martes, 15 de julio de 2014

CASIMIRO DEL COLLADO [12.324]


CASIMIRO DEL COLLADO

Casimiro del Collado y Albo (Santander, Cantabria, 4 de marzo de 1822 - Ciudad de México, 28 de marzo de 1898) fue un periodista, poeta y académico español que se estableció en México. Utilizó el seudónimo de Fabricio Núñez. Fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua.

Realizó sus estudios en el valle de Liendo, Villacarriedo y Burgos. En 1836 viajó a México. Conoció a José María Lafragua, junto con él furndó y codirigió el semanario El Apuntador, colaboró además con el Liceo, el Ateneo y el Museo, de esta forma dio a conocer su poesía y se integró al romanticismo mexicano. Utilizó el seudónimo de Fabricio Núñez.

Durante la invasión estadounidense trató de salvar la vida del periodista y capitán Luis Martínez de Castro, quien fue herido de muerte en la batalla de Churubusco. Es después de estos acontecimientos cuando cambió su estilo romántico por un estilo neoclásico en su obra y cuando escribió su "Oda a Méjico", la cual, está dedicada a José María Roa Bárcena. Asimismo, su obra refleja los sucesos históricos del momento: la agitación política, la peste, y las amenazas exteriores de la política internacional hacia México.

Viajó a España en dos ocasiones, en 1871 y en 1875. Conoció a Marcelino Menéndez Pelayo quien escribió el prólogo la segunda edición de su libro de Poesías. Fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua y fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua, en la cual, ocupó la silla IV. Fue amigo de Francisco Sosa Escalante, quien lo convenció para publicar su libro Últimas poesías. Murió en la Ciudad de México del 28 de marzo de 1898, fue sepultado en el Panteón Español.1

Obras publicadas

Entre sus obras principales se encuentran "Gelmira", "Canto a Santander", "En la muerte de mi hermano", "A Chapultepec", "La oda a Sabino Oapatía", "Liendo ó el valle paterno", "A la primavera", "Adiós España, y "Oda a Méjico". Sus libros fueron publicados con los títulos de:2

Poesías
Últimas poesías




decid si acariciasteis 
su tersa frente pálida, 
y besasteis sus labios 
que la púrpura esmalta. 

Así de Abril las flores 
sus cálices entreabran , 
meciendo sobre el tallo 
la pompa de sus galas. 

Así de vuestros besos 
goce azucena casta ,^ 
y os dé blandos olores 
en premio á pasión tanta. 

Si la hallareis por dicha 
entre las flores varias, 
6 entre juncias y yerbas 
la hallareis reclinada; 

decidle á mi querida... 
Mas no le digáis nada ; 
llevadle mis suspiros 
y con ellos el alma.







I. 

¿Por qué recuerda sin cesar la mente 
aparición de mágica memoria; 
mujer que humilla ante el Señor la frente , 
ángel que llora su perdida gloría; 

sílfide envuelta en trasparente velo, 
que de la tierra entre el fragor y el lloro, 
armonías suavísimas del cielo 
me revela en su cántico sonoro? 

Ángel, mujer ó sílñde flotante, 
en cánticos ó en lágrimas, contino 
de mi trémulo paso va delante , 
celeste guía en terrenal camino. 

Y esta visión de espléndidos colores , 
quizá Uusion que en mi memoria anida , 
siembra y esmalta de risueñas flores 
la margen del torrente de mi vida. 



II. 

Ebúrneo Crucifijo, antiguo lienzo 
de la Virgen y Madre sin mancilla, 
medio alumbra una lámpara amarilla 

con tenue oscilación. 
Del cortinaje bajo el albo pliegue 
ella cerca del lecho está de hinojos; 
clava en la Virgen los serenos ojos 
y dirige á los cielos su oración. 

El éxtasis fulgura en su mirada 
y del labio entreabierto en la belleza: 
divino amor, angélica pureza 
sus formas todas revelando están. 

Grave el recogimiento é invisible 
la contempla: el compás con que respira, 
la suavidad con que tal vez suspira, 
mudo el silencio escucha con afán. 





