jueves, 30 de agosto de 2012

SERGIO MADRID [7.632]



Sergio Madrid 

Nació en Iquique, CHILE en 1967. Actualmente vive en Valparaíso, sin nostalgia de ningún lugar de la Tierra, de no ser el desierto. Es poeta, y ha publicado Voz de locura (Ed. Altazor, 1988), El Universo Menos El Sol (Ed. La linda pelirroja, 2000) y Elegía Para Antes de Levantarse (Ediciones del Gobierno Regional de Valparaíso, 2003). Ejerce la docencia en el Instituto de Arte PUCV.



LAS RUTAS DEL VERANO

el ave se apoya en mi brazo
no porque el brazo signifique el mundo
ni porque en él radique un poder especial
sino porque el brazo se yergue con firmeza
y señala las rutas del verano
el brazo es un ojo un mirador
y las aves cruzan su límite


VISITA DEL ÁNGEL

un sumo bien alterna con el mundo
mi vicio conecta los mundos diferentes
mi mujer no entiende
que en ella vi lo mismo que en mi vicio
un sumo bien que toma forma
plena circular salvaje
se requiere de otro para alternar con el cielo
quien ansía azur agoniza en otro cuerpo
se envicia del fino perfil de su mujer
sin haber deshecho el poema

—no llegas al poema sin haber sido joven
reprochado a la ciudad
las cosas que no te dio y no hallaste
el caso es que no fuiste feliz
ignorando el hilo de tu atuendo y tu casa
ahora nostalgias
mañana un sin amar a quien
únicamente sabe ser el ideal
porque una cosa es decir ángel
y otra es tocarlo



ANGST EN TRAJE VERANIEGO
a Bruno Cuneo

no creía en la frontera de las cosas
que en otro tiempo fueron infinitas
ni que ahí empezaría la depresión del verano
ni en la necesidad de enganchar la mano
a la rama de otro cuerpo

la conversación amable de los hijos
la posible enfermedad de un abuelo, los
recuerdos de una finca llena de aventuras
confundidas con las charcas del olvido
y el porvenir

lo hicieron tal vez dudar

no sabe decir si el verano es sólo ese sol
y este ocio
no sabe decir la columna que sostiene su casa
ni nombrar el gato que en la ventana lame la refracción
de la luz

—nada nueva es la luz, su perfil de belleza es viejo
como empedrada calle de un viejo puerto
por donde pasaron los primeros burros de carga

no tiene el diezmo que el universo cobra
ni el trigo que en la cocina la mujer transforma en milagro
no hay dinero posible
ni gran ingeniero
para pagar o vender
el ocio de este verano



EMBROLLOS EN LA TINA

de los inventos de la vida
la muerte es gran acreedora
no así el amor cuya única
fórmula es azar y coincidencia

así se define cada rumbo
como el azar de nacer, por ello
se podría decir que nada somos
sino esto, esto, o aquello

con un significado roto
como la espuma que busca
siempre el aire que la conserva
hasta que el agua

la aplaca



EL UNIVERSO MENOS EL SOL

esta es la noche en casa, en el tedio del hogar
solo, fragmentado, haciendo un gesto raro
a la comunidad imaginaria, en fin, es la noche
rotulada la privacía, hora de reflexión o sueño

es la calle también, porque te asomas y continúas
hacia afuera como la noche, y no te sorprende ver
que no ves. Y es e árbol también. Es el universo
menos el sol. La intimidad apesta

allá lejos en el cerebro qué se esconde
en la forma del pez que se escurre de las manos

allá lejos en la cabeza qué pájaros
se derraman sobre el agua atormentada de los charcos

es la letra también, roedora del vacío
en la privacidad más enfermiza, agotada
de tanta noche, detrás de la ventana ideando
unas torpes palabras—


CANTO DE AMOR CONTEMPLATIVO

ella se viste coralmente, aún el vapo
de la ducha está fresco en sus ojos, el aire
es gas hacia el cielo, sus vestidos se mueven
sinuosamente en el laberinto del amanecer
ella dice es temprano, y lo puede hacer, es
joven en el palacio del tiempo, sus mejillas
redondean el mundo, puede salir o quedarse
romper el alba con deseo, anunciar la tarde
o pedir un viejo bastón a qué aferrarse, puede
cambiar el mundo con un dedo índice, ella
puede soñar cosas triviales, puede errar
porque es temprano, según le oigo, aspirar
el gas de música, tocar el oxígeno inasible
con su voz fácil en medio de la tarde lucirá
otro maquillaje, su cuerpo exhibirá fragmentos
de ruina cambiante y belleza de piedra, rasgos
de deseo persistente, en sus ojos el sol lleno
le restará mirada, pura estará, sorteada
por las manos de la atmósfera, implacable
como el clima


