a trocitos en el trinche

Hazme caso entonces niñín
y verás tu fierecilla
saltarte desde dentro
y verás también
qué triste y vacío ante tus ojos
tu cuerpo sin sentido danza

¡Alza! Estentórea voz
que arda. O árdele en su
reino los ruedos del armiño.

Niño. Pues no lo dudes más
lee mi poemita
y mata a tu padre.


                                                              de Yo escribía un poemita, 1988









II

Y SÓLO VI DESESPERACIÓN Y MUERTE


                  Eterna, aquí estoy frente al lago que me refleja y fotografía, 
                  y esto es lo que veo: Me veo devorar a pedazos el cadáver y 
                  me veo al mismo tiempo desovarlo entero.

                                                                      Osvaldo Lamborghini


Y ante la decisión de escribir tu drama
no dudo en pormenorizar aquellos instantes fecundos
en que ciertas laminillas transparentes
formaban entre nuestros dedos
la gloriosa escarcha
que nos hacía iguales y diferentes.

(…)

Estábamos inmersos en la parsimonia vegetal
de un caleidoscopio.
Una alegoría estelar. Fluctuante.
Una constelación que se esparcía sobre la pizarra
donde escribíamos las nomenclaturas de las estrellas.
Signos y más signos. Guiños granulados.
Así esas cosas que llamábamos corpúsculos se enracimaban
en sombras sobre mí y yo te tanteaba.
Extraviada. Tu presencia extendida en el cuenco tierno
del universo sobrenadaba el descenso
laxo de la hipérbole.
Allí las tizas grababan su letra corrosiva. Y la acuarela,
en algebraico fluir, trasparecía
antiguas tachaduras.
Yo te palpaba y la degradación del cálculo
en absurdos garabatos e intrincadas anotaciones
sobrevenía fatal a mis sentidos.
Por ese entonces diseñábamos sobre el papel
una poesía torpe y confusa.
Enumerábamos el caos porque enumerar
era una manera de poner orden a nuestra economía.
Y tu luz mi luz lívida encendía
y la preciosa fuente en que las líneas se amplifican
nos reflejaba en la fusión abrasadora del delirio.

Una vez más
gravitamos en la nada…

                                          
                                                de El relumbrón de la claraboya, 1989








no hay caso
es el asco
y no puedo más con él

siempre fuera de mí como cosa soez

abrigo mi álgida esperanza en la pared
en la claridad que convoca el vano que
llama a caer fuera de este acoso es él

acaso cayera grave elevando aquello que
quiera vivir mi ingravidez
es el sopor mi ingravidez         el astro es
como elevándome mediúmnico en sofocada lucha:
¡oye mi ingravidez!

es entonces que desprendo en el ocaso
el final cegado de mi vida
en la vía es que me imprimo
de modo críptico

aunque siempre fuera de mí sea él
como cosa soez
como elevándome


                                                                 de Las purpurinas, 1989







I

En un pequeño agujero del mar
se alza Madagascar.

Allí emergen los cuerpos con platas engastadas.
Y las sombras que realzan los guiños, son allí,
dominios del silencio y la alucinación.

Mendicantes arenas platinadas
carcomen caracolas. Y el himen desgarrado
del poniente, déjase poner.

Canutos ubicuos. Razias de una noche
hendida por la luna. Duna subrepticia
o rémoras prendidas a la sal.
¡Madagascar!
¡Madagascar!
¡Bellas cremas del mal!

Urnas indecentes de la muerte.
He visto allí la yerta barca mordiendo la ribera.
Tesoros imprevistos y conchas festoneadas
de oropeles sinuosos.
Grafismos del azar.
He visto allí hirsutas matas
desplegando hedores en la costa.
Sahumando los fiordos –si los hay–
¡dirán que no!

Sobreviene el crepúsculo en la isla
y un crespón se bate sobre él
azuzando la oleada nerviosa.

He visto espuma extrañísima en la cima
de las olas: iridiscencias de un nácar seminal
para fina delectación de los sueños: rara mercancía,
exhibida en un mercado de exóticos exudados.
Carísimos. Joyas de un mineral
fluido como lágrimas.
Como sales humanas engarzadas
en la piel egregia de este mundo…


                                                                  de Madagascar, 1989










malecones quietos                             son postales
son también
                    timbales

diques percusivos

malecones quietos
zumbidos que se alejan                     que vuelven

giros
el cuadro es cruzado por zumbidos que se alejan
                                                          que vuelven

la maleza es soplada y el agua verdín
                                 donde los juncos
donde los patos
                                 donde las ondas son
jadeos
húmedas tablas
timbres crujidos
los patos cuaquean y se alejan
                               y vuelven
son timbres y partidas
prismas que abren y condensan y
                                                    quizá fulguren

malecones quietos
donde los patos aguardan morir

qué sitio escoges tú para dudar

necias indulgencias del agua
veracidad del fuego
                               aires en las aspas
y
 la tierra que goza lo impreciso
y
 quizá sobre sus tablas fije
malecones quietos
qué sitio escoges tú para callar…


                                                          de El océano, 1992









2

Como prefieras, como tú quieras; en tanto yo decida por ti que así lo hagas o tú desees que yo lo acepte, no te detengas. Por las luctuosas sombras de ese bosque en el que te pierdes con frecuencia, cuando yo espero que no me encuentres allí, reconcentrado, envuelto en las penum-bras del castillo. Por esas sombras que danzan según la eterna música de los grillos, de las ranas que habitan el pantano gris, ya no por mí, sino por ellas, podrías hacerlo tantas veces te plazca.
Por las noches, cuando el viento silba obstinado entre las ramas se-cas, escucho tu voz. Apagada y lejana, como si procediera de algún remo-to sitio de mi garganta.