SU ORACIÓN. 

Vedla elevar á Dios el pensamiento 
en medio de la noche solitaria, 
y en el fervor de mística plegaria 
derramar el ingenuo corazón. 

Contemplad, al través del rostro hermoso, 
cuánto acrece del alma la hermosura 
la fe, que dicta á terrenal criatura 
sincera devoción. 





III. 

¡Ya el laúd su mano toca! 
En él preludios evoca 
de las arpas de Slon ; 
y en su rostro macilento 
se refleja el movimiento 
de la interna inspiración. 

Brota el himno en su garganta: 
el aura tm eco levanta 
batiendo el ala sutil ; 
pero á tan sacra armonía 
ninguna otra voz sombría 
se mezcla de tierra vil. 

No llega á su absorto oído 
el escéptico gemido 
del ignoto ¿qué será? 
Porque hora su casto seno 
á todo acento terreno 
sellado, cual tiunba , está. 

Y sus sagradas canciones, 
y los armónicos sones 
de su modesto laúd, 
dispiertan eco sonoro, 
cual suele lejano coro 
en la nocturna quietud. 

Acaso en dorado ensueño 
mira el aspecto risueño 
de la alma divinidad; 
ángeles que en tomo vuelan, 
espíritus que la velan 
del mundo la realidad. 

No de rosas virginales 
ni de rizos en raudales 
toca la nevada sien; 
la inocencia que la escuda, 
de todo ornato desnuda, 
la hace más digna de Edén. 






SU ORACIÓN. 

Como una mística idea 
la imaginación recrea 
y enaltece el corazón : 
el mio la diviniza 
y en su culto simboliza 
la dicha, la religión. 



IV. 

Cual bálsamo espira 
viola solitaria, 
así tu plegaria 
el alma exhaló: 

la luna de Mayo 
entonces su rayo 
naciente, en desmayo 
de Ajusco apartó. 

El aura se agita ; 
tus preces ya sube 
al éter, en nube 
de tenue color : 

las arpas pulsando 
querubes, cantando, 
las van elevando 
al pié del Señor. 

Y esparcen en tomo 
tan suaves olores, 
que envidia á las flores 
de los campos dan; 

y tales concentos, 
tan dulces acentos, 
que los elementos 
absortos están. 



V. 

Astro de mi oscura vida, 
imán de mis ilusiones , 
palma en la margen crecida 
del torrente de mi amor; 

en tu oración, como tu alma 
y cual mi cariño pura, 
no olvides mi desventura , 
ruega por mí al Creador. 

Que cuando un ángel entona 
sacros himnos, le oye el cielo. 
porque sus preces abona 
la inocencia primordial: 

y ángeles cual tú, Dios ama, 
porque su frente sencilla , 
casi despojada brilla 
de la mancha original. 

Mientras yo con la fiereza 
de orgullo y duda marchito, 
frágil vaso de impureza, 
no soy más que im pecador. 

Por eso, si tu plegaria 
elevas en noche oscura, 
no olvides mi desventura 
y ruega por mí al Señor. 

Recuerda el rudo combate 
en que al fin mi fe se acendra; 
pero que en el alma engendra 
frutos de acerba inquietud. 

Recuerda que á todo esquivo 
y á tu culto consagrado, 
vivi tibio ó descuidado 
del culto de la virtud. 

Y aun hoy, en horas de llanto, 
dado al arrepentimiento
no el alma al ciélo levanto, 
vuelvo los ojos á tí: 

á tí , dulce intercesora , 
tanto en caridad ardiente» 
que pides para tu frente 
el rayo que merecí. 

¡Ancora de mi esperanza! 
¿qué fuera ya de mi vida, 
de mi eternidad perdida 
por la duda y el error; 

si en el silencio nocturno 
tus místicas oraciones, 
tus sinceras oblaciones 
no alzaras por mí al Señor? 



VI. 

Vision celeste con terrenas galas, 
ven tu oración á dividir conmigo; 
ven, que las plumas de tus blancas alas 
me den á un tiempo dirección y abrigo. 

