domingo, 17 de noviembre de 2013

GONÇALVES DE MAGALHÃES [10.741]


Domingos José Gonçalves de Magalhães

Domingos José Gonçalves de Magalhães, primer y único barón y después vizconde de Araguaia (n. en Río de Janeiro, el 13 de agosto de 1811 — f. en Roma, 10 de julio de 1882), hijo de Pedro Gonçalves de Magalhães Chaves, fue un médico, profesor, diplomático, político, poeta y ensayista Brasileño,quien participó en misiones diplomáticas en Francia, Italia, El Vaticano, Argentina, Uruguay y Paraguay, además de representar a la provincia de Rio Grande do Sul en la sexta Asamblea General.
Murió en Roma, donde ejercía cargos diplomáticos en la Santa Sede, en el año 1882.
Ingresó en 1828 en el curso de medicina, obteniendo su diploma en 1832. En ese mismo año se publica su primer libro, "Poesias" y, al año siguiente, parte a Europa, con la intención de perfeccionarse en medicina.
En 1838 es nombrado profesor de Filosofía del Colégio Pedro II, desempeñándose por poco tiempo.
De 1838 a 1841 fue secretario en Caxias (estado de Maranhão) y de 1842 a 1846 en Rio Grande do Sul. En 1847 comenzó su carrera diplomática. Fue Encargado de Negocios en las Dos Sicilias, en Piemonte, Rusia y España; ministro residente en Austria; ministro en Estados Unidos, Argentina y la Santa Sede.

Gonçalves de Magalhães y el romanticismo

Recién formado en Medicina, viaja a Europa, donde entra en contacto con las ideas románticas. Su importancia está en el hecho de haber sido el introductor del Romanticismo en Brasil, a pesar de que sus obras fueron consideradas pobres por la crítica literaria. Luego se volcó a la poesía religiosa, como queda claro en Suspiros poéticos e saudades, también cultivó el indianismo de carácter nacionalista, como en el poema épico A Confederação dos Tamoios (esta obra le valió una agitada polémica con José de Alencar, relativa a la visión de cada autor sobre el indio).
En contacto con el romanticismo francés, publicó en 1836 su libro "Suspiros poéticos e saudades", cuyo prefacio valió como manifiesto para el Romanticismo brasileño, siendo por eso considerado el iniciador de esa escuela literaria en su país. En conjunto con Araújo Porto-Alegre y Torres Homem, lanzó la revista "Niterói", en el mismo año. Introdujo allí sus principales temas poéticos: las impresiones de los lugares por donde pasó, ciudades tradicionales, monumentos históricos, sugestiones del pasado, impresiones de la naturaleza asociadas al sentimiento de Dios, reflexiones sobre el destino de su patria, sobre las pasiones humanas y sobre lo efímero de la vida. El reafirma, dentro de un ideal religioso, que la poesía tiene un fin moralizante, capaz de ser instrumento de elevación y dignificación del ser humano.
Al regresar a Brasil, en 1837, es aclamado como jefe de la "nueva escuela" se vuelca a la producción teatral. Escribe dos tragedias: "Antônio José" o "O poeta e a Inquisição" (1838) y "Olgiato" (1839).

Obras

Suspiros poéticos e saudades (1836) - Considerada la obra inaugural del romanticismo brasileño
Antônio José o O poeta e a Inquisição (1839)
A Confederação dos Tamoios, poema épico (1857)
Os Mistérios (1857)
Fatos do Espírito Humano, tratado filosófico (1858)
Urânia, poesias (1862)
Cânticos fúnebres, poesías (1864)
A alma e o cérebro, ensayos (1876)
Comentários e pensamentos (1880)





NAPOLEÓN EN WATERLOO 

Tout n'a manqué que quand tout avait réussi. 
NAPOLEÓN EN SANTA ELENA (MEMORIAL) 


¡ He aquí el lugar donde eclipsóse 
El Meteoro fatal a las coronas! 
¡ También, cuando la gloria se nublaba, 
El sol entre tinieblas se envolvía! 
¡ Rojos estaban tierra y horizonte! 
Dos astros al ocaso caminaban; 
Tocado su cénit habían ambos; 
Ambos de brillo igual; ambos, cayendo, 
Tan grandes como en tiempos de victoria. 