ÁNGEL

el bailarín es de cierzo
en su vacío se graba la vendimia
—lo que no yace siempre estuvo—
no regreso a las cosas perdidas
aunque a veces lo pretendo

si por nostalgia
se emprende el porvenir
en lo posible mis amigos giremos
como un bailarín que es sólo cierzo
en la ciudad que es libre

son espléndidas las campanas
en la ciudad que se abre al mar
nos disputamos las cosas
que todavía tenemos y quisiéramos
a veces conservar

—lo que no yace siempre estuvo—
la ciudad es libre
como el largo paso del bailarín de cierzo
donde las vendimias
se graban y se borran



ELEGÍA PARA ANTES DE LEVANTARSE

no dejar que la noche dicte la sentencia del día
para que no haya más dictadura de la luna
en la ciudad de los hombres despiertos
¡hacerse cargo de estas cosas! La ciudad
y sus fragmentos concretos, la similitud
de las mentes ingenuas y su entorno
con características diversas y móviles
en tonto diálogo con el universo, ese raro trabajo
del espíritu —no dando la espalda a los pequeños
acontecimientos humanos— de frente
como hombres sin feminismo y sin machismo
como hombres y mujeres, animales razonables
tiernos como la belleza —y el catre de luz

¿y el catre solitario? Que los gatos
te acompañen en la turbulenta rutina
del dormir y el despertar, en un torbellino
sin duda propiamente soñador y constructivo
peligroso como la llamada telefónica inesperada
luego el discernimiento desmiembra sus círculos 
y deja esquirlas en mitad de la noche 
La noche se acaba. Parafraseamos:
la Noche ha muerto, nuestra mejor frase
del día, antes del trabajo, durante la colación
o simplemente en soledad el catre solitario 
nos hace un guiño de fortuna, te invita 
a una especie de incesto contigo mismo, si uno 
se resulta familiar, la soledad no es otra cosa

¡vaya si es rudo el día! Levantarse en estos tiempos
requiere de esos gavilanes de hierro, como los llamaban
los futuristas, que levantan al Tílburi atollado, y pastillas
que eliminen el tedio y su posibilidad. A menos que ese día
o cualquier otro, con suerte, nos espere un acontecimiento
maravilloso, una ventana a la vida, un romance
con las tinieblas tras el cual la luz se emboza
para entreverse después en la mejor coincidencia
de la luz y la vida. De lo contrario, sólo queda
levantarnos y atender nuestras necesidades
de limpieza y alimentación, atender nuestra utilidad
en un mundo de locomotoras ultra veloces
pero el espacio urbano nos seduce
porque es obra de todos, y te acoge, y es bella
como para olvidar un rato nuestra existencia
una vez más en el artificio moderno
EN LA TUMBA DE JUAN LUIS MARTÍNEZ

entre nosotros, poseedores de palabras
debemos distinguir entre la vida y sus significados
pues los últimos son pura ilusión —como sabemos
la rutina del bar y del trabajo, la complaciente
lectura dominical, revelan el universo
que las palabras desdicen —incluso los recuerdos
no aseguran en el alfabeto de la memoria
ninguna veracidad: transfiguración entre suceso y suceso
olvidos involuntarios, fragmentos, o simplemente
un ritmo de avanzada que la vanguardia obliga
¡qué decir entonces de un poema! Sé de alguno
que no escribió y lo hizo sin embargo de maravilla
con signos desencajados o anzuelos sin caña
¿pero nosotros —cuál es nuestra herencia?
¿y cuál nuestra dádiva? Si alcanza apenas
para el transporte diario y nos duele la precariedad
¡nosotros, poseedores de palabras, vaya tumba
hallamos en los signos en la flor de la vida!
nuestra realidad se redujo a unos cuántos pesos
a unas cuántas relaciones de amor falso o verdadero
y a un montón de amigos listos para saltar



EPÍLOGO—ELEGÍA PARA ANTES DE LEVANTARSE

aquí al catre llega la memoria
y se transforma en espera como un sueño
ciertamente el privilegio de estar solo
trae a veces un pequeño desquiciamiento
donde la vida cotidiana pierde sentido
y uno, en tiempos miserables, nada sabe
de fe ni disciplina: esperar, rememorar
son aire necesario para la condición precaria

con esto no estoy diciendo que el yo gira sobre sí 
de manera incansable en su órbita de abulia
pues también del giro surge una maravilla
pero qué difícil pronunciar lo escondido
si por algún designio más fuerte —fruto 
de la historia o de la magia— yace oculto
como un monstruo de mil cabezas 
—sin seso espero como cualquier hombre
las perlas de la vida, los tesoros del futuro, la justicia
de los hombres y los pueblos, la libertad
que no declina por el solo hecho de ser nombrada