Ven á calmar este febril ensueño 
que está rompiendo mi abrasada sien :
ven á velar del moribundo el sueño, 
dulce ilusión de mis sentidos, ven. 

Ven en las ondas del callado viento, 
del arpa en la encantada vibración , 
para calmar mi loco pensamiento 
con la voz de tu mística oración. 

Ven ; uniré á la tuya mi plegaría , 
puesto en la tierra cabe tí de hinojos : 
Dios la oirá en la noche solitaria , 
y el triste llanto secará en mis ojos. 

Vision celeste con terrenas galas, 
ven tu oración á dividir conmigo : 
ven , que las plumas de tus blancas alas 
me den á un tiempo dirección y abrigo. 

Julio 1841. 





ESPERANZA PERDIDA. 


FANTASÍA. 

I. 

PRELUDIO. 

Flor de balsámico aroma 
que alegraste con tus galas 
de mi niñez el pensil; 
amilladora paloma 
que abrías las tiernas alas 
á los céfiros de Abril: 

perla de orientales mares 
que el hado impulsó perdida 
á la playa de mi amor; 
musa de aquellos cantares, 
primicias de voz movida 
de deseo y de temor...  

¿ Qué se hicieron tus olores 
y aquel tu sentido arrullo, 
expresión de un dulce afán ? 
¿Dónde los claros albores 
que eran del golfo el orgullo? 
Mis cánticos ¿dónde están? 

La ventisca bramadora , 
trozando el tallo, de galas 
despojó la linda flor; 
y del ave arrulladora 
rompió las sonantes alas 
con que volaba á mi amor. 

Corvos se alzaron los mares 
la perla hundiendo en el cieno 
con ronco espantable son ; 
y el genio de mis cantares 
apagó al fragor del trueno 
la luz de mi inspiración. 

Hoy recuerdo inmortal de aquellos donde 
se alza del corazón en lo profundo , 
de mis horas fatídicas , impías , 
el lentísimo curso  iluminar. 

Así , pendiente de artesón dorado , 
frente al altar de fúnebre capilla, 
escasa luz de lámpara amarilla 
suele las sombras trémula alumbrar. 

Hoy, en la redondez del orbe aislado 
como arbusto en la arena del desierto, 
vivo á la pena y al deleite muerto, 
no volverá mi labio á sonreir. 

Aun si me doy á sueños de esperanza 
para engomar del alma la tristeza, 
viene el dolor mi lánguida cabeza 
con su brazo de bronce á sacudir. 

Hoy la soberbia lira abandonada 
en las amargas ramas de los sauces, 
el curso de los ríos en sus cauces 
no detendrá con canto halagador : 

y la ambición ardiente del poeta , 
sos delirios de fama y de ventura 
serán en su presente de amargura 
lo que un ayer sin lágrimas de amor. 

¡Adiós, sueños de paz y bienandanza: 
rosas fuisteis del huerto de la vida, 
que la brisa aduló de una esperanza 
ya para mí perdida! 



ESPERANZA PERDIDA. 

II. 


ALEGORÍA. 

La noche era densa, oscura, 
y con voz enronquecida 
bramaba la mar herida 
del soplo del vendaval: 
y pobre nave fluctuando 
entre combatidas olas, 
bogaba en el mar á solas , 
sin estrella ni fanal. 

Las anclas de la esperanza , 
las velas de los deseos 
eran deshechos trofeos 
del huracán mugidor. 
No via el bajel el norte, 
ni via playa arenosa ; 
porque es la playa una hermosa , 
porque es el norte un amor. 

Y hay bajeles en los mares 
que en las noches tempestuosas 
buscan amores y hermosas , 
norte y playa sin hallar: 
cuando hay otros fortunados 
que, siguiendo rumbo incierto, 
hallan un amor y un puerto , 
norte y playa sin buscar.  