¡ Waterloo!... ¡Waterloo!... ¡Lección sublime 
Para la Humanidad es este nombre! 
Un océano de polvo, fuego y humo 
Aquí barrió al ejército invencible, 
Cual la explosión, otrora, del Vesubio 
Hasta las tejas inundó a Pompeya. 
El pastor que apacienta su rebaño; 
El cuervo que el sangriento pasto busca, 
Sobre el león granítico volando; 
De la floresta el eco, el peregrino 
que indagador visita estos lugares: 
¡ Waterloo!... ¡ Waterloo!... diciendo, pasan.

¡ Los bravos de Marengo aquí murieron! 
¡ Mientras, el héroe de las mil batallas, 
Que manejaba los destinos reales; 
Aquel, que de su espada con la punta 
En los mapas trazaba las fronteras, 
Entre sus Mariscales ordenaba! 
El hálito inflamado de su pecho 
Ahogaba a las falanges enemigas, 
Y de valor las suyas inflamaba. 

¡ El Genio estaba aquí de las victorias, 
Midiendo el campo con sus ojos de águila! 
¡ El infernal tañer de embate de armas, 
Los truenos del cañón que retumbaba (7), 
El silbar de las balas que gemían, 
El horror, confusión, gritos, suspiros, 
Eran como una orquesta a sus oídos! 
¡No se turbaba! —Bóvedas de balas, 
Del enemigo a cientos disparadas, 
Curvábanse a sus pies respetuosas, 
Cual sumisos leones; y, no osando 
Tocarlo, a su caballo el pie lamían. 

¡ Oh, por qué no venció? —¡ Fácil le fuera! 
¿Fue destino o traición? —Esa sublime 
Águila que invadió con vuelo altivo 
Desde el cielo del Sena hasta el del Nilo 
Asombrando a los Pueblos con sus alas, 
¿Por qué bajó al nivel de los humanos? 
¡ Oh, por qué no venció! El Ángel del triunfo 
El himno de victoria oyó tres veces 
Y tres veces gritó: —¡ Aún es pronto! 
En la vaina la espada le gemía, 
E inquieto relinchaba su caballo, 
Que solía escuchar clamor de guerra 
y el humo respirar de mil bombardas. 
Los escuadrones ya se encarnizaban; 
Roncaban las granadas por los aires; 
Y los fusiles mil se enmarañaban; 
Espadas se cruzaban, bayonetas, 
Y las lanzas, chocando, echaban chispas. 

Pero él solo, impasible cual la roca, 
0 de hierro fundido estatua ecuestre, 
Que invisible poder mágico anima, 
Sus batallones vio caer heridos, 
Como muros de bronce, por cien rayos; 
Y en lo alto su destino descifraba. 

La espada blandió allí por vez postrera 
Y se arrojó a la pugna, rutilante; 
j Su brazo es tempestad, la espada es rayo!... 
¡ Mas su pecho invencible mano toca! 
La mano es del Señor; barrera ingente; 
¡ Basta, guerrero, que tu gloria es mía; 
Tu fuerza se halla en mí! Ya has completado 
Tu suprema misión. —Hombre eres: para. 

Eran pocos, es cierto; ¿mas qué importa? 
Que importa que Grouchy, sordo a las trompas 
Sordo al rugiente trueno de la guerra: 
—Grouchy, Grouchy, a nos, ea, ligero; 
Ea, tu Emperador aquí te aguarda. 
No dejes a tus bravos compañeros 
Pelear con la crecida que se eleva, 
Mal domada, en combates sucesivos, 
De Océano encrespado como olas, 
Que furibundas se alzan, luchan, baten 
En las rocas, y en polvo retroceden, 
Y de nuevo en el pleito se encarnizan. 

Eran pocos, es cierto; ¡ y contra pocos 
Armadas las Naciones combatían! 
Pero esos pocos vencedores fueron 
En lena, en Montmirail, en Austerlitz. 
¡ Ante ellos el Tabor, los Alpes curvos 
Águilas pasar vieron vencedoras; 
Rin, Manzanares, Ádige y el Eufrates 
En vano se opusieron a su marcha. 
Eran los pocos que jamás vencidos 
A sus días contaban por batallas;

Viéronse encanecer en los combates; 
Humillaron al sol de ardiente Egipto, 
La peste en Jafa, y sed en los desiertos, 
Al hambre, al hielo, en los Moscovios campos; 
¡ Pocos, que no se rinden; pero mueren! 
Oh, ¡ que para vencer bastantes eran! 
Contra ellos pleiteara el mundo en vano 
Si, al verlos, Dios no hubiera dicho: Basta. 

