lunes, 23 de enero de 2017

AMARANTA FREYA [19.889]


Amaranta Freya 

Seudónimo de Aleisa Ribalta (La Habana, 1971). Estudió Ingeniería en Telecomunicaciones, especializándose en Programación de Aplicaciones y Sistemas en IBM y tiene un Máster en Relaciones Internacionales otorgado por la Universidad Autónoma de Barcelona. Trabaja como profesora de asignaturas demasiado técnicas y muy lejanas a la literatura como: Diseño de Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación. Reside en Suecia desde hace ya casi veinte años. Sin embargo, escribe desde siempre poesía y piensa que los lenguajes de programación son también un modo de entender la comunicación y la literatura como forma vital de expresión. La poesía no ha sido la única pero sí una de las mejores fórmulas para sostener su exilio. Se considera una lectora vehemente, antes que nada. Escribe prosa esporádicamente, guarda inéditos algunos cuentos y ensayos. Junto a otros creadores participa en proyectos de difusión de la lectura y la cultura en general. Su primer poemario Talud será publicado próximamente.


Talud

Ah, eso de caer, tirarse toda,
tanto miedo a tanta altura.
El vértigo por fin ya, conquista
de despeñarse despeñada.
Ana cayendo, Ana al vacío
desde la ventana sorda
de ese rascacielos tirándose
tirada, caída, empujada.
Ana queriendo sangre
mucha sangre, más sangre
cada día, sangre de pollo,
sangre de mujer, sangre
de cualquier criatura
manchada o reinventada.
Ana hormiguita incansable,
pintando cuerpos de grana,
mutilando para crear
sin saber que un día el suyo,
minúsculo y sin levitar,
estaría completamente rojo,
reventado.

Ana que no murió
“de dos y dos son cuatro”
porque la tragedia de Ana
era la de querer crear
un universo totalmente suyo.
Algo desde donde poder
tirarse ya, despetroncarse,
que le supieran ella,
tanto que decir tenía.
Ana diciendo: ahora van a ver
por fin de lo que soy capaz.
Y yo queriendo escribir
estos versos inválidos,
dándoles mi voz para que
al fin sepas mientras
escucho la voz de Ana
cayendo al vacío reventada
en su penúltimo grito,
ya susurro
que me dice: dale, salta.



Urbe de la nada

                                            A Javier Marín

―Ninguna ciudad se parece a ésta―
me ha dicho el visitante.

En los atardeceres amargos,
cada fachada se sobrepone
al desteñir de todo
y emerge por sobre las olas,
como un arcoíris,
después de tanta lluvia.

La ciudad de las nostalgias,
y de los nostálgicos que la habitan,
ha dejado de ser.

Una parte de sí
ha huido tras el recuerdo.
La otra se acabó resignando con lo que sueña ser.

Y este existir entre la realidad y la fantasía
la hace humana, luego ninfa,
hasta volverla diosa.
Y un día cualquiera de no sé qué año,
te sorprendes adorando
la criatura de tu propio engendro.

Cuando te acercas a ella,
atraído por el influjo marino que despide,
eres sólo un soñador errante.

Pero cuando te arrastras
a refugiarte en su seno,
sorbido violentamente
por sus afrodisíacos vahos,
eres ya un perdedor,
un torpe enamorado de la nada.

―Ninguna ciudad se ama como a ésta―
concluye el visitante.
Y se marcha alucinado.



Piedra Blanca

Éste es un poema para inventar a Ulises,
para ponerlo a prueba,
como siempre.

Sabe que estoy sentada frente al mar,
que oigo cantar a las gaviotas,
pero no vuelve.

Ulises no llega. La última vez nos amamos
en este motel de la costa
sin ventanas.

Éste es un poema donde estoy sentada
sobre piedras blancas
que no lo son.

Todos los peces que encallaron aquí
perdieron el camino al mar,
sedimentados.

Sobre los esqueletos de miles de peces
se formó la arena blanca
de esperar.

Ulises, estoy en Piedra Blanca. Honda
la bahía, frente al mar
¿lo recuerdas?



Campo de Marte

Molote de habaneros
¡en verano ataviados!
para el gran acontecimiento.

Toldos sencillamente
transmutados
en sensacional
artefacto.

Portugués elegante,
más bien improvisado.
Empírico a chapuzas,
el toldero.

¡Bigotes! ¡Saco! ¿Tirantes?
Pajarita… casi un ingeniero…
¡Ah! Ir por arte de birlibirloque
de inventor a personaje.
Nuestro genuino Pérez.

El toldero,
navegante del
gran heliotransporte
dispuesto a tales hazañas
en la urbe más propensa
¡y dilo!, para la gran subida.
(Todo es allí grandilocuente
como nosotros mismos).

Globo que elevárase
repentino delante de los
atónitos y desventurados
(¡Joseíto, otra vez,
ese azar concurrente!)
ojos del distinguido público
allí por él concurrido
para perderse en un punto
cada vez más lejano
hasta dejarnos solo
la certeza de que aquí
todo lo que no vuelve
(el amor por ejemplo…)
es porque ha volado
¡como Matías, sí!
¿Pero a dónde?



Astro jodedor

                                    Para Alejandro Fonseca

Y ahora ponte el sextante al lomo
que no te faltarán constelaciones.

Puesto a catalogar
no te querrás perder
agarra brújula y azafea
y llévate una caneca
de aquello.

Sé que no puedes ni nombrarlo,
pero un día es un día.
Dáte el buche y pa´abajo.
Anonimemos eso.

Te advierto: las estrellas son curiosas
novias desde su propio azoro ante la nada.

Qué haces aquí y por cuánto tiempo
estarás, qué fue lo que te trajo,
caramba, cómo fue que caíste. En fin,
ese tipo de cosas que una estrella pregunta.

Tú no abras la boca, contempla
feliz y déjalas.

Sin prisa, enfoca el equatorium,
presume por vez primera de astrolabio,
sácales de remate un buen torquetum
despampanante y en desuso,
pa’ que sufran, bellezas.

Total, Galileo y el telescopio
se mueven ya patentados.

¡Ah! pero en eso de divisar el cosmos,
los golpes en la sombra, el cielo amplio,
el tiempo deslumbrado y tu ínsula
(de qué va a ser) del cosmos Barataria,
no te ganará nadie la pelea,
viejo poeta socarrón
astro jodedor maldito
hoy por la estela
de ti mismo
rejuvenecido.

Estos poemas pertenecen al libro inédito Talud.









-

No hay comentarios:

Publicar un comentario