La noche era densa, oscura 
y con voz enronquecida 
bramaba la mar herida 
del soplo del vendaval. 
Bogaba el bajel perdido, 
cuando columbra á lo lejos 
de blanca luz los reflejos 
que era una estrella ó fanal

La orilla estaba cercana, 
que está el fanal en la orilla, 
y entonces con rauda quilla 
el mar la nave cortó. 
Y la luz iba creciendo , 
como crece la esperanza 
cuando ya cerca se alcanza 
la dicha que se soñó. 

La brújula antes giraba 
como los vientos movible. 
y hora trémulo, apacible 
marcó la luz el imán: 
se estremeció como suele 
un corazón en la ausencia 
con la súbita presencia 
del objeto de su afán.

Corre el bajel: ronco el viento 
preña su frágil entena, 
y toca la blanda arena 
donde le aguarda un amor: 
donde halla un puerto y un norte , 
y una calma que no altera 
del ponto que ruge afuera 
el estruendoso rumor. 

Mas súbito desatado , 
el torbellino recrece , 
y azota bronco y remece 
las blancas olas del mar ; 
que inmensas, como montañas, 
queriendo escalar el cielo , 
descubren el hondo suelo 
do se vuelven, á estrellar. 

Y tornan a levantarse 
con resoplante rugido, 
como el atleta caído 
del suelo en que resbaló ; 
y arrancan ¡ ay ! de la orilla 
la barca , cual leve pluma , 
y blancos montes de espuma 
en tomo la mar alzó. 

¡Pobre bajel! ¿Dónde, dónde 
hallará seguro un puerto , 
y en medio del mar desierto 
cuál su destino será? 
¡Quién sabe !... Negra es la noche ; 
la tormenta aterradora, 
el mar sin playas... ahora 
el frágil batel ¿qué hará? 

Irá surcando los revueltos golfos 
azotado del ronco torbellino , 
y quedará ignorado su destino 

del polo entre las nieblas ; 
ó si escollo de hielo en rudo empuje 
al seno del abismo le derrumba , 
caerán sobre él para cubrir su tumba 
las ondas, las tinieblas.




DON CASIMIRO DEL COLLADO

CUENTA Esteban de Garibay en sus Memorias , que hablando en cierta ocasión con el cronista Pedro de Alcocer, díjole éste con orgullo toledano: «No pensé yo que en Vizcaya había letras, sino armas», a lo cual, digna y reposadamente, contestó el historiador de Mondragón: «Háylas, señor: húbolas siempre, y yo soy el mínimo de ellas.»

Si no fuera tan feo pecado la vanidad, aun la de patria y linaje, algo por el estilo, y quizá con mejor razón, debiéramos contestar los montañeses a los que tienen a nuestra gente por ruda y de pocas letras, aunque ladina y cautelosa. Decir, como cuentan que dijo Lista, que «del Duero allá no nacen poetas», no pasa de ser injuria gratuita, y absoluto olvido de nuestra historia literaria. Dejemos que asturianos, gallegos y vascongados se defiendan por sí: en cuanto a nosotros, ¿cómo olvidar que montañés era el Pedro de Riaño, autor del Romance del Conde Alarcos , superior en bellezas de sentimiento a todos los de nuestra poesía popular y semipopular y adorado y admirado por Madama Stael: que Rodrigo de Reinosa se llamaba el maligno juglar que aderezó el Romance de la Infantina , tan agudo y picante como un fabliau francés y más sobrio que ninguno; y que desenfadadamente trazó los cuadroscasi aretinescos de las Coplas de las comadres y en infinitos pliegos sueltos derramó los rasgos de su fecunda y maleante vena, no menos que los dos escolares Juan de Trasmiera y Jorge de Bustamante, autor este último de la comedia Gaulana y traductor de Ovidio, ¿Y nació, por ventura, a orillas del Tajo, del Betis o del Guadiana, el ingenioso autor de los Empeños del mentir, de El trato muda costumbre y de El montañés indiano , comedias imitadas por Molière y por Le Sage, don Antonio de Mendoza, a quien llamaron el Discreto de palacio y que en lo lírico brillaría más si sus discreciones conceptuosas no enturbiasen el fácil raudal de su vena en sonetos y romances?