¡ Día de oprobio para los que vencen! 
Vergüenza a ese linaje que ahora insulta 
Al León que magnánimo se entrega. 

Vedlo sentado en lo alto de las peñas, 
De las olas oyendo el fúnebre eco, 
Que murmuran su cántico de muerte: 
Brazos cruzados sobre el ancho pecho, 
Cual náufrago salvado de tormenta, 
Que al escollo las olas arrojaran; 
0 cual marmórea estátua sobre un túmulo. 

¿Qué idea grande ocupa, se estremece, 
En aquella alma grande como el mundo? 
Está viendo a los Reyes, que elevara 
De entre sus bravas filas, traicionarle. 
Mil pigmeos rivales ve a lo lejos, 
Que mutilan su obra gigantesca; 
Como del Macedonio el vasto Imperio 
Partieron entre sí viles esclavos. 
Y una risa de ira y de despecho 
Le salpica el semblante de piedad. 
El inocente grito de su hijo 
Suena en su corazón, y de sus ojos 
La lágrima primera se desliza. 
¡ Y de tantas coronas que juntara 
para dotar al hijo, no le queda 
sino el Nombre, que el mundo entero sabe! 

¡ Ah, todo lo perdió: la esposa, el hijo, 
La patria, el mundo, sus soldados fieles! 
¡ Pero firme era su alma como el mármol, 
Donde el rayo, al bartir, retrocedía! 

¡ Jamás, jamás mortal subió tan alto! 
Él fue el primero en cima de la tierra. 
Arrogante brillaba sobre todo, 
Igual que en la columna de Vendóme 
Su broncínea estátua se levanta. 
Dios por encima de él, ¡ Dios solamente! 

Fue de la Libertad el mensajero. 
Y su espada, cometa de tiranos, 
El sol fue que guió a la Humanidad. 
El bien de que gozamos le debemos; 
Y, agradecidas, las futuras gentes, 
—Napoleón, dirán, llenas de asombro. 




Apólogo: O Carro e o Burro

Um touro, não amestrado 
No exercício de carreiro, 
Num falso passo que deu 
Pôs o carro no lameiro. 

Conhecendo esse embaraço, 
Procurou sair de modo, 
Que ao menos salvasse a vida, 
Visto o carro estar no lodo. 

Alguns animais, passando 
No desastroso lugar, 
Tentaram, mas não puderam 
Do charco o carro tirar. 

Até que um burro já velho, 
Cheio de louca vaidade, 
Cuidou ser esse o momento 
De ganhar celebridade. 

— A que vás lá? — Disse um desses 
Que pastavam por aí: 
Deixa vir quem disso entenda; 
Que isso não é para ti. — 

"Tu falas antes de tempo; 
Disse o burro ao que o arguia: 
Vou mostrar-te o quanto posso; 
Muito alcança quem porfia." 

Vejam só o que é ser burro 
Por instinto e natureza! 
Não mediu as suas forças, 
Nem viu do carro a grandeza. 

Zurrando, e dando patadas, 
Foi meter-se no atoleiro; 
Entre os varais colocou-se, 
E o pescoço pôs no apeiro. 

Mas para fazer tais cousas 
Foi necessário agachar-se; 
Atolou-se até o ventre 
Quando tentou levantar-se. 

Como o terreno era fofo, 
Tendo já mil voltas dado, 
Tentou safar-se do jugo, 
E o carro deitou de lado. 

O pobre burro entre as varas 
Virou de pernas para o ar; 
Todo de lama coberto 
Começou a espernear. 

Isto aos burros acontece, 
Que se esquecem do que são 
E se não por nós responda 
A geral opinião. 

Quantos o carro do Estado 
Querem guiar mui lampeiros, 
E por trancos e barrancos, 
Dão com ele em atoleiros? 


Publicado no livro Poesias Avulsas (1864). Poema integrante da série Livro Segundo: Poesias Várias. 





O Dia 7 de Setembro, em Paris

Longe do belo céu da Pátria minha, 
Que a mente me acendia, 
Em tempo mais feliz, em qu'eu cantava 
Das palmeiras à sombra os pátrios feitos; 
Sem mais ouvir o vago som dos bosques, 
Nem o bramido fúnebre das ondas, 
Que n'alma me excitavam 
Altos, sublimes turbilhões de idéias; 
Com que cântico novo 
O Dia saudarei da Liberdade? 