como si todo eso fuera un cuerpo curvo 
con su cabellera rizada, mi Afrodita del deseo
sombra del hombre en su vacío
coincidencia de la carne y el aliento
pero ella, real o aparente, cuando llega
es demasiado humana, cotidiana y efímera
en el follaje de los dormitorios

aquí al catre llega la memoria de mi vida
para recordarme que en condiciones tales
no hay amor desenvolviéndose, no hay esperanza
no hay la vida que se espera 
ante eso la muerte es bella dama
entonces me levanto, sacudo las frazadas
barro la pieza y espanto a la muerte
con el ritual cotidiano de la limpieza
me digo, es hora de echar a andar
la rueda del progreso



LOS BARCOS

Los que hemos vivido cerca del mar, más de alguna vez nos maravillamos ante la entrada de un transatlántico en el muelle, como ese lejano paquebote de Pessoa en el Mar del Norte. Lo que sucede en un océano es irremisiblemente semejante en otro. Y la entrada de un barco es más triste que la partida. Se parece a un amor que nunca llega, a un amor que de tanto venir, no llega ni regresa. ¿No es aquello maravilloso? He conocido hombres que se han subido a los barcos, marinos y aventureros; hay otros que esperaron en el muelle los botes de la dicha, y creyeron en la promesa de las mareas. Acaso vieron en la estela de los buques, en sus superficies brillantes bajo el sol, o en sus velas o en sus remos, en sus formas de humo la continuidad de sus sueños en el horizonte, pero cuando aquellas cáscaras de la industria llegaron al muelle, los hombres todavía fijaban sus pupilas en la lejanía, porque aquí alrededor, aquí cerca donde la existencia quema, no hay barco que navegue, ni promesa cumplida, como si toda la dispersión lejana de la astronomía no fuera más que la promesa de una llegada.
Como quien espera una novia predestinada en un altar de piedra paleolítica, entre columnas de piedra astronómica, bajo un cielo de piedra que amenaza con esfumarse. Como quien espera un reino de oro y de franqueza. Como quien espera que la marea no se resuelva en sí misma con toda indiferencia a nuestra mirada. Creyendo que las estrellas de un hemisferio se comunican con las del otro hemisferio a través de uno mismo, como si uno fuera un punto quieto por donde cruzan todos los impulsos de la naturaleza. ¡Qué delirio de milenios! ¡Qué torpeza del hombre engañado por lo que ve! Sin verse a sí mismo en la orilla de un muelle, ve venir a lo lejos los barcos de sus sueños.




DAFNE

Antes que el laurel existiese, antes que tú misma te volvieras laurel, la mano de un hombre estrechaba el universo a través de un cuerpo de mujer, y las constelaciones se reflejaban en todos los océanos de la sangre y todos los ríos corrían de la montaña al mar. Antes que tú misma fueras este árbol imposible, las ramas silvestres se movían ante el viento del amor. Las ventanas que daban a los parques se abrían en verano y se cerraban en invierno de la misma manera con que una mujer y un hombre desplegaban las naves de la noche. Y todo barco zarpaba por la piel del otro sin peligro de lo ignoto. Ya que rompiste las cadenas de oro que reúnen a los astros con los dioses y que exiliaste a los dioses hacia un Olimpo destruido y que dejaste solas a las estrellas y sin abrigo a los animales del campo, no tengo más sortilegio que estas palabras.
Si hubieras sido mi hija por lo menos, te hubiese amado en la distancia acompañado, me hubieras amado como se ama a un roble en la selva peligrosa. Y tal vez desnuda me hubieras seducido y yo, valga decirlo, no me hubiera negado. Sin temor al pecado de los hombres, te hubiera poseído en el abrazo de las constelaciones. Si hubieras sido mi madre por lo menos, contaría contigo incluso en las horas de la angustia y la traición, y me hubiera sentido pequeño ante la inmensidad del aire que da vida a las plantas, a los ríos, a los animales y a los pensamientos, y te hubiese poseído con todas mis garras para no ser expulsado del paraíso. Si hubieras sido por lo menos mi hermana, las sábanas filiales se mancharían del oro de los cuerpos, de la plata de las caricias, del hierro del oprobio, pero juntos.
Contigo perdí no sólo los ojos que continuaban mi sueño, sino todo el beso universal. Los vínculos cayeron sobre la loza de los palacios. Entonces con mis palabras ineptas te he transformado en este arbusto, en este árbol, en esta rama. Hoy que no tengo reino ni patria, ni madre ni hija ni hermana, me declaro príncipe del desierto, sólo para lucir en mi cabeza la belleza de tus hojas.



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