Esto sin contar con que además de vencer reyes moros , engendramos quien los venciese, y del solar de la Vega salió aquella fiera y alentada rica-hembra, madre del marqués de Santillana; y del valle de Carriedo vinieron a Madrid, por cuestión de amor y celos, los padres de Lope; y del valle de Toranzo los de Quevedo, que de montañés se jactó siempre.

Y viniendo a tiempos más cercanos, al siglo en que vivimos, nadie negará el título de poetas, y de no vulgares dotes, al santanderino Trueba y Cosío, que manejó la lengua inglesa con mayor elegancia y brío que la suya propia, y enarboló, antes que ninguno, la enseñanza romántica, alcanzando en la novela histórica, al modo de Walter Scott, lauros todavía no marchitados; a Camporredondo, que, con trabas de escuela y rasgos no infrecuentes de prosaísmo, se levantó a veces de la medianía, en algunas de las rotundas y bien cinceladas octavas del canto de Las armas de Aragón, en Oriente y en la oda A los antiguos cántabros ; al melancólico y delicado Silió, honra de Santa Cruz de Iguña; al incorrecto y desmandado Velarde, de quien se ufana Hinojedo; al terso y clásico Laverde; al desenfadado y gallardísimo narrador de las aventuras del Jándalo y donoso y realista parodiador de la poesía bucólica en Los pastorcillos , don José María Pereda, poeta cómico asimismo de fácil y abundante vena; a Juan García (Amós de Escalante), imcomparable maestro de lengua, así en prosa como en verso; a Adolfo de la Fuente, traductor dichoso de Víctor Hugo y a tantos más, de quienes fuera prolijo hacer memoria.

Montañés es también, aunque no todos lo saben, el señor Collado (cuyos versos va a saborear el lector), y paisano mío dos o tres veces, como nacido en mi provincia, en mi ciudad y hasta en mi barrio y calle. ¡Imagínese el pío leyente si le tendré afición y cariño! Pero no han de ser éstos parte a torcer lo recto y riguroso de mi justicia y pienso que mis elogios antes han de parecer fríos y mezquinos que hiperbólicos o dictados por la amistad y el paisanaje. Tal y tal grande es el mérito de los versos del señor Collado, de cuyas circunstancias voy a informar al público, ya que alejado casi siempre de la Península mi amigo, su nombre no ha alcanzado hasta ahora en España toda la notoriedad y fama que merece.

Nacido y educado en Santander el señor Collado, fué a demandar, como tanto y tantos otros montañeses, el secreto de la tortura al Nuevo Mundo, y la fortuna se le mostró risueña y propicia; pero nunca, auna en medio de los azares de la vida mercantil e industrial, le hizo olvidar el sereno culto de las Gracias que por primera vez acariciaron su mente en el trasmerano valle de Liendo, al sonar en sus oídos la voz

                  del docto sacerdote, a cuyo celo 
                  debí entender los que el glorioso Lacio 
                  dió a las humanas letras por modelo. 
                  Marón y Livio, Cicerón y Horacio.

Quiere esto decir, que la educación literaria del señor Collado fué severa y rigurosamente clásica y que en tal concepto se parece poco a otros poetas del Norte de España: a pesar de lo cual, hay en su vida una larga época independiente y revolucionaria y aun puede decirse que fué en Méjico uno de los corifeos del romanticismo. Nótese que hay versos entre los suyos, fechados en 1840 y 41: en el período álgido de aquella calentura poética.

No condeno yo las tendencias que entonces siguió mi paisano, ni habrá quien tenga valor, si es artista, para condenar aquel movimiento que devolvió a nuestra poesía su independencia, plenitud, gala y generoso abandono, perdidos casi desde los tiempos de Calderón, y sembró como rastros de luz a su paso, la amplia y vigorosa concepción de Don Alvaro , las pompas de la Inmortalidad , de Espronceda, y los Romances Históricos , del duque de Rivas, y El Cristo de la Vega y El Capitán Montoya , de Zorrilla. ¿Cómo resistir a tales esplendores un mozo de aquellas calendas, y más si (como el señor Collado) era docto en lenguas extrañas y conocía otros romanticismos, y podía embriagarse de color y de música en las Orientales y en las Hojas del Otoño , y escuchar absorto las penetrantes y desusadas armonías de Childe-Harold , del Pirata, de Lara y de la Novia de Abydos?