Ausente do saudoso, pátrio ninho, 
Em regiões tão mortas, 
Para mim sem encantos, e atrativos, 
Gela-se o estro ao peregrino vate. 
Tu também, que nos trópicos te ostentas 
Fulgurante de luz, e rei dos astros, 
Tu, oh sol, neste céu teu brilho perdes. 

(...) 

Dia da Liberdade! 
Tu só dissipas hoje esta tristeza 
Que a vida me angustia. 
Tu só me acordas hoje do letargo 
Em que esta alma se abisma, 
De resistir cansada a tantas dores. 
Ah! talvez que de ti poucos se lembrem 
Neste estranho país, onde tu passas 
Sem culto, sem fulgor, como em deserto 
Caminha o viajor silencioso. 

Mas rápidos os dias se devolvem; 
E tu, oh sol, que pálido me aclaras 
Nestas longínquas plagas, 
Brilhante ainda raiarás na Pátria, 
E ouvirás meus hinos 
Em honra deste Dia, não magoados 
Co'os fúnebres acentos da saudade. 

Publicado no livro Suspiros Poéticos e Saudades (1836). Poema integrante da série Saudades. 






O Louco do Cemitério: Poema Romântico em Seis Cantos - Canto I: O Coveiro
(...) 

"Vivo co'os mortos, 
Na cova os ponho, 
Entre eles durmo, 
Com eles sonho. 
Quantos defuntos 
Já enterrei! 
Defunto eu mesmo 
Também serei. 

No pão que como, 
No ar que respiro, 
Na água que bebo, 
A morte aspiro. 
Já cheira a morto 
O corpo meu. 
Abre-te, oh terra, 
Que serei teu. 

Da morte o aspecto 
Já não me assusta, 
Que a vida ganho 
Da morte à custa. 
Sempre cavando 
Sem descansar, 
Vivo enterrado, 
Para enterrar. 

Um dia, ou outro, 
Cavando o fosso, 
Co'o cheiro infecto, 
Cair bem posso. 
Agora mesmo 
Posso cair!... 
Não diz a morte 
Quando há de vir. 

Mas os que folgam 
Na excelsa Corte 
Não estão mais longe 
Das mãos da morte. 
Cá os espera 
A minha pá... 
O que foi terra, 
Terra será. 

Quantos lá vivem 
Nessa cidade 
Aqui têm todos 
Segura herdade. 
Ricos e pobres, 
Todos virão, 
Dormir no leito 
Da podridão. 

Ternos amantes, 
Pais extremosos, 
Esposos caros, 
Filhos saudosos, 
Vêde o que resta 
Do vosso amor: 
Podre cadáver, 
Que causa horror! 

(...) 

Publicado no livro Cânticos Fúnebres (1864). 






A Beleza

Oh Beleza! Oh potência invencível, 
Que na terra despótica imperas; 
Se vibras teus olhos 
Quais duas esferas, 
Quem resiste a teu fogo terrível? 

Oh Beleza! Oh celeste harmonia, 
Doce aroma, que as almas fascina; 
Se exalas suave 
Tua voz divina, 
Tudo, tudo a teus pés se extasia. 

A velhice, do mundo cansada, 
A teu mando resiste somente; 
Porém que te importa 
A voz impotente, 
Que se perde, sem ser escutada? 

Diga embora que o teu juramento 
Não merece a menor confiança; 
Que a tua firmeza 
Está só na mudança; 
Que os teus votos são folhas ao vento. 

Tudo sei; mas se tu te mostrares 
Ante mim como um astro radiante, 
De tudo esquecido, 
Nesse mesmo instante, 
Farei tudo o que tu me ordenares. 

Se até hoje remisso não arde 
Em teu fogo amoroso meu peito, 
De estóica dureza 
Não é isto efeito; 
Teu vassalo serei cedo ou tarde. 

Infeliz tenho sido até agora, 
Que a meus olhos te mostras severa; 
Nem gozo a ventura, 
Que goza uma fera; 
Entretanto ninguém mais te adora. 

Eu te adoro como o anjo celeste, 
Que da vida os tormentos acalma; 
Oh vida da vida, 
Oh alma desta alma, 
Um teu riso sequer me não deste! 

Minha lira que triste ressoa, 
Minha lira por ti desprezada, 
Assim mesmo triste, 
Assim malfadada, 
Teu poder, teus encantos pregoa. 

Oh Beleza, meus dias bafeja, 
Em teu fogo minha alma devora; 
Verás de que modo 
Meu peito te adora, 
E que incenso ofertar-te deseja. 


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