                                             de Elíptica del espíritu, 1995








EL TERROR AL ACUARIO

En el acuario. Yo estuve allí. 
Su rostro tenía el pálido color de un pez tailandés. 
Boqueaba apenas. Ay 
cuánto deseé refrescar mis ojos con la espumante brisa 
del surtidor. 
Pero no estaba allí. Era en el acuario donde me hallaba, 
quieto, a la espera de un hálito. Un hálito imperecedero.

Allí: con mi rostro enfrentado al acuario
y el acuario enfrentado a mi rostro, también, 
como diciéndome algo apenas susurrado.
Nos cruzamos de pronto destellos de miradas. Pero ay
cuánto deseé no estar allí.

La noche última. Esa noche en que el pez agitaba 
su loca aleta caudal decidí caminar. 
Porque es sabido que caminar predispone al buen sueño 
e incluso a una laxa dispersión. 

A poco de andar el largo de un cuerpo 
caí en la cuenta de que llovía sobre mí y eso era grave.
Y llovía fuertemente y la gravitación de ciertas figuras 
me invitaba por fin al regreso. 

Retrocedí el largo de ese cuerpo por su borde, paso a paso, 
y el acuario se impuso allí, frente a la cicatriz viva del ojo. 
Entró por ella a él y   ay
la lluvia no dejaba de caer sobre mi rostro pálido y boqueante.


                                                                                              de Mixtión, 2014






LA ILUSIÓN DEL BOSQUE


1

Tupido: más bien despejado.
Al comenzar. Es un tránsito imposible.

2

Las funestas sombras de las frondas.
Allí: infecundo, inapropiado es
pensar.

3

Respirar: poco menos de un silbo.
En el alféizar, acodado, podríase
respirar si acaso hubiese.
Horizonte. Oblicua idea
en la fronda de 
funesta mentalidad.

4

La tentación de un claro
en la extensiva visión del rudimento.
De un posible acomodamiento
en el soleado sitio, hoy –trunco solar–,
lejos ya de conmovernos.

5

La corteza: su aspereza.
Anillos que circundan la savia 
en busca de un nombre
cuando la muerte llegue
y llegue.

6

Fibrosa y violenta
mordiente inmoderada.
Pronto allí nos podremos ocultar.

7

Una absoluta ausencia de imagen.


                                                 de Mixtión, 2014








MÚSICA INTERIOR

Delicadeza y suavidad te pido
como si tu felicidad fuera a sustentarse
en este acto. Con abrirte apenas al contacto
del alma y su vitalidad... En realidad, te pido mi desgracia.

De no pasar –por el cántaro el líquido se espesa–
que tu encanto realce tu hermosura –huellas
de la estela– que al gatear dejas a mi espanto.
Proverbial pasmosidad de tus ensayos.
Estoy para mirar por el rabillo de mi lengua 
tu ojo del hablar.

¿Prefieres por aquí o por acá?
Por acullá tanteo a tus espaldas en un descenso incidental.
La salivilla de los ángeles no alcanza
cuando el mal accede a su sitial.

Al abrigo de un humor dulcísimo
–humor del cenagal– me cobijo sin cojín
donde sedar un sueño.

Acabas de llegar cuando yo llego.
Acabas de entornar la puerta. A tus espaldas,
la sombra del espejo no nos mancha el aura celestial.

El manantial nos sobreabunda y nos sobrepasa.
Vanidades. Virtudes del amor.
El manantial que mana del rincón de tus pasiones. 
Tenues vibraciones del pudor.

Siempre detrás del tiempo, 
en sucesión,
sin alcanzar el éxtasis de la visión 
que enturbia en brumosa travesía, 
la mía, 
a la deriva va: vacía. 
Mi nave sin timón.

                                            
                                                de Mixtión, 2014





HUMUS

Más de lo que te di. Más aun de lo que me diste. 
O aquello que me prometiste. De ofrecértelo. 
Bajo el agotamiento de esperarlo así, 
fijada mi sombra al muro, 
y detenerme y mirarte, para no tocarte, 
para que me entregues ya lo prometido. 
Para que no desistas al amanecer. Temprano, 
cayendo la luz en catarata de los altos balcones. 
Dispendiosa luz contra mi sombra fijada al muro. 
Y la mañana con su fatiga lenta adormeciéndome. 
Y la cadencia hipnótica de tus propósitos 
siempre tan por encima de los míos, 
con esa modulación de la frase destinada 
a persistir en el viciado aire de la siesta. 
El hollín colgando de los altos balcones 
sobre el jardín urbano murmurante. 
Un motor. Y esas voces de niños como de regreso. 
¿Me lo habías ofrecido? 
Era de esperar mi aceptación, no un alejamiento. 
En la suposición de dos cuerpos estremeciéndose 
como los pétalos de esas rosas que pronto 
morirán en nuestro jardín.


                                                        de Mixtión, 2014


















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