Pero no ha de negarse que lo que aquí llamábamos romanticismo, sirvió de pasaporte a una literatura tan falsa, amanerada y convencional como las Arcadias y el bucolismo del siglo XVIII, y fué una calamidad en manos de los poetas mediocres. El toque estuvo en prescindir de ciertas formas e invocaciones mitológicas, en preferir asuntos de la Edad Media y en variar mucho de metros, en no hacer anacreónticas o églogas, sino orientales, fantasías, pensamientos o fragmentos , donosa invención este última para disimular lo vacío o incoherente de la idea y del plan. Y a vueltas de todos, siguió estudiándose la naturaleza no en sí misma, sino en los libros y la expresión de los afectos continuó reducida a vana y ampulosa palabrería, ya la Edad Media diósele un colorido que nunca tuvo, y el convencionalismo y los versos del troquel lo inundaron todo, y del Extremo Oriente, y de los oasis y de los harenes, dijéronse tales cosas que la gente, hastiada de falsos idealismos, ya de pastores, ya de moros y cristianos, acabó por echarse en brazos de un naturalismo más o menos sano que, vario e inmenso como la naturaleza misma, abarca infinitos grados desde la candorosa descripción de costumbres rústicas hasta las postreras heces de la realidad.

Fué el señor Collado poeta romántico, pero de los buenos e inspirados, y libre, generalmente, de los vicios de la escuela. Bastante prueba dan de ello los pocos versos de su primera época, que ha querido conservar en esta segunda edición. Porque es de saber que con exquisito gusto, y cual si no se tratara de hijos propios, ha cercenado cuanto le pareció endeble, y aun las mismas composiciones salvadas se presentan hoy muy otras de como en la impresión de Méjico se leían.

Estas primeras poesías, todas ellas agradables y amenas, están, con todo eso, muy lejanas de anunciar al acicalado hablista, al maravilloso versificador, al espléndido poeta descriptivo que veremos después. Siempre vienen las flores antes que el fruto, y no madurará éste en un momento. Antes de volar el poeta con alas propias, antes de contemplar cara a cara aquella opulenta naturaleza americana y hacer poesía de veras, hizo poesía de artificio: orientales y leyendas, géneros radicalmente falsos, en que siguió las huellas de Zorrilla. Casos hay en que el imitador no se queda muy a la zaga del modelo, superándole, por de contado, en limpieza y relativa correción de estilo y lengua, cualidades de que nunca prescindió Collado; pero más que estos ensayos agradarán de fijo al lector, por los espontáneos y bien sentidos, los versos de amores, tristezas y afectos personales, que hacia el mismo tiempo compuso el poeta. Laura en el templo, El ave sola, En la iglesia de... y algunas otras, tanto mejores cuanto más breves, porque el verdadero sentimiento lírico no se aviene con amplificaciones y desleimientos, se apartan de las rutinas de escuela, y entran algo más en la genialidad artística de nuestro poeta.

La cual se va acentuando más y más en los que pudiéramos llamar versos de su segunda manera : en las octavas Al amor , v, g.; en la Indiferencia , donde ya la descripción es arrancada de la realidad y no imitada de los autores favoritos; en la Meditación y en el Paisaje , donde además de la tersura de estilo, asoma ya la tendencia meditabunda y moralizadora que domina sin rival en los últimos versos de Collado. Indudablemente su estilo y gusto se iban modificando con los años: otros estudios, otras costumbres, otro mundo pedían cantos nuevos. Collado lo entendió así, y tuvo el valor, si no de quemar lo que había adorado (porque fuera excesiva crueldad pedir de un hombre que absolutamente renunciara a las dulces memorias de la infancia y de la primera juventud), a lo menos el de arrojarse resueltamente por nuevos derroteros, hacer con pensamientos nuevos versos de hermosura antigua, expresar clara y sencillamente lo que sentía y lo que veía, y amamantar su musa en los pechos inexhaustados de la madre común Naturaleza. Entonces brilló en su frente la luz de los elegidos, y sonó en sus labios el único canto digno de estos tiempos:

           El himno de la fuerza y de la vida.

Y desde entonces (no dudo en asegurarlo) púsose mi conterráneo al nivel de los primeros líricos españoles, y encontró acentos propios y vigorosos para toda idea y toda pasión, colores y formas para todo espectáculo de la naturaleza. La lengua estudiada por él con amor más que filial, le abrió sus más recónditos tesoros y camarines, y derramó sobre sus cantos lluvia de perlas y de flores, no de las postizas y contrahechas, sino de las que reserva para sus vencedores. No encontró rima indócil, ni estrofa reacia: el pensamiento y la palabra no fueron en él como el cuerpo y la vestidura, sino como el cuerpo y el alma: la estrofa salió alada y vibrante del taller de la idea, y el estilo tuvo, en los mejores momentos del poeta, una trasparencia y perfección, que hubieran enviado Pesado y Carpio, lumbreras del clasicismo en Méjico. La poesía descriptiva fué para Collado el campo predilecto. El mismo Andrés Bello, autor de la incomparable Silva a la agricultura en la zona tórrida , miraría con celos la Oda a Méjico , donde, con más briosa y pujante entonación que en la suya, hay el mismo amor y esmero en la descripción de pormenores y en lo peregrino y bien adecuado de los epítetos: obra maestra, a la cual sólo daña el excesivo empleo de los recursos onomatopéyicos.

Collado ha recorrido con igual fortuna todos los tonos de la lírica castellana, desde la entonación cuasi épica de las octavas a Chapultepec y de la oda Al sabino de Popotla , hasta el hondo sentimiento elegíaco, que palpita en Liendo o el valle paterno , más inspirada y no menos elegante composición que la de Gray Al cementerio de mi aldea : desde la apacible serenidad, al modo de Fray Luis de León, de las liras A la Primavera , hasta la acerada y juvenalesca indignación del Adiós a España , modelo de sátira política.

La variedad de asuntos y la flexibilidad de ingenio, son dotes de las más características de Collado. Pero el elemento descriptivo predomina en él sobre todo. Pocos, muy pocos vates castellanos han poseído como él el sentimiento de la naturaleza, en todas sus variedades y matices. Así, la contemplación reposada y la íntima fruición en la oda Desde el Retiro , contrastan con la brillante, aunque un tanto didáctica, exposición de las evoluciones geológicas en Ciencia y creencia , donde (si he de decir lo que siento) fuera de desear más claridad y menos dudas.

En el manejo de la lengua y en el arte de la versificación, ya he dicho que el señor Collado es maestro: si de algo se le puede tachar es de exceso de artificio y de buscar dificultades por el placer de superarlas. Numerosas, rotundas y llenas son sus estancias: felices sus inversiones y latinismos: variadas y nunca vulgares sus rimas y aplicados con horaciana novedad sus epítetos. Véase una ligera muestra de la manera cómo versifica y describe:

                               En las regiones donde eterno estío 
                         el vigor de su aliento desparrama. 
                         y apenas el ajófar del rocío 
                         consiente el alba en la menuda grama, 
                         con ardoroso arrullo 
                         las auras lisonjeras 
                         halagan el orgullo 
                         de plátanos y cocos y palmeras: 
                         allí por entre ovales 
                         hojas, blanco algodón rompe el capullo 
                          en copos desiguales: 
                         encorvados nopales 
                         los insectos preciosos atesoran, 
                         que de Tiro la púrpura mejoran; 
                         del café más allá verdes arbustos 
                         las habas insomníferas despliegan, 
                         de copudos naranjos a la sombra 
                         que en azahar y aroma el campo anegan; 
                         y más lejos, más lejos los manglares 
                         do alimañas innúmeras se esconden, 
                         con solemne murmurio corresponden 
                          al compasado estruendo de los mares.

                                                    (Oda a México.)

Y así está escrita toda esta inmensa silva, sin que se detenga un punto el raudal descriptivo, que ora resbala entre flores, ora ruge con la voz de las tempestades y de los volcanes. El poeta lo recorre todo, desde el inquieto hervor sañudo

                         del eléctrico incendio, que aún trabaja 
                         las vísceras gigantes de la tierra,

hasta el diamante de los lagos, engarzado en cerco de verdura ,

                         donde Natura reservarse quiso 
                         tálamo a sus deleites prodigioso, 
                         cuyo cielo arrancó del Paraíso.

                                              (Desde el Retiro.)

Mientras viva la lengua castellana han de vivir tales composiciones, y cuando apagados los entusiasmos y odios contemporáneos, se juzguen las cosas por su valor absoluto y no por el aplauso y boga de un día, aprenderán de memoria nuestros nietos en las antologías y ramilletes poéticos, la pintura del camino de Puebla a Méjico.

                   Atrás fueron quedando 
                  de Tepeyác el risco milagroso, 
                  tanto al devoto pecho venerando: 
                  las que erigió el Tolteca 
                  pirámides egipcias, tumba o ara: 
                  el hondo valle do el mayor caudillo 
                  la rota de fatal noche repara 
                  con victoria y laurel de eterno brillo: 
                  Tlaxcala, que entre cerros el encono 
                  y el probado ardimiento disimula: 
                  al pie de informe, verdinegro cono, 
                  la sagrada Cholula: 
                  granjas, aldeas, lomas y planicies, 
                  en agave inebriante y miés opimas, 
                   y en sucesión de extensos panoramas, 
                  campos que el Cáncer agostara en llamas, 
                  sin el frescor de las nevadas cimas.

Collado encuentra casi siempre la frase única y feliz, la que no se borra nunca de la memoria: v.g.:

                   En rudos tronos, cual dictando leyes, 
                  rígidas momias de los indios reyes.

                                              (A Chapultepec.)

Un Niágara de luz , la toga glacial de los volcanes, la Ilion de los lagos , son frases que bastan para acreditar a un poeta.

Imposible parece que un vate de tan robusta entonación y arranque y de tanto lujo descriptivo, haya conseguido asimilarse el espíritu de Fray Luis de León, hasta el grado de pureza y tersura, que se admira, por ejemplo, en estas gallardas liras:

                   ¡Beato el que se aleja 
                  de las flores de abril, que el deleite abre, 
                  y cual próbida abeja, 
                  con las que el juicio entreabre, 
                  panal de ciencia y de virtud se labre!

                   Tú que del alma mía 
                  eres íntimo afán, ansia primera, 
                  a quien prudente guía 
                  materna consejera 
                  por los pensiles de la edad ligera, 
                  atenta sigue el blando 
                  eco y ejemplo de la madre amada, 
                  y en virtudes medrando, 
                  y en buen saber lograda, 
                  házte a la seria edad aparejada.

                                              (La Primavera.)

Los afectos suaves, ya de familia, como en esta oda y en la verdaderamente conmovedora Elegía , de la página 257, ya de patria, como en Liendo o el valle paterno (que es para mí las más simpática de todas las joyas que van en este tomo, y tiene pasajes de una hermosura y sencillez homéricas), ya de religión, como el hermoso himno

                  Rompa mi voz en cántico sonoro...

encuentran en Collado un delicadísimo intérprete. El poeta de sentimiento vale en él tanto como el poeta descriptivo. ¡Feliz quien sabe hermanar los afectos y las imágenes, porque ésta es la poesía! Y feliz yo, que puedo revelar hoy a España un verdadero poeta, y decir con orgullo que es de mi tierra y amigo mío.

[1] Nota del Colector .-Prólogo a la 2.ª edición del libro Poesías de don Casimiro del Collado. Madrid, Fortanet, 1880.

Se colecciona por primera vez en Estudios de Crítica Literaria .













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